En este primer mundo nuestro, es probable que la mayoría de los que leáis este texto tengáis aire acondicionado en vuestra casa, aunque con el precio actual de la luz os penséis mucho cuanto rato lo conectáis ¿Verdad? Más o menos todos sabemos por encima cómo funciona un aire acondicionado, pero sobre todo, que los aparatos de aire necesitan una salida para eliminar el agua resultante de la condensación. ¿Verdad? Bien, pues aguantad, que vamos a la historia.
Un frigorista gallego en Sevilla
Esta historia es la de Enrique Veiga, un ingeniero jubilado que sabía perfectamente como funcionaba un aire acondicionado y sabía que esa agua sobrante proviene de la condensación de la humedad en el ambiente. Con ese conocimiento y esa necesidad que urge a muchos inventores, decidió hacer algo para mejorar la vida de aquellos que más difícil tienen el acceso a un bien aparentemente tan accesible como el agua potable.
¿Pero es tan accesible en realidad? Se calcula que 750 millones de personas, entre ellos muchísimos refugiados, no tienen acceso a agua potable. Acuciado por ese pensamiento, Enrique, de 82 años, ha ideado un sistema para extraer agua potable del aire hasta en zonas de temperaturas extremas mediante un sistema parecido al de los aires acondicionados.
Aunque patentó el invento en 2005, la idea le vino durante una de las sequías más duras que han azotado el sur de España, allá en la década de los 90, y su objetivo es llegar a lugares como los campos de refugiados donde el suministro de agua potable es tremendamente irregular.
Condensar agua hasta en el desierto
5000 litros de agua al día con un consumo energético equilibrado. Eso es lo que promete Aquaer, la empresa de Sevilla que ha creado este proyecto junto con Enrique y que se diferencia de otros inventos similares en su capacidad de funcionar bajo temperaturas de hasta 40º y humedades de entre el 10% y el 15%, lo cual la hace idónea para trabajar en entornos como los campos de Alepo, donde el calor asfixiante, unido a la falta de agua potable hacen la vida de los refugiados muy difícil.
A esta historia de ingenio y humanidad se unió Nhat Vuong, un refugiado vietnamita afincado en Suiza que visitó con Veiga un campo de refugiados en el Líbano en 2017 y se convenció de la necesidad de trabajar en el proyecto, para incorporar soluciones que les permitan abaratar el coste en electricidad y reducir más aún el impacto ambiental del aparato de nuestro protagonista.
Una historia EFEM, sin duda.
Portada: Nicolás Gutiérrez on Unsplash