LOS BORRACHOS. Capítulo 8: Manolillo

Tengo hambre. Es lo que no paraba de repetir Jordi desde hacía una hora. Circulábamos por la autopista dirección a Lleida tras haber salido pitando de la persecución de aquellos culés enloquecidos. Laura se había recostado en la parte de atrás de la furgoneta, en la cama, y allí estaba tumbada,  con los cascos puestos y  la mirada perdida en el techo.  Yo iba sorteando coches y circulando con toda mi atención puesta en la carretera. Apenas unos pocos coches se cruzaron con nosotros. Unos simplemente pasaban, otros nos pitaban y sacaban botellas, manos o culos por las ventanillas al pasar por nuestro lado. Jordi les saludaba a todos con su mando de la tele. Se reía. Estaba contento. Advertí como quiso también mostrar su culo por la ventanilla en una ocasión pero pude contenerlo. Menudo capullo, suspiró Laura. Por favor, no le faltes al respeto, le dije. Que te den, me contestó ella. La ignoré.

Vamos a parar en aquella gasolinera, les dije señalando el próximo desvío. Por favor, no salgáis de la furgoneta, y estad atentos.  Laura se sentó en la cama con el bate de béisbol.­ A medida que nos acercábamos, aminoré la marcha. Aquel lugar parecía desierto a simple vista. Un par de coches atravesados y aparentemente abandonados. Las puertas del lugar abiertas y ningún signo de vida. Era la típica gasolinera de carretera, con un par de surtidores y lo que parecía una tienda de comestibles y servicios que a la vez hacía de bar. Mataría por un buen café, pensé. 

De pronto, advertí una silueta justo en frente de nosotros a la entrada de la gasolinera. Un hombre alto de unos 50 años, pelo engominado y algo sobrepasado en peso se nos puso delante impidiéndonos avanzar. Laura se levantó y se recostó apoyándose en los asientos delanteros mirando hacia delante. Qué coño es eso, dijo. Jordi se reía. Vamos no me jodas, fue lo que yo acerté a decir.  

El hombre sujetaba lo que parecía una copa de balón en su mano derecha y un puro en la mano izquierda.  Nos miró fijamente, y de repente, empezó a reír. “¡Qué pasa fenómenos!, mételo ahí que te he guardao un sitio, jaja”. Aquel hombre no parecía peligroso, así que le hice caso. Allí no había nadie más. Cuando paré la furgoneta, se acercó a nuestra ventanilla y dio una serie de golpecitos indicando que la bajáramos. “Qué pasa fenómeno, me llamo Manolillo”. Este parece Bertín Osborne, exclamó Jordi de repente. Qué dice ese, dijo Manolillo. Nada, tranquilo, no le hagas ni caso. Pero Manolillo añadió: Bertín Osborne es el tío más grande de este país, ni lo nombres. Su semblante parecía muy serio.. y entonces volvió a reír a carcajadas. Coño, no te asustes, jaja, os habéis asustado eh, si es que a mí haciendo bromas no me gana nadie, anda, bajad, que os pongo una copa. Invito yo. Coño, ¿y esa belleza? Eh, tranquila, tranquila. Laura se había lanzado hacia él de manera muy amenazante con el bate de béisbol en la mano.

A ver, tranquilidad por favor, hemos venido a buscar algo de comer, relajémonos. Un placer señor, vamos a coger algo y nos vamos. A coger algo dice, jaja, si ya no hay nada. Bueno, la bebida me la he quedado toda yo, la tengo ahí en mi coche. Pero de comer solo hay patatas de bolsa. 

La tienda estaba totalmente saqueada. Apenas quedaban unas bolsas de Doritos empezadas. Allí no había nada para comer. No te preocupes fenómeno, aquí cerca hay un restaurante, eso sí, os va a salir por un pico, la comida va cara, ya sabes, empieza a escasear. Gracias, le dije, vamos a ver si nos dan algo de comer. Voy con vosotros me dijo. Ni de coña, contestó Laura. Este tío no se sube en mi furgo. Qué pocos modales tiene tu hija, me dijo. No es mi hija, contesté. Ahora las chavalas con tanta libertad y tanta igualdad no respetan nada. Laura enfureció. O haces que se calle o le reviento la cabeza. Está bien, por favor. Nosotros nos vamos. Muchas gracias, le dije a Manolillo.

Sin mí, no vais a comer. Y sobre todo, sin mí, os van a robar. El restaurante es mío. Miré a Laura y a Jordi. Vamos Laura, tenemos hambre, deja que venga, dijo Jordi. Ella miró resignada pero asintió. A Laura le empezaba a conquistar como a mí la ternura de Jordi. Por otro lado, ella estaba muerta de hambre también. Jaja, rió Manolillo, la chavalilla quiere comer, verás el chuletón que te voy a dar. Por favor, Manolillo, calla ya. Anda, vamos. En apenas quince minutos entrábamos por la puerta de “CASA MANOLILLO”.

¿Te ha gustado?

32 points
Upvote Downvote