“Tranquila, ya paro, por favor, relájate”. Jordi, que andaba cabeceando, se despertó de golpe con los gritos de aquella chica que no tendría más de 18 años. Era morena, pelo largo, con varios tatuajes en los brazos y en las piernas. De complexión delgada, lucía varios piercings y una ancha camiseta de AC/DC que tapaban aquellos vaqueros negros rotos a propósito. Jordi, en vez de asustarse, señaló la camiseta de la chica y levantó los dedos de la mano invocando a la consigna mundial de saludo en el mundo del rock and roll. Ella reaccionó violenta: “A este qué coño le pasa”. Es inofensivo, por favor, relájate, le dije.
Aparqué en el arcén de la carretera junto a una fila de coches colisionados entre sí. Circular era complicado en pandemia alcohólica. Había que ir dando rodeos constantes para evitar las filas de coches estampados entre sí o en cualquier parte.
Dame las putas llaves de la furgoneta. Fuera de aquí. Tranquila, sí, toma, relájate por favor. Agarré a Jordi del brazo y le ayudé a bajar. No quería tener ningún tipo de problema con aquella chica, que estaba totalmente sobria pero muy cabreada. ¡Fuera! Que sí, que ya nos vamos, tranquila. Una vez estuvimos fuera, ella se colocó en el lugar del conductor y arrancó la furgoneta. Jordi se abalanzó entonces al lugar del copiloto y agarró el mando de la tele. Se lo había dejado. “ES MI MANDO DE LA TE TE LE”. Ella casi acertó entonces a darle en la cabeza con el bate de béisbol pero falló. ¡Que os vayáis ostias! Por favor, déjanos coger nuestras cosas. Después de alejarnos unos metros como nos dijo, nos tiró todo al arcén desde la puerta de la furgo. Volvió al lugar del conductor y aceleró. Aceleró pero no avanzó ni un metro. A lo lejos, vi como la furgoneta hacía movimientos extraños de atrás hacia adelante y chocaba con varios vehículos. De repente, se paró el motor.
Jordi, espérame aquí un segundo, siéntate y no te muevas. Dejé a Jordi con todas nuestras cosas y volví a la furgoneta. Nos habíamos alejado unos 50 metros. Al llegar me encontré a aquella chica totalmente desolada. Lloraba como una niña pequeña. Ey, le dije, vamos, tranquila, ¿qué pasa?. No sé conducir, joder. Me dijo. No sé conducir. ¿Por qué ostias habéis movido la furgo del camping?. Ni Jordi ni yo nos habíamos dado cuenta al coger aquella furgo, que aquella chica estaba escondida en el pequeño baño de la parte de atrás. Lo siento, pensábamos que estaba abandonada. ¡Joder! Es lo que no paraba de gritar mientras golpeaba el volante. ¡joder, joder, joder! una y otra vez.
De repente, su semblante cambió por completo. Dejó de berrear, me miró asustada, y me dijo: “Ostias, ostias” señalando hacia donde estaba Jordi. Giré la cabeza, y entonces vi a unas 300 personas, con banderas del Barça, que se acercaban a Jordi gritando cánticos un tanto ofensivos en algunos momentos. ¡Mierda! Quédate aquí y arranca la furgoneta, ¡corre! Ahora vengo. Los gritos eran cada vez más atronadores y cercanos “1899 és el club que porto al cor, lo ro lo lo lo ro lo”.
Salí corriendo todo lo que pude hacia Jordi, que saltaba feliz y contento replicando a aquel grupo de fanáticos. ¡Jordi! ¡Jordi! ¡Corre, ven! Llegué hasta él, le agarré del brazo, y empezamos a correr. Él cantando, yo sudando. Los seguidores del Barça empezaron a correr también, pero les costaba más mantenerse en pie. Muchos se caían, otros mantenían como podían un ritmo un tanto patoso. “Déjame, sal de ahí” le grité a la chica, por favor, indicándole el puesto del conductor. Ella saltó a la parte de atrás, donde acababa de tirar literalmente a Jordi .Arranqué a toda velocidad justo en el momento en el que uno de ellos se abalanzaba para entrar. No le dio tiempo. “Joder, joder” gritaba aquella chica.
Y así, fue como conocimos a Laura.