Cruzaron sus miradas en cuanto ella pisó el vagón. Había subido de un salto al cercanías, en ese momento en el que las puertas empiezan a pitar. Exhausta por el esfuerzo de los últimos metros, Elena se quitó la chaqueta y se sentó justo enfrente de Marc. Mientras ella acababa de hacerse con el sitio poniendo en orden su bolso en el asiento de al lado, Marc intentaba dejar de mirar. Pero no podía. Aquella chica tenía un magnetismo en su mirada que le había sacado de todos sus pensamientos de primera hora. Eran apenas las 8 de la mañana.
“Cruzaron sus miradas en cuanto ella pisó el vagón”
A esas horas, todo lo que pensamos siempre suele sobrar y a pesar de ello, el ser humano se empeña muchas veces en despertarse y analizar. El desierto de humanidad en el que se han convertido los vagones de los trenes de cercanías, ajenos a la complicidad entre iguales, a sonrisas cruzadas, a saludos de cortesía, a conversaciones sin más, ayudan a que los pensamientos de uno le amarguen cualquier trayecto por la red. El Metro de Madrid incluso levantó en honor a todo esto su propia línea circular. Allí puedes pasarte el día dando vueltas ahogándote en las miserias de tu mente.
“Los trenes de cercanías son un desierto de humanidad”
Pero aquel día Marc tenía enfrente a aquella chica. Y ella le tenía enfrente a él. Cruzaron sus miradas por diez eternos segundos en los que se conocieron, se hicieron amigos, amantes, tuvieron un niño, una perrita y una casa en el mar. Después, el sistema de imanes que todas las multinacionales habían instalado en los teléfonos móviles desde que los crearon, les empujó las cabezas hacia sus respectivas pantallas. Y se dejaron de mirar. A ella le caía una lágrima en Tik Tok mientras Marc lo explicaba todo en Istagram.