Los Borrachos. T2. Cap 3- Zaragoza

De repente, todo se fundió a negro. A nosotros nos cogió aquel apagón total llegando a Zaragoza. Los móviles dejaron de funcionar. No había cobertura. Las luces de la carretera se apagaron. Todo quedó a oscuras. Fue en un instante, y pudimos ver cómo todas las luces del exterior se apagaban de golpe.

Frené en seco. ¿Qué coño ha pasado? Preguntó Laura. Ni idea, le contesté. Se ha ido todo. No me va el móvil, dijo ella. No tengo señal. Todos comprobamos los nuestros, no funcionaba nada. Probé con la radio, y tampoco. Parecía como si el mundo se hubiera apagado de golpe. Necesitamos gasolina dije, señalando el indicador frontal. Estamos en reserva. Manolillo se reincorporó medio dormido. Cada vez tenía como más somnolencia etílica, le costaba más reaccionar. “¿Por qué paras, fenómeno?”, me dijo ladeándose. Jordi miraba a Mindfulness. La chica tenía los ojos cerrados y parecía como si estuviera meditando. Y esta qué coño hace. Eh, tú, le dijo Manolillo. Ella abrió los ojos y le sonrió. Paz y amor, le dijo, paz y amor. Después recargó la escopeta que llevaba entre las piernas en tono amenazante. Manolillo volvió a la parte de atrás.

Tranquila, deja eso, le dije señalando el arma. Vamos fuera chicos, hay que pensar qué hacemos. Podríamos ir a ver a un amigo que tengo en Zaragoza. Dijo Manolillo. Nos iría bien comer caliente, dormir en camas normales y descansar. No tenemos ni idea de lo que nos podemos encontrar en Zaragoza si entramos en la ciudad, le dije. Estoy harta del puto campo todo el rato, dijo Laura. Yo también quiero ir a Zaragoza a ver qué coño está pasando con el mundo. Les miré contrariado, no sé yo, les dije, no me gusta mucho la idea. ¿Dónde vive tu amigo? Pregunté. En la plaza del Pilar. Joder, Manolillo, nos vamos a meter en todo el centro. A mí no me da miedo, dijo Mindfulness mostrando su escopeta y la pistola que llevaba en el pantalón. Jordi le sonrió. Por alguna razón, aquella chica le hacía feliz. Le daba paz. Se puso a su lado.

Bien, lo primero que haremos será intentar llegar a una gasolinera y llenar el depósito, dije. Vamos allá. Manolillo, nos vamos a ver a tu amigo. Espero que valga la pena. Sí, patrón, no me sea huevón, dijo él imitando el acento colombiano a modo de Pablo Escobar. Y se echó a reír. Jordi se rió con él. Putos chalados, dijo Laura. Antes de irnos necesito meditar un poco. ¿Qué coño? Dijo Laura. Por favor, no hay tiempo para eso. Vámonos. Es mejor llegar a primera hora, los borrachos estarán más calmados. Que necesito meditar. No encuentro mi paz. Joder, dijo Laura, lo que nos faltaba. ¿Por qué no la dejamos aquí? dijo. Yo también necesito meditar, dijo Jordi sonriendo. Manolillo se echó a reír. Yo también dijo señalando la botella de Larios. Laura se metió en la furgo cabreada. Idiotas. Quince minutos dije, quince minutos y nos largamos.

Ya estoy en paz, dijo Mindfulness picando en la ventanilla de manera insistente. Me estaba quedando dormido. Que ya estoy en paz, repitió en tono un poco menos amable esta vez. Está bien, está bien. Venga chicos, vámonos. Te quiero, me dijo. Yo también, añadió Jordi. Y yo, dijo Manolillo. Sois todos muy graciosos. Venga, vamos.

No tardamos en llegar a una gasolinera a la entrada a Zaragoza. Como las anteriores, estaba desierta pero tenían gasolina. Y pudimos recargar. Cada vez encontrábamos menos coches en circulación y más coches estampados por todas partes. Supongo que eso disminuía la necesidad de gasolina. Mejor para nosotros. Jordi se alejó hacia la parte de atrás de la gasolinera. De repente empezó a llamarnos a gritos desde el otro lado del edificio. Fuimos hacia él. Estaba saltando y señalando al cielo a lo lejos sonriendo. Desde esa parte de la gasolinera se podía ver Zaragoza a lo lejos. Estaba totalmente apagada de luz artificial pero podíamos ver perfectamente un reguero de hogueras por todas partes. Eso le daba un aspecto un tanto mágico pero poco conciliador. En el lado oeste alguien estaba lanzando fuegos artificiales. Estos  lo están quemando todo, por eso no va nada, dije.

Lo  más inquietante de todo era el rugido sonoro que podíamos sentir desde ahí. Un rugido de gente gritando, cantando. La sensación que daba aquello era de un macro botellón descontrolado. Miré a Manolillo. Menudos fenómenos estos maños. ¡Viva el Pilar! Gritó alzando la copa.

Mindfulness disparó una ráfaga de tiros al aire. Laura se me echó encima del susto. Ella empezó a reír. Andando, dijo.

¿Te ha gustado?

31 points
Upvote Downvote