Los japoneses son muy raros. A mí me resultan excéntricos por su carácter, por cómo visten y por su gastronomía. Hacen las cuentas con los dedos al revés, tienen verticales las ranuras de los buzones, escriben de derecha a izquierda y en vertical, hacen mucho ruido al comer y nacen con una mancha azul entre la espalda y el culo que se llama “Moukohan”, entre otras cosas.

Sobre todo se llevan la palma en cuestión de comportamientos “curiosos”. Y sino pensad en los hikikomori (gente que vive sin salir de su habitación, cosa que hasta marzo del 2020 a todos nos parecía rarísimo) y el fenómeno de las Idols.
A las Idols las descubrí en el documental Tokyo Idols y me dejó las redes neuronales trastocadas. En el documental, el cineasta Kyoko Miyake sigue a una aspirante a cantante pop, Rio Hiiragi (RioRio para sus fans), que intenta expandir su carrera en Tokio porque a sus diecinueve años ya se está haciendo vieja para ser una Idol. Vieja a los diecinueve años: se me desmontaron las articulaciones.
Imaginad un grupo de chicas disfrazadas como muñequitas, que cantan y bailan frente a un público de solo hombres adultos y que corean letras como “Quiero mantenerme pura”, “Soy un ángel”,.. A mí se me ponía cada vez más cara de idiota conforme avanzada el documental, porque algo en mi construcción cerebral me decía que no podía ser real. Pero lo es.
Mi cara de idiota se desencajó con el final del concierto, porque entonces vino el handshake, o el apretón de manos. Estas niñas se ponen en una cola y se despiden de sus fans uno por uno dándoles la mano – hablando de cosas totalmente inútiles – durante un minuto, no más, cronometrado. Al acabarse los 60 segundos tienen que quitar – porque muchos parece que se hayan quedado pegados – la mano del fan para que pase al handshake con la siguiente Idol. Apretar las manos, en Japón, se consideraba antiguamente un acto erótico, por lo que todavía la gente se presenta y se despide inclinando la cabeza. Dicho esto, sacad vuestras conclusiones.
Los fans de las Idols son “hombres” solteros y no tienen intención de encontrar a una mujer para una relación seria. Una Idol siempre les sonreirá, se hará fotos con ellos, les dará la mano y realizará platónicamente sus fantasías sexuales. En el documental se cruzan varias historias de estos Idol fans. Un hombre de 43 años que deja su trabajo permanente para seguir a Rio en sus giras, otro tipo de 50 años que gasta alrededor de $ 2.000 al mes para comprar regalos a su Idol favorita y por esto no puede darse el lujo de ir a ver a sus padres, y un chaval de 23 años que es aún más pringado que los otros dos.
Hasta este momento yo ya estaba bastante cabreada e incrédula. Pero todavía no había llegado lo mejor de lo peor: las Idols de 10 años. Niñas de 10 años que bailan y cantan ante esta audiencia de pervertidos. Me pareció repugnante y no sé ni como describirlo, mirad el documental completo. ¿Qué tipo de padres empujan a su hija en esa dirección? Realmente no lo entiendo y quizás sea mejor así. Este área entre legal e ilegal me parece un asco.
De todas maneras estas niñas están siendo reemplazas poco a poco por las ciber-Idols, o virtual-Idols, tanto con aspecto de dibujo animado como de aspecto más real. Dos ejemplos para que veáis a qué me refiero. La tecnología al rescate de la infancia explotada.
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