Cuando Mindfulness y los demás se dieron cuenta de que éramos inofensivos, nos desataron. Ninguno de ellos estaba borracho. Manolillo protestó lo justo por el golpe recibido. Lo justo porque Mindfulness le enseñó de nuevo la culata del arma con la mejor de sus sonrisas cuando él empezó con la queja.
No muy lejos de allí, aquellas cuatro personas vivían en una vieja masía que, según nos contaron, habían encontrado deshabitada. Al parecer, los tres varones mantenían una relación de amor con Mindfulness, aquella dulce chica que le había propinado, no en vano, un severo golpe en la cabeza a Manolillo. Fuera como fuere, muy amablemente, nos invitaron a cenar.
Nos contaron que aquellos chicos a los que habíamos asustado vivían en una comuna no muy lejos de allí y que en realidad no hacían daño a nadie. Estaban más fumados que borrachos, que también, y se pasaban el día cantando por Serrat, Sabina y Labordeta. Organizaban de vez en cuando alguna que otra Asamblea para decidir cosas. Pero poco más. Nos advirtieron, eso sí, de varios grupos itinerantes que andaban por la zona mucho más peligrosos. De ahí las armas. Al parecer, esos tres chicos eran militares.
No hacía mucho, nos contaron, un grupo de chavales de no más de 18 años habían intentado emborrachar a Mindfulness cuando ésta meditaba una tarde sola en la montaña. Pero Mindfulness siempre medita con el arma bajo el culo, rieron, y tardó muy poco en abrir los ojos, respirar y lanzar varias ráfagas de tiros al aire que hicieron correr a aquellos chavales como si no hubiera un mañana. La chica lanzó otra sonrisa amenazante a Manolillo, que finalmente había desistido de dirigir sus bromas pesadas hacia ella.
Laura se me acercó pasado un rato y me dijo: Oye, deberíamos volver a la furgoneta, la bolsa con el dinero está allí. Asentí con la cabeza. Me levanté de aquella especie de sofá común en el que nos habíamos tumbado un rato y entonces sentí una mano en la nuca. Tú, me quiero ir con vosotros, ya no quiero a estos chicos, te quiero a ti. Te quiero mucho. Laura se empezó a reír a mi lado. Jordi le siguió el juego. Manolillo optó por no hacer nada. Qué dices, no me jodas, oye que no quiero líos con estos. Vuélvete al sofá. Ella sonrió mientras negaba con la cabeza. Jordi juntaba los dos dedos de ambas manos haciendo aquel gesto conocido que se hace para indicar que hay algo entre dos personas. No, tú te quedas aquí. Chicos, vamos a despedirnos y nos vamos.
En ese momento, Mindfulness empezó a gritar desesperadamente. Los tres chicos regresaron de fuera, donde estaban fumando un cigarro, y entraron con las armas en alto. ¿Qué pasa? Este, que me ha tocado el culo, dijo Mindfulness. Eh, vamos, tranquilo todo el mundo. Los tres chicos se echaron a reír. Joder amor, ¿ya estamos? Deja a estos chicos en paz., dijo uno de ellos. Perdonadla, ya es un poco así.
Bueno, nosotros nos vamos. Muy bien, dijeron ellos. Aprovechad ahora, a estas horas esto suele estar muy tranquilo. Los Borrachos no son peligrosos a las 6 de la mañana. Como mucho algún pesado buscando un ibuprofeno para la resaca, pero poco más. Id ahora.
Un momento, no tan rápido, dijo Mindfulness. Marc, dijo dirigiéndose al más alto, tienen una bolsa llena de dinero, les he escuchado antes. El tono de la chica sonó más serio que dulce por primera vez. Las armas volvieron entonces a apuntarnos.