Un momento señor agente, aguarde que miro en la guantera. El hombre pareció hacerme un gesto de aprobación ladeando la cabeza, más por el sopor con el que ladea una persona la cabeza que ha bebido que por aprobación creo. El caso es que abrí la guantera y allí no había nada. Miré a Laura como preguntando. Se encogió de hombros. No había papeles. Salga usté aquí, me dijo aquel hombre uniformado.
Bajé de la furgoneta mientras él me apuntaba con su arma. Su compañero seguía en el suelo. Las llaves de la furgoneta, confiscada. Por un segundo pensé en abalanzarme sobre él y tirarlo al suelo. Aquel hombre no debía, en su estado, tener los mejores reflejos del mundo. Así que valoré esa opción. Opté por la segunda opción, la de no hacer nada. Era la más fácil para mí, la que había hecho toda mi vida ante los problemas. No hacer nada. ¿Y si disparaba la pistola antes de que yo llegara a él? Aquel hombre en cualquier caso tenía pinta de ponerse a pegar tiros en cualquier momento. Y eso hizo, lanzó un tiro al aire. Las putas llaves de la furgoneta ya, hostia puta, ¡viva España, viva El Rey, viva el orden y la ley!
¡Viva! Gritó Jordi de repente riéndose desde la furgoneta. El agente miró como hacia la furgoneta entonces y asintió. Viva. Manolillo sujetaba a Jordi tratando de meterlo hacia adentro. De repente algo golpeó contra la cabeza de aquel hombre de la ley y cayó desplomado al suelo. Me quedé inmóvil mirando al frente. Justo cuando él cayó, pude ver a Laura, bate de béisbol en mano. Le había sacudido un buen golpe por detrás. A tomar por culo, dijo. Venga, vámonos. Joder la niña, menuda fenómena, dijo Manolillo. Ay Dios Laura, que lo has matado. Dije yo. Qué hostias lo voy a matar. Le tomé el pulso. El hombre seguía vivo. Su compañero roncaba de placer. Vámonos venga, añadió Manolillo. Me llevo esto dijo entonces, agenciándose la pistola. Deja eso Manolillo. Que no, está visto que nos puede ser de utilidad. Haz lo que quieras, subamos a la furgo y larguémonos. Apenas nos habíamos alejado unos 15 metros empezaron a dispararnos. ¡Acelera joder! ¡Acelera! Gritaba Laura. El agente que había estado durmiendo, estaba ahí de pie, disparando contra nosotros. No paramos ya hasta que vimos amanecer.
Tú, fenómeno, salte por esa, tenemos que descansar y comer algo. Manolillo señalaba hacia la salida de un área de servicio que parecía abandonada. Está bien, pero nos alejaremos de la estación, vamos a buscar un lugar tranquilo en el que poder descansar tranquilos. Nos dejamos caer en el área que normalmente está destinada en estos lugares para picnic y nos adentramos un poco más allá. No había nadie. Allí pasamos aquella noche. Cenamos de lo que habíamos podido coger en Casa Manolillo y apenas hablamos. Estábamos realmente exhaustos de tantas horas de carretera y el incidente con los agentes. Cuando subí a la furgoneta para dormir pude ver que Jordi y Manolillo ya estaban de nuevo en ello, con su recital de ronquidos. Pero no vi a Laura. Bajé de la furgo y me acerqué al área de picnic. La vi. Me acerqué en silencio y susurrándole tranquilidad le separé la mano de una botella de ginebra que sujetaba. Allí estaba aquella chica, llorando desconsoladamente, frente una botella de Larios. Laura, eh, tranquila, ven aquí. Nos abrazamos.