Los Borrachos. Capítulo 7: Laura

Laura Martí tenía 17 años y hacía un año se había largado de casa. Que me voy, le dijo a su tía, con quien vivía desde que sus padres murieran cuando ella era pequeña. Su tía, una mujer de unos cincuenta años con problemas de depresión,  no le había dado mucha importancia a su marcha.  Sí hija vete, ya volverás, vete con ese pelanas, ya vendrás pidiendo cama. Súbeme tabaco y cervezas antes de irte y quédate la vuelta. Toma 50 euros.

Ese pelanas del que hablaba su tía era Luis, Luichi para los colegas, un guitarrista de una banda de rock punk .Más de punk que de rock. Luichi vivía en una habitación en un piso compartido en Gracia con varios amigos.  Y allí se fue Laura. La cosa no iba mal del todo. Laura vendía las camisetas y los discos del grupo cuando éstos daban sus conciertos. Hasta el momento en que estalló todo, se querían. Más él a ella, que ella a él. Pero ella se encontraba cómoda en aquella especie de hogar propio que había conseguido: habitación, piso, compromiso con un grupo de gente.

El caso es que los padres de una chica de la edad de Laura contrataron al grupo de Luichi para que tocara en el cumpleaños de la niña. El concierto y la fiesta sería en el cámping que la familia tenía en Sitges. Y allí se fueron Luichi, Laura y los demás  aquel fatídico  22 de diciembre con su furgoneta a dar su concierto.

Laura fumaba porros, pero no soportaba el alcohol. Así que no bebía nunca. Le sentaba fatal y se había cansado de intentarlo. Vomitaba siempre. Pero Luichi y los demás se bebían lo suyo y lo de Laura multiplicado por tres en cada concierto. En cada concierto y casi cada día. El caso es que aquel día empezaron a beber en la prueba de sonido y ya no dejaron de hacerlo hasta caer al suelo. Para cuando despertaron, ya no volvieron al estado sobrio. Estaban infectados. Completamente borrachos. Muy borrachos. Ellos y toda la familia de la niña del cumpleaños.

Durante unas semanas, Laura intentó aguantar al lado de los chicos. Pero la relación con Luichi se convirtió en un infierno, sobre todo, porque a él no se le levantaba y no podían tener sexo. No importa cariño, ya pasará, le decía ella. Pero no pasaba. No había manera. Lo intentaron todo. Pero el chico no respondía. Por si ello fuera poco, en aquel estado,  Luichi se pasaba las horas tocando la guitarra, cantando y saltando. Y no podía evitarlo. Intentaba quedarse quieto en el suelo, pero de repente, saltaba. Un tormento.

Poco a poco, la gente, fue abandonando el camping. La mayoría, saltando y cantando, cogían la carretera rumbo a la playa. A darse un baño decían. Laura y Luichi se quedaron solos en aquella furgoneta. Hasta que una mañana, Laura se despertó y estaba sola. Su novio también se había marchado. Estuvo esperándolo días. Semanas. Pero él ya no volvería. Una mañana, mientras estaba en el baño de la furgoneta sonrió. Escuchó el motor de la furgoneta y sonrió. Luischi había vuelto, pensó. Abrió la puerta del baño y fue entonces cuando vio a aquellas dos personas que no conocía de nada arrancar el vehículo.  Cerró la puerta de nuevo y se escondió en el baño. No era Luichi. ¿Quién coño eran aquellos dos?

Al cabo de un par de horas, volvió a abrir la puerta, instintivamente miró al bate de béisbol que tenían allí desde siempre los chicos y aguardó su momento. Cogió aire y se fue directa al conductor.

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