CASA MANOLILLO era un restaurante adornado con todo tipo de banderas de España, en todas sus formas y tamaños. De la pared colgaban algunas cabezas de ganado disecadas. No era la primera vez que veía un lugar así, pero no por ello no me generó en aquel momento cierta angustia. El caso es que teníamos mucha hambre y la cara de perplejidad de los tres apenas nos duró unos segundos. Como si no tuviéramos más energía por quemar o gastar discutiendo sobre el lugar en sí. Caímos sentados en la primera mesa que vimos.
Apenas había allí unas siete personas sentadas en una mesa. El lugar estaba totalmente desordenado y sucio. Comida por el suelo, las botellas abiertas por todas partes, las estanterías torcidas, y el suelo estaba totalmente pegajoso. Las siete personas de aquella mesa estaban como agotadas. Están todos borrachos, dijo Manolillo. Como si él no lo estuviera. En realidad, Manolillo llevaba una borrachera de aquellas toreras que tienen este tipo de personas que podrían estar bebiendo gin tonics y contando chistes baratos de toda índole machista o racista sin parar. Todo ello, sin perder la sonrisa en carcajada constante. Aún así, no parecía tener ningún tipo de peligro.
Laura lo miraba desafiante, con asco más bien. A Jordi le hacía gracia, y le correspondía cada uno de sus chistes. Manolillo no entendía aquellas respuestas, como si no le cuadrara que Jordi riera a todo lo que decía. Le incomodaba. En medio de todo aquello yo trataba, como siempre he hecho en mi vida, de mantener una paz para un objetivo común, comer. Elena siempre me reprochaba que era un “quedabien”, un soso, un aburrido. Siempre intentando agradar a todo el mundo y no discutir con nadie. De eso también se cansó, me dijo. Elena se cansó de todo, creo. Por eso se fue. Marta nos había salido más rebelde .Creo que también estaba enfadada conmigo por esa manera mía de ser que ni siquiera opuso ningún tipo de resistencia a Elena cuando esta me dijo que se iba. Creo que Marta está enfadada conmigo por eso. Eres un débil, me había gritado llorando al irse. Eres un débil y no quiero saber nada más de ti. No me llames. Desde entonces, poco habíamos hablado.
Los siete borrachos de aquella mesa estaban como anestesiados. Manolillo nos contó que se habían quedado así después de una copiosa comida que habían acompañado de otras tantas botellas de vino y los posteriores chupitos de hierba. Así que se habían quedado en ese estado de embriaguez presiesta y de ahí no salían. No se acababan de dormir pero tampoco de despertar. Daban cabezadas. Y cuando sus cabezas caían acompañadas de algún ronquido, justo en ese momento en el que te vas a dormir, se volvían a despertar al grito de “eh” con cierta babilla en los labios. Luego, vuelta a empezar. Menudo tormento quedarte así, pensé. Realmente lo era.
Mi mujer no está. Se fue. Y el cocinero también. Así que estamos nosotros solos y esos siete figuras, dijo Manolillo. Y tal como nos lo dijo nos hizo unas señas como para que no preguntáramos por su mujer y el cocinero. Venga fenómenos, vamos a ver qué nos podemos hacer, algo queda en la nevera. Manolillo no se despegaba de su copa de balón. Como si la tuviera atada a la mano. Jordi enfocaba con su mando hacia la tele de aquel lugar, intentando sin éxito encenderla. Laura no se separaba de su bate de béisbol. Yo espiaba por la ventanilla de aquel lugar de vez en cuando, y vigilaba que no viniera nadie.
Con lo que encontramos en aquella nevera, carne de todo tipo de vaca y buey, pudimos comer todo lo que quisimos hasta aburrir. Después, Manolillo se nos encaró a los tres. A ver chavales, aquí ya no me queda nada. Ya veis cómo está esto. Así que me voy a ir con vosotros, mi coche no funciona. Y como comprenderéis no funcionan los teléfonos, ni las grúas ni el seguro ni nada de nada. Necesito llegar yo también a Madrid, allí tengo buenos amigos. Antes de que la hippy esta diga nada, dijo señalando a una Laura que ya estaba preparando la ofensiva al respecto de aquella proposición, mirad lo que tengo aquí. Entonces Manolillo abrió una bolsa Nike de deporte y nos enseñó una cantidad de dinero abundante que no acertamos a poder contar por lo mucho que era. Sin esto, fenómenos, no vais a llegar ni a Zaragoza. He visto la tele, las cosas están muy feas por ahí. Creo que os va a venir bien el dinero y mi presencia, dijo señalándose de arriba abajo con una carcajada.
Ni de coña, dijo Laura. Pero vamos, ni de puta coña. Jordi se reía. Yo miraba a Laura. Laura, por favor, seguramente lleve razón. Yo le vigilaré, no te preocupes. Niña, haz caso a los mayores. Aquello enfureció más a Laura. Manolillo, por favor, si vas a venir te vas a comportar. Que sí, fenómeno, cojone, no se puede hacer ni una bromilla aquí jaja.
Justo en aquel momento, empezó a sonar la televisión. Jordi había logrado que de alguna manera su mando conectara con el aparato. Mis ojos se iluminaron al escuchar a Àngels Barceló. Estaba en el plató de Sálvame, en Telecinco, desquiciada y totalmente borracha. No me lo podía creer. Manolillo apagó la tele. Venga, andando. Al ver mi cara de asombro ante aquello, me dio unas palmaditas en el hombro y añadió: “es que me parece muy fuerte Jorge Javier”.