La entrada a Zaragoza por carretera era un caos. Llegó un momento en el que era absolutamente imposible seguir circulando. Coches amontonados y estrellados entre sí bloqueaban cualquier opción de acceso y circulación. Busquemos un lugar donde dejar la furgo, habrá que seguir a pie y cuando queramos seguir para Madrid, volver, y buscar una ruta alternativa. No lo veo yo muy claro, pero es lo único que podemos hacer si queremos entrar en la ciudad. Mindfulness recargó el arma a vista de todos en señal de aprobación a mi propuesta.
Eran las 6 de la mañana y la ciudad estaba ahora más calmada. El griterío había desaparecido y tan solo había humo por todas partes de hogueras todavía encendidas o recién apagadas.
Es el momento chicos, les dije, es el mejor momento para caminar por aquí. Los Borrachos deben estar ahora durmiendo o agotados. Llorando tal vez, los más depresivos. Vamos allá. Coged lo básico, y las armas. Esperemos que tu amigo nos dé de comer al llegar. Tranquilo fenómeno, el Juanlu es todo un caballero. Bien, yo iré delante con Laura, Manolillo no te despegues de Jordi. Mindfulness irá detrás cerrando el grupo. Yo quiero ir con Mindfulness dijo Jordi. No. Tú vas en el medio con Manolillo, es más seguro. Ven pacá chaval conmigo, que las mujeres solo te van a dar dolores de cabeza. Laura le miró desafiante. Niña no me mires así hombre, que era una broma, dijo dando un trago. Manolillo, deja la copa en el suelo por favor, ya te harás con otra en casa de tu amigo. Éste dio un último trago y allí dejó su copa de balón. Venga, los ojos bien abiertos.
Entramos en la ciudad y no dábamos crédito a lo que veíamos. El caos era absoluto. Contenedores ardiendo, escaparates destrozados, tiendas saqueadas, furgones de la policía nacional aporreados, y gente yendo y viniendo ladeándose totalmente colocada. Sin ningún sentido. No daban ninguna sensación de peligro por el estado en el que estaban y porque iban solos por lo general. De esa manera en la que uno vuelve a casa tras una noche de euforia. Uno de ellos iba buscando las llaves de su casa, y no paraba de repetirlo. Otro estaba parado pidiendo un taxi cuando por allí no circulaba nada. Una chica se quitaba los tacones sentada en la acera.
También había gente tirada en el suelo de cualquier manera, unos encima de otros. Se escuchaba a gente llorar y gemir. Poco más. Apenas pasaba de vez en cuando algún coche. Algunos de ellos lo hacían para terminar estampándose contra otros. No sé para qué vamos a necesitar el dinero en un mundo así, murmuré. Madre mía. Qué desastre.
Bien chicos, la Plaza del Pilar está hacia allá. No tiene pérdida. Vamos a ir avanzando por aquel lateral, les dije señalando a mi derecha. Vamos a intentar no llamar la atención. Hombre jefe, complicado, me dijo Manolillo señalando las armas que llevábamos en las manos. Llevas razón, esconded un poco las armas.
De repente, del portal que teníamos justo delante de nosotros salieron como unas diez personas de golpe. No tuvimos tiempo de reacción. Llevaban un carro de supermercado lleno de botellas de alcohol y cada uno sujetaba además una en su mano, de la que iban bebiendo.
Se giraron y se nos quedaron mirando. El tiempo se detuvo. Desencajábamos totalmente en aquel ambiente de ciudad borracha y desordenada. Se acercaron. El primero, un chico de unos 30 años que iba en traje y chaqueta nos dijo: Eh, vosotros, qué miráis. Qué pasa, añadió. El resto se vino también entonces hacia nosotros. Oye ¿Vosotros no estaréis serenos no? Eh, parece que estos tíos no han bebido nada. Habrá que arreglarlo. Empezaron a reír.
Me bloqueé. Y aunque llevaba un arma, en aquel momento, no sabía qué hacer con ella. Nunca había disparado nada, ni en la feria. Entonces Mindfulness me adelantó por la izquierda, se acercó a aquel primer chico y empezó a hablar como si fuera totalmente borracha. “Qué pasa tio contigo por qué no nos dejas en paz con nuestra fiesta”, le dijo en una perfecta interpretación de palabras atropelladas y miradas caídas. Jordi se fue detrás de ella y le siguió el rollo. Laura, me miró y me dijo en voz alta: “Tengo ga ganas de be ber un un poco de ron”. Manolillo se echó a reír y no necesitó interpretar nada. Miré a mi alrededor y salí del bloqueo. “Eh co co legas, viva la Vir gen gen del Pi Pilar”. Todos respondieron: “¡Viva!”. Y se fueron.