¿Y estos quiénes son? La voz llegaba desde el otro lado de la habitación. El primo de Fausto, Miguel, aquel hombre que yacía en la cama con dos disparos en el pecho, se había levantado y había caminado hasta la habitación en la que estábamos. Co co ño, Manolillo, dijo. Le costaba hablar, tenía que ir parando y cogiendo aire.
¡Miguel! Cuánto tiempo. Estás hecho un trapo, le dijo Manolillo. Ya nos ha contado Fausto. Madre mía, qué desastre. Anda, ven, que te presento a mis amigos. Nada, quita, quita, dijo él, yo solo venía a por un trago y me vuelvo a la cama. Me canso mucho. Hola a todos, añadió. ¿Tú estás bien? Le dijo a Manolillo al pasar por su lado. De repente ,le miró a los ojos y le dijo “Deberías dejarlo y pedir ayuda, el alcohol es malísimo para la salud”. En ese momento, Manolillo se desplomó y Miguel empezó a reír a carcajadas, lo que provocó que cayera también al suelo ahogándose pero sin parar de reír.
Joder Miguel, le dijo Fausto, no hagas estas bromas hombre, te dije que no lo hicieras más con nadie. La gente se cae y se puede hacer daño. Y tú al final no te vas a morir pero vas a necesitar una máquina de oxígeno para mantenerte en pie. Perdonadle, no puedo traer invitados a casa sin que a este le dé por hacerles esto a todos.
Laura no pudo evitar reírse mirando a Manolillo tirado en el suelo. En ese momento, Jordi despertaba de su sueño totalmente desconcertado. Mindfulness aprovechó para mirar a Miguel y decirle “te quiero mucho, lo siento muy dentro”. Se levantó del suelo y nos dijo que ya había encontrado su centro. Él la miró con desconcierto. Le advertí con una señal en mi cabeza que no estaba muy bien y que no le hiciera mucho caso. Fausto me miró y me dijo: Se hace tarde, creo que vais a tener que pasar aquí la noche. Es peligroso salir ya a la calle.
De fuera empezaba a llegar un ruido cada vez más ensordecedor. Desde la ventana podíamos ver cómo la gente iba llegando a la plaza y llenando todas las aceras y calles colindantes. Alguna pelea aislada, música, hogueras. Un auténtico desastre. No había luz ni electricidad. ¿Estamos seguros Fausto aquí? le dije. Sí, tranquilo. Estamos seguros. De momento me las he apañado muy bien. Aunque desde el apagón general del otro día todo ha empeorado y yo no sé cómo va a acabar esto.
Unos fuertes golpes en la puerta nos distrajeron de nuestra charla. Quietos, dijo Fausto. Voy yo. Después de echar un ojo por la mirilla, Fausto abrió la puerta. Una chica de unos 20 años, vestida de sport, con vaqueros y camiseta negra de tirantes, entró. ¡Cerrad! ¡Cerrad por favor! En ese momento ella sacó una pistola y me encañonó. Yo, yo vengo, dijo. Todo el mundo quietecito o lo vuelo la cabeza a este.
Tranquilos, dijo Fausto, es mi hija. Hola cielo. Anda, tira la pistola que les estás asustando. Ella se rió. Hola papi, dijo. Venga Patricia, métete en la cama, que vaya peste a alcohol me traes hoy otra vez. Y los demás venid, que os voy a enseñar vuestras habitaciones.
¿Dónde está Laura? por cierto, dije. Jordi me tocó el hombro y señaló hacia la calle. Miré a la puerta. Seguía abierta. Grité. “¿Laura?”. Ella gritó ya desde el portal pero lo escuchamos perfectamente. “Lo siento, no aguanto más, me voy a dar una vuelta. Vuelvo antes de que se haga de día”. “¡Laura!” repliqué. Pero ya no contestó.