
CAPÍTULO 1: ¿QUÉ ESTÁBAMOS MIRANDO?
Cuando se produjo el primer contacto con los Drépanos la humanidad recién estaba saliendo de una pandemia brutal que había dejado millones de muertos en todo el mundo y todavía se encontraba gozando de la típica libertad festiva que se produce después de acontecimientos catastróficos como una guerra, un desastre natural o un colapso económico.
Al principio, por supuesto, todos pensaron que se trataba de una broma o de una noticia falsa ya que en esos años era muy común que nada fuera del todo cierto, sin embargo con el correr de las horas y de los acontecimientos no quedaron más dudas: La humanidad estaba frente a su primer contacto con una civilización extraterrestre.
No fueron pocos los que relacionaron el virus de la pandemia con un posible ataque previo de los Drépanos, ya que a simple vista era demasiada casualidad que ambos hechos se encontraran a tan poca diferencia de tiempo y no tuvieran relación. Parecía bastante lógico: “Primero nos envían un virus letal para diezmarnos por completo y enseguida llegan a conquistarnos sin mucho esfuerzo” aseguraban en los bares entre cerveza y cerveza. Al mismo tiempo decenas de prestigiosos expertos salían a declarar en todos los medios que eso era absolutamente falso y que no había ningún tipo de relación entre un virus que llevaba muchísimo tiempo mutando en la Tierra y estos lejanos extraterrestres. Naturalmente nadie les creyó y los Drépanos comenzaron la bienvenida con el estigma de ser señalados como los autores del supuesto ataque inicial.
De un momento para el otro la euforia y la alegría que estaba recorriendo el planeta tras haber vencido al virus se detuvo como un reloj y en menos de una semana todos los habitantes se volvieron a encerrar en sus casas, a improvisar búnkers, a almacenar alimentos, a guardar agua y a abrazar a los suyos.
Los gobernantes de todos los países estaban perplejos, no sabían si estaban frente a una amenaza horrorosa a la que había que responder con todas las armas posibles o si se debía primero investigar qué era lo que querían estos seres del espacio. “Ante la duda hay que atacar” era lo que más se escuchaba por todas partes. “Ante la duda hay que esperar” replicaban los que tenían más poder de fuego.
“¿Cómo es que los extraterrestres llegaron hasta acá sin que nuestros centros de observación espacial pudieran detectarlos?” se preguntaban los presidentes con cierta razón. “¡Destinamos millones y millones del presupuesto para investigar galaxias, estrellas, planetas, cometas y hasta meteoritos enormes que podrían colisionar contra la Tierra y sin embargo de un día para el otro tenemos encima de nuestras cabezas a miles de naves extraterrestres y no las vimos venir!” exclamaban furiosos “¿Qué estábamos mirando?”.
La pregunta retumbaba en todo el planeta pero sobre todo en las altas esferas gubernamentales mientras los astrónomos sólo ensayaban una tímida explicación ante su propio estupor. “Creemos que viajan a la velocidad de la luz y por eso hasta hace una semana no teníamos noticias de ellos”.
Era verdad, apenas una semana antes del arribo de los Drépanos los insomnes trabajadores del observatorio del Teide se sobresaltaron frente a lo que parecía ser un error en el informe del Telescopio Robótico Bradford que indicaba que miles y miles de puntos en el espacio se movían a una velocidad jamás vista y en franca dirección a nuestro planeta. De inmediato realizaron un relevamiento íntegro del instrumental pero no encontraron ninguna falla por lo tanto consternados elevaron el hallazgo a todas las comunidades científicas de la Tierra quienes incrédulos enfocaron entonces sus telescopios gigantes hacia las coordenadas provistas por el Teide y no tardaron en confirmar que no se trataba de ningún error. Delante de sus desoladas miradas la infernal flota Drépana surcaba el espacio rumbo a nosotros.
“Me cago en la leche” dijo al enterarse el empleado de limpieza del observatorio y llamó de inmediato a su esposa que estaba durmiendo.
CAPÍTULO 2: PARABARITO
Eran las 4 de la mañana y a la mujer del Cheba no le sorprendió en lo más mínimo que su marido la llamara a esa hora así que atendió casi en automático sin imaginar lo que estaba por escuchar.
- María, nos atacan los marcianos, levanta a los niños, avísale a tu madre si quieres, toma el arma que está dentro de la funda de la guitarra, traba las ventanas y cierra la puerta con dos vueltas de llave.
La mujer se incorporó de inmediato y respondió sin inmutarse:
- ¿Estás preso no?
- Que no, María, que me acabo de enterar que nos atacan los marcianos y a tí pareciera que te da igual.
La mujer por primera vez pareció tomar cierta dimensión de lo que estaba ocurriendo así que respondió con el tono de voz más calmo que pudo.
- Si estás secuestrado y no puedes decirlo por favor pronuncia la palabra: Parabarito
- ¡Pero coño! – respondió exaltado el Cheba – ¿Cómo podría incluir la puta palabra parabarito en una oración lógica delante de secuestradores? Te estoy diciendo la verdad, mujer
- ¡Tú nunca dices la verdad! – respondió ella enfadada por la hora, por lo que estaba oyendo y por quién sabe cuántas viejas historias entre ellos dos
- Esta vez es distinto – contestó él y tenía razón.
María se quedó callada y María nunca se quedaba callada.
Ellos se habían conocido en Madrid cuando eran muy jóvenes a través del hermano de María que era un muchacho muy bien conectado con el cual el Cheba mantenía ciertos negocios de los que no se hablaban en voz alta. Cuando la policía no estuvo de acuerdo en la legalidad de esos asuntos arrestó al hermano de María una madrugada y pese a que éste no delató a nadie la joven pareja decidió abandonar la península de un día para el otro y mudarse a Tenerife para empezar de nuevo y formar una familia.
Al poco tiempo de buscar empleo le ofrecieron un puesto de limpieza en el Observatorio Espacial del Teide. Al principio el Cheba dudó en aceptar la propuesta porque jamás había trabajado en relación de dependencia. En realidad casi nunca había trabajado y jamás había sostenido una escoba más que para matar a una rata en la casa de sus padres cuando era niño, sin embargo le había prometido a María que buscaría un trabajo honesto con tal de que ella lo acompañara en su huida de Madrid hacia las Islas Canarias y no quería defraudarla. Por otra parte pensó que en ese trabajo no habría demasiada competencia y si se ganaba la confianza de los jefes del observatorio con su carisma y su habilidad para resolver inconvenientes podía obtener en pocos meses algún tipo de ascenso hasta dejar el balde para que limpie otro. Obviamente el plan del Cheba no funcionó en lo más mínimo ya que era virtualmente invisible para sus superiores con los que casi no compartía horario laboral porque la limpieza se realizaba de noche cuando sólo quedaba una mínima guardia vigilando el espacio exterior desde un salón con decenas de pantallas.
Compensaba esa vida recorriendo la isla con la funda de su guitarra asaltando turistas con una escopeta que escondía ahí dentro.

Esa madrugada, mientras el Cheba conducía nervioso su furgoneta desde el Observatorio Espacial hasta su casa para contarles lo que estaba sucediendo a su familia y también a algunos vecinos a los que María había despertado para avisarles que su marido traería “noticias impactantes que todavía no estaban en los noticieros”, algunas de las naciones más poderosas de la Tierra formaban un comité de crisis compuesto por políticos, científicos, militares y allegados para analizar la situación en una teleconferencia mundial secreta sin precedentes.
Cada uno de los mandatarios junto a sus equipos exponían la información con la que contaban sin guardarse ningún detalle porque ni siquiera había tiempo para la especulación política. El miedo los igualaba como un reflector. Además, la verdad, es que todos contaban más o menos con la misma información, esa que decía que alrededor de diez mil puntos en el espacio se aproximaban a nuestro planeta a una velocidad nunca vista.
Los traductores de todos los idiomas ajustaron sus auriculares mientras se abrían los micrófonos, se encendían las cámaras y comenzaba la primera reunión del Comité de Crisis con más urgencia que solemnidad. El encargado de tomar la palabra para dar la bienvenida fue el Cónsul que era el más acostumbrado a romper el hielo en los Congresos y en las fiestas fuera de protocolo.
- ¡Hola! Sean bienvenidos a este primer encuentro del Comité Urgente de Crisis, que de ahora en adelante llamaremos simplemente por la sigla CUCO
- Falta la O – acotó con razón el General Sanders
- Queda mejor así, y tiene más que ver con todo este asunto – argumentó el Cónsul
- Empezamos mal – murmuró el General
- Por favor no es momento de detenerse en eso, no sean imbéciles – intercedió con su habitual autoridad la Canciller alemana y entonces ya no se habló más del nombre.
- Bueno, antes que nada quiero plantear la mínima posibilidad de que tal vez no sean naves – continuó el Cónsul sin creerse ni en lo más mínimo lo que estaba diciendo pero mostrando un optimismo a prueba de razones – quizás se trate solamente de un fenómeno natural producido por alguna explosión o algo así, no lo sé.
- No, no – lo corrigió de inmediato el director de la NASA – son puntos en el espacio exterior que avanzan en formación geométrica y con movimientos inteligentes. Sin dudas son naves espaciales alienígenas
Un silencio pesado se esparció entre todos los conectados.
- ¿Y de qué tamaño son las naves? – preguntó alarmada la secretaria personal del Ministro de Defensa de Francia como si eso cambiara mucho la situación
- Bueno, todavía no lo podemos confirmar – le respondió algo dubitativo el director de la NASA sintiendo que era su responsabilidad tener esa respuesta
- Nosotros tenemos hecho un cálculo aproximado – expuso con cierta prudencia el jefe de la Agencia Espacial Federal Rusa
- ¿Y cuánto les da? – volvió a preguntar cada vez más alarmada la secretaria personal del Ministro de Defensa de Francia
- Según nuestros cálculos – hizo una larga pausa aunque no había tiempo para pausas dramáticas – cada una de las naves espaciales que se aproximan a la Tierra tienen el tamaño de un estadio de fútbol
- ¡Wow! – se sorprendieron todos los que estaban en la teleconferencia sin poder dar crédito a lo que estaban oyendo
- ¿Solamente el campo de juego o contando las gradas? – preguntó el enviado del Vaticano para que no haya una confusión.
- Contando todo – respondió lapidario el ruso.
- ¡A la marosca! – se asustó el enviado del Vaticano y se fue de la pantalla
- ¿Cuánto falta para que lleguen estas criaturas de mierda? – preguntó la Canciller alemana con su típico pragmatismo
- Siete días – le respondieron varios.
- O sea… una semana – calculó bien el presidente de EEUU
- La mejor defensa es un buen ataque – interrumpió el agregado cultural de Israel como si hubiese dicho lo que había que decir
- Mire, con todo respeto, un ataque preventivo en el espacio contra diez mil naves del tamaño de un estadio de fútbol que viajan a la velocidad de la luz es absolutamente imposible – dijo el General Sanders
- Usted no me va a decir lo que es imposible – le replicó con voz finita el enviado israelí
- Es imposible, lo lamento – repitió lacónico el General Sanders y entonces todos dijeron “uhhh” como si le hubiera pegado un puñetazo en los dientes
- ¿Y si hacemos un escudo magnético protector alrededor del planeta para que las naves enemigas estallen cuando choquen contra él? – propuso el Primer Ministro del Reino Unido haciendo un círculo en el aire con las dos manos.
De inmediato le cortaron la conexión.
- ¿Alguien más tiene alguna estupidez para proponer? – preguntó irónicamente el General Sanders
- No – respondió de inmediato el Presidente de EEUU
- Entonces pasemos directamente al plan B
- ¿Matarnos antes de que nos esclavicen como hicieron los hombres de color negro? – preguntó muy afectado el presidente de EEUU
- No, no – lo tranquilizó el General – yo no quisiera decir lo que voy a decir, pero…
- ¡Ya sé! ¡No lo digas! No lo digas… – le pidió el Cónsul casi en una súplica
- Es mi deber poner sobre la mesa todas las soluciones al alcance y por lo tanto no puedo evitar decir en voz alta a la más importante… hay que buscar a Voynich
Una serie de murmullos y lamentos se escucharon en todos los micrófonos al mismo tiempo.
- ¿Quién es? – preguntó asustada la secretaria personal del Ministro de Defensa de Francia
- Es el único científico en la Tierra experto en extraterrestres, sólo él puede darnos todas las respuestas que necesitamos… nos había advertido sobre esto y no le hicimos caso – se lamentó el General
- ¿Y por qué no lo llaman ya? – preguntó confundida y con razón la secretaria del Ministro de Defensa de Francia
- Bueno, no es tan fácil – susurró el ruso
- ¿Por qué?
- Es que lo expulsamos de la comunidad científica – aclaró el hombre de la NASA
- Y nos burlamos de él – recordó el ruso
- Sí, y le quemamos el traje nuevo con un cigarrillo en la fiesta de fin de año científica
- Claro, me había olvidado – dijo casi riéndose el ruso – le hicimos tanto bullying que nos volvimos expertos en bullying…
Todos volvieron a hacer silencio durante unos segundos como si recordaran anécdotas divertidas pero con tristeza.
- Voynich… Voynich… la concha de su madre… – susurró preocupada la Canciller alemana
- No va a ser fácil ubicarlo, dicen que vive en las montañas aislado de todos o que habita una pensión mugrienta en medio de alguna gran ciudad o que pasa sus días en un barco pesquero atracando en cualquier puerto del mundo sin que nadie lo reconozca o que ahora es un magnate millonario que utiliza otro nombre y otro sexo
- Si, se dicen cosas absolutamente dispares sobre él, incluso que está muerto
- Bien muerto está el idiota
- ¡Basta, ruso, no es momento de continuar con el bullying
- Además no va ser fácil que colabore – aseguró el General Sanders
- Sí, nos odia – dijo el hombre de la Federación Rusa entrando en razón
- Y a la humanidad también – replicó el General Sanders
- Y para colmo nosotros somos humanos – recordó el Presidente de EEUU
- Mejor busquemos a otro – propuso el Cónsul – tiene que haber otro ¿No?
- No hay otro como él – se lamentó el chino que hasta ahora no había dicho nada – sinceramente no hay otro como él… me voy a bañar.
- ¡Yo si quieren lo llamo! – interrumpió la secretaria personal del Ministro de Defensa de Francia mientras se recogía el cabello. El chino volvió sobre sus pasos.
- ¡Eso! Llamalo como cosa tuya – le propuso el Cónsul con renovada esperanza
- Si, me parece bien – apuntó el director de la NASA – no le digas que hablaste con nosotros
- ¡Perfecto, sí! Contale muy por arriba como está la situación a ver qué te dice
- Ok, pásenme el número – dijo la mujer
- Esperá, lo tengo que tener anotado en algún lado – respondió el Cónsul y se puso a buscar en una pequeña libreta roja llena de tachaduras hasta que lo encontró – acá está!
- ¡Shh! No hagan ruido que voy a llamar – dijo ella y marcó el número de Voynich
Todos hicieron silencio para escuchar la conversación.
CAPÍTULO 3: MATAR AL MENSAJERO
La profunda y alegre voz de Voynich se oyó tras unos pocos segundos de repetirse el tono de llamado.
- ¡Hola! Usted se ha comunicado con el contestador automático del profesor Voynich, por favor deje su mensaje después de la señal y un número de teléfono para poder responder a la brevedad, muchas gracias.
La inmediata decepción de todos los integrantes del Comité al darse cuenta de que era un mensaje grabado se tradujo casi de manera automática en un renovado fastidio contra Voynich, sin embargo la mujer respondió sin titubear.
- Hola, mi nombre es Geraldine Laurent, soy la secretaria del Ministro de Defensa de Francia y me comunico con usted para hacerle saber una información absolutamente confidencial que ojalá le interese tanto como a nosotros para así poder contar con sus valiosos aportes y conocimientos. La situación es la siguiente: Los telescopios espaciales han advertido la presencia de miles de naves extraterrestres que se aproximan a nuestro planeta a la velocidad de la luz y no sabemos qué hacer, Le dejo mi número personal para que se comunique conmigo lo antes posible: +33122477297. Muchas gracias de antemano y espero su llamado a la brevedad porque se trata de una situación límite para la seguridad mundial.
Tras decir eso cortó la comunicación mirando a todos con la tranquilidad y la seguridad de aquellas mujeres acostumbradas a que les respondan rápidamente cualquier mensaje.
- No va a llamar – sentenció con suficiencia el hombre de la NASA acariciándose la barbilla
- Es que le gusta hacerse el misterioso, siempre fue igual, lo molería a golpes – dijo el ruso golpeando su puño contra la palma de su mano y se notó que le dolió
- Va a llamar – los tranquilizó Geraldine – siempre llaman…
- Bueno, mientras esperamos yo propongo un brindis para celebrar que estamos todos juntos sin diferencias políticas buscando una solución para un problema que tenemos en común – exclamó el Cónsul mientras destapaba con elegancia una botella de champagne pero no lograba evitar bañarse con la espuma que no dejaba de salir pese a sus apurados y torpes movimientos
- No podés ser tan pelotudo – le dijo la Canciller alemana negando con la cabeza
- Te la batieron, Cónsul – concluyó el chino – me voy a cenar.
- ¿Es champagne? – preguntó preocupado el presidente de EEUU
- Si, si – respondió el Cónsul distraído tratando de secarse con un pañuelo de seda
- A mí me pasó lo mismo con leche esta mañana – continuó el presidente de EEUU – no es para nada grave, se manda la prenda a la tintorería y te la entregan a las 24 hs tan limpia y planchada que te dan ganas de volver a ponértela enseguida
- Yo prefiero tirarla – comentó el agregado cultural de Israel – siempre hay alguien que la necesita aunque esté manchada
El general Sanders tosió fuerte varias veces en el micrófono para lograr un poco de atención y tomó la palabra.
- El reloj no para de correr y las naves continúan acercándose, lamentablemente deberíamos pasar al Plan C
Todos hicieron silencio y se miraron sin saber cuál era el plan C
- ¿C de casa? – quiso confirmar el presidente de EEUU
- C de “cagamos fuego” – le respondió el ruso estallando en una carcajada ante la incómoda mirada de los demás – perdón, es que estoy nervioso y un poco borracho – se disculpó mientras controlaba la risa con esfuerzo.
- El plan C es evacuar – aclaró con pesar el General Sanders
- ¿Evacuar? – se alarmó la Canciller alemana – ¿Cómo carajo vamos a evacuar a toda la población mundial?
- Bueno… a toda no – le respondió el israelí – por lo menos a la de los países más importantes
- ¿No hay plan D? – preguntó ilusionado el presidente de EEUU
El general Sanders elevó la mirada al cielo y contestó con solemnidad
- Si, señor, encomendarnos a dios
- No, no, en serio – dijo el ruso – ¿No hay plan D?
Justo en ese momento sonó el celular privado de la secretaria del Ministro de Defensa de Francia y velozmente la mujer tomó el aparato en sus manos para leer en voz alta con una sonrisa triunfal:
- “Número desconocido”… es él – y atendió con tono sexy

Los demás se quedaron mirando y escuchando sólo la voz de ella porque el celular de Geraldine no estaba conectado a los altavoces de nadie. Por lo tanto mientras Voynich del otro lado de la línea no paraba de hablar, los demás sólo la escuchaban a ella asentir con resignación, negar con énfasis, explicar con frases cortas lo poco que sabían de las naves que se acercaban, reír nerviosamente, ponerse seria, coquetear, mirarlos con cara de horror, luego mirarlos con cara de sorpresa, luego mirarlos con una expresión divertida, luego aceptar en reiteradas oportunidades, luego intentar interrumpir inútilmente y finalmente despedirse diciendo que lo iba a consultar con los demás y que lo llamaría para contarle la decisión tomada.
- ¿Quién era? – preguntó antes que los demás el Presidente de EEUU
- Voynich – respondió ella
- Maldito hijo de perra – murmuró el ruso
- Bueno, vamos al grano ¿Qué dijo? – apuró el Director de la NASA
Geraldine arqueó la cejas, se respaldó en su asiento y encendió un cigarrillo antes de comenzar a hablar. El Cónsul tosió como si le molestara el humo a través de la pantalla.
- ¡Dale pendeja! – exclamó nerviosa la Canciller alemana golpeando con las uñas varias veces al vidrio de la cámara
- Ok – dijo la secretaria del Ministro de Seguridad de Francia y se incorporó en el asiento – Voynich dice que sospecha quiénes son los extraterrestres que se acercan a la Tierra y que en ese caso sabría lo que hay que hacer pero no lo puede decir en una comunicación telefónica porque es información sumamente delicada y solamente la puede exponer en un ámbito absolutamente privado y confidencial por lo tanto los invita sin rencores a que celebren una reunión secreta donde él se encuentra para informarles punto por punto absolutamente todo lo que está sucediendo y cuál es el único camino a seguir.
- ¿Sin rencores? – preguntó sorprendido el ruso
- Si – contestó ella – Voynich dice que está en otra etapa de su vida, que sólo los mediocres se quedan atrapados en el pasado y que nada de lo sucedido con ustedes está a la altura de lo que está por ocurrir en nuestro planeta
- ¿Te habló bien de mí? – preguntó curioso el Cónsul
- No, no me habló bien ni mal de ninguno de ustedes. Lo noté tan entusiasmado como preocupado con estas noticias, me confesó además que es la gran oportunidad que siempre estuvo esperando para poder confirmar todo lo que estudió y entendió sobre la vida extraterrestre.
- Y sí… – reconoció el General Sanders con hidalguía – sabe mucho, eso no se lo puede negar ni el más obtuso de sus tantos enemigos
- Es verdad, por algo Voynich es Voynich y los demás somos los demás – concluyó el ruso desolado
- Me parece una hermosa señal que quiera colaborar, tenemos que organizar ya mismo esa reunión – propuso el hombre de la NASA
- Claro que sí – se entusiasmó el Cónsul – yo me encargo de coordinar la logística protocolar de todos para que esta reunión sea absolutamente secreta y nadie en el mundo sepa que estaremos ahí
- Muy bien, entonces ya mismo organizo los vuelos, las estadías y la seguridad de todos los integrantes de este Comité para ir ganando tiempo – dijo el General Sanders – ¿Dónde está Voynich?
- Bueno… acá está el punto controversial – respondió Geraldine con mucha prudencia – Voynich vive en la Isla San Salvador de las Bahamas en el Caribe
- ¡Muy bien! ¡Hermoso lugar! Si nos movemos pronto podemos estar todos ahí en 15 horas – concluyó el Cónsul y se puso a revisar un enorme cuaderno anillado repleto de datos.
- El problema es que vive en una playa nudista – soltó la mujer para terminar con el misterio de su cara de preocupación – Voynich dice que sólo se reunirá con ustedes en su playa nudista y que todos deberán ir sin ropa
- ¡¿Quéeee?! – exclamaron todos a la vez
- ¡Ya me parecía que había una trampa! ¡Es un hijo de mil putas! ¡Yo no voy a ir en pelotas! ¡Yo no voy a ir en pelotas! – gritó la Canciller alemana sacudiendo la pantalla con las dos manos
- ¡Se los dije! ¡Se los dije! – dijo el hombre de la NASA que nunca había dicho eso
Nadie salía del estupor y la posible reunión con Voynich parecía estar destinada al fracaso desde el primer momento.
- Pasemos directamente al Plan E y olvidémonos de él – propuso el General Sanders
- No, no – lo interrumpió el Presidente de EEUU – yo puedo ir a reunirme con Voynich en traje de baño y medias
- No, no, señor – lo corrigió la bella secretaria francesa – lamento contradecirlo pero Voynich fue muy, muy, muy específico con esta condición: Todos desnudos o nada
- ¡Nada! – gritó nervioso el agregado cultural de Israel con su voz finita- y cuando las naves se acerquen a nuestro planeta les tiramos con todo el arsenal nuclear que tenemos y no les van a quedar ganas de venir a molestarnos nunca más.
- Claro – le respondió irónicamente el General Sanders – y de paso matamos a toda humanidad con semejante cantidad de explosiones atómicas, un super plan el suyo.
- Ña ña ña – le contestó el israelí frunciendo la nariz
- ¿A quién le decís ña ña ña, petizo? – le preguntó con su voz de trueno el General acercando su amenazante cara deforme a la cámara mientras el agregado cultural de Israel instintivamente se echaba hacia atrás
- Tendríamos que haber matado a Voynich mientras pudimos – reflexionó el ruso con pesar en su propio laberinto
- ¿Y si voy sin medias?
- Tiene que ser totalmente sin ropa – le contestó Geraldine y el presidente de EEUU se puso colorado
La discusión parecía estancada definitivamente y no se vislumbraba una salida hasta que de pronto algo ocurrió.
- Bueno, no hay problema, yo voy – dijo el chino que en algún momento había vuelto de cenar sin hacer ruido – yo no tengo inconvenientes en asistir desnudo a una reunión para salvar a la humanidad, además suelo tomar mis vacaciones en playas nudistas y no tengo complejos con mi cuerpo al natural.
Los demás se miraron y a nadie le costó imaginarlo en esa situación. A partir de ese momento China tomaba la delantera política en la defensa mundial y los otros integrantes del Comité estaban acorralados
- Ok – se sumó el Cónsul – yo tampoco tendría problemas en ir desnudo si vamos todos
- ¡Pero la concha de tu hermana, Consul! Me extraña de vos – le recriminó la Canciller alemana sabiendo que la balanza comenzaba a inclinarse en favor de Voynich
- Yo también voy desnudo – confirmó el ruso y se empezó a sacar la ropa
- Todavía no – lo detuvo la secretaria del Ministro de Defensa de Francia – esperemos a llegar a la isla y a que todos estemos de acuerdo.
- ¿Vos también vas a ir desnuda, Geraldine? – le preguntó repentinamente muy interesado el agregado cultural de Israel
- Por supuesto – contestó sin dudar la mujer
- Entonces yo también – aseguró el hombre
- ¿Seguros que no quieren escuchar el Plan E? – intentó persuadirlos por última vez el General Sanders
- Ya es tarde para el abecedario – le respondió el hombre de la NASA con tristeza dando a entender que él también se sumaba a la reunión nudista
- Ok, entonces sólo faltan confirmar ustedes dos – dijo el Cónsul refiriéndose al presidente de EEUU y a la Canciller alemana
- Lo tendré que consultar con mi esposa – reconoció con un hilo de voz el primer mandatario estadounidense y salió de cámara
- Pero que pollerudo de mierda – reflexionó en voz alta la Canciller y luego de tomarse unos segundos para pensar dijo en voz alta con un tono tan firme que daba cierto temor – esta reunión será posiblemente la reunión más importante y secreta de la historia de la humanidad por eso Alemania no puede faltar, sólo exijo respeto, responsabilidad y la mayor discreción posible ante este panorama tan complejo como inusual. En este mismo instante me hago cargo de aquel antiguo adagio germánico que dice: Si la mierda viene torcida, hay que agarrarla con la boca – y escupió en el suelo.
Todos aplaudieron y luego se quedaron unos segundos en silencio tratando de no arruinar el momento emotivo de la Canciller. Finalmente se comprometieron con una mano en el corazón a mantener en absoluto hermetismo por el resto de sus vidas el carácter y las condiciones de esa reunión con Voynich.
Pocos instantes después regresó a la pantalla el Presidente de EEUU
- Dice mi mujer que no, lo lamento.
- Me importa un carajo lo que diga la pelotuda de tu mujer, vos venís en bolas con nosotros y se acabó la discusión – le gritó la cancillera alemana
- Ok – dijo él.
Al mismo tiempo que los integrantes del Comité Urgente de Crisis aceptaban participar de la reunión secreta con Voynich en la isla nudista, el Cheba llegaba a su casa rompiendo los límites de velocidad y con la sensación del jugador que tiene una carta importante y le pesa demasiado en las manos.
Ya desde lejos observó con estupor que no solamente lo estaban esperando en la vereda su mujer, sus hijos, su suegra y otros parientes, sino también una gran cantidad de vecinos, desconocidos y curiosos que alertados por el rumor que corrió de boca en boca parecían desesperados por conocer la noticia que él traía.
Apenas estacionó la camioneta todos se le abalanzaron y empezaron a preguntarle muchas cosas a la vez. Él intentó alejarlos y calmarlos antes de empezar a hablar, sin embargo sus propios nervios lo traicionaban y acabó por abrazarlos y besarlos a todos como si fuese un reencuentro emotivo de post guerra. Minutos después decidió treparse al techo de la furgoneta entre los manotazos de esa pequeña muchedumbre zombie y recién una vez que estuvo bien en alto, utilizando la mayor calma que podía mostrar, les dijo en un sólo grito que acabó por alertar también a otros vecinos:
- Me he enterado en el observatorio donde trabajo que nos están por atacar los marcianos – al oír esas palabras el murmullo de todos se transformó en un alarido general que derivó en empujones y llantos – por favor, por favor señores, no le digan nada a nadie ya que todavía es una noticia muy secreta. Simplemente antes del amanecer empaquen lo que puedan, carguen a sus familias en sus coches y busquen un lugar seguro porque nos vienen a matar a todos.
La suegra furiosa le tiró con la dentadura postiza y le pegó en la frente.
CAPÍTULO 4: OPERACIÓN DESNUDA
El encargado de planificar el viaje secreto de los integrantes del Comité Urgente de Crisis hasta la Isla de San Salvador en las Bahamas fue el Cónsul porque todo el mundo lo reconocía como un excelente organizador de fiestas y un gran anfitrión de contingentes.
Sus celebraciones solían transcurrir en diferentes, lejanos y sofisticados puntos del mapa donde asistían decenas de top models, importantes personalidades de la política internacional, figuras del deporte, estrellas de la música y actores de Hollywood que transcurrían la velada bebiendo el mejor champagne europeo y saboreando exóticos manjares presentados por los chefs más premiados del planeta. Obviamente nadie quería perderse ninguna de sus glamorosas fiestas, pero mucho menos la de su cumpleaños que solía ser uno de los eventos más esperados del calendario incluso por varios presidentes de distintas naciones.
Más o menos a las 3 de la mañana siempre, pero siempre, el Cónsul tomaba el micrófono un poco entonado por el alcohol, agradecía a todos los invitados por su presencia, proponía un brindis por cualquier motivo y acto seguido comenzaba a cantar. A veces lo hacía sobre una pista previamente entregada al DJ, en otras oportunidades acompañado por la orquesta que estuviera contratada para el evento y en el peor de los casos simplemente a capela. Los comensales sabían que ése era el precio que debían pagar por estar invitados a esas magníficas celebraciones por lo tanto aplaudían a rabiar y lo alentaban a los gritos apenas notaban que el Cónsul comenzaba a rumbear hacia el escenario. Incluso solían pedirle otra apenas terminaba de cantar la primera canción, a lo que él siempre accedía tras negarse mínimamente con una sonrisa humilde.
Sus clásicos, por supuesto, eran “A mi manera” y “New York, New York” a la que siempre le cambiaba la letra para nombrar a la ciudad en la cual estaba sucediendo la fiesta en ese momento. Al bajar del escenario todos lo iban a saludar y él se sacaba una foto con cada uno de los invitados más conocidos. Por eso mismo es que se jactaba de tener el mejor álbum de personalidades del mundo abrazadas con él.
Ahora todo era distinto, debía organizar el traslado secreto de importantes líderes mundiales desde diferentes puntos del planeta hasta una lejana isla en las Bahamas con la mayor de las discreciones y a contrarreloj. Sin embargo, lo primero que solicitó fue que le permitiesen poner un nombre a todo el operativo para poder tenerlo bien identificado en su cabeza como si llevara paralelamente muchas otras tareas que pudieran confundirlo. Al hombre de la NASA le pareció estúpido y fue el que más se negó, sin embargo los demás integrantes del Comité se dieron cuenta que era más fácil seguirle la corriente en esas pavadas antes que ponerse a discutir en serio. Le dieron el ok.
- Se va a llamar “Operación Desnuda” – anunció el Cónsul con alegría y así bautizó también al grupo de chat.
Al principio estuvo dudando entre La Habana y Miami como centro de operaciones cercano a la isla de Voynich pero se decantó finalmente por la ciudad estadounidense ya que estudiando el calendario se dio cuenta de que podía aprovechar su estadía en la Florida para asistir al estadio y ver a sus amados Delfines contra los Jets de Nueva York.
La Operación Desnuda estaba perfectamente organizada hasta el último detalle. Todo el cronograma fue recibido de manera codificada y con doble encriptación por cada uno de los pasajeros. De todos modos, no había mucho misterio. El plan consistía en que todos debían llegar a Miami dentro de las siguientes 24 horas para alojarse secretamente en diferentes puntos que el Cónsul ya tenía reservados y aguardar hasta la mañana siguiente en la que serían recogidos por diferentes ambulancias, patrulleros, camiones de caudales, taxis comunes y otros medios de transporte no identificados como vehículos oficiales que los llevarían directamente hasta las escalerillas de un bimotor privado, el cual luego los trasladaría a todos juntos en menos de cuarenta minutos hasta el aeropuerto de Cockburn Town en la Isla de San Salvador.
La explicación de los mandatarios para ocultar o justificar su viaje ante los medios y la población quedó en manos de cada uno de sus propios gobiernos aunque de todos modos el Cónsul les envió una serie de excusas disponibles que tenía preparadas para ciertas eventualidades. No las usaron.
El primero en llegar al bimotor fue el ruso, lo hizo en un taxi. Traía poca ropa y un bolsito con sus iniciales. Parecía el típico turista patético. Se sentó bien adelante “para ir mirando” dijo.
En segundo lugar lo hizo el chino al que trajeron en un patrullero esposado para disimular. Incluso lo subieron esposado y el ruso riéndose pidió que no se las quitaran en todo el viaje así que se las dejaron puestas y le dieron la llave al soviético que amagó a comérsela ante la cara de estupor del chino.
Enseguida llegó la canciller alemana en un ambulancia, estaba vestida apenas con el típico ambo verde y un bolsito de la cruz roja, parecía una enfermera de la Segunda Guerra Mundial. Pidió que nadie le dirigiera la palabra. Luego de unos minutos arribó el hombre de la NASA en su auto particular y al mismo tiempo el General Sanders con su típica vestimenta militar parado en un jeep del ejército. Para el final quedaron el Presidente de EEUU que arribó en un camión de caudales vestido de Boy Scout, el agregado cultural de Israel que lo hizo en un taxi aéreo disfrazado de monje y por último Geraldine a la que trajeron vestida de novia en moto.
A medida que iban arribando los recibía el Cónsul quien les explicaba a los fastidiados pasajeros que apenas llegaran al hotel podrían volver a vestirse con sus propias ropas.
Todos se acomodaron en sus asientos, se colocaron el cinturón de seguridad y antes de despegar el piloto les dio la bienvenida, les dijo que había buen clima y les confirmó que el viaje duraría 38 minutos. Acto seguido tomó el micrófono el Cónsul y tarareó la banda de sonido de la película “Top Gun” hasta que le cerraron el micrófono.
Desde entonces el viaje transcurrió casi en silencio como había pedido dos veces la canciller alemana que parecía imperturbable y con un gesto que daba miedo. Apenas el avión alcanzó la altura crucero se mantuvo así por pocos minutos y luego suavemente comenzó a descender hasta atravesar las nubes y permitir que los pasajeros pudieran observar a través de las ventanillas la paradisíaca silueta de la isla San Salvador.
- Ojalá nos hagamos mierda contra el suelo – susurró bajito la canciller alemana mirando con resignación la pista de aterrizaje. Automáticamente alguien le chistó para joderla.
Aterrizaron sin problemas y el avión se detuvo frente a la edificación del aeropuerto donde los esperaba en la más absoluta soledad una anciana nativa encargada de colocarles una guirnalda de flores alrededor del cuello y besarles los pies. El Cónsul fue el único que la abrazó, se sacó su guirnalda y se la colocó a ella en un gesto que nadie entendió. Inmediatamente una combi blanca blindada y con los vidrios polarizados los trasladó velozmente hasta el “Hotel Caronti” que estaba absolutamente vacío esperándolos. Al llegar cada uno fue asignado a una habitación con vista al mar menos el General Sanders que pidió con vista a contrafrente. Acto seguido les dijeron que podían bajar a desayunar a las 10 en punto y que luego de regresar a sus habitaciones volviesen a bajar por el ascensor directamente hasta el subsuelo donde se encontraba el estacionamiento aunque esa vez lo hicieran ya sin ropa y sin celulares porque desde ahí abajo nuevamente la combi los llevaría hasta la playa nudista donde los esperaba Voynich y esos elementos estaban absolutamente prohibidos en esa zona.
El desayuno fue tenso. A juzgar por los rostros daba la sensación de ser la última cena.
Un rato más tarde regresaron a sus habitaciones y minutos después comenzaron a bajar totalmente desnudos. Justamente en el primero de los viajes en ascensor se encontraron de frente el presidente de EEUU y la canciller alemana. Al verse automáticamente corrieron la mirada pudorosa hacia un costado pero el ascensor estaba totalmente espejado por todas partes (incluso el techo y el suelo) por lo tanto el panorama era abrumador. Ambos cuerpos desnudos se reflejaban infinitamente en los espejos y daba la sensación de que ahí dentro había una multitud sin ropa moviéndose como una ola lenta al compás de sus propios movimientos. Al ver eso el presidente gritó de los nervios.
Uno a uno fueron saliendo de los ascensores todos los demás cubriéndose como podían, colocándose torpemente de perfil y apurando el paso para introducirse velozmente en la combi, algunos se tropezaban y se iban de dientes. Luego de inmediato ya sentados en sus butacas de cuero transpiradas con la piel desnuda, la oscuridad del estacionamiento volvía a hacerlos sentirse protegidos. Sin embargo apenas el vehículo se puso en movimiento y subió la rampa del hotel para alcanzar la calle la luz del sol caribeño iluminó hasta el último recodo del habitáculo.
El Cónsul inmediatamente puso música de salsa a todo volúmen para romper el hielo mientras hacía unas palmas e intentaba bailar sin golpearse la cabeza contra el techo pero golpeándosela en varias oportunidades.
- ¡Vamos amigos! ¡Arriba ese ánimo! Estamos yendo a una playa nudista en pleno verano – exclamó con alegría – tomémoslo como unas vacaciones diferentes. Acá nadie conoce a nadie, somos anónimos en un paraíso y nada debe avergonzarnos
- Es que si los avergüenza lo de afuera es porque los avergüenza lo de adentro – dijo el chofer sin tener ni idea de a quiénes estaba transportando.
Todos los integrantes del Comité odiaban admitirlo pero sintieron que el Cónsul y el chofer tenían razón y que lo absurdo que estaba ocurriendo podía tomarse también como una situación divertida o tal vez como la despedida final. Tantos años sumergidos en sus burocráticas responsabilidades, tantas noches encerrados en habitaciones llenas de humo discutiendo de economía, tantos veranos desperdiciados leyendo los diarios y de pronto comprendieron que nada había valido tanto la pena.
Poco a poco el clima comenzó a cambiar dentro de la combi, la música parecía perfecta, el mar delante de sus ojos se imponía en la realidad como un sueño insuperable y la vida era algo que nunca habían visto de verdad hasta ese instante. Al llegar a la playa nudista por fin encontraron a Voynich después de tanto tiempo, estaba parado desnudo sobre la arena conversando animadamente con dos mujeres, lo notaron un poco más calvo pero no había perdido su típica barba negra, ni su atlética figura. Al verlos de lejos les abrió los brazos en un gesto cariñoso de bienvenida mientras le pedía a una de sus asistentes que trajera unas cuantas cervezas.

La madrugada en la casa del Cheba no transcurría con tranquilidad porque había conseguido con mucho esfuerzo bajar del techo de su camioneta e introducirse en su hogar pero la gente en la vereda no dejaba de presionar el timbre (a tal punto que tuvo que desconectarlo) ni de golpearle la puerta o las ventanas exigiendo más respuestas sobre la llegada de los extraterrestres. Sin embargo él no tenía nada más para decirles porque lo poco que había escuchado en el Observatorio ya se los había dicho. Al mismo tiempo su suegra lo acusaba de haber inventado toda esa historia para tapar algún otro asunto como había ocurrido en más de una oportunidad y su mujer no sabía si creerle a la madre o a él. Su hija y su hijo asistían a todo ese espectáculo con cara de dormidos sin entender del todo la situación. Minutos antes su madre los había obligado a levantarse y de pronto estaban ahí sentados a la mesa en plena madrugada con un café delante que no habían ni probado escuchando gritos en todas las direcciones.
El Cheba se encerró en el baño. Se miró en el espejo de cerca, se mojó la cara con agua fría varias veces y finalmente se sostuvo la mirada todo lo que pudo hasta que parpadeó y perdió. Pero ganó.
- ¡Te llaman de Televisión Canaria! ¡Quieren hacerte una entrevista! – le gritó exaltada repentinamente su mujer golpeando con insistencia la puerta del baño.
El Cheba dejó de respirar por unos instantes y cerró los ojos. Luego levantó la cabeza como una planta sobreviviente de la tormenta y respiró profundo. Enseguida abrió los ojos para volver a mirarse en el espejo con una expresión desafiante que nunca antes se había reconocido y sonrió. Algo había cambiado en el brillo de su mirada, era el brillo de la posibilidad. Supo entonces con absoluta certeza que dios le estaba ofreciendo en bandeja una última oportunidad para cambiar de vida y que para eso debía subirse a ese absurdo tren maravilloso que sólo se detiene en estaciones que no existen.
CAPÍTULO 5: MONOS CON NAVAJA O SABIOS CON REVÓLVER
El primero en ir al encuentro de Voynich fue el Cónsul. Lo hizo corriendo torpemente con zancadas largas mientras bamboleaba su cuerpo desnudo como si le quedara un poco grande. Daba la sensación de que avanzaba en cámara lenta y que se iba a desarmar en cualquier momento. Llevaba los brazos abiertos de par en par y una sonrisa enamorada de novios en la estación. La alegría que le provocaba volver a encontrarse con el científico más respetado y más defenestrado de los últimos años le aceleraba el corazón como una bomba de energía, le colmaba los ojos de lágrimas sinceras y le secaba la garganta para que no pudiera gritar. Pero gritaba igual. Voynich al verlo venir se afirmó bien en la arena para recibir el abrazo sin caerse. La escena no terminaba nunca. El Cónsul tardaba en llegar porque se iba cansando con cada paso y entonces Voynich tuvo tiempo de beber un trago más de cerveza antes de ver como el Cónsul daba un salto final hacia él como un niño que espera que lo atrapen en el aire. La blanca y sudorosa piel desnuda del diplomático se estampó contra el firme cuerpo viril del científico que en el mismo movimiento lo sostuvo a upa mientras le acariciaba la cabeza con compasión.
- Gracias por recibirnos y ayudarnos – le susurraba el Cónsul en un hilo de voz casi temblando de emoción, como si el sólo hecho de estar frente a él ya fuera la solución misma.
- No tenés nada que agradecerme – respondió Voynich con su voz profunda sin dejar de acariciarlo mientras observaba al resto del contingente que se acercaba a esos dos hombres desnudos que no se soltaban. Más que nada el que no se quería bajar era el Cónsul, ni siquiera cuando una de las acompañantes de Voynich le ofreció una botellita de cerveza la cual probó sin tocar el suelo.
Voynich fue saludando respetuosamente a cada uno de sus viejos amigos y mientras les estrechaba la mano le decía que no había rencores y que estaba feliz por poder ser parte por fin de esta experiencia definitiva para la humanidad. Todo esto lo hizo con el Cónsul encima que ya se había acomodado bien en los brazos del científico y bebía su cerveza mirando a los demás desde las alturas como si él también los estuviera recibiendo. Incluso les fue dando la mano a todos menos a la Canciller alemana que lo mandó literalmente a la concha de su madre.
La playa estaba tan preciosa como desierta. Los turistas más cercanos se encontraban a quinientos metros de distancia jugando a divertirse entre las olas y la arena, sin tener la más remota idea de lo que estaba sucediendo a su alrededor y en el espacio exterior.
Los siguientes minutos transcurrieron entre brindis, risas, pedidos de disculpas y conversaciones triviales acerca de los malentendidos del pasado y de la inmadurez que todos habían superado con el correr de los años. Al Cónsul lo bajó el General Sanders que había sido negociador de secuestros en varias oportunidades. Cuando recuperaron la confianza oxidada por el paso del tiempo Voynich les contó, para sorpresa de todo el contingente, que desde que se había retirado de la comunidad científica internacional era más feliz que nunca y que vivía muy austeramente en esa bella playa nudista con cuatro mujeres que lo amaban: una japonesa, una sueca, una egipcia y una colombiana. Les confesó además que estaba muy arrepentido por haber desperdiciado tantos años de su vida entre libros interminables, hombres grises y pantallas con números fríos, pero que recién lo entendió mucho tiempo después cuando logró mudarse a la Isla de San Salvador donde mantenía una rutina maravillosa que no cambiaría por ninguna otra riqueza terrenal. Les contó además que cada mañana después de desayunar café negro, frutas frescas y pan casero caminaba desnudo 12 kilómetros por la costa solamente en compañía de su inteligente loro llamado Galileo con quien conversaba mucho, que luego almorzaba con sus compañeras manjares naturales, que por la tarde nadaba en el océano, que luego leía, escribía o cantaba según su estado de ánimo y que finalmente absolutamente todas las noches de su vida luego de quedar exhausto por mantener relaciones sexuales con las cuatro bellas mujeres, se dirigía hasta la oscuridad de la playa para echarse a descansar en la arena fresca y simplemente ponerse a observar las estrellas en un profundo estado de meditación y entendimiento.
- Aprendí más del espacio mirando las estrellas que en Harvard, aprendí más del amor en una noche con mis cuatro compañeras que en 25 años de relaciones tradicionales, aprendí más de la vida conversando con mi loro que leyendo a los padres de la filosofía y aprendí a volar sumergiéndome en el mar.
Wilfred Voynich había sido un niño prodigio que llamó pronto la atención por su velocidad mental, su increíble poder de análisis y su destreza para resolver problemas, enigmas y símbolos crípticos. Apenas entró en la adolescencia se convirtió en el científico más prometedor de su generación y en poco tiempo le ofrecieron becas fantásticas y premios millonarios por sus investigaciones y sus teorías siempre ligadas al universo extraterrestre. Al cabo de algunos años se volvió material indispensable de consulta para las instituciones más prestigiosas del mundo que abarcaban distintos sectores que iban desde la robótica o la salud, hasta la matemática o la astrofísica. Absolutamente todos deseaban contar con él en sus planteles y se lo disputaban con sueldos que excedían lo creíble para un científico de renombre. Sus disertaciones en las Universidades más importantes del mundo estaban siempre colmadas de grandes personalidades interesadas en escucharlo mientras que sus libros se convertían en best seller apenas se publicaban. Tanto su nombre como su rostro eran sinónimos de éxito y de brillantez que se usaban como ejemplo para que miles de jóvenes desearan ser científicos. Todo iba tan viento en popa para Voynich que tal vez por eso se aburrió del confort y decidió redoblar las apuestas hasta que sus propios colegas no pudieran soportarlo. Con el correr de los años sus teorías comenzaron a resultarles cada vez más incómodas a los demás científicos porque se volvían difíciles de entender, peligrosas de creer y vergonzosas de auditar.
Sin embargo, no fue hasta el mal llamado “incidente Uritorco” que su carrera giró 180 grados y ya nunca volvió a ser el mismo. Aquel increíble escándalo mediático intelectual lo marcó para siempre y le corrió el eje de la vida.
En menos de dos primaveras la prensa especializada lo fue dejando en un rincón injusto de la crítica amontonándolo con verdaderos delirantes que se subían a teorías conspirativas de Internet o que simplemente soñaban obtener su cuarto de hora en los medios con declaraciones rimbombantes sin el más mínimo respaldo científico. Su prestigio poco a poco fue mutando en prontuario, las grandes Universidades del mundo dejaron de llamarlo, sus libros cambiaron de batea en las librerías, sus declaraciones eran tergiversadas, sus colegas le tomaban el pelo y su teléfono de la noche a la mañana sólo sonaba cuando lo llamaban desde algún medio periodístico bizarro porque alguien juraba haber visto un plato volador o porque algún trasnochado aseguraba haber tenido cierta inexplicable experiencia paranormal.
Más allá de las interpretaciones que se puedan hacer de aquel escándalo en el Uritorco según los intereses que se tengan, la verdad es que Wilfred Voynich no solamente era sin lugar a dudas el mejor científico del mundo, sino que además todos sabían con certeza que él tenía razón por más que lo tildaran de loco para humillarlo. Quizás justamente por eso siempre sobrevoló la idea en la comunidad científica de que en realidad le habían bajado el pulgar desde las más altas esferas del poder porque Voynich se había vuelto muy peligroso con sus extrañas teorías o tal vez porque se estaba acercando demasiado a algo que no debía saberse.
Era casi el mediodía cuando el cielo se nubló de pronto sobre la Isla San Salvador y fue como una metáfora que les hizo recordar el motivo por el cual habían llegado a esa lejana playa nudista. Fue entonces cuando Voynich miró hacia las nubes preocupado y enseguida se sentó con las piernas cruzadas en la arena y les pidió a todos que hicieran lo mismo para dar comienzo a su disertación. De inmediato el Cónsul, la Canciller alemana, el Presidente de EEUU, el Ruso, el Chino, el director de la NASA, el agregado Cultural de Israel, Geraldine y el General Sanders le hicieron caso.
- Antes que nada deben tener bien en claro que el Big Bang ocurrió hace unos 14 mil millones de años y que no hay nada más viejo en el cosmos que esa fecha, por lo tanto ninguna de las civilizaciones del universo tuvo más tiempo que ése para evolucionar. Esto sin dudas iguala bastante las suertes porque es como si todas jugaran con el mismo presupuesto en un campeonato intergaláctico. Sabiendo esto dividiremos a todas las civilizaciones y razas en 12 niveles según la capacidad que tengan para trasladarse – dijo Voynich mientras encendía un cigarrillo de marihuana – cuánto más rápido se mueven es que más evolucionadas están. Hay bastante consenso alrededor de esta idea porque siempre para obtener más velocidad es necesario más conocimiento. Descuento que lo entendieron pero para que fijen el concepto les comento que se podría hacer cierto paralelismo con los humanos. Cuando nacemos estamos casi quietos porque somos bebés lo cual sería un estático nivel 1, luego aprendemos a gatear y subimos al nivel 2, enseguida nos ponemos de pie y caminamos por lo tanto accedemos al erguido nivel 3, luego aprendemos a correr y entramos al nivel 4 a toda carrera, después nos subimos a una bicicleta y vamos más rápido por lo tanto descubrimos el nivel 5, después nos montamos en un coche y vamos a 200 km por hora por lo tanto entramos al nivel 6 tocando bocina, inmediatamente nos subimos a un avión y vamos al nivel 7 sin tocar el suelo a 1000 km por hora, pero después nos encerramos en una nave espacial y aprendemos que el nivel 8 está en el espacio viajando a 40.000 km por hora, sin embargo el nivel 9 es un salto mortal ya que consiste en viajar a la velocidad de la luz sin desintegrarse o sea a 300.000 kilómetros por segundo, repito… 300.000 kilómetros… ¡Por segundo!. Entonces sí, listo, creemos que ése es el límite posible, pero no, un día descubrimos la maravillosa teletransportación y entonces ya estamos seguros de que no hay más nada para mejorar porque alcanzamos el número dorado, el nivel 10. Pero no, una mañana cualquiera el ser humano aprende a viajar en el tiempo y entonces entra en el nivel 11, un nivel fuera de la escala de méritos, un número mágico que no podría ser más veloz, sin embargo se vuelve a equivocar porque todavía existe el nivel 12, sí, ése que mezcla todas las opciones anteriores porque permite de manera asombrosa estar presente simultáneamente en todos lados a la vez durante todos los instantes del tiempo, o sea: una rama desarrollada de la teoría cuántica.
- Comprendo, comprendo – dijo seriamente el hombre de la Nasa
- ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! – largó la carcajada Voynich y enseguida citó al Nóbel de física Richard Feynman – “Si usted piensa que entiende la mecánica cuántica es que no la ha entendido”
Todos se rieron de los nervios.
Voynich le dio una larga pitada al cigarrillo de marihuana, luego bebió un eterno trago de cerveza y recién entonces exhaló el humo provocando una nube perfumada de palabras y de ideas.
- Casi siempre los avances tecnológicos de las civilizaciones van a la par de su inteligencia, cuánto más avanzada o sofisticada es su ciencia más inteligente es quien la crea ya que suele ser bastante difícil imaginar que un idiota consiga inventar algo complejo – dijo mirando al hombre de la NASA – Sin embargo, a veces existen ciertos saltos exponenciales en los que por azar o por consecuencias ajenas a las civilizaciones, la tecnología va por delante de los propios cerebros que la diseñan. Posiblemente a la humanidad le ocurra esto mismo en pocos tiempo con la inteligencia artificial y los robots. Lamentablemente cuando una civilización no va a la par de lo que inventa es un peligro para todo el Universo. Sería como estar frente a idiotas con muchísimo poder.
Cada palabra y cada idea que pronunciaba Voynich en aquel mediodía nublado era tan certera y tan didáctica que ningún integrante del Comité se atrevía a interrumpirlo demasiado.
- La humanidad – prosiguió el científico luego de apagar el cigarrillo de marihuana con la punta de los dedos, desarmarlo y comerse la poca marihuana que quedaba – la humanidad va bastante a la par en cuanto a su inteligencia y sus avances. Se encuentra en nivel 8 porque ya viaja por el espacio a 40.000 kilómetros por hora pero mentalmente todavía está un par de pasos atrás, digamos que recién está aprendiendo a manejar automóviles. No está tan mal. Hay otras civilizaciones, por ejemplo, que recién están aprendiendo a caminar aunque juegan con la energía nuclear y otras que evolucionaron mucho mentalmente pero que no obtuvieron logros significativos en cuanto a su tecnología porque tal vez les interesó otro tipo de asuntos, como el arte, el sexo o simplemente el autoconocimiento. Ahora que entendimos todo esto pasemos a analizar lo que está por ocurrir. El Enjambre de naves que se acerca a la Tierra está por lo menos en un nivel más que los humanos en cuanto a tecnología porque ya viajan a la velocidad de la luz, sin embargo no sabemos con certeza en qué nivel de evolución de inteligencia están. Pueden ser monos con navaja o sabios con revólver.
Se hizo un silencio largo.
- Ojalá sean sabios con revólver – pidió el Cónsul con temor
- No creo – respondió Voynich mirando nuevamente hacia el cielo que empezaba a despejarse y todos sintieron un miedo que jamás habían tenido.

A 5000 kilómetros de la playa nudista de Voynich, el Cheba había salido del baño con una actitud que iría perfeccionando con el correr de los meses y a medida que su figura iría creciendo en popularidad. Parecía más alto, más seguro, más poderoso, más encantador. Hasta su voz tenía un tono distinto, el tono del que sabe más de lo que dice, el tono del que sabe callar sin dolor. Nadie en ese momento podía imaginar hasta dónde llegaría el Cheba al atravesar esa puerta del baño. Una carrera meteórica y sin techo lo esperaba como una sombra en el desierto. Faltaba muy poco para que cada habitante de España conociera sus dos apellidos. La paleta de colores del destino había dejado caer su pincel mágico en los pies del hombre menos pensado.
El Cheba miró a su mujer fijamente a los ojos como si quisiera decirle algo que ella no entendió y de inmediato tomó el teléfono para responder con firmeza al llamado:
- Aló, acá José Manuel Sánchez de la Higuera más conocido como El Cheba ¿Quién lo llama?
- Hola, mi nombre es Marina, soy productora del noticiero de Televisión Canaria y quisiéramos entrevistarlo en el envío del mediodía para que nos cuente sobre los rumores de un posible avistamiento de ovnis que se habría producido en el Observatorio del Teide. Hemos llamado a las autoridades del lugar y nos han desmentido por completo las versiones, sin embargo, a través de distintas fuentes extraoficiales hemos podido confirmar que se estarían produciendo importantísimas reuniones secretas de las máximas autoridades del mundo para tratar este asunto.
- Mira guapa, las autoridades me la sudan y a tí también, sólo te voy a decir tres cosas. Me estoy jugando la vida solamente con atender este puto llamado. Si quieren que les cuente en exclusiva lo que me acabo de enterar sobre el ataque extraterrestre que se avecina van a tener que pagarme 10 mil euros para que ya mismo me pueda ir de Tenerife con mi familia en el primer vuelo que consiga a cualquier parte donde haya un bunker anti nuclear, el primero que me lo pague se queda con la exclusividad mundial. 10 mil euros es mi primera oferta, la segunda serán 20 mil – y cortó.
El teléfono volvió a sonar a la media hora y ya nunca dejó de hacerlo durante los siguientes años en la vida del Cheba.
CAPÍTULO 6: LOS VELEROS DEL ATARDECER
Durante algunos largos segundos Voynich se quedaba en silencio mirando algo. Parecía tratar de ordenar su torbellino de ideas. “Mi cabeza no es un lugar seguro” había dicho como una amenaza para despedirse en aquella última entrevista que había concedido antes de sumergirse en el ostracismo y abandonar la exposición pública tras el incidente en el Uritorco. Sabía tantas cosas, conocía tantos datos y comprendía tantas teorías invisibles al ojo desatento que sin querer había superado ese peligroso umbral donde ya no se sabe qué es lo importante de verdad.
Los desnudos integrantes del Comité de Crisis habían aceptado tácitamente respetar los tiempos del científico pero el reloj los apremiaba. Faltaban alrededor de 6 días para la llegada a la Tierra de miles de naves extraterrestres y debían irse de la secreta reunión en la playa con alguna certeza, con algún dato, con algún consejo que les permitiera trazar una estrategia conjunta frente a semejante situación de peligro mundial. Sin embargo, Voynich parecía estar más allá de ese apuro imponiendo sus largos silencios bajo el cielo de la Isla San Salvador que se nublaba y se despejaba tan rápidamente como una transición teatral dominada por luces y oscuridad. El Cónsul tosió un par de veces para que el científico volviera a poner la atención en ellos y recién entonces Voynich comenzó a hablar y a contarles la más increíble teoría que habían escuchado en sus vidas.
- Elegí esta isla por varios motivos – arrancó diciendo como si fuera casual – me gusta el clima caribeño, me gusta la soledad de esta playa, me gusta el color de la arena y me gusta el ritmo de las mareas. A veces uno llega a un sitio sin proponerse nada y a los pocos segundos de respirar el aire del lugar las piezas se ordenan milagrosamente aunque parecían no coincidir. Es entonces cuando uno siente que está por fin en el lugar indicado, en el punto exacto, en la encrucijada perfecta. Todos los lugares son una encrucijada, aún lo más aislados, aún los más concurridos. Los presos están en una encrucijada aunque los agobien esas enormes paredes, los náufragos están en una encrucijada aunque no se asome el horizonte por ningún costado, la gente está en una encrucijada aunque distingan apenas un solo camino. Elegí esta isla, además, porque es el primer lugar a donde llegó Cristobal Colón cuando cruzó el océano sin saber lo que se encontraría. Posiblemente este sitio en donde ahora estamos sentados desnudos hablando del inminente encuentro entre dos civilizaciones interplanetarias haya sido el sitio exacto en donde sus pies pisaron América por primera vez – todos los integrantes del Comité comenzaron a mirar a su alrededor como si quisieran encontrar algo que hasta ese momento no habían visto – a partir de aquel 12 se octubre de 1492 la historia de este Continente cambió para siempre. América y Europa se descubrían a la vez de una manera tan fabulosa como desigual. Una marca perpetua quedó grabada aquel día en el calendario para ambas civilizaciones. Un encuentro inesperado con múltiples e impredecibles consecuencias hasta nuestros días. En esta misma arena un puñado de seres pertenecientes a una sociedad tecnológicamente más avanzada llegaba para someter a sus indefensos huéspedes.
Un hilo frío recorrió la columna vertebral de cada uno de los integrantes del Comité de Crisis al oír esas palabras. Lo que hasta hacía 5 minutos era apenas una playa nudista cualquiera en medio del Caribe se había convertido de repente en el anzuelo de una metáfora oscura que anunciaba un futuro aterrador para la humanidad.
Voynich sabía que los había impactado y volvió a hacer silencio durante algunos segundos para que terminaran de digerir lo que les estaba diciendo.
Era solamente el comienzo de algo infinitamente más grande.
- Me gusta sentarme a mirar las embarcaciones que inocentemente navegan por acá – continuó diciendo mientras trazaba una línea recta con el brazo extendido que luego cruzó con otra línea vertical – los yates de los millonarios, los cruceros de los turistas, los veleros del atardecer y también los aviones que de noche se ven mejor por sus luces, pero que de día se delatan cuando reflejan la luz del sol o cuando el viento a favor hace llegar hasta mis oídos el ruido de sus fatigados motores. Los observo con ternura, no digo nada ¡Qué les voy a decir! están tan lejos en todas las acepciones posibles que no tiene sentido. Sin embargo, lamentablemente, yo conozco las fuerzas con las que están jugando y ellos no. Es injusto, lo reconozco, pero es la verdad – hizo otra larga pausa y se acostó en la arena mirando el cielo – esta maravillosa isla no solamente es el primer lugar donde llegó Cristobal Colón con su tripulación y sus carabelas, sino que además esta isla está situada en el Triángulo de las Bermudas. Mi lugar favorito en la Tierra.
Al oír que estaban en el Triángulo de las Bermudas el Presidente de EEUU quiso ponerse de pie para irse pero recordó de inmediato que se encontraba desnudo y se puso colorado. Es que la vergüenza por la desnudez se había ido olvidando con el correr de las palabras de Voynich, con cada una de sus ideas, de sus pausas, de su teorías y de sus trampas a la hora de contar las cosas que iban envolviendo a sus oyentes colocándolos en un estado de atención y de embriaguez que muy pocas personas logran con los demás. Desde siempre el científico prodigio había obtenido la atención de todos en cualquier reunión con mucha facilidad. Su voz profunda, su gravedad para narrar, y sobre todo las cosas que decía, eran una conjunción perfecta para que cualquier audiencia quedara estupefacta oyéndolo. Esto se multiplicaba por mil en sus antiguas disertaciones en las Universidades porque además de ser quien era, tenía enfrente a un público que lo veneraba sin peros.
Ahora lo estaba haciendo otra vez, a contrarreloj y dando vueltas con sus argumentos como un novelista alcohólico que va dejando pistas ambiguas porque sabe a donde lleva a sus lectores pero los necesita mareados, confundidos y asustados como niños.
- Además de ser un entusiasta estudioso del espacio exterior, como por supuesto ya saben y por eso están aquí – continuó – tengo como hobby analizar naufragios y accidentes raros porque siempre supe que ahí había respuestas escondidas. El primer misterioso naufragio que me maravilló y que estudié hasta el cansancio fue el del Mary Celeste en 1872. Como algunos de ustedes sabrán se trataba de un buque mercante estadounidense que fue encontrado inexplicablemente sin su tripulación, navegando a la deriva y con la olla llena de pollo recién cocido todavía caliente junto a los platos sobre la mesa. Nunca más volvió a saberse nada de sus tripulantes y pronto se convirtió el misterio del Mary Celeste en el mayor enigma de los océanos que para muchos todavía sigue sin resolverse. La inquietante conclusión de aquellos años fue que la tripulación se vio amenazada repentinamente por algo tan grave como inexplicable y que no tuvo tiempo de hacer nada. Tienen razón a medias. Sigamos. 25 años después, en 1897, ocurren 2 hechos increíbles. Por un lado el histórico avistamiento en España entre Yurre y Lopidana de un globo luminoso color sangre suspendido en el aire que despedía intensos resplandores que observaron muchísimos habitantes durante varias noches de marzo y que acabó por ser noticia desde Antezana de Foronda para toda España. Inmediatamente después ocurre el célebre incidente de Aurora en Texas donde se estrella un OVNI contra un molino de viento y luego cae en un pozo. Por supuesto ambos hechos contaban con los mismos protagonistas. Y ahora viene lo extraordinario – dijo Voynich como si hasta ese momento no hubiera dicho nada – 25 años después, en 1922 se produce la primera colisión frontal entre dos aviones en el aire. Ocurrió entre un Havilland y un Farman Goliath sobre Picardía, una pequeña región al norte de Francia. Algunos granjeros llegaron rápidamente a la escena del terrible accidente y se encontraron con todos los pasajeros muertos, excepto el aeromozo, quien sufría lesiones graves y moriría horas después mientras era trasladado al hospital. El hecho pasó a la historia por ser la primera catástrofe aérea que obligó a cambiar las leyes internacionales de la aviación y a agregar ciertos protocolos tan absurdos como misteriosos. Quizás estos cambios extraños hayan tenido que ver con las insólitas declaraciones del primer granjero que llegó al lugar y que pudo auxiliar al único sobreviviente. El aeromozo estaba en shock y no paraba de hablar en medio de su agonía final. Fue entonces cuando le contó al granjero, entre muchas otras cosas, que justo antes de la tragedia habían visto a una enorme nave espacial junto a su avión y que por eso habían sufrido una total interferencia en el tablero de control. Obviamente nadie le creyó al granjero las cosas que había escuchado de boca del moribundo y lo tildaron de aprovechador e incluso lo acusaron de robarse algunas pertenencias de los muertos. Era cierto, se había robado el reloj del piloto. A los pocos meses el granjero apareció colgado en el granero de su casa junto a una carta de despedida donde contaba con lujo de detalles la totalidad de las increíbles cosas que le había dicho el aeromozo malherido y que no se había atrevido a contar en vida por miedo al escarnio público. Los pocos que leyeron aquella carta (que permanece perdida) quedaron tan asustados que jamás quisieron volver a hablar de las circunstancias que rodearon aquel accidente, ni de los extraños delirios de aquel moribundo.

El cielo se había vuelto a nublar sobre la Isla de San Salvador y una leve brisa fresca comenzaba a soplar inesperadamente sobre la playa nudista de Voynich quien continuaba hablando cada vez con un gesto de mayor preocupación mirando el cielo.
- 25 años después llegamos a 1947 donde ocurre el más importante hallazgo extraterrestre de la historia – dijo Voynich renovando el entusiasmo – El 24 de junio de ese año el piloto comercial Kenneth Arnold observó sobre Washington a 9 objetos voladores con forma de medialuna, oval delante y convexa en la parte trasera. El prestigio y la credibilidad del comandante llevaron a que su descripción tan gráfica de las 9 naves extraterrestres dejaran para siempre en la historia el término “platillo volador”. Podría haber sido ése el acontecimiento más impresionante del 47, sin embargo todavía faltaba algo mucho más extraordinario. Apenas unos días después, una de esas naves vistas por el comandante Arnold se estrelló contra un rancho en Roswell Nuevo México y el gobierno de EEUU logró recuperar la nave y el cuerpo de un extraterrestre para estudiarlo y fundar ahí mismo una inexpugnable base.
- El Área 51 y el caso Roswell – acotó consternado el hombre de la NASA
- Exacto – respondió Voynich sin mirarlo y se dispuso a develar el principio del misterio – regularmente cada 25 años ocurre un avistamiento descomunal y nadie se percató jamás de semejante coincidencia, salvo yo, que miro el mar y miro el cielo de noche y de día buscando entender. Por si les quedan todavía alguna duda la lista sigue y nos está por alcanzar – anunció con tono de alarma – 25 años después de Roswell, en una noche clara del 2 de noviembre de 1972, el avión que comandaba el piloto argentino Héctor Flores fue perseguido por un OVNI sobre Campo de Mayo en la provincia de Buenos Aires y no solamente lo vio él, sino también el resto de la tripulación perteneciente a Gendarmería Nacional quienes observaron a simple vista cómo el OVNI permaneció estático a poca distancia de ellos. El objeto también fue divisado por un avión de Aerolíneas Argentinas y por integrantes de la base aérea de Morón. La descripción que hizo Flores y su tripulación de la nave fue similar a al globo luminoso color sangre que vieron en 1897 en España.
El Comité de Crisis no daba crédito a los que estaba oyendo y al mismo tiempo no podían creer que nadie se hubiera dado cuenta antes de la teoría de los 25 años. Necesitaban urgente regresar al hotel para recuperar sus computadoras y chequear cada uno de los datos que estaban oyendo de boca de Voynich.
Ya tendrían tiempo de hacerlo y caer en el más absoluto de los asombros.
- ¿Pero son todos pelotudos? ¿Cómo mierda nadie se dio cuenta antes de esta teoría? – preguntó furiosa la Canciller alemana con razón – nos hubiésemos podido preparar mejor… ¡Me cago en dios!
- Tiene usted razón, madame – le respondió Voynich con elegancia sin machacar sobre el hecho de que lo habían expulsado de la comunidad científica.
El científico continuó hablando mientras se incorporaba para observar con más detenimiento las nubes negras que ya estaban sobre sus cabezas y que habían traído con ellas un viento cada vez más fuerte y cada vez más frío.
- 25 años después, el 13 de marzo de 1997 el piloto español Juan Reyes que comandaba un avión de Air Europa que volaba de Nueva York a Madrid observa y deja constancia de un OVNI gigantesco que flotaba apenas por encima del océano. Una megaestructura de forma circular con dos brillantes luces en el centro a 92 kilómetros de la ciudad de Vigo que sin dudas constituye el más grande avistamiento de origen desconocido jamás registrado en España. Por si fuera poco, 10 minutos después el piloto del vuelo de Iberia 6010 que viajaba de Montreal a Madrid por la misma ruta, se ofreció a pasar por encima de la estructura y llamó por radio para confirmar que la información de Reyes era “cien por ciento correcta».
- Recuerdo ese caso perfectamente – asintió el hombre de la NASA con el semblante desencajado.
El cielo se nubló definitivamente sobre la Isla San Salvador y el viento comenzó a doblar las palmeras, a levantar arena y a arremolinar las olas súbitamente. La temporada de huracanes no había terminado en el Caribe y el huracán Lisa había llegado inesperadamente a la categoría 5
- Nos visitaron puntualmente cada 25 años – concluyó Voynich mientras se ponía de pie para dejar apresuradamente la playa – y creo que ahora vienen para quedarse.
NOTA AL MARGEN 1: ANKE
A mediados de la década del ochenta, unos días antes de casarse, Anke soñó con su exnovio y decidió llamarlo para invitarlo a que se encuentren y así contarle personalmente que iba a contraer matrimonio con su nueva pareja.

La decisión de contactarlo le costó mucho porque no estaba segura de estar actuando éticamente bien y además porque no tenía muy en claro lo que iba a suceder en esa última cita que le estaba por plantear al hombre con el que había convivido durante algunos años entre idas y vueltas. Sinceramente no sabía cómo podía reaccionar él con un llamado tan directo después de tanto tiempo pero sentía que era algo necesario para intentar cerrar esa etapa de la mejor manera posible y dar vuelta definitivamente la página. El encuentro podía terminar siendo una inofensiva conversación de dos viejos amigos que cenan en un restaurante o convertirse en una noche de sexo desenfrenado entre las sábanas discretas de algún hotel escondido, por eso llamó.
Hacía casi 3 años que no tenía contacto con él pero su corazón siempre le había guardado a ese hombre un lugar más importante de lo que ella hubiera sospechado.
Tras meditarlo durante algunas horas discó el número de su casa.
La atendió la madre de él con la voz quebrada y entre lágrimas le contó que había ocurrido un accidente.
Ella se quedó consternada y en silencio. Desde ese día se juró no perdonar a nadie.
CAPÍTULO 7: LIBROS RAROS
Antes de que pudieran abandonar la playa, la lluvia helada comenzó a caer tan fuertemente que el golpe de las gotas contra los cuerpos desnudos dolían como si fueran piedras. Y también caían piedras.
El huracán Lisa se había precipitado repentinamente sobre la isla San Salvador sin darle tiempo a nadie para prepararse. La arena se clavaba en los ojos como agujas y los cuerpos eran empujados por el viento que llegaba del mar con una fuerza brutal.
Voynich en medio de los gritos comenzó a correr alejándose de la playa y les pidió a todos que lo siguieran rumbo a un refugio. Los hombres y mujeres del Comité de Crisis se enfilaron detrás de él en medio del caos que los obligaba a entrecerrar los ojos, agachar el cuerpo para poder avanzar en el remolino y protegerse como pudieran para evitar ser golpeados por los objetos que empezaban a volar descontroladamente por todas partes. Sin embargo Voynich parecía feliz, corría moviendo los brazos en alto con una sonrisa como si quisiera acariciar la lluvia que caía sobre su cabeza. Al llegar al asfalto el grupo se dividió en dos, mejor dicho, en tres. Algunos se fueron detrás de Voynich, otros alcanzaron la combi que estaba estacionada a más o menos 50 metros y en medio del caos y la confusión el Presidente de EEUU fue embolsado por el viento que lo levantó del suelo un par de metros llevándolo a un destino incierto, junto a sombrillas, hojas de palmeras y otros objetos absurdos. El grupo de la combi creyó que el Presidente estaba con el grupo de Voynich, mientras que el grupo de Voynich creyó que estaba con el grupo de la combi.
Algunos de los integrantes del Comité de Crisis lograron introducirse en el vehículo que los había trasladado desde el hotel hasta la playa. Ahí los esperaba el chofer muy asustado. El primero en subir, como siempre, fue el ruso, detrás de él lo hizo el chino que venía caminando muy tranquilo mirándose las manos como un bebé y por último el Agregado Cultural de Israel llorando.
- ¿Son solamente ustedes? – preguntó sorprendido el chofer girando sobre su asiento con el rostro desencajado mientras los contaba una y otra vez
- Sí, sí – contestó velozmente el israelí – nosotros 3. Vayamos rápido al hotel que los demás se fueron al refugio de Voynich…
Afuera, detrás de los vidrios blindados del vehículo el panorama era desolador.
- Quizás deberíamos esperar un poco por si llega alguno más – terció sin mucha convicción el ruso, mirando azorado a la playa desierta bajo la lluvia infernal entre remolinos de viento y palmeras que se contorsionaban como si sufrieran un dolor incontenible.
Esperaron 15 segundos en silencio y luego arrancaron a toda velocidad mientras el mar desbordado los perseguía muy de cerca.
El grupo de Voynich corrió desesperadamente durante casi 300 metros hasta llegar al hogar del científico. Se trataba de una magnífica y lujosa mansión de tres plantas que se alzaba tras una ancha escalinata de piedra que emergía entre dos filas de vegetación y estatuas renacentistas. Los tres amplios ventanales del piso superior correspondían a las habitaciones principales con sus respectivos y enormes balcones con reposeras modernas, mesa de té y camas de tela colgantes.
Apenas los vio llegar les abrió la puerta una de sus 4 compañeras, era Keiko, la joven japonesa que llevaba puesto un kimono negro estampado con flores rosas y verdes que solía ser la encargada de recibir a las visitas en circunstancias más normales. Los movimientos de la chica oriental eran tan suaves y elegantes que daba la sensación de que se desplazaba flotando a unos centímetros del suelo.
A medida que los empapados y agitados huéspedes ingresaban a la mansión Keiko les iba entregando una bata blanca seca y una toalla perfumada mientras le hacía una reverencia.
Así fue como Geraldine, el Cónsul, la Canciller alemana, el General Sanders y el Director de la NASA se fueron vistiendo con las batas blancas mientras tomaban la toalla para secarse el cabello y agradecían con un gesto amable la reverencia de bienvenida que les hacía la chica japonesa, salvo el Cónsul que además la abrazó y le devolvió la bata como agradecimiento.
Voynich, como buen anfitrión, se quedó en la puerta hasta que ingresó el último de los visitantes y se mantuvo estoico bajo la feroz tormenta sosteniendo sobre el hombro derecho a su loro Galileo que había salido a recibirlo pese a que el viento le volaba las plumas:
- Bienvenido, bienvenido, bienvenido – les iba diciendo el pájaro a medida que ingresaban, menos al general Sanders a quien insultó sin que el general se diera cuenta.
Cuando todos estuvieron dentro de la mansión, Keiko cerró la puerta con esfuerzo y comenzó a trabar las ventanas que parecían ya no soportar la embestida del huracán Lisa.
- No sabía que los científicos ganaban tanto dinero – dijo irónicamente el hombre de la NASA mientras observaba con sorpresa la lujosa mansión de Voynich
- Bueno, como ustedes bien saben he ganado bastante dinero mientras estuve en actividad como científico respetado – respondió Voynich con altura – luego me expulsaron sin motivo y tuve que buscar otra forma de vida
- ¿Albañil? – preguntó con sorna el director de la NASA
- Te sorprenderías con mis habilidades ocultas, pero la verdad es que no soy albañil aunque me hubiera gustado… nosotros vivimos hace muchos años de la lotería
- ¿De la lotería? – preguntó Geraldine mientras intentaba inútilmente acomodarle las plumas a Galileo que parecía sonreírle y coquetearle
- Si, de la lotería y de algunas inversiones – confirmó Voynich
- ¿Te ganaste la lotería? – exclamó el Cónsul – ¡No sabía! ¡Felicitaciones!
- ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! – explotó en una carcajada el científico mientras se dejaba caer en el mullido sillón de cuero azul que cruzaba el salón de punta a punta – Key querida… ¿Cuántas veces hemos ganado la lotería?
La japonesa cerró los ojos durante algunos segundos como si quisiera hacer memoria hasta que respondió con su tímida y suave voz:
- Más de 500 veces, mi amor
Era tan absurdo que debía ser cierto.
- Es imposible – arriesgó sin convicción el hombre de la NASA
- Bueno, permítame contradecirlo, señor. Las leyes de la física dicen que es imposible que las abejas puedan volar porque sus alas son demasiado pequeñas para sostener a sus enormes cuerpos, sin embargo como ellas no entienden de física… vuelan – respondió Voynich mirando a su loro que se divertía con la respuesta del científico
- Yo tengo mala suerte y nunca me gané nada – dijo Gerladine haciendo trompita con los labios en flor – me vendría bien ganar la lotería alguna vez
- No es tan difícil, señorita, se trata solamente de analizar probabilidades, idear un sistema informático que compre automáticamente todos los días miles de boletos de lotería en casi 200 países desde varias computadoras conectadas a Internet y por supuesto tener un poco de suerte. Cada vez que salimos favorecidos en cualquier sorteo de cualquier parte del mundo por grande o chico que sea, el dinero del premio se cambia a dólares y se acredita automáticamente en las cuentas de la empresa que tenemos con las chicas acá en la isla.
Keiko trajo té rojo y varias piezas de repostería.
- ¿Qué empresa? – preguntó el Cónsul como si en algo pudiera verse favorecido mientras se quemaba con el té.
- Una librería – contestó alegremente el científico mientras le agradecía a la chica japonesa por lo que había traído – me gustan los libros raros, los demás creo que ya los leí a todos. Me gustan tanto los libros raros que pusimos una librería con las chicas y la verdad es que no vendemos mucho, más bien no vendemos nada, sin embargo la empresa funciona muy bien…
- No puede ser verdad – balbuceó el hombre de la NASA
- Te cerró el orto – le dijo la Canciller Alemana mientras masticaba despreocupada un bocadito de chocolate y crema.
- Así es – continuó Voynich – el sistema ideado para vivir de la lotería funciona solo. No tenemos que hacer absolutamente nada más que vivir haciendo lo que nos gusta. Esas pobres computadoras tienen una existencia muy agitada porque juegan solas a todo tipo de sorteos día y noche como adictas enfermas y depositan constantemente una parte de las ganancias en las cuentas de nuestra librería e invierten otras partes en acciones, criptomonedas y bienes raíces como si fueran brokers superdotados y cocainómanos que no descansan jamás, ni necesitan dormir. Nada especial. Una vez por semana las chicas van al banco a retirar dólares para hacer sus compras o realizar sus viajes mientras que Galileo y yo vivimos de manera muy austera porque solo gastamos en comida y libros.
El hombre de la NASA miró al loro con el mismo desprecio que había mirado a Voynich toda la vida.
- Es muy fácil vivir austeramente cuando uno es millonario – susurró con bastante razón.
Fue entonces cuando el científico se incorporó de un salto y les pidió que lo acompañaran al piso de arriba para mostrarles algo. Mientras subían las escaleras se oía como el viento azotaba cada vez con más furia las paredes de la mansión y entonces Voynich les dijo que en pocos minutos deberían ir al bunker pero que antes quería mostrarles algo para concluir con el asunto del dinero.
Al llegar al enorme ventanal del piso superior les pidió a sus visitantes que observaran con atención la belleza del mar y de la playa.
Todos hicieron caso esperando ver algo que no habían visto.
- Me gustan las Bahamas porque es un paraíso – dijo el científico respirando profundo y abriendo los brazos de par en par como si quisiera abrazar a la naturaleza – un paraíso fiscal – aclaró.

Paralelamente en Tenerife la contraoferta que le hicieron al Cheba desde Televisión Canaria en lugar de los 10.000 euros que había solicitado por la exclusiva de su entrevista fue solamente de 300 euros. Aceptó.
Llegó nervioso al canal vestido con el traje que sólo usaba en los casamientos y pidió cobrar por adelantado. La productora que lo había llamado le dio el dinero en un sobre y le explicó que no acostumbraban a pagarle a los invitados pero que en su caso harían una excepción debido a que se trataba de un hecho que afectaba a la seguridad nacional y que por eso pasarían esos honorarios como viáticos de traslado. El Cheba ni la escuchó porque estaba contando los billetes y no le importaba la explicación.
Minutos después lo llevaron a la sala de maquillaje donde sólo se dejó cubrir un poco las ojeras, y enseguida durante un corte comercial, lo trasladaron al set donde le presentaron al conductor y lo sentaron delante de las cámaras contra el decorado que tantas veces había visto desde su casa. Instintivamente tocaba tenso cada diez segundos por encima del pantalón el sobre con los euros en su bolsillo. Antes de salir al aire le acercaron un vaso de agua que se lo tomó por completo sin respirar.
“Cinco, cuatro, tres, dos… salimos”
- Bueno, hoy tenemos una entrevista muy especial – anunció el conductor del noticiero antes de que enfocaran al Cheba – tiene que ver con un hecho que involucra directamente al Observatorio de Izaña y que sin dudas puede convertirse en una noticia mundial. Según hemos sabido por distintas fuentes extraoficiales esta semana se habrían divisado a través de los telescopios espaciales unos objetos realmente extraños que se aproximan a la Tierra desde el espacio exterior. Por eso hoy en nuestros estudios tenemos la presencia de José Manuel Sánchez de la Higuera, más conocido como El Cheba que trabaja en el sector de limpieza del Observatorio y que ha sido el primero en enterarse y el único hasta ahora en difundir esta alarmante noticia. Buenos días, José Manuel
- Buenos días no – respondió el Cheba mirando a cámara en lugar de mirar a su entrevistador – ya no habrá buenos días para nadie
- Por favor, no asustes a nuestra audiencia – lo interrumpió sobresaltado el conductor – ¿A qué te refieres con lo que estás diciendo?
El Cheba tomó aire y supo que en esos próximos segundos se jugaría sus siguientes años de vida así que decidió poner toda la carne en el asador.
- Mira, Javier
- Francisco – lo corrigió el conductor
- Me presionaron con todo tipo de artimañas, me prometieron un ascenso bestial y luego me ofrecieron muchísimo dinero para que no contara todo lo que sé, sin embargo, me negué porque la dignidad no tiene precio. Fue entonces que amenazaron a mi familia para que hiciera silencio… ¡Pero no hay silencio que pueda callar la verdad! – dijo en un grito emocionado y empezó a aplaudir solo obligando con la mirada al conductor y a todos los que estaban detrás de cámaras a que lo acompañaran con el aplauso – Yo apenas soy un hombre común que tiene dignidad como cualquiera de ustedes – continuó emocionado – pero el destino me colocó en un lugar crucial de la historia, por eso estoy acá, para decirle a la población que desde hace 3 días los líderes más importantes del planeta ocultan que miles de naves extraterrestres se aproximan a la tierra a toda velocidad.
El conductor se sobresaltó en su silla y miró consternado fuera de cámara sin saber cómo debía reaccionar.
- ¿Pero qué dices, Cheba? Estás poniendo nervioso a todo el mundo
- Que vienen a aniquilarnos, Javier
- Francisco
- Debemos prepararnos para lo peor, de lo peor, de lo peor – y se quedó en silencio mirando cámara por varios segundos sin moverse y sin pestañear.
El rating del noticiero subía como nunca en la historia.
- ¿Y qué más puedes decirnos, José? – intentó hacerlo volver en sí el conductor tocándolo en el brazo para que reaccionara
El Cheba se sobresaltó y decidió ir por todo
- Tengo mucho, pero mucho más para decir, pero si quieren que siga hablando necesito sacar a mi familia de Tenerife y llevarla al continente para protegerla. Hoy ni siquiera tengo dinero para el viaje y la cuenta regresiva le está pisando los talones a la humanidad. Por favor ayúdenme – dijo mirando a cámara con los ojos llenos de lágrimas y la voz quebrada – ayúdenme… soy la única oportunidad que tienen para conocer la terrible verdad.
Se paró y salió de cámara sin mirar atrás.
NOTA AL MARGEN 2: WILFRID
Una fría mañana de septiembre a finales de los años 70, en el Colegio Católico Saint George situado en las afueras de Londres, el Padre Coughlan comenzó su clase hablándoles de Adán y Eva a sus alumnos de 6 años.
El pequeño Wilfrid miró sorprendido a sus compañeros para ver si alguno más estaba sintiendo lo mismo que él sentía, sin embargo muy por el contrario, se encontró con rostros inocentes que escuchaban encantados al sacerdote. Fue entonces cuando levantó la mano.
El cura sonrió de manera condescendiente e interrumpió de inmediato su narración para darle la palabra al niño, seguramente creyendo que le haría alguna de las típicas preguntas que cada año recibía por parte de los pequeños referidas a la biblia. Pero esa mañana las cosas serían distintas.
- ¿Usted conoce la teoría de la evolución de Darwin?
El padre Coughlan se sorprendió tanto al oír esa pregunta que se enojó.
- ¿Qué tiene que ver eso con lo que estamos hablando, Wilfrid? Por favor, haz silencio y presta atención.
Wilfrid avergonzado hundió su cabeza entre los hombros y en silencio se fue dejando caer lentamente resbalando por el respaldo de la silla.
Sin embargo, a los pocos minutos, el Padre Coughlan les aseguró a sus alumnos que Dios había creado al mundo en 7 días.
Si un alumno promedio, con el mínimo sentido común y un poco de inteligencia, podía darse cuenta de que era absurdo lo que le estaban diciendo, imagínense lo que sentía un niño prodigio como Wilfrid al que además le fascinaba la ciencia y a esa edad ya había leído algunos libros.
Volvió a levantar la mano.
El sacerdote lo fulminó con la mirada y continuó hablando sin dejarle hacer la pregunta, sin embargo el alumno alzó su voz profunda por sobre la del adulto.
- ¿Usted oyó hablar de la teoría del Big Bang?
El cura furioso caminó hasta donde estaba el pequeño y tomándolo de la oreja lo sacó del aula ante las risas y las burlas de los demás niños.
Le exigieron como penitencia que rezara el Ave María 20 veces.
Wilfrid en voz baja recitó una y otra vez el orden de los planetas.
CAPÍTULO 8: FATA MORGANA
Uno a uno los integrantes del Comité de Crisis fueron descendiendo con cuidado por las escaleras que conducían al búnker de la mansión donde los esperaban otras dos de las chicas que vivían con Voynich, una rubia y una morena: la sueca Alexandra y la colombiana Soya.
Entre ambas habían terminado minutos antes de bajar las provisiones de agua y de comida hasta el subsuelo junto a maletas con ropa, colchones, almohadas y otros enseres necesarios para sobrevivir ahí debajo en caso de que el huracán Lisa arrasara con las construcciones de San Salvador. A poco de bajar les contaron asustadas que ya se habían cortado las señales de televisión y de internet en la isla, que habían cerrado los aeropuertos en todo el archipiélago y que en la radio se le pedía a la población que se refugiara de inmediato porque el huracán se había vuelto impredecible aún para los meteorólogos especializados en tormentas tropicales.
Voynich las abrazó y les aseguró que no les pasaría nada porque ese lugar estaba justamente preparado para soportar los peores desastres naturales o sobrenaturales.
Keiko se sumó al abrazo múltiple y el Cónsul también.
El búnker de la mansión de Voynich era en realidad el enorme subsuelo de la casa que medía lo mismo que toda la edificación superior en cuanto a ancho y a largo. En ese lugar solían pasar muchísimo tiempo tanto las chicas como el científico porque allí habían montado una especie de playroom con mesa de billar, sistema de sonido, luces de colores, barra de tragos, mini cine y hasta un pequeño escenario con un piano y micrófono que parecía extraído de un bar en Nueva Orleans.
Hacia la izquierda, detrás de una amplia arcada romana, se encontraba la enorme y extraordinaria biblioteca de Voynich repletas de libros raros, incunables y primeras ediciones. También había ejemplares de ciencia, de mitología, de filosofía y todos los clásicos de la literatura mundial en su idioma original.
Hacia la derecha, cruzando una discreta puerta roja como si se tratase de la sospechosa entrada a un garito de callejón, se hallaba el cuarto especial con las computadoras adictas al juego que no paraban de apostar e invertir en la bolsa de valores día y noche sin apagarse jamás. De un solo golpe de vista hasta se podía llegar a creer que se veía humo de cigarrillos sobre las pantallas de esas cinco bestias metálicas con bits trasnochados junto a ceniceros rebalsados y vasos de whisky por la mitad.
Sin embargo, lo que más llamaba la atención al bajar a ese sitio tan acogedor, era una hipnótica pintura en blanco y negro de grandes proporciones que estaba colgada sobre la pared frontal en el centro del lugar. Delante de ella estaba colocado un sillón gemelo al que habían visto en el living al ingresar a la mansión, sólo que en este caso el cuero era de color violeta y no azul. En ese sillón el científico pasaba largas horas observando el misterioso cuadro tratando de entenderlo. Según sus propias palabras, ese dibujo simétrico con dos círculos perfectos con contenido de barras que se hallaban parcialmente encerrados por líneas de un solo trazo que los envolvían por arriba, por el medio y por debajo, representaba un enigma que llevaba años tratando de descubrir.

El diseño original había sido visto por primera vez tallado en una espada enterrada hacía más de tres mil años junto al cadáver de un faraón del antiguo Egipto. Lo insólito, es que según pudieron revelar los científicos cuando analizaron el hallazgo con un espectrómetro de fluorescencia de rayos X, es que la espada había sido forjada con hierro extraterrestre.
Tal vez de un meteorito o de algún otro origen desconocido.
Voynich había mandado a pintar ese cuadro para poder analizar el dibujo cada día de su vida cuando se sentara a meditar, a descansar o simplemente pensar. Llevaba años mirándolo.
Soya, la chica colombiana, se limitó a decir que para ella el incómodo diseño en el cuadro era una figura que generaba energía.
El hombre de la NASA se paró delante de la pintura con displicencia y enseguida concluyó que no significaba absolutamente nada, que valía la pena perder el tiempo y que podía ser una cara, un mapa o un trombón estirado. Sin embargo, no parecía estar tan seguro de su afirmación porque disimuladamente no dejaba de mirar el cuadro y se notaba que continuaba analizándolo para resolver el enigma antes que Voynich.
El Cónsul, tras analizar de lejos la pintura, afirmó sin dudar que podía valer más de 50 mil dólares.
El general Sanders se acercó a la pared para verla con cuidado y se alejó con un gesto serio sin decir nada.
Geraldine tocó suavemente la pintura con la yema de los dedos cerrando los ojos y tras algunos segundos dijo que le parecía hermosa.
La Canciller Alemana se acercó a la mesa de billar, agarró con firmeza uno de los tacos de madera y enseguida golpeó las bolas con una destreza que sorprendió a todos realizando una carambola extraordinaria. Luego alzó el taco sobre su cabeza de manera amenazante y aseguró que si alguno de los presentes le ganaba una partida de billar, ella se cortaba las pelotas.
Nadie le quiso jugar.
Todo el lugar estaba alfombrado con un diseño arábigo envolvente salvo un equilátero triángulo metálico en un rincón del suelo opuesto al escenario del piano. Junto a él se alzaba una plaqueta con números bastante similar a la botonera de un ascensor pero con cifras que aleatoriamente iban del cero al mil.
Desde ahí se accedía al verdadero búnker de Voynich.
Es que debajo de ese maravilloso subsuelo lleno de atracciones se encontraba un sitio todavía más profundo al que sólo accedía el científico a través de una sólida puerta con una imposible combinación de acceso. Ni siquiera las chicas sabían qué había dentro de ese lugar o cuánto medía. El científico lo había mandado a construir con un diseño de su propia autoría al poco tiempo de comprar la mansión. Lo fue edificando durante largos meses con diferentes obreros extranjeros que no se conocían entre sí para que nadie tuviera nunca el plano total de la obra en cuestión.
A veces Voynich pasaba semanas enteras sin salir de ahí abajo. De pronto emergía pálido y ausente como si hubiera sido enterrado vivo. Entonces sus cuatro amantes lo alzaban y lo bañaban con sales curativas. Lo peinaban, le recortaban la barba y lo acariciaban hasta que se dormía como un Cristo que acababa de resucitar y que estaba demasiado cansado de la muerte.

Mientras esperaban a Mut, la chica egipcia que estaba en su estudio de arte montado en el mirador de la mansión, Voynich les explicó a todos que se quedaran tranquilos porque el búnker contaba con un generador eléctrico y un hermetismo total que permitía soportar tsunamis. Además, en caso de ser necesario, se activarían dos bombas de aire conectadas a las columnas principales de la mansión que superaban los 10 metros de altura y por lo tanto no tendrían ningún inconveniente para respirar ahí abajo.
A Voynich no le inquietaba en absoluto la capacidad de daño que podía acarrear el huracán, lo que sí parecía preocuparse era el impacto que podía provocar la inusual belleza de Mut. Fue entonces que se puso serio, y minutos antes de que bajara la chica egipcia, se tomó unos momentos para advertirles a los integrantes del Comité que estuvieran preparados porque estaban a punto de conocer a una mujer que poseía una belleza tan extrema que realmente podía afectarlos. Los visitantes que le habían creído palabra por palabra la asombrosa capacidad de supervivencia que tenía el búnker ahora desconfiaban de la belleza de una muchacha. Es extraño el ser humano.
Les resultaba descabellado que alguien les advirtiera sobre el peligro de una mujer hermosa. Sin embargo, las otras tres compañeras del científico asintieron con la cabeza dándole la razón y coincidieron en que Mut poseía una hermosura tan poderosa, tan sobrehumana, tan especial, que podía enloquecer el equilibrio emocional de cualquiera o afectar el ritmo cardíaco de los que la vieran.
- Yo no voy a discutir ahora con ustedes qué es la belleza, no me importa lo que piensen sobre este asunto tan subjetivo – dijo Voynich – obviamente reconozco que la belleza no es matemática, que no es exacta y que tal vez esté más cerca de la poesía. Lo que para algunas personas puede resultar hermoso, para otras, incluso desagradable – dijo mirando al hombre de la NASA – sin embargo, aunque no nos pusiéramos de acuerdo sobre el origen de un incendio sus llamas igual serían reales, acá ocurre lo mismo. Porque si hay algo que no se puede discutir: Es lo que ocurre. Lo que funciona es porque funciona y cuando la belleza tiene un impacto demoledor es porque tiene razón. En este caso, la bella Mut, genera eso en los que la ven, sobre todo por primera vez. Una mezcla de asombro, de euforia, de éxtasis y de miedo, porque la verdadera belleza siempre esconde un porcentaje de maldad.
Todos se quedaron perturbados con las palabras de Voynich. No sabían si estaba exagerando o si realmente era una amenaza tanta belleza en una sola persona
- Mut es posiblemente la mujer más hermosa de la historia de la humanidad – continuó el científico con resignación – pero ella no lo sabe. Eso es parte del peligro y también parte del milagro. Mut es una bomba que se cree una flor.
Todos sintieron un poco de miedo.
Instantes después la deslumbrante chica egipcia apareció apenas vestida con un short deshilachado. Llevaba un collar de piedras entre sus pechos desnudos, un celular en la mano y unos auriculares blancos enredados en su exuberante cabellera. El lugar pareció estremecerse, nadie decía una palabra, ni siquiera el loro Galileo.
Mut sonrió sin esfuerzo y saludó a todos de lejos levantando apenas su mano. Nadie le devolvió el saludo.
Acto seguido la bella muchacha se acercó a Voynich y le mostró algo en el celular, posiblemente una imagen o un texto porque no había conectividad en la isla. El científico al ver la pantalla no pudo contener una carcajada aunque enseguida regresó a la seriedad absoluta.
Keiko le entregó una de las batas blancas a Mut y la chica egipcia se la colocó sin cerrar.
Era imposible sostenerle la mirada, pero era imposible no mirarla.
Fue entonces cuando la canciller alemana tomó coraje, caminó unos pasos hacia la muchacha, le acercó su cara a la de Mut y sonriendo le dijo: Me quiero morir.
NOTA AL MARGEN 3: TREVOR
No es tan cierto que todos los niños quieran ser astronautas por más que lo repitan automáticamente con cierta convicción cada vez que algún mayor les pregunta qué es lo que quisieran ser de adultos. En realidad nadie sabe qué quiere ser de grande, ni siquiera qué quiere ser de viejo, por lo tanto lo mejor es siempre responder “astronauta”.
¿Qué tipo de muerto te gustaría ser? Astronauta.
En realidad lo que se va perfeccionando con el correr de los años no es la certeza del deseo, sino la respuesta. Es más fácil volverse ingeniosamente impreciso que esclarecido. Es más habitual sembrar excusas que cosechar logros. Es más sencillo justificar un conformismo que explicar frustraciones.
Pero Trevor sí. Trevor lo tenía muy claro. Quería ser astronauta desde antes de la llegada del hombre a la Luna. Ese pequeño paso para la humanidad era en realidad simplemente el primer paso natural para él.
Las revistas de historietas que leía de pequeño ya marcaban dos destinos posibles para sus lectores: Astronautas o detectives privados.
Los cursos de detectives privados los dictaban siempre ex policías exonerados que les enseñaban a usar armas a desconocidos en oscuras academias montadas en algún primer piso por escalera. No eran difíciles de aprobar. Bastaba con pagar la inscripción y un día entre gallos y medianoches entrar en el negociado dejando el diezmo durante los siguientes años como cuota simbólica para la pirámide involutiva.
Todos los alumnos se recibían y luego colgaban el cuadro de detective privado donde lo viera todo el mundo.
En cambio, los cursos de astronauta los dictaba únicamente la NASA. Sin intermediarios. Había que anotarse con mucha antelación, formar la fila entre cientos de postulantes que caminaban en el aire y mirar mucho al cielo. Entre los requisitos indispensables se exigía un excelente estado físico y mental, una visión espacial de objetos y al menos un máster en matemática, física o ingeniería. En aquel momento también era necesario un título de piloto de pruebas experimental.
La edad promedio de los astronautas era de 34 años porque prevalecía la experiencia antes que la temprana juventud, sin embargo Trevor lo intentó con 25 y tenía todo a favor.
Uno a uno fue superando los desafíos físicos sin inconvenientes. Podía correr en la arena cargando un pesado traje de astronauta, soportaba cambios abruptos de velocidad en vehículos especiales e incluso aguantaba modificaciones brutales en la atmósfera en la que se encontraba sin mayores trastornos. Por supuesto contaba además con un máster en física, experiencia en vuelo, una lucidez mental asombrosa y un currículum que era la envidia de cualquier otro postulante a astronauta. Era sin dudas el mejor prospecto de su clase, sin embargo le faltaba algo. O tal vez nada. Pero no lo eligieron. A veces pasa, no hay explicación.
A pesar del doloroso rechazo la NASA le ofreció sumarse a sus filas estables pero como investigador y desarrollador ya que lo consideraban un hombre absolutamente valioso para su plantel. No iba a ser astronauta pero sí todo lo demás.
Aceptó con moderado entusiasmo y sin embargo pronto comenzó a tener una destacada participación en distintos proyectos aportando ideas, objetivos y conocimientos. Era joven y tenía ambición. A tal punto tomó preponderancia su presencia en la Administración Nacional de Aeronáutica y Espacio que con el correr de los años obtuvo por fin el logro que se encontraba en la cúspide de su carrera científica: Un puesto en el directorio de la NASA
Así pasó las siguientes décadas. Observando en las pantallas de control como despegaban una tras otra las naves desde Cabo Cañaveral hacia al cosmos.
Trevor se convirtió en una eminencia, pero en una eminencia con los pies en la tierra.

CAPÍTULO 9: ESPAÑOL, CATÓLICO Y ANTIEXTRATERRESTRE
“A veces sólo hace falta un gesto inocente para revelar un secreto asombroso, a veces sólo hace falta una persona cualquiera para convertirlo en alguien especial”
Cuando el Cheba salió del estudio de Televisión Canaria ya había personas en las redes sociales pidiendo que no lo silenciaran porque la ciudadanía merecía conocer la verdad y no estaba dispuesta a que la siguieran engañando. En realidad nadie lo había silenciado, al contrario, le habían ofrecido una entrevista en un canal abierto para que dijera absolutamente lo que quisiera y así lo hizo, sin embargo, había quedado la sensación de lo contrario. Esto se agigantó cuando en la vereda del canal lo entrevistaron desde una radio local y el Cheba llorando contó al aire que se acababa de enterar de que lo habían echado del trabajo por revelar la información secreta sobre la llegada de una flota extraterrestre. También agregó, siempre llorando, que ya no iba a tener dinero para alimentar a sus hijos y que seguramente se quedaría en la calle porque ya no podría pagar el alquiler de su vivienda. De todos modos, aclaró, que si ése era el precio que debía pagar por tener dignidad lo iba a pagar como un buen ciudadano español, católico y antiextraterrestre.
En menos de una hora el Observatorio del Teide publicó un apurado comunicado desmintiendo oficialmente las aseveraciones del Cheba y por supuesto negando haberlo echado de su puesto de trabajo. Pero ya era tarde porque nadie lo creyó. Al contrario. La desmentida parecía amplificar sus dichos y dotarlos de una veracidad que para algunos podía faltarle. Visto a la distancia tal vez el Observatorio no debió en aquel momento haber desmentido nada, sino simplemente dejarlo pasar como si fueran dichos de un lunático y al lunes siguiente enviarle un telegrama de despido por calumnias o mal desempeño en sus funciones. Pero como había mucho de verdad en lo que estaba diciendo el Cheba sintieron cierta culpa y se vieron en la obligación de emitir ese fallido comunicado que acabó por validarlo.
Tras la entrevista con la emisora se subió a la furgoneta para dirigirse a su casa donde esta vez lo esperaba demasiada gente en la puerta. Ya no eran solamente aquellos vecinos alarmados sino ciudadanos comunes desesperados y también algunos grupos organizados que sostenían todo tipo de teorías conspirativas desde hacía muchos años y que lo único que necesitaban era alguien que los representara de una buena vez por todas. Un hombre común, trabajador, honesto y perseguido. Ese no era el Cheba, pero lo eligieron igual.
A veces pasa.

Mientras manejaba nervioso su teléfono no dejaba de sonar. La mayoría eran números desconocidos entre llamadas de María y del Observatorio. Fue entonces cuando recordó una anécdota que siempre le había llamado la atención: Hace muchos años, antes de que existiera la telefonía celular, había un músico muy, pero muy famoso, al que le sonaba el teléfono fijo de su casa constantemente. Día y noche sin parar. Fans, periodistas, vendedores, traficantes, familiares, amantes, amigos, representantes, etc. Era realmente imposible atender a todos y al mismo tiempo no era sencillo en aquellos años cambiar de número telefónico. Lo había hecho en un par de oportunidades pero al cabo de un año su nuevo número volvía a filtrarse en todas las agendas y la rueda imposible volvía a girar. La decisión final que tomó aquel músico no fue la de descolgar el teléfono para dejarlo en un infinito tono de ocupado sino bajarle el volumen totalmente. Desde ese momento cada vez que caminaba por su casa de la cama al living, observaba el aparato y sabía que estaba sonando aunque estuviera en absoluto silencio. Cuando tenía ganas de hablar, o estaba aburrido, simplemente levantaba el tubo y siempre encontraba alguna voz del otro lado de la línea.
El Cheba hizo lo mismo. Durante el viaje desde el canal a su casa atendió al azar solamente a dos números desconocidos. El primero fue el llamado de una periodista del periódico local a la que le contó su historia con algunos detalles extras como que los extraterrestres eran un poco más altos que los seres humanos pero más flacos y en segundo lugar atendió a un productor de Cadena Ser que le ofreció salir en directo para toda España en ese mismo momento. El Cheba aceptó fingiendo resignación y durante casi veinte minutos aprovechó para victimizarse continuamente, despotricar contra el Observatorio y también contra los gobiernos del mundo que según su parecer le estaban escondiendo información a los ciudadanos como si fueran niños en Nochebuena. Luego casi a los gritos dijo que la llegada de los extraterrestres estaba marcando el trágico final de un tiempo oscuro y que a partir de ahora las cosas serían diferentes. Que nunca más un político corrupto iba a meterse en las vidas de las familias trabajadoras, que la gente común debería tener el verdadero poder, que él mismo estaba dispuesto a poner el pecho e incluso inmolarse con tal de que la verdad triunfe y además le pidió a la población que fueran libres porque lo demás no importaba. Sobre el final del reportaje, donde se negó a adelantar el aspecto físico de los visitantes pero dejó entrever que caminaban en dos patas, le exigió al Rey que por favor se hiciera cargo personalmente de su seguridad y sentenció que si él aparecía muerto todo el mundo debía saber que no se había suicidado, ni pasado de coca, porque le sobraban ganas de vivir y de contar “la verdad verdadera”. Cuando le preguntaron si sabía para qué venían los extraterrestres a la Tierra, el Cheba hizo un silencio aterrador que paralizó los corazones de toda España y luego respondió con el tono más solemne que pudo: Todavía no están preparados para saberlo.
Al llegar a su casa vio la muchedumbre que lo esperaba y decidió estacionar dos calles antes para llamar a su mujer. María lo atendió agitada y a los gritos, le dijo que estaba loco, que ella lo conocía bien y sabía que estaba mintiendo, que por favor dejara de lado esta estupidez, que dijera que se había confundido, que se había olvidado de tomar las pastillas, que tratara de recuperar el trabajo en el Observatorio, que pensara en sus hijos, que era un imbécil y que por sobre todas las cosas le pidiera perdón al Rey.
El Cheba cortó la llamada, puso el volumen del teléfono en cero, encendió un cigarrillo, se miró en el espejo retrovisor, sonrió satisfecho, arrancó la furgoneta y enfiló hacia el aeropuerto de La Laguna.
Al llegar sacó un pasaje hacia Madrid y esa misma tarde aterrizó en Barajas con lo puesto.
La fiel furgoneta quedó abandonada para siempre en el estacionamiento del aeropuerto como una novia que no supimos querer.
CAPÍTULO 10 : LA RULETA GALÁCTICA
Las demoledoras ráfagas del huracán Lisa alcanzaron en pocas horas los 250 km por hora y destruyeron a las más indefensas edificaciones turísticas que se erigían sobre la isla de San Salvador. Desde las profundidades del búnker de Voynich se oían estallar los vidrios de la mansión mientras caían los pesados muebles revoleados por el vendaval y crujían los portentosos muros a punto de sucumbir ante la terrible embestida de la naturaleza. Daba la sensación de que ya no quedaba nada en pie sobre la superficie.
Geraldine se puso a llorar pero Keiko enseguida la abrazó y le dijo algo al oído que la hizo sonreír.
A los pocos minutos la radio también quedó en silencio porque se derrumbó la torre de transmisión y entonces los integrantes del Comité, con Voynich y sus compañeras quedaron absolutamente aislados del mundo sumergidos en ese enorme refugio infranqueable.
Mientras Soya y Alexandra terminaban de realizar el inventario de víveres y organizaban las comidas para que todos pudieran pasar lo mejor posible las largas horas que durase el huracán, Voynich caminó hasta el pequeño escenario sin decir una palabra, se sentó frente al piano y comenzó a tocar una suave melodía que parecía acompañar con cierta elegancia la destrucción que ocurría sobre sus cabezas. Era una lejana cadencia de notas livianas y profundas que envolvían de melancolía a los refugiados como si fuera mejor estar tristes que asustados. Sin embargo no fue hasta que Mut subió al escenario con una leve sonrisa y acercó sus labios al micrófono que los corazones de todos parecieron detenerse para siempre. La suave voz de la muchacha más hermosa del mundo parecía ser el canto final de una sirena inmaculada que se llevaba las almas de todos hacia una eternidad donde ya no existe el dolor. “Take me home, country roads, to the place I belong…” Susurraba lentamente Mut y el mundo parecía un lugar seguro mientras todo se destruía.
Cuando terminó la canción nadie se atrevió a aplaudir para no romper el hechizo.
Voynich y Mut se miraron realizando un imperceptible gesto de mutuo agradecimiento y entonces la joven egipcia bajó del escenario dejando que de pronto volvieran a escucharse las explosiones y a sentirse el miedo en la sangre.
- Pueden aplaudir, hijos de puta – les gritó el loro Galileo revoloteando sobre sus cabezas.
Recién entonces parecieron volver en sí, y aunque nadie aplaudió, el Cónsul se encaminó hacia el escenario seguramente con la idea de cantar algo él también. Estaba a punto de hablar en el micrófono cuando Voynich se levantó de su butaca con un solo movimiento y le pidió con una tajante cortesía que por favor volviese a su lugar porque él tenía que decirles algo muy importante.
Voynich tomó la palabra y ya nunca la abandonaría.
- El huracán Lisa va a durar seguramente lo que duran todos los huracanes, lo que se haya destruido se reconstruirá como siempre se hizo, y poco a poco volverá la normalidad al igual que ocurrió tras acabar con la pandemia. Sin embargo esta vez las cosas son distintas porque dentro de pocos días una civilización extraterrestre llegará a la Tierra y la normalidad jamás regresará a nuestras vidas. No habrá reconstrucción del pasado, porque no tendrá sentido.
Sus palabras cayeron como un balde de agua fría sobre el Comité de Crisis que parecía haberse olvidado del asunto.
- Ustedes vinieron a verme para que los ayude ante este acontecimiento sin precedentes que nos está a punto de ocurrir como civilización, yo por supuesto, y como ya les dije anteriormente, los voy a ayudar porque es mi deber con la humanidad y porque no hay otra persona en el mundo que lo sepa hacer mejor. Sin embargo, antes de hacerlo necesito un compromiso de parte de ustedes.
- Ya me parecía demasiado desinteresado – respondió el hombre de la NASA mirando a la Canciller alemana – ¿Querés dinero? ¿Querés poder? ¿Qué querés, Wilfrid? – le preguntó con desprecio
El científico lo miró con pena sin dejar de sonreír.
- No hay casi nada que me interese de lo poco que me podrías dar, Trevor, no te preocupes, lo que les voy a pedir a cambio de mi colaboración total y sincera que contendrá información valiosa, exclusiva y jamás oída en el planeta es que los principales miembros de la comunidad científica y política internacional firmen un desagravio público pidiéndome perdón, reconociendo que se equivocaron al expulsarme y confirmándole a todos los medios de comunicación del mundo que vinieron a buscarme porque consideran que soy el mejor científico de la actualidad y también el investigador que más sabe sobre extraterrestres. Nada más y nada menos que eso.
Se quedaron en silencio unos pocos segundos hasta que el director de la NASA contestó ofuscado que él no iba a firmar ningún comunicado reconociendo nada. Inmediatamente Voynich respondió que estaba en su derecho pero que de todos modos los invitaba a pasar unos días en su mansión, que podrían tocar el piano, comer, beber, fumar, reírse, disfrutar de la playa con sus compañeras y conversar simplemente de cosas triviales, obviamente sin tocar en lo más mínimo el tema de los extraterrestres que estaban a punto de llegar.
La canciller alemana fulminó con la mirada al hombre de la NASA quien avergonzado bajó la cabeza.
- No hay ningún problema, Voynich – dijo Anke con pragmatismo – ya mismo podemos redactar el comunicado, firmarlo y en cuanto vuelva Internet lo enviaremos al resto de los integrantes del Comité para que lo firmen y luego a los medios en cuanto comuniquemos a la población mundial lo que está por suceder. Esto no se trata de los putos egos de nadie sino de la seguridad mundial. A mí no se me caen los anillos por reconocer que me equivoqué con usted y estoy segura de que los demás piensan igual – concluyó mirando con los ojos achinados al Cónsul, al General Sanders, a Geraldine y al Director de la NASA.
No hizo falta escribir nada porque Keiko trajo el comunicado ya redactado. Lo leyeron por arriba y era lo que había pedido el científico, ni una palabra más, ni una menos. Todos lo firmaron.
A partir de ese momento Voynich encendió las luces del búnker, se paró delante del enigmático cuadro como si fuese la pizarra de un aula universitaria y les dio una clase tan clara, sintética y contundente acerca de la vida fuera de la Tierra que no sólo demostró ser lo que decía ser, sino que también confirmó ser un magnífico y didáctico profesor:
- Bueno, para empezar les pido solamente cinco minutos de atención porque a partir de este momento sabrán cosas que cuando acabe de decirlas creerán que las han sabido siempre e inexplicablemente les costará bastante recordar la ignorancia que tienen ahora mismo. Así funciona este misterio. Ya lo verán – Voynich hizo una pausa interminable y los miró a todos fijamente a los ojos hasta incomodarlos, luego continuó disertando – Si alguno todavía se hace la estúpida pregunta sobre si estamos solos en el Universo le quiero responder con estos datos inobjetables. Solamente en nuestro barrio galáctico, o sea en la Vía Láctea, hay más o menos 300.000 millones de estrellas. ¡300 mil millones, joder! Y encima se calcula que existen otros 100.000 millones de barrios galácticos como el nuestro que tienen en promedio esa misma cantidad de estrellas por lo tanto si multiplicamos esos numeritos nos vamos a dar cuenta de que Carl Sagan acertó cuando dijo que había más estrellas en el universo que granos de arena en las playas de la Tierra. Es así, vayan mañana a la playa y tomen un puñado de arena entre sus manos para sentir miedo de verdad. Pero bueno, ahora vamos a suponer que alrededor de cada una de esas estrellas gira por lo menos un planeta, ya no les digo 8 como en nuestro sistema solar sino uno, uno solito, eso nos da una cantidad de planetas absurda. Y encima supongamos que cada uno de esos planetas tiene por lo menos una luna que les gire alrededor como a nosotros nos gira nuestra bella luna, o que les giren ochenta lunas como le ocurre a Saturno… ahí las cifras se disparan. Pero si nos concentramos solamente en la Vía Láctea y dentro de la Vía Láctea nos enfocamos apenas en el pequeño grupo de estrellas que son similares a nuestro sol nos encontramos con que la mitad de ellas albergan planetas o lunas rocosas con zonas perfectamente habitables donde el agua líquida se acumula y fluye sobre sus superficies, por lo tanto, en definitiva, existen más o menos 300 millones de sitios con condiciones similares a la Tierra solamente en la Vía Láctea. ¡300 millones de planetas o lunas donde seguramente haya vida! Y eso solamente en nuestro pequeño barrio. Fin de la discusión.
En menos de un minuto Voynich había sintetizado un panorama abrumador.

- Esas son las cifras que manejamos también nosotros – acotó el hombre de la NASA por decir algo
- ¿Y todos tienen vida inteligente, maestro? – se preguntó a sí mismo Voynich en voz alta – Claro que no. Hay demasiadas variables que se tienen que dar para que eso ocurra, sin embargo existe cierto consenso dentro de la comunidad científica (de la cual fui mal expulsado) en que solamente en nuestra galaxia hay 36 razas inteligentes. Sólo 36. Como en la ruleta
- ¿Y el cero? – preguntó el Cónsul que había invertido fortunas en los casinos de Las Vegas
- El cero somos nosotros, Cónsul – respondió Voynich mientras encendía un enorme cigarrillo de marihuana que Alexandra, la chica sueca, había estado armando con mucha pericia. Cuando lo prendió se encendieron las bombas de aire y el humo desapareció inmediatamente del búnker
- Es verdad – agregó nuevamente Trevor para sentir que aportaba algo – nosotros en la NASA manejamos exactamente esa hipótesis. Suponemos que hay miles y miles de seres vivos diseminados por toda nuestra galaxia que van desde microorganismos hasta enormes criaturas pero según nuestros cálculos estadísticos más realistas habría solamente 36 civilizaciones extraterrestres inteligentes.
- Lamento coincidir – respondió Voynich exhalando el humo por la nariz y la boca a la vez
- ¿Y cuál nos toca de los 36? – volvió a preguntar ansioso el Cónsul que en la ruleta coronaba siempre al 20 porque una vez le había confesado borracho el dueño de varios casinos en Montecarlo, que por estadísticas de posición en el paño y en la ruleta, ése era el mejor número para coronar pero que por favor no se lo dijera a nadie porque se podía llegar a fundir el sistema de apuestas. El Cónsul lo contó mil veces.
- Bueno, según mi humilde opinión, y apoyándome en mi teoría de las visitas extraterrestres a la Tierra cada 25 años, podría asegurar que la civilización inteligente que se aproxima a nuestro planeta son Los Drépanos.
- ¿Los Drépanos? – preguntó sorprendido el General Sanders como si ya los conociera de antes aunque enseguida se llamó a silencio y no dijo más nada.
- Sí, los Drépanos… algunos de ellos… – vaciló Voynich sin explicar
- ¿Pero entonces qué tiene que ver la teoría de los 25 años con la certeza de que son Drépanos? – preguntó Geraldine sin saber que pronto quedaría estupefacta por algo que la involucraba directamente.
Voynich volvió a darle una pitada al cigarrillo de marihuana y se lo devolvió a Alex antes de concretar por fin la explicación de su teoría.
- Los Drépanos vienen de la estrella Teegarden en la constelación de Aries. ¿Hay alguien de Aries acá? – Mut levantó la mano en su mundo sin dejar de mirar y editar imágenes en el celular – Teegarden está entre las 30 estrellas más cercanas a nuestro sol y fue descubierta por ustedes recién en 2003 – dijo señalando al hombre de la NASA quién asintió con la cabeza – pero recién en 2019 cuando descubrieron a los planetas que giran a su alrededor tuve por fin todas las piezas del rompecabezas – dijo mirando el cuadro y señalado los círculos – Estos 2 planetas hermanos que giran a su alrededor se los conoce como Teegarden B y Teegarden C, ambos llevan 5.000 millones de años más en el universo que nuestra Tierra por lo tanto sus posibles civilizaciones tuvieron mucho más tiempo que nosotros para evolucionar pero no tanto como para ya haberse extinguido. Ambos tienen el mismo tamaño que la Tierra pero Teegarden B cuenta con un clima fantástico con temperaturas medias de 28 grados, en cambio Teegarden C es igual de habitable pero muy diferente a su hermano mellizo porque tiene una temperatura de 40 grados bajo cero. Algo así como las divisiones de los colegios: el C es peor que el B…
Afuera el huracán Lisa continuaba destruyendo la isla cada vez con más furia pero la mansión de Voynich parecía resistir a pesar de los ruidos que simulaban bombardeos.
- ¿Y cómo sabemos con certeza que son estos bichos de mierda los que vienen? – preguntó la Canciller alemana enojada con todo.
- Por matemática, señora. Los Drépanos nos visitan cada 25 años porque su planeta está a 12,5 años de la Tierra. Necesitan 12,5 años luz para ir y 12, 5 años luz para volver, o sea: 25 años luz en total por cada viaje.
Era jaque mate.
- Llegan a la Tierra, hacen lo que tienen que hacer y regresan a su Teegarden B o Teegarden C, donde rápidamente hacen lo que tienen que hacer y vuelven a despegar. Lo han hecho así durante siglos con naves exploradoras hasta que evidentemente algo ha sucedido y por lo tanto han tomado la terminante decisión de enviar miles y miles de naves todas juntas.
- ¿Durante siglos? – se sorprendió Geraldine
- Si – respondió el científico – como ya les dije, el diseño de este cuadro apareció impreso en una espada guerrera forjada con hierro espacial hace tres mil años
- ¿Entonces el cuadro es un mapa? – preguntó sorprendido el General Sanders mientras se levantaba de su silla y miraba el dibujo como si por fin hubiera encontrado una respuesta que había buscado durante mucho tiempo.
- O tal vez una firma – lo confundió Voynich – en uno de los círculos está marcado un 1 con una barra y el otro un 2 con las dos barras. El B y el C nuestro. El 1 y el 2 para ellos. Están juntos, pero separados por una línea continua que penetra en el espacio del otro, como si quisieran dejar en claro que no son lo mismo pero que se parecen…
- Entonces son 2 civilizaciones inteligentes diferentes – concluyó el Cónsul más alarmado que antes
- Todavía no podemos saberlo – aclaró Voynich – mi opinión es que por cercanía, por edad, por condiciones naturales, por testimonios, por viejas escrituras y por este diseño, ambas son civilizaciones Drépanas… seguramente el Ejército de los EEUU tenga más información para aportar – dijo mirando al General Sanders con malicia – Yo apenas soy un hombre solo que piensa y analiza mirando el cielo desnudo desde una playa.
El General Sanders sonrió negando con la cabeza mientras apretaba los labios en una señal inequívoca de que no iba a hablar

- ¿Y la estrella Teegarden se puede ver desde acá? – preguntó Geraldine con cierta ternura adolescente
- Tal vez… quizás con un cielo despejado y sabiendo dónde mirar puede ser… Lo que sucede es que Teegarden es muy pequeña y tiene una luz tenue, en cambio los Drépanos a nuestro sol lo ven como a una de las estrellas más grandes y cercanas de su cielo.
En ese momento Keiko empezó a repartir vasos de whisky blanco con torta helada, Voynich miró una vez más al famoso cuadro enigmático y apoyó las palmas de sus manos en cada uno de los círculos para finalizar su clase:
- El límite del universo visible desde nuestro planeta está a 46.500 millones de años luz en todas las direcciones, por lo tanto 12,5 años luz es absolutamente acá en la esquina. Por eso las generaciones se cuentan cada 25 años, para que por lo menos una vez en la vida los humanos puedan ver a Los Drépanos.
- No es por eso – lo corrigió el director de la NASA pero Voynich ni lo escuchó
- Si Los Drépanos salieron de su planeta hace 12 años y medio y según los genios de la NASA faltan mas o menos 5 o 6 días para que lleguen, es que ahora están a ciento ochenta mil millones de kilómetros de nosotros – calculó a ojo el científico mientras recuperaba el porro – por lo tanto cuando entren a nuestro sistema solar según sus cálculos faltarían apenas 5 horas para que lleguen. Pero se equivocan de nuevo.
- No, Voynich, no siempre nos equivocamos
- No, siempre no – aceptó el científico – sin embargo en este caso sí ya que no tuvieron en cuenta la desaceleración. ¿O acaso los científicos del establishment creen que los trenes que van a 300 km por hora se detienen de golpe en la estación? Pues no, van de a poco bajando la velocidad hasta llegar a quedarse quietos por lo tanto imagínense el tiempo que lleva la desaceleración si en lugar de viajar a 300 km por hora lo hacés a 300.000 km por segundo
El hombre de la NASA sintió tanta vergüenza que pudo percibir el calor en los cachetes de su rostro.
- ¿O sea que no llegarán en 6 días? – simplificó la Canciller
- Absolutamente no, Los Drépanos necesitan ir bajando la velocidad de la luz de a poco para no desintegrarse al llegar y eso les puede llevar horas, días o incluso semanas… no lo sé
- Horas… días… semanas… ¿Serán meses? Creo que tampoco tenés muchas certezas, genio incomprendido – le respondió el hombre de la NASA mirando a Voynich con una mueca burlona
- Callate que a vos no te quiere ni el loro – le dijo el loro
NOTA AL MARGEN 4: HARRY
Los primeros pasos de Harry en la música fueron a comienzos de los años 60 cuando a poco de haber entrado en la adolescencia su preciosa voz de barítono se definió tan poderosa, cálida y emotiva que con apenas 16 años ya realizaba conciertos en las fiestas del pueblo, acompañado apenas con su guitarra, interpretando un repertorio clásico que abarcaba el jazz y el swing.
Sus presentaciones sumaban cada vez más público que lo aplaudían a rabiar y se retiraban extasiados de las funciones absolutamente convencidos de haber escuchado a una de las principales promesas artísticas estadounidenses. Y tenían razón.
En menos de un año dos compañías discográficas le ofrecieron contrato para grabar su primer disco y los principales agentes musicales de la época empezaban a asistir a los conciertos que había comenzado a ofrecer en radios y bares de renombre.
Sin embargo apenas cumplió 18 años recibió una carta del ejército de los EEUU para que se presentara al servicio militar. A partir de ese momento puso en pausa su carrera musical dispuesto a retomarla en cuanto regresara a su vida de civil.
Harry fue uno de los últimos soldados que mandaron a Vietnam.
La guerra ya estaba perdida y el gobierno de Nixon estaba a punto de caer por lo tanto pensaron que sólo podía salvarlo un inesperado giro de timón, un cisne negro o una jugada asombrosa.
Por estas razones fue que entre gallos y medianoches, EEUU decidió conformar en el más absoluto de los secretos un batallón especial al que bautizaron “Space Ravens” para trasladar hasta Vietnam un arma de origen desconocido que no habían podido terminar de descifrar desde que la habían encontrado pero que necesitaban utilizar sí o sí para ganar la guerra, y también el resto de las guerras.
Fueron 18 hombres, entre los que se encontraba Harry, entrenados durante tres meses en el desierto de Nevada a contrarreloj para aprender a utilizar esa tecnología tan extraña y comprender esas formas ajenas que debían llevar hasta los pantanos de Vietnam.
No era solamente un arma, es más, tal vez ni siquiera fuera exactamente un arma.
El traslado se hizo en barco y el cargamento secreto viajó camuflado y enigmático aún para el capitán y su tripulación. Solamente aquellos 18 hombres incrédulos que manejaban más información que la que cualquier ser humano podía asimilar en años conocían el contenido de lo que estaban transportando.

Al arribar los aguardaban otros hombres del ejército que los ayudaron a bajar la carga y trasladarla hasta una enorme tienda de campaña montada en plena selva enemiga.
Ahí los dejaron solos a aquellos 18 hombres para que cumplieran con su misión secreta y ganaran la guerra. Los “Space Ravens” pasaron la noche abriendo con muchísimo esfuerzo y cuidado las compuertas de la misteriosa carga hasta depositar por fin el imposible contenido en el suelo.
Mientras las manifestaciones a favor de la paz se extendían por todo el territorio estadounidense, ellos fueron sorprendidos con las primeras luces del amanecer por una patrulla de exploración vietnamita que los rodeó en silencio y los acribilló sin darles tiempo a reaccionar.
Harry fue el único que logró salir con vida del escuadrón. Corrió entre las balas a través de la selva durante 4 días sin mirar atrás hasta que llegó a una base propia.
Se mantuvo en silencio ese día (y también los siguiente años) sin decir una palabra sobre su misión secreta.
Cuando acabó la guerra Harry regresó a los Estados Unidos pero ya no quiso volver a subirse a un escenario, no tenía sentido. Pronto fue reconocido como un héroe de guerra y enseguida su carrera dentro del ejército fue escalando y escalando hasta alcanzar el grado de General.
Un hombre que sabe guardar secretos tan importantes se vuelve pronto un hombre de confianza para todo su entorno.
Cuenta una leyenda vietnamita que en 1973 en medio de la selva y de la guerra, un grupo heroico de soldados campesinos encontró algo tan absurdo en medio de la batalla que nunca lo pudieron describir con palabras pero que tampoco jamás pudieron olvidar.
Algunos dicen que lo enterraron en algún punto de la selva más impenetrable para que nadie jamás vuelva a verlo, otros dicen que está guardado en el sótano del Ministerio de Guerra y otros dicen que lo mantienen vivo.
NOTA AL MARGEN 5: GAIA
María Gaia Brunell viuda de Benavídez, a la que cariñosamente todos llamaban abuela Gaia, era una anciana docente jubilada que vivía sola en su casa de la ciudad de Bahía Blanca al sur de la Provincia de Buenos Aires en Argentina. Desde que había fallecido su esposo transcurría sus últimos años en paz cuidando el jardín, paseando a su pequeño perro chihuahua o cocinando tortas para llevar a la Sociedad de Fomento de la calle Uruguay donde se juntaba con otros jubilados para jugar al bingo o a la canasta.
Durante toda su vida había sido maestra de escuela hasta llegar a ser directora, cargo con el cual se pudo jubilar a principios de este siglo.
No había tenido hijos pero siempre trató a sus alumnos como si lo fueran y por eso era tan querida por generaciones y generaciones de chicos y chicas que todavía la saludaban con un abrazo por las calles de la ciudad cada vez que se la encontraban. Eran hombres y mujeres de tantas edades distintas que la abuela Gaia parecía haber sido la maestra de media ciudad. Ojalá hubiera sido así.
Durante el tiempo de pandemia la abuela casi no había salido de su casa. Mataba las horas angustiada delante del televisor oyendo los reportes de contagios, los interminables consejos para evitar enfermarse, las constantes mutaciones del virus y los rumores acerca de la llegada de las vacunas. Incluso había dejado de pasear a su mascota quien durante toda la pandemia hizo sus necesidades en el jardín delantero de la casa. Mientras tanto Agustina, que era la hija menor de su vecina y a quién habitualmente ayudaba a preparar las materias del secundario, le hacía las compras, le traía agua del surgente del Parque de Mayo y hasta le había enseñado a pagar cosas con el celular. A cambio la anciana le preparaba una torta diferente por semana.
Cuando por fin la pandemia fue vencida lo primero que hizo Gaia fue ir al cementerio para visitar la tumba de su marido, llevarle flores y pedirle disculpas por no haberlo ido a visitar durante tanto tiempo. Se quedó sentada junto a la lápida durante un par de horas fingiendo que hablaba sola.
Al regresar le pareció estúpido volver a entrar a su casa, sentía que era como si hubiese logrado escapar con demasiado esfuerzo de una celda imposible a la cual ahora debía volver a entrar por sus propios medios.
No entró.
Continuó caminando por el barrio mirando los frentes de la casas como si fuese la primera vez. Algunos pocos habían cambiado pero la mayoría se mantenían fieles a su memoria. Tanto caminó y tanto se distrajo que por un momento se sintió perdida. Pero no estaba perdida. Conocía perfectamente esas calles desde su adolescencia, lo que tenía era apenas una sensación de estar perdida, nada más. Algo casi placentero.
Esta rutina la mantuvo activa durante las siguientes semanas. Caminaba y caminaba hasta sentir que estaba perdida, algo que solía ocurrirle más o menos cuando ya llevaba una hora sin rumbo fijo. Cuando alcanzaba ese estado se llenaba los pulmones con aire fresco y sonreía por todos los demás. No le parecía mal morirse así en alguna de esas veredas inundadas de aire puro. Pero no. No era ese su destino y la abuela Gaia no tenía ni la más remota idea de lo que le estaba por ocurrir a esta altura de su vida cuando ya creía que no le faltaba vivir más nada.
La vida te da sorpresas, pero a veces te las pide.

La mañana en la que estalló la noticia de que miles de naves extraterrestres estaban camino a la Tierra ella se estaba por tomar un té rooibos de naranja con canela y miel que le había recomendado Agustina para hidratarse antes de hacer ejercicios. Sin sacar los ojos del televisor, y ya con el atuendo de gimnasia puesto para salir a caminar, intuyó algo que todos los demás todavía no sabían.
La gente en las calles había enloquecido, lo que hasta el día anterior era un paisaje sereno con personas amables y sonrientes se había convertido en un manicomio de criaturas salvajes que vaciaban las góndolas de los supermercados, preguntaban por qué ahora y lloraban mirando al cielo.
Ya los divisaban los telescopios más avanzados del planeta, pero todavía los Drépanos estaban lejos. A simple vista, hasta ese entonces, sólo se observaba el cielo azul con nubes inocentes detrás de pájaros tranquilos que pocos días después se esconderían aterrados quién sabe dónde.
La abuela Gaia llenó la taza de té y caminó lentamente por su casa hasta llegar a un viejo ropero que se encontraba en el cuarto de huéspedes que alguna vez había sido pensado como la habitación de sus hijos y que desde hacía décadas era apenas un sitio para apilar cosas y juntar papeles.
La anciana dejó la taza sobre una mesa, arrimó una silla al ropero, se paró sobre ella con bastante esfuerzo y estirando las manos casi a ciegas sobre la alta superficie del mueble, comenzó a tantear hasta encontrar lo que buscaba. Una polvorienta carpeta viejísima llena de dibujos realizados por sus alumnos de primer grado un día después de que una extraña luz del tamaño de 3 lunas llenas se posara sobre la ciudad de Bahía Blanca acercándose y alejándose durante casi 20 minutos con movimientos inteligentes delante de los atónitos habitantes de la ciudad. La propia CIA, cuando abrió sus archivos secretos sobre OVNIS a comienzos del 2021, reconoció aquel avistamiento como uno de los más reales en toda la historia de la humanidad.
Aquel lejano martes los bahienses no hablaban de otra cosa y la tapa del diario mostraba la foto del OVNI en su portada exclamando que era el mejor registro extraterrestre que jamás se había obtenido. Y era cierto.
Fue entonces que aprovechando la fiebre marciana que recorría las calles de Bahía y los pasillos de la escuela, Gaia les había propuesto a sus alumnos de 6 años que hicieran una ilustración de cómo se imaginaban que serían los visitantes.
Los niños no dudaron ni un instante y entusiasmados como nunca abarrotaron las hojas con decenas de formas, movimientos y colores. A la semana se olvidaron.
Ahora. Casi cincuenta años más tarde, la anciana colocó sobre la mesa todos aquellos dibujos infantiles hasta encontrar puntualmente el que buscaba, el único que le había llamado la atención, el que siempre había sabido que era especial, el que pocos días después coincidiría exactamente con el rostro y con la silueta de los Drépanos.
CAPÍTULO 11: EL ÚLTIMO QUE APAGUE LA LUZ
El Cheba aterrizó en Barajas con lo puesto y caminó hasta la estación del metro rumbo a la casa de su infancia en Vallecas. Ahí todavía vivían sus padres sobre la calle Payaso Fofó frente al estadio del Rayo. En los televisores de los bares – que pronto hablarían únicamente de las naves que se acercaban a la Tierra – se observaban imágenes de los desastres que estaba causando el huracán Lisa en algunas paradisíacas islas del Caribe, aunque el título de la noticia en todos los medios era la preocupación por la posibilidad de que el fenómeno natural llegase a La Florida con capacidad de destrucción. El Cheba realizó las dos combinaciones de trenes hasta finalmente bajar en la estación Portazgo que tantas veces había transitado desde que era niño hasta abandonar Madrid.
Su madre lo recibió haciendo la señal de la cruz repetidas veces y con un abrazo tan fuerte que casi le rompe el esternón mientras le decía que lo había extrañado mucho y que su padre había bajado a comprar comida. De inmediato lo condujo hasta su habitación, la cual se mantenía intacta desde siempre, y le ofreció ropa limpia para que se cambiara.

Sobre las paredes del cuarto, cubiertas con el mismo empapelado desde los años 70, se observaban repisas desbordadas por revistas viejas, muñequitos de colección y trofeos infantiles entre pósters de Cota, de Michel, del enorme equipo del ‘89, de Bob Dylan, de Nacha Pop y de Kim Basinger en traje de baño. Todas esas imágenes estaban perfectamente pegadas como si alguien se hubiera encargado cada día de que nada cambiase a pesar de los años. Corriendo las cortinas de la ventana de su habitación se asomaban las gradas del estadio del Rayo como si fueran las montañas más hermosas del mundo. Ese era el paisaje que más había extrañado pese a haber vivido en alguna ocasión frente al mar. En el cajón de la mesa de luz, que no se atrevió a abrir, todavía estaban las dolorosas últimas cartas de Alba, su primera novia, entre papeles de liar, lápices de colores, un carnet con acné y algunas pocas pesetas en monedas.
El Cheba respiró profundo el nostálgico aroma de su infancia y recién entonces se sintió en casa. Luego se dejó caer sobre la antigua cama que mantenía el mismo acolchado rojiblanco sobre el que había caído rendido tantas madrugadas borracho y drogado buscando frenar la cabeza y el cuerpo, y al fin sintió que había terminado el viaje. Para empezar otro.
Minutos después escuchó el ruido de unas llaves y supo que su padre estaba a punto de entrar así que se incorporó de un salto para ir a saludarlo y apenas lo tuvo enfrente, Alfonso sin soltar las bolsas con comida, le dijo:
- ¿De verdad vienen los marcianos, hijo?
El Cheba no llegó a contestar.
- Da lo mismo – respondió la madre – vayamos a comer.
En menos de dos horas el búnker de Voynich estaba totalmente organizado para que 10 personas y un loro pudieran sobrevivir con todo lo necesario los días que hicieran falta. Más allá de la cama nupcial, había colchonetas, bolsas de dormir térmicas y el enorme sillón violeta que había sido reconvertido en una gran cama donde cabían por lo menos cuatro personas perfectamente cómodas una a los pies de la otra, en fila y a lo largo, como en un trencito humano de ocho metros.
La mesa de billar, pese a las furibundas quejas de la Canciller alemana que se había quedado con las ganas de jugar, fue cubierta con una madera para convertirla en una larga mesa a la que Keiko vistió con un doble mantel de seda blanco y púrpura sobre el que luego colocarían los manjares que estaban cocinando para la cena.
Los dos baños del búnker fueron repartidos de la siguiente manera. El principal para los habitantes de la mansión: Keiko, Soya, Alexandra, Mut y Voynich, mientras que el toilette secundario (que no contaba con jacuzzi pero que sí tenía ducha escocesa) fue destinado para los huéspedes pertenecientes al Comité de crisis, o sea: La Canciller alemana, Geraldine, el hombre de la NASA, el Cónsul y el General Harry Sanders.
También había sillas, poltronas, butacas y banquetas con almohadones que fueron dispuestas prolijamente alrededor de la enorme mesa. La cabecera norte se la dejaron a la Canciller para que se le pasara un poco el enojo y la cabecera sur para Keiko porque quedaba más cerca de la cocina ya que iba y venía constantemente controlando las cocciones.
Las cuatro chicas cohabitantes de Voynich le ofrecieron mucha ropa a Geraldine y a la Canciller pero mientras que a la francesa todo le quedaba perfecto y le encantaba, a la alemana apenas le cabían algunas cosas de Mut que era bastante más alta que las demás y que además tenía el cuerpo forjado por años de practicar surf.
Voynich (salvo el impecable traje blanco tipo Elvis – con flecos, tachuelas y bordados – que el científico utilizaba en sus épocas de esplendor cuando daba conferencias en las Universidades de todo el mundo) les ofreció el resto de su vestuario habitual – gris, negro y monótono – al Cónsul, a Trevor y a Harry que estuvieron conformes. Incluso también a la Canciller alemana quien tuvo que aceptar que se sentía más cómoda con la ropa que le daba el científico antes que con las modernas, coloridas y sugestivas prendas de la bella chica egipcia. El Cónsul se quedó con ganas de vestirse de Elvis.
- ¿Alguien toma mate? – preguntó Voynich mientras todos se probaban ropa, revolvían cajones e incluso se vestían con los disfraces que guardaban en el búnker para Halloween y para las celebraciones internas que organizaban los primeros sábados de cada mes Voynich y las chicas.
Como nadie supo de qué estaba hablando le respondieron que no y el científico tomó mate solo como siempre.
Las horas pasaban confusas en esa profundidad. Para algunos el tiempo transcurría lento y para otros directamente no transcurría.
- Esto me hace acordar a los casinos donde no hay relojes, ni ventanas, solamente luces de colores, ruidos y chicas en bancarrota – dijo el Cónsul un poco entusiasmado
- Exacto – contestó Trevor, el hombre de la NASA – es que está hecho a propósito para que los clientes pierdan la noción del tiempo y no se quieran volver a sus casas
- ¡Quién querría volver a su casa estando en un casino! – dijo el Cónsul riéndose
- Y si prestan atención se darán cuenta de que las fichas no tienen el número de lo que valen en dinero, eso es para que también se pierda la noción del valor de las cosas – acotó Voynich con razón – y además las alfombras o las paredes suelen ser caprichosamente coloridas y en algunos casos hasta los techos están pintados de color celeste cielo para que la mente se confunda
- ¡Ay qué ganas de jugar me dieron! – exclamó el Cónsul ante el apoyo inmediato de la alemana que golpeteaba ansiosa las yemas de sus dedos entre sí con una peligrosa ansiedad
- Bueno, si quieren podemos jugar a los dados hasta que esté lista la comida – propuso Voynich mientras abría la puerta superior de un mueble empotrado y tomaba un cubilete rosa de metal transparente que contenía 7 dados de marfil con esquinas huecas y rellenos de mercurio que estaban pintados cada uno con un color distinto del arcoíris y tenían los números marcados con puntos de zafiro. Era realmente un objeto hipnótico que daban ganas de tocar.
- Por dios, es el mejor juego de dados que vi en mi vida… – dijo maravillada Geraldine tomando el dado rojo entre sus manos y mirándolo estupefacta a trasluz.
- Si, es robado, pero es hermoso – reconoció Voynich – además no es solamente un juego de dados, sino que está fabricado con líneas neutras de diseño espacial para convertir la suerte de cada jugador en probabilidad sin interferir en lo más mínimo.
El General Sanders sonrió mordiéndose el labio inferior y negando con la cabeza mientras arqueaba las cejas y bajaba la mirada. Voynich continuó con la explicación
- La suerte no es la misma para todos, cada uno tiene una suerte distinta y este juego de dados lo único que hace es respetar la de cada jugador. Está diseñado para no igualar las suertes sino para justamente lo contrario, traducirlas fielmente al juego
- ¿O sea que el que tiene más suerte gana? – preguntó el Cónsul sorprendido
- Exacto – respondió el científico – eso es lo que tiene de especial jugar con estos dados y con este cubilete. Nada se interpone entre el resultado que obtengas y tu propia fortuna. No hay excusas.
El aroma de la comida que ya había empezado a cocinar Keiko hacía más de una hora accionaba una y otra vez el extractor de aire del búnker mientras sorteaban las parejas para el juego.
- Yo juego desde acá – gritó la chica japonesa desde la cocina – que por favor Galileo tire por mí.
Al oír esto el loro se acercó apurado a la mesa y se paró sobre el respaldo de la silla que le correspondía con la mirada atenta al sorteo de parejas que hicieron con papelitos. Toda la organización del sorteo estuvo a cargo obviamente del Cónsul que se tomó un largo tiempo para ir escribiendo prolijamente cada nombre para luego doblar el papel e introducirlo en el cubilete de la suerte real.
El primer nombre en salir fue el de Alexandra, la sueca y el segundo nombre fue el de Soya, la colombiana. Las chicas eran muy amigas, además de ser las encargadas de controlar las computadoras de la mansión, por lo tanto se pusieron realmente contentas de que la suerte también les confirmara esa unión que tenían.
La segunda pareja en conformarse fue la de Geraldine con Voynich quién le besó la mano a la secretaria del Ministro de Seguridad de Francia y le confesó que era un honor para él poder tenerla de compañera, ella devolvió el piropo poniéndose colorada.
La tercera pareja en convalidarse fue la de la Canciller con el Cónsul que se quería morir porque la alemana era muy competitiva y apenas supo que jugarían juntos lo amenazó por lo bajo para que tire bien los dados o lo ahorcaría cuando se durmiera.
Cuando salió el nombre de la bella Mut pareció que todos contenían la respiración, sobre todo el hombre de la NASA y el General Sanders que todavía no tenían pareja. Ella los miró a los dos con una sonrisa tímida mientras encogía apenas los hombros como si les pidiera disculpas. Aunque en realidad los estaba mirando con pena. Salió el nombre de Keiko y el loro festejó con un insulto irreproducible.
Por descarte entonces, la quinta pareja fue conformada por Trevor de la NASA y Harry del Ejército que en el fondo sintieron alivio porque no hubieran sabido cómo ser compañeros de Mut sin quedar como idiotas.
- Bueno – propuso el Cónsul como era habitual en él – ¿Qué les parece si les ponemos nombres a la parejas?
- “Ganar o morir” seremos nosotros – respondió la Canciller alemana sin darle tiempo al Cónsul para sugerir otro nombre menos virulento.
- “La dama y el vagabundo” – le propuso Voynich a Geraldine quien aceptó encantada
- “Las chicas del shopping” – se bautizaron Soya y Alexandra entre carcajadas
- “El Loro afortunado” – propuso Galileo y Mut asintió tirándole un beso a la distancia lo cual hizo que al loro le bajara la presión aunque fingiera a duras penas que no le pasaba nada
- ¿Y ustedes cómo se van a llamar? – preguntó Geraldine a Trevor y a Harry
- “Area 51” – respondió secamente el General Sanders, que hablaba poco, pero decía bastante.
Tras algunos minutos de deliberaciones acerca de cuál sería el premio para los triunfadores decidieron que jugarían por los lugares para dormir. La pareja ganadora lo haría en la cama nupcial con colchón especial vibrante de ultra densidad, sábanas ligeras de Mónaco y acolchado orgánico. Las 2 parejas que salieran segundas y terceras dormirían en el sillón infinito con sábanas y frazadas en línea de hotel, la cuarta pareja en sendas bolsas de dormir térmicas y el dúo que saliera último dormiría en el suelo sobre unas colchonetas finas.
Voynich le preguntó a Keiko cuánto faltaba para la cena y la chica oriental, que era chef con una estrella Michelin y se encargaba de que todos tuvieran una exquisita, saludable y balanceada alimentación en la mansión (salvo los viernes que cocinaba Voynich cosas rústicas al aire libre y los martes que hacían ayuno total) le respondió que aproximadamente faltaba 1 hora y 10 minutos para el primer plato.
- Perfecto – contestó el científico y puso a sonar el vinilo de Frank Zappa “You Are What You Is” que duraba exactamente ese tiempo según recordaba
A partir de ese momento, las eclécticas canciones que se sucedían en el fabuloso sistema polisónico polar del búnker, iban cambiando constantemente el clima del juego como si fuera una montaña rusa que viajaba por las venas de aquellos apostadores enterrados.
Mientras jugaban aprovecharon para realizarle preguntas a Voynich sobre Los Drépanos
Los primeros buenos lanzamientos fueron de la Canciller alemana que ante cada logro levantaba los brazos con la mirada perdida y se quedaba quieta, temblando en silencio. Sin embargo, estos buenos tiros, eran compensados por la mala suerte que parecía perseguir al Cónsul quien recibía la misma mirada silenciosa y tensa por parte de la alemana pero inyectada de odio y bronca.
- ¿Cómo nos vamos a comunicar con ellos cuando lleguen? – preguntó el Cónsul para quitar la atención de sus malos dados y volver al tema extraterrestre
- Bueno, depende – respondió Voynich haciéndole una mueca simpática a Geraldine – hay que ver si vienen con intenciones de comunicarse o no. Si su intención es que nos entendamos seguramente habrán tenido tiempo estos 12 años y medio para aprender nuestros idiomas. Pero si los planes son… otros, bueno, entonces no se habrán tomado el trabajo de aprender a conjugar los verbos.
El juego continuó tenso.
A los pocos minutos tomó la delantera el “Area 51”. Los lanzamientos aparatosos y torpes del hombre de la NASA (que daba la sensación de no haber jugado jamás a nada) eran acompañados por los movimientos austeros y efectivos de Sanders que parecía un cirujano.
- ¿Y tienen voces como nosotros? – preguntó Geraldine a modo de broma
- Es una pregunta muy interesante, Geri, te agradezco que la hayas hecho – contestó con cortesía el científico y ella miró a todos satisfecha – absolutamente todos los ruidos quieren decir algo, el sonido del viento nos marca su fuerza, el ruido de un motor nos habla mucho de su funcionamiento, el ladrido del perro quiere decirnos diferentes cosas, el sonido del papel al cortarse nos marca el grueso de la hoja, la intensidad del trueno nos indica la distancia del rayo y así podría continuar con ejemplos de cualquier cosa que se les ocurra. No hay sonidos en la naturaleza que no quieran decir algo. Incluso los silencios.
El General Sanders asintió con la cabeza mínimamente en un gesto de reservada admiración que siempre había tenido por Voynich quien continuó hablando.
- Los Drépanos también emitirán sonidos en forma de voces, de bits, de alaridos, de vibración, de gruñidos, de explosión, no lo sé, no importa, lo que sea que hagan querrá significar algo y será nuestro deber decodificarlo si es que ellos no nos facilitan las cosas.
Los dados cada vez pesaban más.
Los que nunca pudieron alcanzar el primer puesto en el juego fueron justamente Geraldine y Voynich que pese a los malos resultados en la mesa se felicitaban por las preguntas y las respuestas mientras se reían de su suerte y besaban el cubilete del otro antes de cada lanzamiento.
- ¿Y si no son Drépanos los que vienen? – interrumpió el General Sanders como si en verdad no fuera una pregunta
Voynich dejó la risa a un costado, lo miró a los ojos como si le estuviera respondiendo con la mirada y luego contestó en voz muy baja.
- Ojalá sean Los Drépanos… – y se levantó para dar vuelta el vinilo de Zappa
En ese momento alcanzaron el primer puesto Soya y Alexandra que a fuerza de afortunados lanzamientos consiguieron hilvanar varios aciertos en continuado que siempre celebraron abrazándose y besándose apasionadamente en la boca. Así se mantuvieron en la punta hasta casi el final, cuando Mut tomó el cubilete con sus 2 manos, lo alzó hasta la altura de su frente como si fuera un cáliz divino, lo batió con dulzura cerrando sus enormes ojos mientras su impetuosa cabellera se sacudía graciosamente en todas direcciones. Luego fue bajando el cubilete entre sus tatuajes hasta apoyarlo en su corazón durante algunos pocos segundos y enseguida los dados fueron cayendo uno sobre otro en cámara lenta marcando el récord de puntos para esa noche y dejándole servida la victoria a su compañero. El loro Galileo sin mucho preámbulo tomó con apuro el cubilete con su pico, juntó los dados con las alas, alzó el vuelo sobre la mesa y tras sacudirse en el aire para mezclarlos giró sobre sí mismo dejándolos caer en un buen tiro que les significó la victoria final.
A los festejos se sumó Keiko y entre ella y Mut besaron a Galileo una de cada lado.
La Canciller furiosa le tiró un dado por la cabeza al Cónsul y le pegó en el medio de la frente porque habían acabado últimos.
Era la hora de la comida.
En un minuto desarmaron la mesa de juego y la volvieron a convertir en la mesa para cenar con el mantel doble de seda blanco y púrpura.
Los platos que fue trayendo Keiko con la ayuda de Soya incluían canapés de pavo con caviar Kaluga, salmón ahumado montado sobre pan matzá, carne kobe, trufas negras de Borgoña, ensalada de kaki persimmon, jamón de bellota 100% ibérico, burrata y rols de manzana. Todo fue acompañado por varias botellas de champagne francés que sirvió Voynich con elegancia y que previamente hizo probar a la única francesa del refugio, Geralinde, quién reconoció que nunca había degustado un champagne tan exquisito ni siquiera viviendo en París.
De postre, la maravillosa chef oriental, trajo cheesecake de fresas, helado luminoso y una torta Pávlola con base de merengue horneado sobre la cual emergía una crema batida, chocolates y frutos rojos.
Para el final Mut preparó unos extraordinarios cócteles de verano en altísimas copas negras mientras Alexandra repartía cigarrillos de marihuana dorada y pastillas.
A esa altura la música disco inundaba el búnker con “Never can say goodbye” de Gloria Gaynor a todo volumen y las chicas bailaban solas mientras el Cónsul no paraba de contarle chistes largos y malos a la Canciller alemana para que lo perdonara por haber perdido a los dados.
- Hijo de puta – le respondió la mujer sólo moviendo los labios en la penumbra de la fiesta.
Había sido un día largo, muy largo. Estaban todos agotados y poco a poco empezaban a ser vencidos por el sueño, por lo tanto decidieron dar por terminada la jornada y acomodarse en sus lugares para dormir. Mut, Keiko y el loro en la cama nupcial, Soya, Alexandra, Voynich y Geraldine en el sillón infinito, el general Sanders y Trevor en las bolsas de dormir térmicas y Anke con el Cónsul en el suelo sobre dos colchonetas finitas. El Cónsul se puso lo más lejos que podía de ella porque le tenía miedo, sin saber que la Canciller se había guardado uno de los largos tacos de billar bajo las frazadas para tocarlo desde lejos en la oscuridad.
Cuando apagaron la música volvió a escucharse el temible huracán Lisa que parecía querer borrar la isla del mapa. El miedo los invadió por primera vez cuando descubrieron – por el sonido – que el agua había inundado la mansión y que no podrían salir. Fue entonces que antes de apagar la luz el Cónsul preguntó si alguien podía contar un cuento de las buenas noches y Voynich dijo que él podía hacerlo. Todos estuvieron de acuerdo.

- Hay un cuento que me aterra cada vez que lo recuerdo. Se titula “Muerte térmica” y todavía no está escrito. Es algo que ocurrirá irremediablemente dentro de millones de años cuando el Universo se vaya apagando. Como ustedes saben, todas las estrellas tienen un ciclo de vida al igual que los seres vivos, y ese ciclo se irá cumpliendo sin que nadie pueda detenerlo. Una a una las estrellas irán muriendo delante de los ojos de los últimos testigos. A medida que eso ocurra el Cosmos se volverá un lugar oscuro, frío y sin brillo. En ese momento ya no habrá ninguna posibilidad de vida porque no existirá ninguna fuente de energía, y sin energía no hay vida. Toda la materia existente se descompondrá inexorablemente en la materia oscura y sólo quedará una amalgama de partículas y radiación que incluso también desaparecerán con el tiempo. El cielo se irá apagando lucecita por lucecita. Este poético proceso final se llama “Muerte térmica” y ocurrirá cuando la última estrella de la última galaxia del último confín del Cosmos se apague para siempre dejando al Universo muerto, vacío y oscuro por el resto de la eternidad. Por eso hay que reírse ahora, antes de que eso pase. Buenas noches, que descansen.
Y Voynich apagó la luz.
NOTA AL MARGEN 6 – LA EXCURSIÓN
Una vez por año Mia y Oliver partían desde Sídney, la ciudad donde vivían, para viajar y visitar algún punto turístico en cualquier parte del mundo. La buena posición económica que tenían gracias a que ella era investigadora en biogenética, y él dirigía un prestigioso buffet de abogados especializados en conflictos medioambientales en Australia les permitía organizarse para tomarse un mes de vacaciones y elegir sin inconvenientes diferentes sitios imperdibles en el planeta.
Mia y Oliver no habían podido tener hijos pese a la gran cantidad de tratamientos realizados, por lo tanto llegó un punto en que decidieron dar vuelta la página y enfocarse en conocer el mundo y en malcriar a los sobrinos y a los hijos de sus amigos de los cuales naturalmente se convirtieron en padrinos adorables que además siempre llegaban de visita con algún regalo de esos que los chicos no se olvidan.
Aquel abril de mediados de los años 90 iniciaron uno de sus tantos viajes sin sospechar que el destino les tenía preparado una sorpresa de esas que ocurren una vez en la vida, o ninguna.
El ómnibus lleno de turistas marchaba lento cuando en el horizonte comenzaron a emerger las extraordinarias maravillas que habían ido a conocer. Las palpitaciones y el asombro acompañaban a esos visitantes vestidos con camisas de colores, anteojos negros y sombreros anchos. Apenas arribaron descendieron con las cámaras de fotos en alto, uno tras otro, como si se tratase de un ejército que llega para dejar constancia gráfica del lugar.
Adelante iba caminando otro contingente – tal vez de japoneses – y más adelante otro y atrás llegaba otro, y luego otro. Los turistas eran tantos que costaba caminar sobre la ya de por sí difícil superficie sin chocarse con alguno.
El impacto visual de aquellas construcciones en medio de la nada era abrumador, nadie podía quedar exento de sentir una profunda emoción frente a tanta belleza y absoluta grandiosidad. Las fotos se sucedían una tras otra buscando cada uno el mejor ángulo posible para que en el cuadro solamente aparecieran las maravillas y no los turistas japoneses.

Fue en ese momento, en medio de la multitud, que Mia y Oliver decidieron caminar algunos cuantos pasos para alejarse lo más posible del tumulto y así poder tomar una mejor panorámica, cuando se encontraron con algo en el suelo. Al principio creyeron que se trataba de uno de esos pañuelos que utilizaban los turistas y que posiblemente se había volado con el viento que surcaba esas latitudes, sin embargo al acercarse descubrieron que no era un pañuelo, sino que era una manta – una manta que todavía conservan – y que estaba doblada sobre sí misma prolijamente como si estuviera protegiendo algo. Mia se agachó para levantarla y se encontró con lo que menos hubiera imaginado en la vida. Envuelto en esa tela había un bebé.
Un bebé que los miraba sin llorar.
Consternados y con los ojos llenos de lágrimas lo levantaron y corrieron hasta donde se encontraba uno de los coordinadores del viaje para explicarle la increíble situación. El hombre no pareció sorprenderse demasiado y les contestó que era bastante habitual que las familias más pobres del lugar, aquellas que no podían alimentar a sus hijos, los solían dejar cerca de la fila de turistas para que alguno los encuentre porque sabían que los visitantes siempre son personas que tienen más dinero que ellos y por lo tanto cuentan con mejores posibilidades para poder darle a esos niños abandonados una vida digna y sin hambre.
A partir de ese momento dejaron de prestarle atención a las maravillas turísticas que habían ido a visitar para concentrarse en la maravilla que habían encontrado.
Durante las siguientes semanas recorrieron los laberintos burocráticos más difíciles de transitar y llenaron decenas de formularios para poder llevarse al bebé con ellos. Finalmente pudieron demostrarles a ambos gobiernos que querían hacerse cargo de la criatura y que contaban con los medios para hacerlo por lo tanto obtuvieron el permiso temporal los primeros meses, y el definitivo algunos años después.
Aquel abril de mediados de los 90 cuando el avión despegó rumbo a Sídney llevándolos de vuelta a casa con aquella hermosa bebé en sus brazos supieron que el destino les estaba dando la oportunidad más maravillosa de sus vidas y tuvieron la certeza de que no la iban a desperdiciar.
Las pirámides y el desierto iban quedando atrás, cada vez más chiquitas, hasta desaparecer entre las nubes.
CAPÍTULO 12: JÓVENES POR EL UNIVERSO
La insólita entrevista que el Cheba había dado en la Televisión Canaria – donde juraba a los gritos que se acercaban extraterrestres a la Tierra – no dejaba de obtener reproducciones en YouTube. En menos de 24 horas había superado las 2 millones de visitas y la imagen de su rostro desquiciado se había convertido en un meme cómico que se utilizaba disparatadamente para responder a cualquier cosa.
En los comentarios del video se mezclaban negacionistas, conspiranoicos, esclarecidos, trolls, sensatos, asustados y un torbellino de curiosos que discutían sin parar acerca de la veracidad de los dichos. Semejante bola de nieve tocó el timbre de su casa natal en Vallecas a la mañana siguiente.
Un excéntrico grupo de jóvenes enérgicos y con buenos modales lo invitaba a la manifestación que estaban organizado en Puerta del Sol. El Cheba sonrió por dentro y fingió negarse por fuera.
Los “Jóvenes por el Universo” que era como se hacían llamar, le explicaron que lo necesitaban sobre el escenario esa misma tarde para que contara su experiencia y de ese modo empezar a correr el velo de desinformación que según ellos desde siempre aquejaba a la humanidad.
Le contaron que estaban al tanto de una conspiración mundial que buscaba imponer el miedo en la población para poder dominarlos y quitarles la libertad, pero ahora, con la inminente llegada de los extraterrestres comprendieron que era por fin el momento de dejar las redes, de ganar la calle y de que todo el mundo supiera por fin la verdad.

- ¿Qué verdad? – preguntó sinceramente el Cheba saliendo un poco del papel que había decidido encarnar
- ¡Pues todo! ¡Todo esto que tú ya sabes y que nos quieren ocultar! El coronavirus, la tierra plana, las vacunas, los chips en el cuerpo, el 5g, los extraterrestres, las criptomonedas, los filconianos, la llegada a la Luna, el Black Friday, los Illuminati, el Estado controlador, los sindicatos, todo lo que tú ya sabes – respondió sin respirar un gigantón de cara blanca con ojos inyectados y remera estampada con una serpiente.
Era un montón.
El Cheba los miró a la cara con lástima y se consoló pensando que en otros tiempos había tenido socios peores.
- ¿Son amigos tuyos? – gritó preocupada la madre del Cheba asomándose por la ventana
Los Jóvenes por el Universo también esperaban la respuesta.
- ¡Sí, mamá! – respondió mientras encendía un cigarrillo.
Mientras tanto en la isla San Salvador el general Harry Sanders creyó que sería el primero en levantarse ya que su reloj biológico lo despertaba siempre a las 5:30 de la mañana, sin embargo Keiko ya estaba horneando unos pastelitos y Voynich se encontraba tomando mate solo y haciendo algunas anotaciones. Al verlo lo saludó alzando el termo como invitándolo a compartir el desayuno y Harry le devolvió el saludo explicándolo con un gesto que iría hasta el baño y que luego se sentaría con él. El hombre fuerte del Pentágono caminó en la penumbra del búnker con mucho cuidado tratando de no pisar a nadie pero casi sobre el final del trayecto le pateó la cabeza al Cónsul quien gritó con desesperación porque estaba soñando con abejas y entonces la Canciller alemana saltó de la colchoneta como un resorte con el taco de billar en alto y se puso en posición de defensa:
- Te voy a matar, hijo de puta – gritó mirando hacia todos lados con ferocidad.
- No, no, doña, baje el arma que el gurí estaba soñando – le explicó Voynich con cierto acento uruguayo que le aparecía cuando tomaba mate
- Este lugar es chico para soñar – respondió ella con razón
Acto seguido todos se despertaron y hubo ronda de café negro con pastelitos.
El primero en oír al helicóptero fue Galileo quien abrió mucho los ojos e inclinó la cabeza torciendo el cuello como si quisiera enfocar el oído hacia donde provenía el lejano sonido. Voynich lo miró y supo enseguida que algo estaba pasando. A los pocos segundos el motor del helicóptero ya fue audible para todos.
- ¡Vienen a rescatarnos! – anunció el Cónsul emocionado mientras corría hacia la salida
- Hay que ver si bajó el agua antes de abrir la compuerta del búnker – le aclaró Sanders observando el techo con cuidado.
Voynich caminó hasta la escalera, subió algunos peldaños y apoyó el oído contra el metal. Todos hicieron silencio. Mut se sonrió.
- Se fue el agua, ya podemos abrir… – dijo con su voz profunda – pero les aseguro que seríamos más felices acá – sentenció mientras abría la puerta y la luz del sol entraba en el refugio como un puñal de realidad que los dejó ciegos.
El ruido del helicóptero era ensordecedor porque se encontraba volando en círculos exactamente sobre la mansión.
- Es un Sikorsky HH-60A de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos – acertó el General Sanders con sólo escuchar el motor – puede llevarnos a todos.
El primero en asomar la cabeza fue Voynich y pudo contemplar cómo el interior de su mansión había sido arrasada por el huracán pero mantenía las paredes y el techo en perfecto estado debido a la fortaleza de su construcción. Detrás de él salieron los demás. El panorama era desolador. La marca de hasta dónde había llegado el agua se observaba perfectamente clara en las paredes y en los muebles tirados como si fuera una cicatriz en la memoria.
Los tripulantes del helicóptero al verlos salir aterrizaron sobre la calle frente a la mansión y de él descendió un expeditivo equipo de rescate que les preguntó inmediatamente si el Presidente de los Estados Unidos estaba con ellos. La decepción fue grande.
Los miembros del Comité respondieron que no y que suponían que había llegado al hotel con el otro grupo al separarse con el inicio del huracán. Las caras de preocupación del equipo que había descendido del helicóptero se convirtieron en caras de estupor.
El General Harry Sanders tomó la palabra y tras realizar la venia militar les explicó a sus camaradas que dentro del grupo había personalidades importantes de la política mundial bajo su cuidado y que habían soportado perfectamente los embates del huracán refugiados en un búnker especial. Además les confirmó que todos estaban bien alimentados, que no tenían heridos o bajas y que por lo tanto se encontraban en condiciones óptimas para ser rescatados con premura y discreción.
Los miembros de la tripulación le confesaron que el objetivo de la misión era encontrar al Presidente pero que obviamente los sacarían de ahí. De inmediato fueron subidos al helicóptero los miembros del Comité de Crisis para trasladarlos al continente. Por supuesto Voynich y las chicas dijeron que se quedarían en la mansión para iniciar la reconstrucción y que esperaban volver a verlos en pocas horas para terminar de planificar la respuesta de la humanidad ante la llegada de Los Drépanos tal cual habían acordado. Todos estuvieron de acuerdo y se despidieron con una fría cortesía.
Al pie del helicóptero Geraldine, que fue la última en subir, saludó a las chicas con los ojos llenos de lágrimas agradeciéndoles por el hospedaje y le dijo al oído a Voynich que le gustaría venir a visitarlos alguna vez y quedarse un tiempo largo con ellos. El científico le respondió que se sentiría muy halagado de recibirla y que para ella las puertas de su casa y de su corazón siempre estarían abiertas. La francesa entrecerró los ojos y lo besó tímidamente en los labios como si se hubiera quedado sin palabras.
Recién cuando la nave ya estaba a punto de despegar, Geraldine realizó la pregunta que faltaba para cerrar el círculo. O para abrirlo.
- ¿Por qué respondiste mi llamado sin conocerme?
Todos los demás pasajeros se asomaron a la escotilla para oír la respuesta en medio del ruido del motor.
- Porque confirmé que mi teoría era verdad cuando dijiste tu número en el contestador.
La mujer repasó las cifras de su teléfono mentalmente y se quedó petrificada.
Voynich era una caja de sorpresas.
CAPÍTULO 13: MIENTRAS TODOS DUERMEN
El Mariscal 90 revisó con calma los indicadores del sistema, analizó cada una de las variables en juego hasta estar totalmente convencido, luego pidió los informes finales a sus subordinados y antes de iniciar las maniobras para el ardid se comunicó con los controladores titulares para confirmar que todos estuvieran preparados.

El análisis de la nueva trayectoria tardó algunos minutos en completarse debido a los millones de cálculos que eran necesarios realizar para encontrar un rumbo despejado pero finalmente se actualizó la hoja de ruta tal como estaba previsto a esa altura del viaje. De inmediato todos los tripulantes de la fuerza recibieron la orden y se colocaron en la posición precisa para el procedimiento.
La concentración y la pericia eran fundamentales para llevar a cabo este tipo de operación.
A esa hora la mayoría de los residentes dormía y por lo tanto el índice de consumo de energía poblacional estaba lo suficientemente bajo como para poder ejecutar el viraje sin necesidad de cortafuegos.
Apenas unos pocos segundos después se inició el conteo automático en cada uno de los tableros y la flota completa viró repentinamente como la aguja de una brújula absurda.
– ¡Se están yendo! – gritó sorprendido uno de los operadores de la NASA mirando con asombro la pantalla del telescopio espacial.
CAPÍTULO 14: EL ABRAZO ESCONDIDO
Ya en el vagón del metro al Cheba lo saludaron un par de personas y otras lo miraron con una sonrisa familiar confirmando que lo reconocían. Estaban vestidos muy diferentes a él pero todos se dirigían al mismo lugar. A esa altura de la tarde el patético video de su lunática entrevista televisiva anunciando la llegada de extraterrestres contaba con más de 3 millones de visitas y su advertencia apocalíptica estaba empezando a replicarse en cientos de páginas de Internet y también en varios medios tradicionales.
Apenas asomó la cabeza en la Puerta del Sol todo se multiplicó. Una multitud de hombres y mujeres con pancartas, remeras alusivas y disfraces estrambóticos habían colmado la plaza seca que estaba decorada con maquetas de platos voladores, réplicas a escala de edificios gubernamentales y muñecos caricaturizados que representaban a líderes políticos. Obviamente el Cheba de inmediato fue reconocido por decenas de participantes y también por los integrantes de los diferentes grupos que conformaban a Jóvenes por el Universo.
A través de las redes se habían contactado muchísimas agrupaciones, comunidades y colectivos para darle forma a ese variopinto encuentro multicolor que reunía a corrientes muy dispares que se embanderaban confusamente detrás del rechazo a la política, la fascinación por las conspiraciones, el culto al libertarismo, la refutación de la ciencia, el reposicionamiento del new age, la defensa del libre mercado y el veganismo entre otras causas difusas. Tanta gente se había juntado en el centro de Madrid que la prensa cubría el evento sólo para divertirse con las desopilantes entrevistas que les realizaban a los presentes sin tomar dimensión de lo que se estaba empezando a generar.
A fuerza de golpes y empujones la seguridad del evento a cargo de unos muchachos enormes con las cabeza rapadas y tatuajes en el cuello, el Cheba fue llevado como una estrella de cine hasta el pie del escenario donde debía aguardar el turno para dar su esperado discurso.
Mientras tanto el escenario estaba ocupado por el cantautor terraplanista Goyo Parasiempre que aburría olímpicamente a la muchedumbre con su guitarra pintada, su voz monótona y sus canciones autorreferenciales. Daba la sensación de que no se iba a bajar nunca. Y no se bajaba nunca. En ese momento se encontraba cantando una balada romántica en Si menor que narraba la historia de un hombre que se enamoraba de una bolsa de papel dejando atrás una relación tóxica con una bolsa de nylon.
El Cheba lo miraba estupefacto desde abajo cada vez más impaciente con las cejas arqueadas y sin poder creer lo que estaba escuchando.
En medio de esa incertidumbre se le acercó el conductor del acto y le explicó en voz baja que Goyo era muy respetado como artista comprometido con el medio ambiente y que además era una de las promesas artísticas de su generación. El Cheba apretó los labios negando con la cabeza y mirando de costado al cantante supo que era una promesa que ya no se iba a cumplir.
De inmediato la gente encargada del catering le alcanzó una lata de bebida energizante la cual se bebió de un solo trago y en lugar de arrojarla en el cesto de reciclaje pensó en tirársela por la cabeza al músico. Lo estaba por hacer cuando Goyo Parasiempre anunció que cantaría la última canción de su espectáculo y entonces el público aplaudió sinceramente por primera vez en la tarde.
Se trataba – según explicó largamente el autor – de una vieja composición suya que estaba escrita desde el punto de vista de un río cristalino que no quería desembocar en el mar sucio y por eso prefería evaporarse.
Si se la escuchaba sin prestar demasiada atención daba la sensación de que se trataba de un tipo que se quería suicidar.

Al mismo tiempo – y con esa triste melodía de fondo – los manifestantes se acercaban continuamente al Cheba para solicitarle una foto, para felicitarlo por el coraje que había tenido al anunciar la invasión o para rogarle que por favor contara absolutamente toda la verdad por más que fuera horrorosa. Él les agradecía con cierta distancia, posaba sin tocarlos para la cámara y juraba conmovido que no los iban a vencer. Nunca se aclaraba quiénes eran los que no los iban a vencer, ni a quién, pero todos elegían suponer que hablaban de lo mismo.
Dicen que la peor de las pesadillas para los impostores es ser felicitado por las personas que detesta sin poder hacer nada.
“Un río que no quiere ir al mar” terminó sin pena ni gloria con una metáfora fallida que nadie entendió y entonces el Cheba aprovechando los escasos aplausos se aclaró la garganta y puso un pie en los escalones para subir a dar su discurso, sin embargo el músico parecía no estar tan decidido a acabar su show porque de repente le preguntó a la multitud si querían escuchar una canción más. La respuesta fue más bien de murmullo incómodo, aunque también se escuchó algún ¡No! entre risas que pretendían ser amigables. También se oyó un “Si” largo y finito de alguna de sus seguidoras – tal vez de su novia – lo cual le alcanzó a Goyo para volver a sentarse en su silla y anunciar que se despediría con una que todos estaban esperando. No se podía estar más lejos de la realidad.
Apenas comenzó a cantar la historia de una niña ciega que recuperaba la vista fumando marihuana se detuvo para pedir unas palmas con más ritmo que lo que transmitía la melodía y algunos del público le hicieron caso con tal de colaborar para que terminase la función lo más rápido posible. Goyo sonrió como si el acompañamiento hubiera sido natural y por primera vez en la tarde cantó más fuerte como aquellos que alzan la voz cuando quieren hacerse entender en otro idioma: “Por fin abrió los ojos, los ojos del alma, cumpliendo su karma pudo ver la realidad” repetía entusiasmado pero a la canción no la conocía nadie y las palmas se apagaron al tercer verso.
Caía la tarde sobre Madrid, las naves drépanas se acercaban a la Tierra y Goyo Parasiempre en lugar de despedirse comenzó a improvisar unos gritos con la intención de que el público lo imitara: “Eeeoooeeeeo”, del otro lado silencio, “Eeeeeeo Eeeeeeo” más silencio – no le importaba – “Ooiioioioioiooioioioioooooooo”. El Cheba quiso subir para matarlo pero el conductor lo detuvo agarrándolo de la camisa y diciéndole que no se preocupara porque el sonidista ya tenía la orden de bajarle el volumen.
Y así fue. De un segundo para el otro el micrófono del cantautor dejó de amplificarse y la guitarra también. Goyo Parasiempre creyó que era un desperfecto típico de los conciertos ya que en su cabeza todo estaba funcionando de maravillas por lo tanto dejó la guitarra, se levantó de su asiento, se acercó al borde del escenario y a los gritos anunció que no importaba que los poderosos les cortaran la luz porque ellos tenían la luz de la verdad y acto seguido les dijo que cantaría a capela una canción de cuna que le había compuesto a un árbol de su barrio al que habían talado para reparar una cañería.
Hubo insultos que él no escuchó porque cerró los ojos, se puso en posición de árbol y comenzó a cantar a los gritos.
Fue entonces que el Cheba logró zafarse de las manos del conductor del evento – que más bien lo dejó subir – y se acercó por la espalda a Goyo ante el rugido de la muchedumbre que al verlo aparecer se exaltó como si viesen a un meme viviente. No estaba muy claro si lo aclamaban porque lo estaban esperando o porque iba a acabar con la función o con la vida del músico que continuaba con los ojos cerrados y que se asustó muchísimo cuando el Cheba le dio un abrazo frente a la vista de todos mientras con la mano cambiada y oculta (como si se sacara un poco el hombro) le apretaba los huevos con dureza sin que nadie lo notara. La técnica se llamaba “El Abrazo Escondido” y la había aprendido en otros tiempos, con otra gente y en otras circunstancias. Ese método también servía para robar billeteras o para apuñalar discretamente.
Goyo ahora gritaba de dolor, pero con el mismo movimiento el Cheba le había hundido la cara contra su pecho ahogándole el grito y también un poco la respiración.
- Bajate ya y llevate la guitarra con una sonrisa, hijo de puta – le susurró al oído y el artista desconcertado asintió con la cabeza mirándolo perplejo sin entender quién era, ni qué estaba pasando. Recién entonces el Cheba le soltó los testículos, no sin antes darle un tirón.
El cantante caminó como pudo hasta el instrumento con las rodillas medio dobladas, lo desenchufó y bajó del escenario sin mirar a nadie mientras el Cheba lo aplaudía robóticamente y asentía sonriente con la cabeza.
Abajo a Goyo lo esperaba su novia que intentó felicitarlo por el show pero él se libró de ella con un movimiento tan brusco que dejó confundida a la muchacha.
De pronto el Cheba se encontraba delante de todos y parecía ser enorme. El escenario alto y su posición erguida en comparación con la escuálida silueta de Goyo Parasiempre contrastaba tanto que lo hacía verse gigante. Se hizo silencio.
Un silencio de locos contra locos.
El Cheba recorrió lentamente con su mirada a los presentes y unos pocos segundos después echó la cabeza hacia atrás lo más que pudo mirando al cielo con la boca abierta. Así se quedó inmóvil un rato largo como si quisiera hacer foco en algún punto lejanísimo. Todos hicieron lo mismo. Así los mantuvo hasta que se le cansó el cuello y volvió a enderezarse.
Luego se dirigió hasta el micrófono y le dio un par de golpes con el dedo para comprobar que habían vuelto a darle volumen. Ese sonido retumbando en los parlantes fue el llamado de atención para que todos volviesen a mirar el escenario.
- Hoy es un día histórico queridos jóvenes por el futuro… – los Jóvenes por el Universo entendieron que se refería a ellos y aplaudieron a rabiar. Cuando se silenciaron el Cheba continuó hablando con tono heroico – desde hoy este lugar ya no se llamará Puerta del Sol sino Puerta del Cosmos – los seguidores volvieron a aplaudir e incluso algunos intentaron un cántico que decía “puerta del cosmos… puerta del cosmos” que no alcanzó a prender en los demás y por lo tanto la idea se diluyó enseguida. El Cheba esperó para ver si arrancaba pero al notar que no funcionaba continuó con su proclama – durante los últimos 2 años y medio fuimos víctimas de la más feroz pandemia que haya soportado la humanidad y sin embargo sobrevivimos a pesar de las mentiras y la inoperancia de nuestros gobernantes – la gente volvió a aplaudir algunos incluso todavía con tapabocas – ¿Tuvimos miedo? – preguntó el Cheba y muy pocos respondieron – ¡Les estoy preguntando si tuvimos miedo!
- ¡Noooo! – respondió enardecida la gente
- ¡¿Pudieron quitarnos nuestra libertad?! – preguntó todavía más fuerte el Cheba
- ¡Nooooooo! – rugió el gentío alzando los puños
- ¡¿Estamos preparados para lo que viene?! – volvió preguntar con los ojos inyectados
- ¡Siiiiiiiiiii! – exclamó la multitud avanzando hacia el escenario como una turba enloquecida que no sabía qué hacer con su impotencia.
- ¡No pudieron vencernos con un virus! ¡No pudieron vencernos con sus mentiras! ¡No pudieron vencernos con sus discursos! ¡Y ahora no podrán vencernos los marcianos!
La explosión de la concurrencia fue tan atronadora que sacudió los vidrios de los edificios cercanos. El Cheba supo que el efecto era mejor que el contenido.
- ¡Vengan! ¡Suban! ¡Les daremos pelea! ¡Somos poderosos! ¡Somos humanos! ¡Somos la más pura de las creaciones! ¡Vengan! ¡Suban! ¡Abracémonos! ¡Abracémonos porque juntos somos invencibles!
Y la gente subió al escenario y arrasó con todo.
NOTA AL MARGEN 7: EL CHUPIJO
La madrugada anterior al concierto de Bob Dylan en aquel junio de 1984 la policía entró a la casa del Chupijo pateando la puerta y destrozando todo a su paso. Lo sacaron de la cama a palazos, lo tiraron en el suelo y lo esposaron. Antes de llevarlo a la comisaría le dieron vuelta hasta el último mueble del hogar, levantaron los pisos, tajearon los colchones y no dejaron un centímetro cuadrado sin revisar. Incluso mataron a su perro que no paraba de ladrar. En el acta de allanamiento declararon haber encontrado sólo una parte del dinero que en realidad habían secuestrado y por lo menos la mitad de la poca droga que el Chupijo tenía escondida dentro de una bolsa en el tanque de la reserva de agua del inodoro.
Dentro del móvil policial le rompieron los dientes, le quebraron un dedo y le fisuraron algunas costillas. Siempre supo que ese ensañamiento tenía que ver con no haber aceptado la oferta de algún comisario de la zona para repartir ganancias a cambio de protección como hacían muchos otros.
A esa causa por drogas le sumaron algunas otras denuncias previas por agresión en riña, resistencia a la autoridad y un robo a mano armada que no se había podido comprobar fehacientemente pero que le dieron por válido. La cuenta que hizo la jueza le dio 12 años y 7 meses en prisión.
El tiempo pasó más rápido de lo que hubiera imaginado.
Cuando salió duró poco en las calles porque le costaba entender el fin de siglo. De pronto la luminosa movida había mutado demasiado y la sentía más ajena que a los barrotes grises de Carabanchel. Es que de un día para el otro el Chupijo había pasado de ser un peso pesado con ascendencia sobre los demás presos a convertirse en un paria libre pero sin rumbo ni trabajo, al que le negaban el saludo casi todos los viejos amigos.
No tuvo tiempo ni de asimilar la realidad porque en una de esas primeras noches en libertad, mientras vigilaba a un grupo de turistas francesas y bebía demasiados tragos, discutió con un yonqui en la plaza del Dos de Mayo y sin pensarlo mucho le partió una botella de vidrio en la cabeza provocándole la muerte de inmediato ante el estupor general.
El Chupijo no estaba en condiciones ni de correr para escaparse de los 25 años a la sombra que lo esperaban cuando se le pasara la resaca.
Esta vez el tiempo pasó lento.
La segunda y última vez que volvió a la calle fue al final de la pandemia, aunque en esa oportunidad el error que cometió fue absolutamente diferente y duró menos todavía.

Volviendo a aquella madrugada del allanamiento en junio de 1984, siempre le había provocado risa recordar que la salvaje policía nunca supo que el verdadero negocio que tenía preparado esa noche no era el de la venta de drogas. Es más, el Chupijo había cambiado casi definitivamente de rubro porque con el auge de los conciertos multitudinarios post franquismo se había topado con un nuevo servicio que no era tan rentable pero que tenía menos competencia y menos riesgo: La falsificación de entradas.
Bob Dylan tocaba al día siguiente nada más y nada menos que en el estadio del Rayo Vallecano y él había invertido mucho dinero en imprimir 2 mil entradas falsas para revender en los alrededores del concierto y debía retirarlas por la mañana en una imprenta clandestina de Leganés. Por eso, mientras dos policías le partían las costillas a golpes dentro de la patrulla, él pensaba a toda velocidad en que tenía muy pocas horas para contactar a alguien de confianza que se hiciera cargo de toda la operación. La respuesta estaba soplando en el viento.
La única llamada que pudo realizar desde la comisaría no fue para su abogado sino para contactarse con un muchacho de demasiada corta edad que estaba comenzando a ganarse la confianza en ciertos circuitos del hampa con pequeños trabajitos y que aunque todavía no había dado un gran golpe contaba con una ventaja fundamental con respecto a todos los demás delincuentes que él frecuentaba: Vivía justo frente al estadio del Rayo Vallecano y por ese motivo, además de no levantar sospecha por ser casi un niño, podía saltar todos los controles de seguridad las veces que quisiera con simplemente mostrar la cédula de identidad donde figuraba su domicilio. No solamente eso, sino que también al ser socio del Rayo conocía perfectamente las instalaciones del club y sabía manejarse dentro de ellas con soltura.
Esa noche reventó de gente el estadio y dicen las crónicas periodísticas que había más personas que las que estaban permitidas. Tenían razón.
CAPÍTULO 15: LA NIÑA BONITA
Las imágenes de la gente arrasando el escenario – con el Cheba incluido – se reprodujeron de inmediato por todos los medios tradicionales que se burlaban de la masiva manifestación convocada por los “Jóvenes por el Universo” sin poder negar la enorme cantidad de hombres y mujeres que habían asistido al acto. Por segunda vez en la semana el Cheba se convertía en noticia nacional y exprimía sus 15 minutos de fama extraterrestre a fuerza de actuaciones grandilocuentes, gritos y caídas mientras los periodistas remarcaban que la extravagante reunión había acabado con heridos, desmayos y personas que lloraban. Que lloraban por otras cosas.
Al día siguiente una sintética nota de opinión en la sección de cultura del diario Pancarta parecía colocar una lápida sobre el incipiente movimiento juvenil.
“Madrid ha asistido en la tarde de ayer a un bautismo de zombies conspiranoicos que tropezaron en la Tierra plana con discursos que no empezaron y canciones que no terminaban. Los jóvenes por el universo envejecieron pronto mirando al cielo vacío mientras esperaban una respuesta que seguramente debieron haber aprendido en la escuela. Cabe recordar que muchos cyber intelectuales modernos se atrevieron a asegurar – en las horas previas a esta concentración de cocoliches iletrados- que había que prestarle mucha atención a este tipo de fenómenos porque sino podríamos tenerlos reventando las urnas en unos años como ha pasado en otro países de diversa jerarquía democrática. Ese pensamiento lo suelen provocar una infancia sin dulces y una adolescencia sin novia. Por eso desde estas humildes páginas (en las cuales tantas veces nos hemos rendido ante la inteligencia de filósofos, pensadores o eruditos de la calle y de los claustros) hoy no podemos menos que reírnos de esas afirmaciones taciturnas y sospechar que otros intereses deben habitar el atrevimiento de realizar afirmaciones temerarias que caen en ridículo con la primera mirada limpia de realismo mágico. Habrá un mañana, pero gracias a Dios, no será el que proponen estas cabezas huecas con ropas de otros talles. Resumo lo que siento en este verso final: Queridos y patéticos jóvenes por el universo, sepan que ustedes no pueden ser el futuro, porque el futuro era mejor”.
El Cheba había sido rescatado entre la multitud por los rapados corpulentos de la seguridad que lo trasladaron hasta un punto seguro (un bar a la vuelta) junto a los demás protagonistas del acto entre los que se encontraban el cantautor terraplanista Goyo Parasiempre y la famosa actriz Esmeralda Casanova, madrina de Jóvenes por el Universo y figura convocante de la jornada que debía cerrar el acto con una performance teatral que no pudo llevar a cabo debido a la salvaje irrupción de la gente.
Ella había sido la principal precursora de que tantas personas se hubiesen acercado hasta la Puerta del Sol porque se había encargado de promocionar el evento en todas sus redes como la jornada definitiva para la liberación.
El Cheba quedó paralizado al encontrársela de frente porque siempre había estado muy enamorado de aquella mujer inalcanzable que en los últimos años había desarrollado su costado espiritual dejando de lado las plumas y los escándalos. Por supuesto que seguía siendo tan hermosa – incluso más – que cuando copaba las tapas de revistas con su cuerpo desnudo a finales de los ´90 o cuando concurría sistemáticamente a los programas de la farándula para anunciar sus romances o rupturas.

Con la garganta seca por los nervios y administrando cierta tartamudez que le dificultaba hablar con naturalidad el Cheba se acercó a Esmeralda para pedirle disculpas por haberle arruinado su presentación y al mismo tiempo para decirle que era un gran admirador suyo desde que había debutado con 15 años en la novela adolescente “Un año a la marchanta”. Casi nadie la recordaba por ese pequeño papel sino más bien por todo lo que hizo después.
Ella juntó las palmas de sus manos contra el mentón y le dedicó una reverencia que casi provoca un paro cardíaco en el Cheba. Acto seguido le dio un fuerte abrazo, le dijo que no estaba enojada ni en lo más mínimo, sino que muy por el contrario ella se encontraba absolutamente feliz por haber estado presente en un acontecimiento fuertemente energético provocado por un discurso tan emotivo e inspirador como el que había dado. El Cheba sintió que eso era lo mejor que le habían dicho en toda su vida. Y era un poco cierto. Es que no había recibido muchos elogios a lo largo de su sinuosa existencia, por eso sin lugar a dudas el abrazo y las palabras de quién había sido la mujer más deseada por toda España hace más de 20 años lo hicieron tocar el cielo con las manos.
Goyo también quiso acercarse a ella para recibir un abrazo o un elogio pero le tenía miedo al Cheba y además todavía le dolían los huevos.
Afuera del bar la gente se agolpaba histérica contra la ventana para ver lo más cerca posible a Esmeralda y sacarle fotos. Ella los saludaba de lejos como una reina sonriente y también les sacaba fotos con su teléfono desde adentro del bar para subirlas a las redes. Es que Esmi subía todo a sus redes. Absolutamente todo. El desayuno de café con jugo de naranja, las 2 horas de ejercicios matinales, el almuerzo con amigas en algún restaurante de moda, los canjes de ropa que le llegaban a diario, su gato negro durmiendo sobre sus tetas, un discurso a cara lavada explicando por qué es fundamental vibrar alto, una foto meditando, otra abriendo una botella de vino tinto con alguna leyenda acerca de la libertad, muchas imágenes de viajes en lugares paradisíacos, etc. Cada uno de esos posteos tenía miles de visitas y cientos de comentarios. El paso obligado de la televisión a las redes ella lo había dado antes que nadie y por eso se había convertido en una influencer absoluta con más de 15 millones de seguidores.
El Cheba no tenía ni mail.
Mientras Goyo Parasiempre salió a firmar autógrafos (y no firmó ninguno) Esmeralda y el Cheba conversaron animadamente sobre extraterrestres, nuevo orden mundial, alimentación neandertal, fecundación cósmica y contrataciones necesarias para el Rayo entre otras cuestiones. Cada uno sacaba un tema y el otro asentía aportando algo.
Esmeralda estaba embelesada con el modo de hablar y la forma de ver el mundo que tenía el Cheba, en realidad él no veía el mundo así por lo tanto se daba el lujo de decorar todo lo que decía porque la presencia de esa mujer lo iluminaba como nunca antes le había ocurrido.
Cuando ya había pasado un buen rato ella le agradeció infinitamente por haberse incorporado a las filas del movimiento “Jóvenes por el universo” y él respondió que por fin sentía que estaba en el lugar correcto y en el momento justo. Era verdad.
- ¿Dónde estuviste todo este tiempo, Chebín? – preguntó Esmeralda con dulzura mirándolo demasiado de cerca.
Al Cheba el corazón le latía tan rápido que quiso gritar y matarse, pero no.
- Siempre estuve acá pero no me veían – respondió serenamente sosteniéndole la mirada como pudo.
Esmeralda apuró la copa de champagne y le dijo al oído:
- Mañana es mi cumpleaños, voy a dar una fiesta exclusiva en mi casa y quiero que seas mi invitado de honor.
El Cheba sólo podía pensar en que no tenía ropa presentable para ponerse.
A muchos kilómetros de Madrid decenas de marines y soldados buscaban al Presidente de los Estados Unidos con vehículos todoterreno, barcos, drones y helicópteros por cada rincón de la devastada Isla de San Salvador (y también entre los restos de la destrucción que flotaban en el mar), las demás personalidades fueron abandonado la isla en diferentes vuelos que los trasladaron hasta un discreto aeropuerto en la Florida y desde ahí a sus respectivos puntos de partida para volver a encontrarse todos unos días después en la ONU e informar a la población sobre las naves que se acercaban a la Tierra.
La Canciller alemana regresó a Berlín, el Chino a Pekín, el Ruso a Moscú, el agregado cultural de Israel a Nueva York, el General Sanders al Pentágono, Trevor a la sede de la NASA en Washington, Geraldine a París y el Cónsul se quedó en Miami para ver a sus queridos Delfines contra los Jets tal cual lo tenía previsto.
Lo que había sido planeado como una reunión relámpago y secreta terminó convirtiéndose en una jornada inolvidable por diferentes motivos para ambos grupos. Mientras que unos soportaron al huracán Lisa en el maravilloso búnker de la mansión de Voynich, otros quedaron atrapados dentro de la combi durante 24 horas sólo comiendo mantequilla de maní, bebiendo agua sucia de la inundación y haciendo sus necesidades en un balde en el fondo del vehículo. Para colmo el divertido chofer, en un momento frágil de la madrugada, les propuso mantener relaciones sexuales entre todos y se generó un ambiente cortante que ya no se pudo recomponer.
Justamente el carácter súper secreto de la reunión con Voynich impedía hacer pública la búsqueda del Presidente lo que por otra parte hubiera generado un impacto profundo en la opinión pública y un golpe fatal para los servicios secretos. El huracán Lisa ya se había transformado apenas en una tormenta tropical antes de llegar al Continente pero las esperanzas de hallar con vida al primer mandatario se desvanecían con el correr de las horas.
Paralelamente en la Casa Blanca el controvertido vicepresidente Rulfo di Tomasso era informado minuto a minuto sobre la operación de búsqueda para que estuviera preparado por si en cualquier momento debía dirigirse a la Nación para anunciar la triste noticia y de inmediato ser investido como nuevo Presidente. Esto significaba una situación peligrosa para EEUU porque di Tomasso era un empresario millonario de los casinos que mantenía un perfil altísimo en los medios y que solía mostrarse con bellísimas mujeres ostentado riqueza y derrochando recursos. Sin embargo, como un golpe estratégico para lograr inmunidad, durante la pandemia había decidido lanzarse a la política realizando exorbitantes donaciones que se encargaba de difundir ampliamente en los medios. Esto le sirvió para posicionarse como un benefactor de la sociedad y al mismo tiempo capitalizar esa generosidad como plataforma de campaña.
Por supuesto que contaba también con una enorme imagen negativa porque eran muy conocidos los lazos oscuros que siempre había mantenido con los negociados del poder y eso no le permitía todavía ganar una elección encabezando el binomio presidencial.
Su presencia dentro de la fórmula electoral por lo tanto había sido una exitosa estrategia para seducir a los votantes indecisos o descreídos porque lo veían a Rulfo como un superhéroe de las finanzas que prometía devolverles a los verdaderos ciudadanos estadounidenses el status que se merecían dentro de una sociedad peligrosamente plagada de inmigrantes. Su lema era: “Si debemos comer tierra, que sea tierra americana”. Y funcionó muy bien la combinación con el perfil austero, cansino y querible del desaparecido Presidente porque ambos ganaron las elecciones con récord de electores.
Ahora no habían pasado ni 36 horas de búsqueda y la CIA tuvo que reconocer que ya no quedaban lugares para hallar con vida al pobre Presidente que había sido embolsado por el huracán Lisa. Esta situación fue comunicada a Rulfo di Tomasso quién como estaba momentáneamente a cargo del país tomó su primera medida:
- Suspendan la búsqueda.
NOTA AL MARGEN 8
Loreley había estado toda la semana pensando en qué regalarle a su hermano para el cumpleaños porque quería que fuera algo realmente original y que nunca le hubiesen regalado antes. Siempre es difícil elegir un buen obsequio para alguien más o menos normal, pero cuando el agasajado es una persona que lo tiene casi todo, se complica mucho la búsqueda. Además se trataba de una celebración bastante especial porque volvían a pasar un cumpleaños juntos después de muchísimo tiempo. Es que ella se había quedado a vivir en la Argentina después de un viaje iniciático por la Patagonia como mochilera, en el cual se enamoró del paisaje y también de un argentino que regenteaba un restaurante en San Martín de los Andes, y por lo tanto no veía a su hermano desde aquel entonces.

A poco de tomar la trascendental decisión se instaló en esa ciudad dejando atrás sin nostalgias la vida que llevaba en el viejo Continente y enseguida consiguió trabajo de mañana en un prestigioso colegio privado como profesora de idiomas. Por la tarde, luego de almorzar, abría y atendía su propio y aromático local de venta de velas, sahumerios e inciensos que había montado con sus pocos ahorros.
Pronto dejó el hotel donde se estuvo alojando los primeros meses desde su llegada y se fue a vivir sola a un pequeño departamento en el centro. Ya un par de años después, tras casarse, se mudaron con su flamante marido a una enorme casona en las afueras de la ciudad rodeada de verde y aire puro donde uno tras otro nacieron los tres hijos de la pareja: Milton, Gaspar y la pequeña Frida.
La habitación de huéspedes se encontraba en la planta alta, tenía vista al bosque, y siempre estaba lista para recibir invitados porque los abuelos paternos de los niños solían ir a visitarlos desde Buenos Aires muy seguido y a veces sin aviso, por lo tanto no hubo que realizar casi ningún arreglo extra para hospedar a su querido hermano que aprovechando un viaje a la Argentina, por asuntos relacionados con su trabajo, los iría a ver justamente para su cumpleaños.
Loreley fue a recibirlo al aeropuerto con sus hijos quienes siempre la habían oído hablar maravillas de ese tío al que sólo conocían por fotos. El encuentro fue conmovedor. Por varios minutos se quedaron abrazados con los ojos llenos de lágrimas y luego él alzó a sus tres sobrinos a la vez y se puso a girar como un trompo entre las carcajadas de todos. Cuando ya estaban en la camioneta les entregó a los chicos chocolates, libros y un telescopio que les había traído. Durante todo el trayecto les contó cosas increíbles que eran recibidas con asombro por los pequeños y con una sonrisa resignada por su hermana.
Tras un largo recorrido llegaron a la casona, bajaron las valijas, lo acompañaron hasta la habitación de huéspedes, se duchó para sacarse de encima el largo viaje, le hicieron probar el mate con facturas de dulce de leche y al cabo de un rato volvieron a salir todos para dirigirse al restaurante del cuñado que los aguardaba con una mesa espectacular para celebrar su llegada y luego a las 12 de la noche brindar por su cumpleaños.
Él huésped se encontraba fascinado con todo, le parecía deslumbrante cada cosa que observaba del paisaje y no dejaba de sentirse literalmente embriagado por la soledad y el aire fresco que reinaba en esos parajes. Incluso en una oportunidad, mientras miraba hipnotizado por la ventanilla, confesó que si algún día debía escaparse de todo el mundo ése sería el lugar que elegiría para esconderse. Lore lo escuchaba como cuando eran niños y sabía que estaba diciendo la verdad, pero sólo una parte de la verdad.
Esa noche el visitante conoció a su cuñado y también a una divertida familia vecina que habían sido invitados para sumarse a los festejos y de paso conocer al hombre del cual tanto Loreley les había hablado. Comieron cordero patagónico, bebieron vino, contaron mil historias, se rieron como siempre y a las 12 brindaron con champagne y comieron torta. Se fueron cerca de las 4 de la mañana bajo el helado cielo estrellado del sur argentino que esa noche parecía estar más abierto que nunca.
Al mediodía siguiente Loreley despertó a su hermano con una enorme taza de café negro y con una sonrisa pícara le entregó la caja con el regalo de cumpleaños. Él le agradeció con mucho cariño dándole un abrazo fraternal y de inmediato, tras tomar el paquete, lo sacudió para adivinar el contenido. Cuando hizo eso se oyó un extraño grito desde adentro y varios movimientos bruscos que lo asustaron tanto que dejó caer el regalo al suelo. Ella se alarmó por la caída y se apresuró a juntar el paquete para volver a entregárselo y rogarle que lo abriera con mucho cuidado. El hombre tomó el obsequio con mucha prudencia y lo puso lejos de su cara para desembalarlo, poco a poco desató el moño con miedo y en cuanto consiguió destapar un poco la caja se asomó inesperadamente la cabeza de un hermoso y verde loro hablador.
- ¿Así empezamos? – le reprochó el pájaro ante la risa de los dos hermanos.
CAPÍTULO 16: POTUS
El flamante presidente de los Estados Unidos, antes de jurar en su nuevo cargo, fue trasladado en helicóptero hasta el Pentágono para que le informaran lo que estaba ocurriendo en realidad. Toda la típica ceremonia simbólica de la entrega del maletín nuclear con los códigos secretos de lanzamiento que se suele producir entre el Presidente saliente y el entrante, fue sustituida por una apurada reunión de emergencia que incluyó al Secretario de Estado, a todos los miembros del Gabinete, a varios integrantes de la Cámara de Representantes, al director de la CIA y a las más altas cúpulas militares. Precisamente esta última rama estaba encabezada por el General Harry Sanders, que pese al recelo que le tenía al nuevo primer mandatario, lo recibió con honores y le explicó sintéticamente el dramático escenario por el que estaba atravesando el país y el mundo. Lo hizo rápido y sin inmutarse como quien sabe dar malas noticias:
- Señor Presidente, los telescopios espaciales esta semana han detectado que alrededor de 10.000 naves extraterrestres se aproximan a la Tierra a la velocidad de la luz y según los cálculos de los especialistas estarían arribando a nuestra atmósfera en 4 días. Por ese motivo se conformó un Comité de Crisis que concurrió a la Isla de San Salvador para reunirse con el único científico especializado en civilizaciones alienígenas. En ese contexto los integrantes de dicha reunión fueron sorprendidos por un huracán que arrasó la isla provocando la desaparición del expresidente de los EEUU. Todo esto lo viví en primera persona porque me tocó ser parte de ese Comité y por lo tanto me pongo a su entera disposición para colaborar con la investigación y con el esclarecimiento de los hechos.
Rulfo di Tomasso lo escuchaba azorado sin dar crédito a lo que oía. Estaba inmóvil, seco, como si cada palabra lo fuera petrificando cada vez más. Recién cuando Sanders acabó de resumir la realidad se produjo un silencio tan largo e incómodo que alguien tuvo que toser para que volvieran en sí. El General retomó la palabra:
- Creemos que la mejor decisión por el momento es mantener en secreto esta situación para no generar pánico en la población. Eso nos va a permitir ganar tiempo hasta tener un panorama más claro y así poder definir una estrategia conjunta con las demás potencias del mundo tal cual fue lo acordado por todos.
Fue entonces cuando Rulfo sonrió. No hizo ninguna pregunta y sonrió. Acto seguido le agradeció a Harry por su honestidad y por su consejo, lo saludó con la venia y pidió ser trasladado nuevamente hasta el salón Oval de la Casa Blanca donde los edecanes preparaban el traspaso de poder.

Mientras tanto la prensa intuía que algo grave estaba ocurriendo con el Presidente ya que no se le veía realizando su rutina habitual desde hacía unas cuantas horas y desde su entorno no se emitía ninguna explicación. Los rumores iban en aumento y por eso cuando se anunció que el vicepresidente Rulfo di Tomasso había convocado a una cadena nacional de urgencia para las 20 hs se temió lo peor.
Siempre que se teme lo peor, es peor.
Exactamente a la hora anunciada todas las pantallas de los EEUU mostraron al vice con gesto adusto subiendo al estrado presidencial para tomar la palabra con profunda solemnidad y emoción:
- Queridos ciudadanos del pueblo norteamericano, hoy Dios me ha concedido la dolorosa tarea de informarles que el Presidente de los Estados Unidos, mi querido amigo y compañero Marvin J. Bronson, ha muerto – de inmediato un trágico estupor recorrió la espina dorsal de todo un país que no comprendía lo que estaba ocurriendo – a partir de este momento, y como marca la Constitución, tengo el honor, el orgullo y la enorme responsabilidad de ocupar su cargo al mando de los Estados Unidos de América – en ese instante la Cadena Nacional ya se había convertido en Cadena Mundial porque los medios de todo el planeta en absoluto estado de shock habían comenzado a cubrir el inesperado discurso – las circunstancias de su muerte están relacionadas indirectamente con la comprobación de un hecho terrible que desde hace algunos días se encuentra sobrevolando la opinión pública… Es por eso que también me toca confirmar la noticia más terrible de la historia de la humanidad – Rulfo di Tomasso respiró profundo, apretó los labios hasta dejarlos blancos y con la voz quebrada desató el caos – señoras y señores, en cuatro días seremos invadidos por extraterrestres. Gracias a todos por su atención, no voy a responder preguntas.
CAPÍTULO 17: UNA CAMISA VERDE
Siempre se dijo que los gobiernos más importantes del mundo le ocultaban a la sociedad cualquier información clasificada que pudieran tener sobre OVNIS para evitar un posible caos en la población, y tenían razón, porque a los pocos minutos de que el flamante presidente de los EEUU, Rulfo di Tomasso, confirmara en cadena nacional que una gigantesca flota de naves extraterrestres se acercaba a la Tierra, se desató el caos en todos los países.
Las primeras horas tras el conmocionante anuncio hicieron recordar al comienzo de la pandemia cuando la gente asustada se apilaba en las puertas de los supermercados para ingresar a los empujones y arrasar con los productos en las góndolas sin mirar los precios remarcados, ni la funcionalidad. Llevaban azúcar, arroz y latas de conserva como así también pan fresco, vinos y triples.
Los más viejos, que habían vivido alguna guerra, se sonreían.
En las calles, en los bares, en las escuelas, en las oficinas, en los clubes, en todos lados se hablaba de marcianos y se miraba al cielo continuamente esperando ver algo. Las nubes parecían sospechosas, las que hasta ayer tenían forma de tiernos e inocentes ositos panda ahora parecían representar los rostros de horrendas criaturas tenebrosas. Y cuando caía la noche, cada estrella podía ser una nave que se acercaba haciendo llorar a los niños y temblar a los mayores. Convenía no mirar para arriba.

En la televisión todos los programas hablaban de lo mismo. Se debatían los motivos que podrían tener los alienígenas para visitarnos, se analizaba lo que sucedería con la economía mundial si nos extinguen, se preguntaban si teníamos el armamento suficiente para repeler un posible ataque o por lo menos para asustarlos, se discutía sobre si los extraterrestres habían tenido que ver con la creación del virus de la pandemia, se barajaba la hipótesis de convertirnos en esclavos de los invasores con tal de que no nos matasen e incluso hubo una famosa conductora que confesó que si prometían salvar a su familia ella sería esclava sexual de los extraterrestres. La sacaron del aire.
También se entrevistaba a supuestos especialistas que aportaron poco pero alarmaron mucho, otros que aconsejaban suicidarse y detallaron métodos caseros que abrían nuevos debates en el panel, otros que acudían al set con simpáticas antenitas en la cabeza para desdramatizar la situación logrando el efecto contrario ya que eran agredidos a la salida del canal y hasta hubo un histórico programa nocturno que se atrevió a realizar una encuesta para que los espectadores votaran sobre si los extraterrestres “Son malos” o “Son buenos”. Ganó “Son malos” 55% a 45% y la gente se asustó aún más.
La Canciller alemana, que había seguido el discurso desde su despacho en Berlín, no salía de su asombro ante las temerarias declaraciones del flamante mandatario estadounidense porque estaba rompiendo el acuerdo que habían alcanzado entre todas las potencias que consistía en emitir un comunicado conjunto desde la ONU cuando tuvieran un panorama más claro, por lo tanto su inmediata reacción fue la de realizar una pregunta que mezclaba bronca, impotencia y al mismo tiempo una cierta crítica a la figura presidencial: “¿Este payaso es un pelotudo o un hijo de puta?”.
Rulfo tenía muchos defectos, pero no era ningún pelotudo.
Automáticamente se activó el protocolo de urgencia y se convocó a una asamblea especial de la ONU con los representantes de las casi 200 naciones para tratar con celeridad el tema de las naves. Por supuesto el principal orador, tal cual había sido acordado por todos, sería el científico especializado en la materia: Wilfrid Voynich.
Mientras tanto, en el corazón del barrio de Vallecas, el teléfono del Cheba no dejaba de sonar desde que había concluido el discurso de di Tomasso. De un momento para el otro sus palabras tomaban valor de verdad con la confirmación oficial de lo que él ya venía anunciando tanto en entrevistas como en el multitudinario acto de la Puerta del Sol y por lo tanto le llovían invitaciones a los programas más vistos de la televisión española. Al mismo tiempo unos cuantos reporteros se apostaban en la vereda frente a su casa esperando a que saliera. Eso arruinó sus planes. Porque sus planes para ese día consistían en ir a comprarse un traje para asistir al exclusivo cumpleaños de la bella Esmeralda Casanova. Así funciona la cabeza. Pueden estar llegando diez, cien, mil o diez mil naves extraterrestres, pero si tenés una cita, tenés una cita.
Cuando se dio cuenta de que no iba a poder salir de su casa decidió buscar un traje que le quedara más o menos bien entre los que su padre tenía colgados en el ropero. Algunos estaban casi sin uso porque apenas se los ponía para asistir a un velorio o a algún casamiento y otros estaban un poco más gastados porque los utilizaba para ir a misa. Finalmente se decidió por uno negro con finísimas líneas grises que le quedaba un poco chico pero que si no se lo prendía se disimulaba bastante bien. El olor a naftalina se lo sacó tirándole mucho perfume y sacudiéndolo contra un ventilador. Camisas sí, había varias que se encontraban en buenas condiciones así que eligió una verde oscura gruesa de solapa muy ancha que siempre le había gustado cómo le quedaba al padre en alguna foto de cuando era joven. Corbata no. Zapatos sí. Unos mocasines negros que lustrados parecían recién comprados. Sombrero no. Prefirió el pelo engominado y atado con una media coleta en la parte superior de la nuca. Y el escudito del Rayo en la parte interna del saco, para la suerte.
No tenía regalo – y aunque su madre le ofreció prepararle una torta para que lleve – al Cheba le pareció más elegante asistir con un obsequio que nunca le había fallado en épocas de romances y que consistía en decirle al oído de la agasajada que él mismo sería su regalo. Una técnica innecesariamente riesgosa.
Se hacía de noche y los móviles de los canales de televisión continuaban en la vereda de su casa por lo tanto supo que era mejor salir a hablar porque sino no se iban a ir nunca. Fue entonces que, antes de meterse a bañar para cambiarse y salir rumbo al cumpleaños, se asomó al balcón de su habitación sobre Payaso Fofó y emitió a los gritos un mensaje como si fuera un político en un acto de cierre de campaña:
“Buenas tardes amigos periodistas, vecinos y transeúntes en general -cuando empezó a hablar se sumó más gente – Parece que las cosas han cambiado de pronto y recién ahora reconocen que yo les estaba diciendo la pura verdad. Tuvo que venir el presidente de Estados Unidos a meter la lengua para que ustedes lo siguieran como ratones de Hamelin. No les alcanzó con que un español honesto y trabajador como yo les contara consternado la noticia más importante de la historia. Siguieron teniendo dudas y en lugar de darme una oportunidad eligieron burlarse de mí y convertirme en meme. Necesitaban que venga el tipo éste que ni sabemos quién es para creer. Ahora ya está, sin rencores. Soy un hombre de amor y no de odios. Pero tenemos que darnos cuenta que eso nos pasa por estar mirando siempre para afuera, ustedes necesitaban la palabra santa del presidente de Estados Unidos, y eso es muy peligroso, porque mañana el presidente de Estados Unidos les va mentir porque le importa un carajo España y ustedes le van a creer. Es hora de cambiar, nos pasamos la vida despreciando lo que tenemos, lo que somos, nuestra mezcla maravillosa, nuestra idiosincrasia exquisita. Bueno, tal vez esta pesadilla sirva para que nos demos cuenta de una vez por todas que no tenemos nada que envidiarle a nadie. Somos España, somos un país que está lleno de ciudadanos honrados, trabajadores y que dicen la verdad. Seguramente ya es tarde, a lo mejor no tenemos mañana, a lo mejor estos sean nuestros últimos días de vida o de libertad, a lo mejor ya nada tiene sentido. No me importa. Permítanme decirles que yo no me voy a rendir, que yo siempre voy a creer en ustedes y que voy a luchar hasta mi última gota de sudor por este maravilloso país. Los quiero y los valoro. Gracias”
Entre aplausos y ovaciones se metió dentro de su casa y cerró la ventana. La madre y el padre lo miraban emocionados con los ojos llenos de lágrimas desde la puerta de su habitación y lo abrazaron como si hubiera ganado un Oscar. El Cheba también los abrazó. Nadie entendía bien lo que estaba pasando, pero era hermoso.
CAPÍTULO 18: ATENTO
La ONU se vio obligada repentinamente a acelerar los tiempos. Tras un frenético ida y vuelta de mensajes, llamados y videoconferencias con los expertos que monitoreaban el espacio exterior decidieron convocar a la primera Asamblea Mundial para tratar un posible contacto extraterrestre porque concluyeron que solamente faltaban tres días para el arribo de la flota alienígena y debían tomar decisiones.
Se cursaron las invitaciones, se organizaron los vuelos de los 194 mandatarios hasta la sede de la ONU en Nueva York, y tal como había sido acordado, se invitó a Voynich para el merecido desagravio tras haber sido expulsado de la comunidad científica y al mismo tiempo solicitarle que explicara a todo el mundo la situación que se avecinaba según sus años de estudio en la materia. La Asamblea, obviamente, sería retransmitida en vivo y en directo para todo el planeta.
Jamás una reunión de la ONU tuvo tanto interés. Cinco horas antes los televisores ya estaban sintonizando la señal oficial que mostraba el logo de la ONU con una heroica música de fondo que parecía ser el himno de la institución o la banda de sonido habitual de cada Asamblea. La agradable melodía, que inflaba el pecho de emoción al oírla, se volvía irritante a la quinta vez que comenzaba de nuevo. A lo último parecía la marcha fúnebre de la humanidad. Casi todos optaron por poner el televisor en mute.
Para Voynich era una de las jornadas más importantes de su vida. Jamás hubiera imaginado que el destino le guardaría un lugar tan preponderante después de haberlo maltratado tanto. “Cuando se alinean los planetas” había dejado de ser una frase común y corriente para convertirse en algo más que una metáfora. Dicen que el tren pasa una sola vez por delante de cada uno. Algunos se suben, otros lo dejan pasar y muchos aprovechan para tirarse a las vías. Pero no es cierto. El tren pasa en muchas oportunidades, a veces en forma de tren, a veces en forma de nave extraterrestre. Sólo hay que estar atento. Muy atento. Y Voynich siempre estaba atento. Es como un juego. Como respirar. Es un modo de vivir, no lleva esfuerzo. Se aprende, se ensaya, se pone en práctica y jamás se deja de hacer. Se puede estar en una orgía sideral con cuatro bellas mujeres bajo las estrellas en una paradisíaca playa del Caribe y estar atento.
Se puede estar preso por tiempo indefinido en la oscuridad de una catacumba húmeda y estar atento. Se puede estar soñando borracho y estar atento.
En los aserraderos hay mucho peligro. Entran por día cientos y cientos de troncos enormes que son diseccionados con gigantescas maquinarias con sierras dentadas que giran a velocidades infernales y que cortan la madera como también a cualquier otra cosa que le pongan entre sus dientes. Un accidente laboral en esos lugares equivale a perder un brazo y tratar de ser trasladado con algo de sangre hasta un centro asistencial. Cada 6 meses algún empleado pierde un miembro en un descuido y una vez cada dos años alguien directamente muere desangrado y gritando en su puesto laboral.
Cualquiera podría creer que los operarios nuevos son los que suelen sufrir esos accidentes, sin embargo no. Los que más mueren o se mutilan son los empleados viejos. Los que se confían. Los que creyeron que habían aprendido a estar atentos, pero simplemente habían aprendido el oficio.
La reconstrucción de la mansión arrasada por el huracán Lisa iba a buena velocidad. Las chicas aprovecharon el desastre acontecido para redecorar la casa con un estilo minimalista postmoderno vintage ideado por las cuatro que incluía las paredes pintadas de blanco absoluto con muebles de aleación y madera navegante entre electrodomésticos de próxima generación y cuadros digitales.
Voynich se encargó de otros detalles menos estéticos como el de colocar vidrios blindados y una conexión de Internet subacuática por la que tuvo que conseguir un permiso internacional. Galileo supervisó las obras con mucho interés y pidió un espejo alto para verse volando.
La invitación que les llegó para la Asamblea urgente de la ONU incluía pasajes, estadía y pases para dos personas por lo tanto Voynich les preguntó a las chicas quién lo quería acompañar y entre todas decidieron que la mejor opción, dada estas circunstancias, era Mut. Con mucha razón sostenían que todo el mundo estaría con los ojos encima de él y por lo tanto la única forma de quitarle un poco de presión era directamente encandilarlos. Además iba ser muy divertido de ver cómo reaccionarían todos al verla. Tenían razón.
Durante las siguientes horas armaron las valijas y tanto Mut como Wilfrid fueron llevados hasta el aeropuerto en la Hummer amarilla por la sueca Alexandra que era la que mejor manejaba de todos en la mansión porque lo hacía desde los 5 años pero a la que ya le habían quitado el registro varias veces por conducir drogada. Como en esos momentos la isla estaba en plena reconstrucción por la catástrofe no había controles de tránsito y entonces la dejaron manejar. Lo hizo a 200 km por hora y fumando marihuana.

El vuelo desde San Salvador hasta Nueva York lo realizaba una aerolínea privada y hubo algunos minutos de demora porque el piloto sufrió una pequeña descompensación cuando la vio subir a Mut quien pese a vestir un discreto jean Oxford, una blusa blanca, un tapado largo de verano, enormes lentes negros y pañuelo en el cabello atado, estaba lejos de pasar desapercibida y alteraba aún más a los que le prestaban atención. No se puede disimular un terremoto.
Finalmente el copiloto estuvo en los controles y arribaron a la Gran Manzana en la hora estimada. Del aeropuerto al hotel. Era una fría noche lluviosa en la costa Este de los Estados Unidos y a la mañana siguiente debían estar en la sede de la ONU muy temprano por lo tanto cenaron a las 19 hs y luego Voynich bajó a emborracharse en el buffet del hotel mientras que Mut se fue a sacar fotos de la ciudad – y del cielo – desde la altísima terraza frente al Central Park.
Había unos pocos huéspedes tomando copas en la barra junto al barman y Voynich tardó poco en presentarse y anunciarles que al día siguiente le explicaría al mundo entero lo que estaba pasando con la llegada de los Drépanos. Al principio no le creyeron porque en esos días era muy habitual que todos tuvieran algún tipo de opinión o información calificada sobre las naves, pero el científico aprovechó esa mínima audiencia de 5 o 6 personas para ensayar todo lo que diría al día siguiente y al cabo de unos pocos minutos los mantenía hipnotizados con lo que decía.
Fue una disertación extraordinaria, estuvo tres horas hablando y minuto a minuto los iba dejando consternados mientras les daba detalles, les explicaba la teoría de los 25 años y tomaba una copa tras otra. Cuando a la 1 de la mañana bajó Mut a buscarlo ya estaban todos tan compenetrados con lo que les contaba Voynich que al ver a la bellísima chica egipcia no tuvieron dudas de que no era de este mundo.
Se despidió de sus público cantando “A mi manera”. Con la letra cambiada.
A la mañana siguiente los pasaron a buscar a las 8 de la mañana. Una hora antes Mut lo sacó de la cama, lo arrastró hasta el baño y lo duchó con agua helada mientras calentaba café. El científico parecía borracho, pero no, estaba asustado. Había tenido un sueño que no se animaba a contarle.
No hay nada más aburrido que escuchar el sueño de otro. La gente cree que la locura y la mezcla que haya podido aparecer en el sueño que acaba de tener es interesante. Pero no. Todos tenemos sueños y por lo tanto conocemos el mecanismo. No es ningún mérito soñar raro, por más que tu tía Chola tenga alas de dragón y entre volando a la perfumería que atiende Cristo para comprar una cubierta de camión.
Por eso Voynich no solía contar sus sueños, ni tampoco era capaz de mostrarse demasiado interesado en los de los demás. Fingía un poco de sorpresa al principio del relato pero a los 10 segundos estaba pensando en otra cosa.
Mut lo conocía bien y preocupada lo dejó tomando café con la mirada perdida en la ventana del hotel mientras ella se cambiaba, se maquillaba y le avisaba por teléfono a las chicas el estado en el que se encontraba el científico. Todas entendieron inmediatamente que era una muy mala señal.
A las 8 menos un minuto sonó el teléfono de la habitación para avisarles que los estaban esperando en el lobby del hotel. Lo que hasta la noche anterior era la previa de la jornada más importante de su vida, ahora se había convertido en una pesadilla para Voynich. Con mucho esfuerzo se puso el traje que tenía preparado pero le quedaba mal, le quedaba grande, torcido y arrugado.
Era su talle y estaba planchado, pero la ropa sabe.
Mut, que casi siempre estaba semi desnuda en la isla, se había preparado como si fuera a asistir a una fiesta de gala con el look que le recomendaron las chicas. Era imponente y estaba más deslumbrante que nunca. Llevaba un vestido largo y negro con tajo en un costado y espalda descubierta. Su indomable cabellera parecía haber explotado en rulos perfectos y los tacos altos la hacían aún más enorme. Cualquier mínimo detalle al servicio de su belleza era demasiado peligroso y por eso casi nunca se maquillaba, ni se producía. Cuando pasó delante del espejo por la curiosidad que sintió al vestirse tan diferente, se miró por unos segundos y comprendió avergonzada lo que sentían los demás al verla.
- Quedémonos acá – le dijo Voynich para hacerla volver en sí cuando la vio inmóvil delante del espejo
Ella no respondió, cerró los ojos, respiró hondo, caminó hasta él, lo tomó de la mano y lo llevó hasta el ascensor.
Cuando faltaba apenas un piso para llegar a la planta le preguntó en un susurro qué era lo que había soñado. Voynich la miró a los ojos como si ya no lo pudiera afectar la hermosura ni el horror y respondió en un hilo de voz:
- Que no son los Drépanos los que vienen.
CAPÍTULO 19: CUANDO LOS SANTOS VIENEN MARCHANDO
El auto oficial que trasladaba a Voynich y a Mut desde el hotel hasta la sede de la ONU ingresó directamente al edificio por la rampa secundaria del estacionamiento evitando de esta manera a los periodistas acreditados de todos los medios del mundo que esperaban ansiosos y al excitado público en general que se había acercado lo más posible para ver de cerca a los principales mandatarios y para enterarse en primera mano de las novedades sobre la llegada de los extraterrestres.
La custodia oficial del evento – que consistía en decenas de soldados de élite, policías antidisturbios, francotiradores escondidos, perros adiestrados, drones de combate, camiones hidrantes y tanques de guerra – demostraba la trascendencia única del encuentro y la importancia de los participantes.
Las vallas de contención habían sido colocadas a 500 metros de la entrada principal para evitar que la gente se acercara, sin embargo a pesar de toda la intimidación generada por el despliegue armamentístico, varias personas fueron detenidas por intentar pasar por la fuerza. Esa era la desesperación que reinaba en todas partes.
Apenas Voynich y Mut descendieron del automóvil en el primer subsuelo, fueron recibidos por miembros de la organización que tras comprobar sus identidades con tres métodos diferentes (documentos en papel con chip, reconocimiento facial biométrico y huella digital) los acompañaron hasta la sala principal del edificio donde se encontraban los hombres y mujeres más poderosos del mundo junto a sus guardaespaldas y sus equipos de asesores. Parecía el estreno de una película taquillera o la recepción de algún casamiento entre estrellas de Hollywood. Incluso había un trompetista de jazz amenizando la espera con una versión libre de “Cuando los santos vienen marchando” que más bien parecía un presagio de esperanza.
El bullicio de la música y de tantas voces hablando a la vez retumbaba hasta la campana del techo y regresaba en forma de interferencia inteligible, como un acople que se incrustaba en el cerebro. Los mozos recorrían la enorme sala con bandejas repletas de bebidas y manjares que parecían un despropósito para las 8 de la mañana. Sin embargo la razón era que muchos presidentes habían arribado con horarios diferentes desde distintas partes del globo y por lo tanto se mezclaban las cenas, con los almuerzos y con los desayunos.

Voynich ingresó por una de las puertas laterales tratando de pasar desapercibido, sin embargo apenas fue identificado por los presentes se desató el caos y comenzaron a acercársele en estampida mientras lo señalaban en voz alta y lo bombardeaban con preguntas de toda índole. Sin dudas la figura del científico nudista era una de las más esperadas del día por la calidad de información que manejaba y por el magnetismo que irradiaba su figura. Todos querían obtener alguna información crucial sobre las naves extraterrestres antes de que empezara la sesión oficial de la ONU.
Hasta la noche anterior Voynich hubiera disfrutado de ser el centro de semejante reunión, sin embargo ahora, después de la pesadilla que había tenido, parecía un tipo ajeno sin respuestas en el lugar equivocado y por eso daba pasos instintivos hacia atrás como queriendo alejarse de las mismas personas a las que les había rogado reconocimiento. Sintió que le faltaba el aire.
Fue entonces cuando Mut emergió desde atrás del científico dando un paso al frente y colocándose delante de él como si fuera un escudo milagroso. Y lo era. Todos quedaron anonadados.
La mujer más hermosa del mundo levantó la cabeza desafiante mirando a los ojos a la multitud y sonrió.
El tiempo se detuvo como una foto, porque la belleza que se explica no se entiende.
El silencio absoluto solo fue quebrado por una voz oportuna que intempestivamente se oyó entre la muchedumbre estupefacta.
- ¡Mut! ¡Wilfrid! ¡Que alegría volver a verlos!
Era Geraldine. Una luz en la oscuridad.
A partir de ese momento la francesa, que conocía el lugar, los protocolos, la gente y los recovecos del edificio por haber asistido muchísimas veces a reuniones de la ONU se convirtió en un hada madrina para ellos. Mut la abrazaba emocionada como si hubiera encontrado a una hermana.
Enseguida entre las dos sacaron a Voynich por un corto pasillo que conducía a una sala pequeña donde nadie los molestaría hasta el comienzo de la sesión. Ahí estuvieron durante cuarenta minutos dándole café para reanimarlo mientras lo intentaban distraer recordando lo bien que la habían pasado en la isla pese al huracán.
Voynich parecía un fantasma y las chicas supieron que no iba a poder dar su disertación.
Cuando se hicieron las 9 de la mañana vinieron a avisarles que estaba a punto de comenzar la conferencia por lo tanto Wilfrid debía ir a sentarse en su butaca de invitado especial para hablarles a todos cuando le tocara el turno. Mut y Geraldine le dijeron que estarían juntas entre las bambalinas del lugar siguiendo con atención el cónclave a pocos metros de él y atentas para solucionar cualquier inconveniente que pudiera surgir.
A la hora señalada, la Secretaria General de la ONU, la mexicana Clemencia Rodríguez fue la encargada de dar inicio a la Asamblea con un discurso emotivo donde hablaba de la importancia de la unión de todos los países ante una amenaza desconocida. A esa altura el rating de la transmisión superaba todos los récords históricos y la ansiedad iba en aumento, nadie quería emotividad, sólo les interesaba saber a qué venían los extraterrestres y sobre todo cómo eran. Para pasar en limpio, pero con una calma que puso nerviosos a todos los habitantes del planeta, la Secretaria explicó la situación desde el primer minuto en el cual los telescopios identificaron las naves espaciales por primera vez hasta ese preciso momento en el que ella estaba hablando. No dijo mucho, porque no sabía nada. Más allá de fotos raras, testimonios aislados y algún que otro detalle sin explicación, ningún país tenía algo importante que decir o para ocultar sobre el asunto de los alienígenas.
Acto seguido Clemencia le cedió la palabra a uno de los administrativos designados quién se encargó sin emoción de dar lectura a todos los datos numéricos comprobados con los que contaba la humanidad sumando el aporte de todos los astrónomos. El hombre leyó en voz baja que las naves eran alrededor de diez mil, que posiblemente viajaban a la velocidad de la luz y que estimaban la llegada a la Tierra en 70 horas. Nada más. Muchos rompieron los televisores de la bronca que les agarró.
Luego volvió a tomar la palabra Clemencia:
- Quiero comunicarles que la decisión adoptada por la mayoría de los gobernantes del mundo es la de mantener al planeta en DEFCON 1, o sea en el máximo nivel de alerta, con todas las armas nucleares de destrucción masiva listas para ser utilizadas únicamente en el caso de una agresión extraterrestre. Al mismo tiempo cada país decidirá de qué manera organiza la evacuación de su propia población en caso de que eso ocurra como así también del método de elección con el cual seleccionarán a quienes ingresen a sus bunkers, si es que los tienen. Por otra parte, recomendamos a la humanidad que en estos difíciles días previos al arribo de las naves acondicionen sus casas lo mejor posible para poder sobrevivir el tiempo que sea necesario dentro de ella junto a sus familias teniendo a disposición agua potable y la mayor cantidad posible de alimentos no perecederos. Cada gobierno dispondrá además de una partida especial de fondos cedidos por el Consejo Financiero Mundial para abastecer a sus habitantes más indefensos de todo lo necesario para sobrevivir. Lamentablemente no sabemos qué es lo que nos espera pero sí sabemos de lo que somos capaces como raza para ayudarnos entre todos y para defender al planeta, por lo tanto les queremos pedir mucha calma en estas tensas jornadas. A continuación vamos a escuchar al científico más importante de su generación, el cual ha dedicado su vida a investigar la posible existencia de civilizaciones inteligentes fuera de la Tierra. Es para nosotros un verdadero honor contar con la presencia de una de las mentes más brillantes de estos tiempos oscuros. Con ustedes el prestigioso y multipremiado científico Wilfrid Voynich.
Todos se pusieron de pie y dieron un largo aplauso cerrado que retumbó durante varios segundos en las paredes de la ONU. Por fin después de tantos años el destino le entregaba en bandeja la posibilidad de ser reconocido y de pasar a la historia como se merecía. Pero no.
Voynich encendió su micrófono tímidamente, tomó agua, carraspeó un par veces para aclarar la garganta, miró los rostros preocupados de los presidentes y se quedó en silencio.
No volaba una mosca. El tiempo apremiaba.
La Secretaria General de la ONU le solicitó entonces que por favor contara todo lo que sabía acerca de los alienígenas que se aproximaban a la Tierra, sin embargo Voynich se mantenía callado, negando mínimamente con la cabeza y apretando los labios temblorosos.
De pronto, como un boxeador atontado al que sólo puede salvarlo la campana, comenzaron a sonar enloquecidamente a la vez todos los teléfonos de los presentes. Uno a uno los diferentes tonos se mezclaban en el ambiente de la ONU conformando un concierto caótico y alarmante que de inmediato fue cubierto por las risas y la vergüenza. Se trataba de un sorprendente archivo con varias fotos que habían sido liberadas en la web para todo el mundo. En esas imágenes se podían observar desnudos a casi todos los integrantes del Comité de Crisis que visitaron la isla de Voynich. Hombres y mujeres corriendo sin ropa contra el viento y la lluvia con gestos desesperados, movimientos torpes y muecas graciosas. Decenas de fotografías que sin el más mínimo pudor recorrían las pantallas de los presentes y de los ausentes para compartirse hasta el infinito. Había varias de cada uno de los integrantes del Comité salvo de Geraldine que apenas aparecía con un hermoso primer plano de su rostro, pero nunca desnuda. Todos los demás sufrían el escarnio público. En algunas se observaba al Cónsul pidiendo auxilio con la boca bien abierta ostentando su carne blanca y flaca, a la Canciller alemana despeinada tratando de sostener sus grandes pechos bamboleantes, al Chino queriendo abrir los ojos y exhibiendo su culo escuálido, al General Sanders mostrando sus heridas de guerra más humillantes, al hombre de la NASA caído en cuatro patas como una mesa quebrada, al agregado cultural de Israel corriendo con su micropene erecto, al agitadísimo Ruso peludo como un oso, a Voynich con los brazos en alto sonriendo al lente y por último al desaparecido ex presidente de los Estados Unidos desnudo y aferrado con las dos manos al palo de una enorme sombrilla.
La venganza es un plato que llega cuando ya no tenés hambre.
CAPÍTULO 20: Si VAS POR EL REY, NO FALLES
El revuelo que se armó por la filtración de las fotos obligó a que la Secretaria General de la ONU llamara a un cuarto intermedio porque todos los protagonistas de las imágenes con desnudos se encontraban presentes en el lugar y nadie salía de su asombro entre miradas burlonas, risas mal disimuladas y comentarios fuera de lugar.
Cada uno de los involucrados tomó diferentes posturas: El General Sanders se retiró del edificio sin que nadie lo viera, el director de la NASA negó rotundamente ser el que aparecía en las imágenes, el Agregado Cultural de Israel realizó nerviosos llamados a Silicon Valley para que quitaran las imágenes de Internet, el Cónsul se quedó llorando en un rincón tapado con una campera mientras era consolado por su madre, el ruso compartió orgulloso su propia foto en las redes sociales con una leyenda graciosa y el chino no comprendía del todo qué era lo que estaba sucediendo.
Contrariamente a lo que cualquiera hubiera imaginado, Anke, la Canciller alemana, parecía ser la que mejor se había tomado el escándalo porque se quedó en su asiento tranquila mirando las fotografías una y otra vez sin decir una palabra. Solamente en un momento levantó la cabeza y desde lejos lo buscó a Voynich con la mirada hasta que hicieron contacto visual. Fue entonces que con los labios en trompa le envió un besito que se pareció mucho a una amenaza.
Volvieron los mozos con las sobras, los equipos de asesores con nuevos informes y hasta regresó el trompetista con menos aire. De pronto los OVNIS habían pasado a segundo plano porque la foto de un desnudo llama siempre más la atención que la de un extraterrestre.
Tras dos horas de idas y vueltas todos retornaron a sus ubicaciones para reanudar la Asamblea.
- Disculpen todos por la espera – dijo Clemencia – por favor coloquen sus teléfonos móviles en silencio y retomemos el temario previsto para esta jornada.

De inmediato solicitó la palabra Rulfo Di Tomasso y la Secretaria General le concedió el pedido.
- Buenos días a todos – comenzó diciendo el flamante Presidente de EEUU – como ustedes ya saben, esta es la primera vez que visito la sede de la ONU y es para mí un verdadero honor ser parte de esta histórica Asamblea constituida por los primeros mandatarios de todas las naciones. Sin embargo siento un sabor amargo debido a la docilidad demostrada por este cuerpo ante una amenaza tan asombrosa como la que estamos por vivir. Es por eso que quiero dejar en claro que Estados Unidos no va a acompañar la tibia decisión de esta Asamblea y en el supuesto caso de que el espacio aéreo de mi país sea mínimamente violado por cualquier objeto extraterrestre, aunque sea de forma pacífica, lo consideraremos una agresión de guerra que será respondida sin contemplaciones con todo el poderío de nuestras armas de destrucción masiva. Muchas gracias.
Un contrariado murmullo recorrió la sala como si fuera una suelta de palomas negras hasta que desde alguna parte del salón se oyó de manera nítida el grito de una voz en la multitud:
– ¡Callate mafioso!
Rulfo se sorprendió por el improperio y comenzó a mirar hacia todos lados señalando con el dedo índice extendido como un radar buscando a la persona que lo había agraviado.
– ¿Quién dijo eso? – preguntó nervioso a la multitud de presidentes – ¡Que dé la cara ahora mismo!
- Bueno, bueno – terció enseguida la Secretaria General de la ONU intentando llevar un poco de calma– recuerden que esta Asamblea está siendo vista por millones de personas en todo el mundo que merecen todo nuestro respeto y que además están muy angustiados esperando que les demos una respuesta ante la situación que se avecina.
El Presidente de EEUU ni la escuchó.
- Si alguien tiene pruebas para llamarme mafioso que las presente de inmediato en la justicia o que se atenga a las peores consecuencias – respondió Rulfo mirando desafiante a todos los presentes
- ¿Dónde está el presidente Bronson? – preguntó otra voz que tampoco pudo ser identificada.
- También yo quisiera saberlo – se defendió Rulfo – Marvin era mi amigo y voy a llegar hasta las últimas consecuencias para saber qué fue lo que le sucedió en esa isla.
- ¡Vos no tenés amigos! – volvió a escucharse desde alguna punta de la sala
- ¡Por favor! ¡Por favor! Volvamos a centrarnos en el tema previsto – rogó Clemencia mientras sacudía una pequeña campanita que a nadie le importó que sonara y sonara estúpidamente.
- Por lo que veo acá a algunos les molesta que mi país haya tomado la decisión de defenderse ante una invasión extraterrestre en lugar de esconderse como una rata
- ¿A quién le decís rata? ¡La concha bien de tu rulfa madre! – se despachó la Canciller Alemana que venía acumulando bronca desde hacía un rato largo por el asunto de las fotos
- ¡Pero qué boquita resultó tener la señora! – contestó Rulfo asombrado de verdad
- ¡Basta! – interrumpió Clemencia una vez más – si continúan con esta discusión los voy a tener que expulsar de la Asamblea
- Acá faltan pelotas, carajo – continuó di Tomasso exaltado – estamos a dos días de que nos invadan miles de naves extraterrestres y ustedes están preocupados por unas fotos de mierda y discutiendo si van a esperar a los marcianos con flores o con bombones
- ¡Flores no! – gritó el Cónsul desde abajo de la campera creyendo que de verdad estaban discutiendo el recibimiento
- Los Estados Unidos de América van a defenderse con todas sus armas porque está en nuestro ADN y en la Segunda Enmienda de la Constitución, jamás nos vamos a dejar humillar por ninguna fuerza extranjera o extraterrestre. Nuestra libertad es nuestra garantía de vida.
- ¡Callate mafioso! – se volvió a escuchar en la sala, pero esta vez todos supieron quién lo había dicho porque Voynich estaba de pie y lo apuntaba al Presidente de los Estados Unidos con el micrófono en la mano.
- ¡Ah bueno! ¡El científico sabelotodo recuperó la voz! – contestó Rulfo con tono burlón mirándolo con furia – andá buscándote un buen abogado para probarlo en la justicia porque te voy dejar en la ruina y preso.
- Uhhh – se oyó en toda la ONU pero Voynich ni se inmutó
- Además de mafioso sos un pobre payaso ignorante que no merece el lugar que tiene. Todas tus estúpidas armas no te van a servir de nada en esta oportunidad.
Rulfo lo fulminó con una mirada inyectada en sangre y olvidándose de las naves le respondió con la calma de un viejo verdugo utilizando una frase que dio más miedo que los extraterrestres:
- Si vas por el Rey no falles…
Se hizo un silencio de muerte en todo el mundo frente a los televisores y Clemencia dejó la campanita.
- Quedate tranquilo que vos no sos el Rey – respondió el científico sosteniéndole la mirada.
La humanidad contenía la respiración.
Voynich pareció volver en sí. Dejó de mirar a Rulfo, se volvió a sentar y después de dudar unos instantes decidió contar parte de lo que sabía.
Durante los siguientes minutos asombró al mundo entero con su relato y con esa voz tan particular que se volvía cada vez más profunda a medida que se adentraba en los confines del espacio exterior.
- Los Drépanos son una raza inteligente alienígena que lleva muchísimos años más de evolución que nosotros y por lo tanto cuentan con conocimientos mucho más avanzados. Eso les permite, por ejemplo, viajar a la velocidad de la luz, dominar una tecnología superior, utilizar energía estelar y disponer de quién sabe qué otras maravillas que ni siquiera llegaríamos a comprender. Los Drépanos viven en Teegarden B y en Teegarden C que son los únicos dos planetas conocidos hasta ahora que giran alrededor de una pequeña estrella llamada Teegarden que se encuentra apenas a 12,5 años luz de la Tierra. Es por eso que nos visitan cada 25 años ya que esa es la suma de los años que les lleva transitar esa corta distancia que nos separa en términos siderales en cada ida y vuelta. Doce años y medio para venir, doce años y medio para volver. Llegan a nuestro planeta, realizan rápidamente lo que vienen a hacer, regresan de inmediato a Teegarden B o C y vuelven a partir hacia acá como si el tiempo los apremiara por alguna razón. También vale aclarar que los Drépanos de Teegarden B y los Drépanos de Teegarden C no son exactamente iguales entre sí más allá de ser vecinos de la misma especie. Es muy posible que entre ellos tengan algunas diferencias culturales, físicas o de carácter ya que los Drépanos del planeta B evolucionaron cerca de su estrella en una órbita más corta y con un clima caluroso como si fuera nuestro Caribe. Por otra parte los Drépanos del Planeta C lo hicieron con una órbita mayor y en un ambiente sombríamente frío parecido al de Siberia. – todos oían a Voynich estupefactos y cada vez con más miedo. El científico amaba generar eso en su público porque le provocaba un placer tanto físico como intelectual – Los primeros rastros de los Drépanos en la Tierra datan de hace 3000 años. Hay dibujos alienígenas (yo tengo uno), objetos extraños forjados en materiales que no existen en nuestro planeta, obras arquitectónicas imposibles de realizar por los humanos en otras épocas e incluso pruebas aún más impresionantes que han sido mal clasificadas por diferentes gobiernos sin saber muy bien de qué se trataban – esto lo dijo con una mirada cómplice hacia el General Sanders que había regresado a su lugar – Por alguna razón que desconozco, posiblemente a causa de alguna guerra, en cierto momento de la historia los Drépanos dejaron de visitarnos y recién volvieron a hacerlo hace 150 años porque desde entonces hasta hoy, cada 25 años encontramos testimonios y acontecimientos contundentes que prueban sus visitas: El inexplicable abandono del barco Mary Celeste en 1872, el globo luminoso observado durante días en Bilbao durante 1897, el aterrador testimonio de un sobreviviente al choque de aviones en Francia en 1922, las 9 naves divisadas sobre Washington días antes del histórico hallazgo en Roswell durante 1947, el avión argentino que fue perseguido por un OVNI en 1972, el asombroso relato de los pilotos españoles de Air Europa en 1997 y las 10 mil naves extraterrestres que se acercan a la Tierra en 2022…
De pronto el relato de Voynich se cortó abruptamente porque no se animó a contar el sueño que había tenido la noche anterior. Sentía que poner un sueño a la misma altura que los datos que estaba exponiendo le hubiese restado verosimilitud a todo lo dicho hasta ese momento. Sin embargo, por ninguna razón aparente, él creía más en esa pesadilla alcohólica que en todo lo que siempre había creído.
Mientras tanto en todo el mundo la palabra Drépanos se expandía como un virus explotando en los buscadores, en las charlas y en cada pensamiento humano.
CAPÍTULO 21: LAS CALLES DE LA INOCENCIA
Las palabras de Wilfrid Voynich quedaron flotando en el aire como una nube de pánico irrespirable. Los relojes de la Tierra se detuvieron en punto. De inmediato pidieron la palabra desesperadamente un centenar de presidentes a la vez. Todos querían realizarle alguna pregunta – o algún reclamo – al científico que de pronto se había quedado callado y apoyado sobre el respaldo de su silla dejando el micrófono en su pequeño escritorio como si hubiera cruzado los cubiertos sobre el plato después de comer.
La ronda de interpelación, que había intentado comenzar más o menos de manera ordenada con todos alzando la mano para solicitar su turno, en menos de veinte segundos se había desmadrado por completo provocando que se encimaran las voces conformando un coro enloquecido y asustado que preguntaba exaltado. “¿A qué vienen?” “¿A dónde van a aterrizar?” “¿Son parecidos a nosotros?” “¿Se los puede matar?” “¿Hay que rendirse ahora?” “¿Nos quieren?”
Clemencia Rodríguez intentó imponer un poco de orden pero su autoridad, siempre tan equitativa y respetada, se vio de golpe sobrepasada por la locura que se vivía en la ONU y que se replicaba en todas partes del mundo. Por primera vez los mandatarios tenían las mismas dudas, los mismos miedos y las mismas pocas certezas que los ciudadanos de a pie. Una ignorancia que igualaba las riquezas y el poder con la indigencia y la sumisión.
Voynich los oía atento y sin inmutarse anotando mentalmente cada una de las preguntas. Daba la sensación de que podía responderlas a todas sin problemas, incluso en algún momento pareció decidido a hacerlo porque se incorporó para tomar su micrófono con ganas de hablar, sin embargo en ese preciso instante comenzaron a sonar de nuevo (y a la vez) los teléfonos de los principales líderes del mundo. Las manos torpes y apuradas atendían los llamados mientras otros dedos nerviosos intentaban habilitar las pantallas para leer los textos que no paraban de llegar.
La desconcertante noticia provenía del Centro de Investigación Espacial y se replicaba a toda velocidad.
La propia Secretaria General de la ONU miró su celular con los lentes de ver de cerca y sorprendida leyó tres veces el mismo escueto mensaje que poco a poco empezaba a levantar aplausos, gritos de euforia y abrazos. Antes de replicar la noticia en el micrófono del recinto decidió chequear la información realizando una llamada al Centro de Investigación Espacial. La conversación fue corta porque no había mucho más para decir. Sin embargo, y aún teniendo dos confirmaciones, Clemencia decidió levantarse de su silla para reunirse en privado con las autoridades gubernamentales superiores encargadas de monitorear minuto a minuto el movimiento de las naves. Le dijeron lo mismo. De todos modos, y pese a las tres fuentes consultadas, Clemencia llamó a un cuarto intermedio de 40 minutos para tener la certeza absoluta de lo que estaba ocurriendo aunque ya nadie la escuchó porque las exclamaciones, los aplausos e incluso los cánticos de alegría inundaban la sede de la ONU y ya nadie le prestaba atención a nada. Durante ese cuarto intermedio la transmisión oficial televisiva se mantuvo conectada en directo con el himno de la institución en loop y con una cámara fija desde las alturas que mostraba a todos los presidentes parados lejos de sus asientos conversando y abrazándose de forma alegre mientras Clemencia iba y venía sin descanso con un teléfono en cada mano preguntando algo a todos los que se cruzaba. Incluso fue ella la que en un momento se acercó a Voynich y le comunicó la noticia. El científico solo frunció la frente entrecerrando los ojos y torció la cabeza como un perro confundido. Algo malo no estaba bien.

Al cabo de media hora la Secretaria General de la ONU regresó a su puesto resignada y tomando la campanita con dudas decidió hacerla sonar varias veces provocando una divertida reacción por parte de los presentes que lo festejaron como si ese sonido fuera el punto de partida para una nueva vida. Clemencia solicitó silencio y esta vez le hicieron caso solo para poder estallar con todas las fuerzas en cuanto dijera lo que estaba por decir. Ella hizo una breve pausa para leer por última vez el mensaje, luego con la mirada atenta recorrió la sala observándolos a todos y dirigiendo sus ojos a la cámara principal de la transmisión, realizó el siguiente anuncio con la voz casi quebrada por la emoción pero inmutable:
– Las naves extraterrestre han cambiado repentinamente de rumbo y se alejan de la Tierra. El peligro ha terminado.
Al oír sus palabras el recinto de la ONU explotó en un grito fabuloso que estremeció las paredes del edificio como si se festejara el gol del campeonato en el último minuto de juego. Los abrazos se multiplicaron, las sonrisas invadieron todos los rostros y los teléfonos se inundaron de llamados a familiares que lloraban de alegría. La misma escena se reproducía en cada rincón del planeta. “¡Ganamos!” “Nos tuvieron miedo” “¡Viva la raza humana!”
Nadie parecía reparar en la insufrible inquietud que generaba en el alma la idea de confirmar que ya no estábamos solos en el Universo y que nos encontrábamos simplemente a merced de una raza superior que elegía cuando visitarnos y cuando no.
Solo Voynich permanecía serio y contrariado en su asiento tratando de analizar lo que estaba ocurriendo. Al cabo de un rato largo se le acercó el General Sanders, le extendió la mano, y casi en su susurro le dijo que entendía el carácter de su venganza con las fotos y que en otro momento de su vida hubiera reaccionado de distinta manera, pero que sin embargo ahora, nobleza obliga, en agradecimiento por haberle dado cobijo en su casa durante el huracán y porque la humanidad lo iba a necesitar mucho, sentía que debía devolverle el favor contándole un secreto de sumo interés para su persona:
- Esta noche saldrá una orden de captura internacional en tu contra emitida por Interpol y solicitada por los abogados de Rulfo di Tomasso. Te acusan por la desaparición del Presidente de los Estados Unidos en la isla y van a usar las fotos de tu venganza como prueba para encarcelarte.
La sentencia estaba escrita de antemano.
Voynich buscó inmediatamente a Rulfo con la mirada pero ya no estaba, incluso ya no quedaba casi nadie en el edificio, todo el planeta había salido a festejar a las calles.
A las calles de la inocencia.
CAPÍTULO 22: CAFÉ CON DOS MUJERES
Apenas el avión aterrizó en la isla San Salvador fue abordado por varios agentes aeronáuticos que subieron para detener a Voynich. Pero Voynich no estaba.
Contrariados inspeccionaron cada rincón de la aeronave y sin embargo no pudieron dar con él. Incluso llevaron a un par de perros entrenados en búsquedas de personas que lo único que consiguieron fue detenerse frente a Mut y comenzar a ladrar. Los policías sabían que esa mujer era la acompañante del científico pero no se animaban a hablarle. Ella los miraba fijo sentada en su butaca con las manos sobre la cartera. Los uniformados consultaron algo entre sí y decidieron bajar del avión para comunicarle por radio a la Central del FBI que Voynich no se encontraba en la aeronave. Durante varios minutos todo el pasaje tuvo que esperar para descender. Recién a la media hora regresaron otros oficiales con un permiso para inspeccionar la bodega. Tampoco obtuvieron resultados positivos. A esa altura la gente ya estaba muy nerviosa y exigían con toda la razón que los dejaran salir. Fue entonces cuando el piloto les habló a través de los parlantes, les explicó la situación sin entrar en demasiados detalles y les solicitó que por favor tuvieran paciencia porque estaban aguardando órdenes desde Interpol. Además intentó calmarlos diciéndoles que las azafatas pasarían por sus ubicaciones para ofrecerles algo de beber. Un fastidio general fue la respuesta. Finalmente una enorme mujer policía se acercó a Mut y sin mirarla le ordenó que la acompañara para tomarle declaración. La bella muchacha egipcia se levantó de su lugar con temor, caminó por el pasillo del avión en forma lenta, descendió por la escalera con cuidado y al final del trayecto entró a la oficina de seguridad aeroportuaria donde la aguardaba, vestido de civil pero armado, un temible interrogador de la CIA que había sido enviado desde los Estados Unidos justamente porque se especializaba en detenciones internacionales legales e ilegales. El viejo lobo, con debilidad por las mujeres asustadas, tenía planeado hacer con Mut lo mismo que hacía desde que había entrado a las fuerzas de seguridad: Apretar testigos para obtener información.
Esta vez las cosas fueron un poco diferentes porque al encontrarse de frente con la inconmensurable hermosura de la muchacha sintió un repentino dolor en el pecho que le dificultó la respiración y por lo tanto debió ser trasladado de urgencia a un centro asistencial cercano donde murió a las pocas horas.
Mientras tanto, en la sala de espera del aeropuerto, a Mut la aguardaban impacientes sus compañeras de vida: Keiko, Alexandra y Soya. Ellas habían ido a buscarla y exigían a los gritos que liberaran a su amiga porque no contaban con ningún tipo de orden de detención. Tenían razón y el escándalo que provocaban iba en aumento llamando la atención de todo el mundo. Sin embargo, eso parecía no importarle demasiado a los hombres de uniforme que mantenían a Mut encerrada en la oficina ya que se quedaron en sus puestos y además las amenazaron con detenerlas también a ellas por intentar interferir en un operativo de seguridad.
Las cosas cambiaron abruptamente recién cuando las chicas llamaron al propio padre de Mut, un prestigioso abogado australiano especializado en derecho internacional, quien se contactó de inmediato con las autoridades a cargo de la situación y logró en menos de tres minutos que liberaran a su hija.
Lo único que le dijo Mut a la mujer policía – que acabó siendo por descarte la encargada de interrogarla – fue que Voynich se despidió de ella en el aeropuerto de Nueva York porque había decidido ir a ver a los Gigantes. No pronunció ni una palabra más. La tuvieron que dejar ir.
De inmediato fue recibida y abrazada por sus tres amigas que la subieron raudamente a la Hummer amarilla (manejó Soya porque estaba lleno de uniformados) y partieron sin mirar atrás rumbo a la mansión donde vivían con el extraviado científico nudista.

A partir de ese momento los investigadores, que enseguida chequearon que esa semana los Gigantes jugaban de visitantes en Dallas y no en Nueva York, tuvieron que retomar la búsqueda desde varias horas atrás revisando las cámaras de seguridad del aeropuerto JFK a donde Mut y Voynich habían llegado en taxi bajo la lluvia desde el hotel. Rulfo di Tomasso siguió muy de cerca la pesquisa con especial interés y en todo momento fue informado de los avances y de los retrocesos.
La identificación de las personas que buscaban no era para nada sencilla ya que por ese aeropuerto transitan alrededor de cincuenta mil pasajeros por día en un constante ir y venir que jamás descansa pero que además en ese momento sumaba la euforia y el descontrol provocado por la noticia de que las naves extraterrestres ya no estaban en camino a la Tierra.
Fueron largas horas repasando los monitores de vigilancia hasta dar con ellos. La tardanza tenía que ver con que Voynich y Mut arribaron al JFK con demasiada antelación a la partida de su vuelo y por eso se dificultaba la tarea de identificarlos entrando al edificio. Una vez que los ubicaron, los investigadores sólo debían seguir los pasos del científico y de la chica egipcia hasta ver qué era lo que había sucedido con el hombre al que perseguían. Así lo hicieron y entonces observaron como ambos caminaban lentamente con sus respectivas valijas por los pasillos del aeropuerto hasta sentarse en la mesa de una tradicional cafetería. Ahí se mantuvieron durante un largo rato hasta que se sumó otra mujer a la reunión, era Geraldine. Los tres pidieron el típico vaso enorme de café y conversaron sin levantar ningún tipo de sospecha. Recién sobre el final del encuentro Geraldine sacó de su cartera un sobre grande de papel madera y se lo entregó a Voynich quien revisó por arriba el contenido apenas mirando por la boca del sobre. Inmediatamente los agentes del FBI identificaron a Geraldine a través del reconocimiento facial automático y la llamaron para preguntarle qué era lo que le había entregado al científico. Ella les respondió que eran poemas de su propia autoría y que él quería leer durante el vuelo. Nadie le creyó pero no tenían argumentos para discutirle. También le preguntaron si le había comentado algo sobre la decisión de no subirse al avión, a lo que la francesa contestó muy sorprendida que hasta el momento en el cual ella se despidió de ambos no le manifestaron ningún cambio de planes y se aprestaban normalmente a abordar la aeronave que los llevaría de regreso a la isla San Salvador donde vivían. Tampoco le creyeron pero Geraldine pertenecía a la comitiva oficial de Francia y no era conveniente generar, sin pruebas, algún tipo de conflicto diplomático por lo tanto le agradecieron su escasa colaboración y continuaron analizando las imágenes de vigilancia.
Vieron entonces a través de las pantallas que cuando Geraldine se despidió de ambos tras dejar el sobre Voynich y Mut se quedaron en la mesa de la cafetería un rato largo más. En ese lapso de tiempo los investigadores observaron como ambos conversaban con la mirada puesta en la gente que pasaba por delante de ellos como si buscaran algo hasta que el hombre hundió sutilmente su rostro en la perfumada cabellera de la mujer más hermosa del mundo para hablarle al oído sin que nadie lo oyera o pudiera leerle los labios. Esto duró siete minutos y medio. Wilfrid hablaba y la muchacha asentía sin decir una palabra. A veces sonreía y a veces parecía triste. Luego de esto, Mut tomó el celular de Voynich y lo guardó en su cartera. Un rato después se puso de pie, agarró la valija, abrazó al científico durante varios segundos – le dijo algo también al oído – y se despidió con un beso a la distancia mientras caminaba hacia la ventanilla de la aerolíneas para realizar el Check-in. Las cámaras revelaron además como varias personas quedaban inmóviles o desconcertadas al verla pasar y como luego ella despachó el equipaje y se subió al avión.
Mientras tanto Voynich escribió algo en una servilleta, dobló el papel con cuidado y lo pegó con goma de mascar debajo de la mesa. Tras realizar esta acción se puso de pie y comenzó a caminar por el aeropuerto aparentemente sin rumbo fijo. Entró al freeshop, compró anteojos oscuros, ropa, un libro de astronomía y chocolates. Luego se mantuvo estático frente a las pantallas observando las partidas y los arribos de los vuelos. Mas tarde se dirigió a la zona de embarque donde se quedó parado durante casi media hora analizando las filas de pasajeros y buscando las cámaras de seguridad que apuntaban a esa zona. Y por último ingresó al baño de damas y tardó casi una hora en salir. Lo hizo exactamente en el momento que pasaba por la puerta del toilette un nutrido contingente de japoneses – algunos todavía con barbijo – que atravesaban el aeropuerto como una flecha entre la multitud de pasajeros eufóricos. Wilfrid, también con barbijo para evitar el reconocimiento facial y con un ambiguo cambio de vestuario, se mezcló entre los orientales y caminó con ellos varios metros hasta que pasaron por detrás de una columna y entonces Voynich desapareció. El contingente de japoneses continuó avanzando rumbo a su vuelo pero ya no se distinguía al científico entre ellos. Ninguna cámara volvió a captarlo por más que revisaron una y mil veces cada una de las grabaciones.
La única certeza con la que creían contar los investigadores era que Voynich no había salido del JFK porque las puertas de acceso estaban controladas por varias cámaras y los pasajeros pasaban a través de ellas siempre de a uno o de a dos lo cual simplificaba la identificación de las personas.
De inmediato Rulfo furioso dispuso un allanamiento completo en las instalaciones del aeropuerto y entonces decenas de policías invadieron el lugar para buscarlo. Cuando llegaron a la columna donde lo habían perdido de vista encontraron apenas a su valija semivacía apoyada contra la pared y sin ninguna otra pista.
Por último fueron hasta la cafetería y leyeron la servilleta que Voynich había dejado pegada debajo de la mesa:
”Ya te lo dije, vos no sos el rey”
CAPÍTULO 23: PANTALLAS
Las hipótesis que barajaba Interpol sobre la fuga de Voynich en el aeropuerto eran cuatro.
La primera – y al mismo tiempo en la que más confiaban – era que el científico había recibido un pasaje y un pasaporte falso en el sobre que le entregó Geraldine. Que luego el hombre cambió su aspecto físico en el baño de damas y que más tarde tomó algún otro vuelo hacia un país con las restricciones aduaneras más laxas. Según las planillas oficiales, desde el momento en que lo perdieron de vista hasta ese instante en el cual presentaban ese informe a los investigadores, habían despegado desde ese aeropuerto casi setecientos vuelos hacia todas partes del mundo incluyendo varias ciudades de EEUU por lo tanto el trabajo de identificación iba a llevar semanas enteras.
La segunda opción que manejaban – y que rogaban que no fuera la correcta – era que Wilfrid había conseguido salir del aeropuerto sin ser identificado por las cámaras, posiblemente dentro de algún escondite transportable como una gran encomienda o un contenedor de basura o entre las cajas de los proveedores que suministran productos a los locales comerciales del JFK. “Incluso pudo haber salido aferrado a otra persona dentro de su abrigo” aventuró uno de los agentes ante el asombro de los demás.
La tercera hipótesis – y también la más lógica – era que Voynich todavía se encontraba dentro del aeropuerto escondido en alguna parte y con un claro mapa mental de los sitios donde no enfocaban las cámaras de seguridad, lo cual le permitía moverse con relativa facilidad. No parecía tan descabellado suponer que podía haberse escondido en los ductos de la calefacción o en los techos de los ascensores o en los enormes depósitos de equipajes que nunca terminaban de vaciarse o, incluso, delante de todos como un pasajero más que finge esperar su vuelo completamente disfrazado e irreconocible. Esta teoría llevó a los investigadores a allanar de pies a cabeza otra vez el aeropuerto hasta el punto inverosímil de revisar las cloacas, demoler una enorme escultura de la Terminal 4 e invadir un viejo Piper arrumbado desde hacía años en un rincón lejano del predio del aeropuerto en el que sólo encontraron ratas.
La cuarta hipótesis – y quizás las que los ponía todavía más nerviosos – era que Voynich había desaparecido delante de sus ojos utilizando algún antiguo truco de magia o de ilusión óptica aprovechando sus conocimientos de astrofísica.
Para comprobar la verosimilitud con la que contaba esta descabellada teoría llamaron a tres de los más prestigiosos ilusionistas de la ciudad de Nueva York quienes fueron trasladados a la central del FBI para revisar con cuidado en los monitores todo el material registrado por las cámaras de seguridad ese día.
La secuencia de imágenes – desde diversos planos – comenzaba con el científico llegando al aeropuerto junto a Mut, luego sentándose en una cafetería y recibiendo a Geraldine, más tarde despidiéndose primero de una y luego de la otra, después escribiendo la servilleta y pegándola debajo de la mesa, luego comprando cosas en el freeshop, después caminando por la sala de embarque mirando a la gente y finalmente metiéndose en el baño de damas para salir al cabo de mucho tiempo con otro look e introducirse en medio de un contingente de japoneses apurados con los que caminó varios metros hasta desaparecer detrás de una columna.
Los tres ilusionistas sonrieron con cierta satisfacción al mirar la grabación y todos coincidieron en que era un trabajo muy bien hecho. “Es para felicitarlo, parece un profesional” dijeron como si estuvieran evaluando a un concursante de escapismo en un programa de tv. Sin embargo, al ser apurados por los tensos investigadores, sus conclusiones fueron desconcertantes:
Uno de ellos dijo claramente que no era Voynich el que salió del baño.
El otro explicó sin dudas que el científico nunca había abandonado al contingente de japoneses sino que se fue cambiando de ropa y camuflándose entre ellos sin dejar de caminar.
El tercer ilusionista aseguró que ni siquiera era Voynich el que habían estado siguiendo desde que entró al aeropuerto con Mut.
Los investigadores lamentaron haberles preguntado.
Mientras tanto en Madrid, la noticia anunciada por la Secretaria General de la ONU de que las naves extraterrestres se alejaban de la Tierra sorprendió al Cheba preparándose para asistir al cumpleaños de Esmeralda Casanova, también conocida como “La Esca”. Una mezcla entre las primeras sílabas de su nombre y las de su apellido. Esta combinación, presumiblemente marketinera, era algo muy común en la farándula Hollywoodense de los años 70 donde todos los famosos acortaban su nombre para ser reconocidos apenas por una inicial, por un par de letras o simplemente por un símbolo. Luego, como una herencia más ajena que tardía, esto se extendió al resto del mundo con suerte dispar. Algunos no lograron imponer nunca su nuevo apodo pero a la Esca le quedó la Esca.
La madre del Cheba entró a la habitación contenta porque los extraterrestres se habían ido y abrazó a su hijo que se encontraba parado y fastidiado delante del espejo tratando de anudarse la corbata. Al principio no tenía pensado llevarla, pero luego la encontró colgada en su viejo ropero y decidió usarla. Era la corbata de su graduación y siempre la había considerado una especie de amuleto ya que también lo acompañó con buena suerte en un par de atracos que acabaron más o menos bien.
Al ver entrar a su madre tan emocionada supo que esta vez la vieja corbata no haría milagros y la tiró sobre la cama con resignación.
Lo mismo le ocurrió cuando ya estaba en el taxi rumbo a la casa de la Esca. El chofer estaba tan eufórico con que los alienígenas habían decidido escapar que casi choca tres veces de tanto darse vuelta para hablarle del miedo que todos en el universo debían tenerle a los humanos. El Cheba miraba perdido por la ventanilla y negaba con la cabeza.

Llegó por fin al enorme piso de la diva en pleno barrio de Salamanca frente a un precioso parque sobre la calle del Dr. Gómez Ulla. La música se escuchaba desde la vereda. El Cheba revisó la dirección en el teléfono móvil y tocó timbre. Al cabo de un par de minutos una mujer disfrazada de empleada doméstica como en las películas bajó a abrirle y lo condujo en silencio hasta la fiesta. Al abrir la puerta se encontró con una gran cantidad de gente que bailaba y bebía sumergida en humo blanco y luces de colores. De un golpe de vista reconoció a diversos famosos, políticos, periodistas e incluso a un actor que creía muerto. Ni bien dio un paso dentro del lugar apareció sonriente la Esca. Llevaba un escotado vestido blanco con una corona de flores en la cabeza y sostenía tambaleante dos copas de champagne en las manos. Le entregó una para brindar. Lo miró a los ojos y lo besó en la boca. El resto de los invitados rompieron en aplausos y exclamaciones. Luego ella lo tomó de la mano y lo condujo hasta donde se encontraba la Dj quien bajó de inmediato la música y le acercó un micrófono. La diva agradeció la presencia de todos pero reconoció que recién ahora con la llegada del invitado especial sentía que su cumpleaños estaba realmente completo y por eso pidió un aplauso para el hombre que había ahuyentado a los extraterrestres. El Cheba no lo podía creer, se sentía en otra dimensión y saludaba a todos con una mano tímida en alto sin saber qué decir. Ella lo abrazaba sonriente y lo besaba mientras tomaba una foto de ambos y la subía a sus redes entre emoticones de corazones, botellitas y caras felices para recibir miles y miles de interacciones en menos de diez minutos.
Al cabo de una hora, durante la cual ella le presentó a todo el mundo, la Esca continuó recibiendo gente y caminando por la fiesta cada vez más ebria conversando con sus invitados mientras el Cheba se acomodaba solo en un rincón de la sala sobre un sillón tratando de pasar un rato desapercibido. Fue entonces cuando se le acercó el actor al que creía muerto y se le sentó bien al lado.
- ¿Así que tú eres el nuevo juguete de la Esca? Qué grata sorpresa… – dijo mirándolo con atención sin dejar de beber – eres bastante lindo pero te falta pulir, podría ayudarte – el Cheba hubiera preferido que nos esclavicen los extraterrestres – ¿Sabes una cosa? Yo estuve casado quince años con ella… ¡Sí, quince! ¡Ja Ja Ja! le conozco todos los trucos y no hay tanta magia eh, igual no te preocupes por mí, no soy celoso del pasado, son historias de otro siglo y además soy gay. ¿No se me nota? – dijo riéndose mientras se pasaba la lengua por la yema de su dedo índice – Con la Esca tuvimos sexo los primeros meses porque estábamos siempre drogados pero después nos usamos mutuamente de pantalla sólo para conseguir trabajo en la pantalla, nada mas. Hicimos varias películas y programas de televisión exitosos… seguro los viste… éramos la pareja perfecta para la farándula e incluso fuimos a cenar con los Reyes. Yo me acostaba con hombres y ella con todo el mundo. – El Cheba comenzó a buscar alguna otra cara conocida para escapar de esa charla, sin embargo el actor continuó hablando con tono más confidencial. – Te hago una pregunta, galán: Ahora que los marcianos no nos vienen a visitar ¿De qué vas a hablar? – el Cheba, que reconocía la maldad apenas se asomaba, supo enseguida hacia donde iba la conversación – ¿De qué vas a vivir ahora? ¿Para qué servís? ¿Cuál va a ser tu pantalla?
Mientras el muerto decía esto, la Esca volvía a tomar el micrófono para señalar al Cheba delante de todos y decirle que le tenía preparada una sorpresa. Lo hizo poner de pie. Era una canción de amor. Acto seguido Goyo Parasiempre irrumpió en escena con su guitarra y se puso a cantar algo muy empalagoso mirándolo a los ojos con una sonrisa maliciosa. Todo era un horror.
En ese preciso instante recibió en su teléfono móvil un mensaje de María, su mujer: “Fracasado”
NOTA AL MARGEN 9
“La boca del lobo” fue un exitoso programa nocturno que se emitió durante casi 30 años en la televisión española y que era conducido por un viejo periodista de espectáculos llamado Antonio Lobo Umpiérrez al que todo el mundo quería y respetaba. El formato se basaba en incisivas entrevistas a famosos donde se les realizaba algunas preguntas incómodas sobre su carrera aunque siempre en un marco de respeto y acorde a la formalidad de la televisión en aquellos años.
Cuando Antonio enfermó fue reemplazado en la conducción por la Lobita, su nieta, a la que pronto comenzaron a llamarla Hienita por su risa, por su falta de humanidad y por su descarnado comportamiento delante de cámaras.
Cuando el viejo Antonio finalmente murió, el programa actualizó su escenografía, intensificó su iluminación, aceleró el ritmo y se tornó mucho más controversial, humillante y peligroso. Por otra parte, aprovechando el nuevo apodo que el público le había colocado a la nieta, la producción decidió también modificarle el nombre al envío que de la noche a la mañana pasó a llamarse sin eufemismos: “La risa de la hiena”. Solo se mantuvo la cortina musical de siempre aunque con una versión aggiornada.
Por supuesto que los invitados sabían a lo que se exponían cada vez que asistían al programa y por lo tanto iban preparados para responder sobre los costados más oscuros o controversiales de sus carreras o para llorar con cualquier golpe bajo que le propinara la conductora con alguna foto íntima, con alguna dolorosa situación personal, con algún movilizante llamado inoportuno o incluso con alguna presencia sorpresa en el estudio como cuando a una joven actriz catalana le presentaron en vivo a su verdadera madre sin que ella supiera ni siquiera que había sido adoptada al nacer.
Ese era el precio que debían pagar para poder promocionar sus proyectos artísticos.
El público también conocía las nuevas características brutales del programa y aunque se quejaban continuamente por el contenido en las redes sociales, se sentaban cada noche a disfrutar de una hora de masoquismo farandulero delante de las pantallas y por eso el rating era aún mejor que cuando lo conducía el viejo Antonio.

Durante la pandemia comenzaron a escasear las obras de teatro, los estrenos de películas y los lanzamientos de discos por lo tanto no había demasiados artistas top dispuestos a inmolarse frente a cámara sin tener algo que promocionar. Fue entonces que la producción creó un nuevo segmento dentro del programa al que bautizaron como “Miércoles de catacumbas” y entonces esos días invitaban a otro tipo de personajes que más bien pertenecían a los márgenes de la farándula actual y que eran brutalmente expuestos para el disfrute de un público que extrañaba las corridas de toros y la sangre azul. Fue tal el éxito de “Miércoles de Catacumbas” que el segmento se extendió a los jueves y luego a los viernes.
La sensual Hienita cada noche deslumbraba a la audiencia luciendo sus tatuajes y vistiendo sugerentes vestidos que levantaban la temperatura de la febril audiencia.
“Sólo la miré unos minutos para ver qué tenía puesto” “Anoche sin querer haciendo zapping la vi un rato” “Justo miré a la Hiena porque me interesaba el invitado” Todos tenían alguna excusa para sentarse cada noche frente al televisor como un placer culposo. Se iban a dormir con su voz en la cabeza, con sus ideas en el corazón y con su belleza en las manos.
Justamente sobre el final de la pandemia, algunos meses antes de que llegaran Los Drépanos, Lobita entrevistó en un “Viernes de Catacumbas” a Gerónimo Gómez Daverca, un actor de dilatada trayectoria en cine, tv y teatro conocido simplemente como “Daverca”.
- Recuerdo que tu abuelo me entrevistó en este mismo programa hace 20 años
- No era el mismo programa
- No, claro que no… todo el mundo lo sabe
- Hablando de todo el mundo ¿Por qué todo el mundo siempre cree que estás muerto?
- ¡Ja ja ja! Bueno, es que me muero en todas las décadas. Me fusiló Franco en los 70, fallecí por sobredosis de heroína en los 80, me morí de SIDA en los 90, me volaron en mil pedazos en Atocha en los 2000, me suicidé por un desahucio en el 2010 y me mató el covid en el 2020, sin embargo aquí estoy
- No me parece gracioso
- No era broma
- ¿Por qué nunca das entrevistas?
- Porque no me llaman
- ¿Será porque hace demasiados años que no tienes un verdadero éxito?
- Bueno, si van a entrevistar solamente a los exitosos se quedarán pronto sin invitados
- Pues invitaremos a los mismos de nuevo
- Es lo que hacen
- Mira Daverca, deberías saber que el público quiere ver gente exitosa porque si quisieran ver perdedores irían al bingo a medianoche
- No lo sé, la que sabe de volver desplumada de los casinos eres tú
- Es que con mi dinero hago lo que quiero porque me lo he ganado. No como tú que siempre has vivido de la fama de otros
- Bueno, es que no todos pueden nacer en una familia millonaria y luego recibir un programa de televisión exitoso y encima hablar de méritos como lo haces tú
- A mí nadie me regaló nada
- Claro que no, lo heredaste
- Yo trabajo desde los 18 años en los medios de comunicación
- Si hubieras nacido en la pobreza quizás trabajarías limpiando mierda
- No estés tan seguro, también podría haber estudiado
- No creo. No estudiaste con todas las posibilidades a favor, imaginate con todas las posibilidades en contra
- ¿Tenés hambre? ¿No tienes ganas de cocinar? Llama a Cocina Dorita, la mejor comida de Madrid con entrega inmediata. Comida como en casa. Cocina Dorita.
- Nunca vi a alguien que le quede tan grande una herencia…
- Y yo nunca vi un gay que tardara tanto tiempo en salir del clóset. Porque eres gay, no sé si el público lo sabía… perdona que les avise a tanta gente que no está mirando
- ¿Y a ellos qué les importa?
- Les importa porque te burlaste de todos colgándote muchos años de la fama de una verdadera estrella como la Esca, fingiendo un matrimonio que a todas luces tenía peor cama que una comisaría.
- ¡Y lo creíste pese a ser tan inteligente y observadora! ¡Pero mira lo crédula que resultó la hiena! Así no vas a sobrevivir en la selva
- Pierde cuidado que la selva ha sido siempre el patio de mi casa
- ¿También heredaste la casa?
- Como dice el dicho: Lo que se hereda no se roba
- Claro, por eso te quisiste llevar un perfume importado de aquel shopping
- Lo iba a pagar
- Por supuesto, seguro lo pensabas pagar cuando llegaras a tu casa… bah, a la casa de tu madre
- Bueno, por lo menos me hablo con mi madre, no sé tú…
- Le hablo a su tumba y no me responde
- Tampoco lo hacía en vida que yo sepa
- Tuvimos nuestras diferencias como cualquier familia
- Claro, porque tu madre hubiera preferido que tuvieras una vida más normalita con esposa real e hijos naturales
- Hablando de hijos… ¿Tú no piensas tenerlos? ¿Qué edad tienes?
- Tengo tiempo, quédate tranquilo, me queda más tiempo de vida que a ti
- Si, si, pero como tu novio te engañó hace unos meses con la cantante esa en Marbella según leí en las revistas, me preocupa que tengas que encontrar a otro ahora para ser madre antes de que se te acabe tiempo, salvo que te dé igual y busques a cualquiera por los bares
- Cualquiera no, hay que tener cuidado, mira si llevo a mi casa a un taxi boy negro y me duerme y me desvalija. Tú sabes de eso ¿Nocierto?
- No se dice “negro”
- ¡Claro, es verdad! ¿Afroamericano? ¿Hombre de color? Es que todavía no me acostumbro a esta ola de corrección política en la que ya no se puede decir mucho libremente sin que te caiga encima la Gestapo del pensamiento. Por ejemplo: ¿Tus películas graciosas que estaban llenas de mujeres desnudas y donde te burlabas de las gordas te siguen gustando?
- Eran otros tiempos, ya no hago ese tipo de películas
- Ni esas, ni otras…
- No creas, me acaban de llamar para un nuevo proyecto
- ¿Levantar un edificio? No te imagino.
- ¡Ja ja ja! No pienses que me asusta el trabajo duro, tienes un estereotipo muy burdo de los gays. Yo soy un adicto al trabajo
- Y también al alcohol según dicen
- Yo sólo soy un bebedor social, como tú seguramente eres apenas una aspiradora de coca social. ¿No?
- Bueno, veo que también tienes alma de policía
- Puede ser, pero por lo menos el alma es mía, no se la vendí al diablo
- No te habrá ofrecido lo suficiente
- No todo es cuestión de dinero, Hienita
- No, por supuesto, seguro donarás tu iPhone a los pobres como buen comunista que eres
- En cambio a ti, como buena exponente de las derechas, no te importará que exploten a niños chinos para fabricar el tuyo
- Por lo menos mi teléfono suena
- ¿Muchas amenazas?
- ¡Je je je! Algunas, pero ya lo sabes… ladran Sancho
- ¡Ja ja ja! Señal que pisamos un perro
- Muchas gracias por venir
- De nada.
CAPÍTULO 24: ME ESTABAN ESPERANDO
Durante los días siguientes los investigadores de la CIA propusieron algo que podía llegar a ofrecer nuevos resultados en la búsqueda de Voynich. La idea consistía en relevar las redes sociales de todos los pasajeros que estuvieron aquella jornada en el aeropuerto de Nueva York para ver si habían subido imágenes tomadas en el lugar que pudieran sumar piezas importantes al rompecabezas de la desaparición.
Parecía una tarea titánica o imposible, sin embargo mediante parámetros claros y con la amplia colaboración de los servicios de inteligencia con sus herramientas permitidas (y también con las prohibidas) realizaron un exhaustivo barrido por la web que los llevó a seleccionar más de mil imágenes tomadas durante esas horas en el JFK.
Una vez que obtuvieron todo el material lo procesaron en las computadoras más poderosas de los EEUU que tras analizarlas pixel por pixel seleccionaron apenas tres imágenes que podían servir para aclarar el misterio.
En una de ellas se veía en primer plano a un gracioso japonés perteneciente a la comitiva donde se escondió el científico y detrás de él, un poco fuera de foco, a la valija de Voynich como flotando en el aire sostenida por nadie.
En la segunda imagen se observaba a una chica tomándose una foto dentro del baño de damas y en el reflejo del espejo se asomaban los zapatos de Wilfrid por debajo de una de las puertas de los recintos privados pero puestos con las suelas hacia arriba.
La tercera fotografía, y también la más inquietante, mostraba a alguien muy parecido a Voynich vestido de policía durante los allanamientos ya en plena búsqueda del propio científico.
Del otro lado del océano la fiesta de cumpleaños de la Esca avanzaba a la par de la madrugada entre risas, música y gente cada vez más alcoholizada. Goyo terminó de cantar la canción dedicada al Cheba por parte de la cumpleañera y aprovechando que había periodistas y famosos en la reunión decidió quedarse en el escenario para cantar algunas canciones suyas. Algunos invitados comenzaron a irse. Tuvieron que cortar la luz.
Era muy habitual que el cantautor aprovechara cualquier oportunidad (o incluso la forzara) para contar que era músico y mostrar su material. El ejemplo más elocuente tal vez haya ocurrido cuando asistió al velatorio de un famoso productor musical, al que no conocía, solamente para conversar durante toda la noche con los músicos, periodistas, managers y dueños de medios que se encontraban compungidos en la casa velatoria. A cada uno le regaló su último CD explicándoles que justo llevaba una copia en el auto. Al cabo de algunas horas ese disco parecía ser el souvenir del velorio porque todos tenían uno en sus manos. Incluso alguien dejó irónicamente una copia sobre el cadáver.
La carrera de Goyo Parasiempre en sus inicios parecía ser muy prometedora porque era el típico niño desenvuelto e histriónico que enseguida acaparaba la atención de todos, sin embargo con el paso del tiempo este encanto se fue diluyendo a medida que crecía.

En su más tierna infancia Goyito era el habitual elegido para participar en los actos del colegio donde descollaba más allá de lo necesario con su desparpajo y su elocuencia. Al mismo tiempo cada semana recorría las productoras y los canales de televisión junto a su madre para obtener algún papel actoral en programas infantiles o en publicidades. La búsqueda obtuvo resultados positivos recién a los 16 años cuando fue seleccionado para interpretar a un mimo en la famosa tira adolescente “La escuela de la vida“ donde obviamente no tenía letra para decir porque solo debía actuar de mimo, en silencio, durante un par de escenas con el rostro maquillado en su totalidad. Goyo aceptó de inmediato y durante el ensayo se lo vio manteniendo animadas conversaciones con los actores principales, los técnicos y los guionistas. Cuando ya faltaba poco para grabar las escenas sacó unos papeles que había escrito donde proponía la idea de modificar apenas el guion para que su personaje pudiera decir algunas cosas y así contribuir a mejorar un poco la trama. Incluso en su línea argumental el mimo tomaba bastante protagonismo porque la actriz principal se enamoraba de él sin saber quién estaba detrás del maquillaje. Es más, el final no lo tenía escrito pero sí pensado así que se lo comentó a los productores. “Hay que darle forma, ustedes en eso son bastante buenos, pero la idea es que al final de la serie el mimo se saca la pintura y es un millonario al que hasta ese momento sólo lo querían por el dinero y no por lo que realmente era como persona”. Lo echaron e incluso le prohibieron entrar al canal para otras audiciones.
A partir de ese momento se dedicó a la música, tomó clases de canto, de guitarra, de piano y enseguida compuso sus primeras canciones con el viejo recurso de poner palabras difíciles y versos rebuscados en temáticas sensibles para aparentar profundidad. Luego, en tiempo record, comenzó a presentarse en bares para cantautores y a figurar en las grillas junto a otros artistas más reconocidos de la movida madrileña. No le iba mal porque no había a dónde ir. Con ahorros propios, venta de cosas y principalmente con donaciones de los padres, logró grabar su primer disco al que tituló: “Me estaban esperando”. Pero no, no lo estaba esperando nadie porque golpeó las puertas de las principales discográficas del país y no lo atendieron.
A medida que el tiempo pasaba su convocatoria de público no mejoraba en nada. De hecho dicen las malas lenguas que llegó a comprar él mismo las entradas de algunos de sus conciertos para regalarlas a gente que de todo modos no iba.
“Todavía no están preparados para entenderme” dijo muy suelto de cuerpo en una entrevista que le realizaron para una pequeña FM barrial que difundía a las nuevas promesas de la música. Cortaron antes la entrevista.
A partir de entonces Goyo siempre estuvo muy atento a cualquier oportunidad que apareciera en el circuito musical y por lo tanto era bastante habitual que fuese el primero en enterarse de los concursos para cantautores, los seminarios pagos o las audiciones en general. También conocía a la perfección el burocrático sistema de subsidios o ayudas para músicos de todas las ciudades de España e incluso del extranjero por lo que llegó a grabar en italiano una típica canzoneta napolitana como regalo para emigrados en América Latina auspiciado por una fabrica de pastas.
Llegó un momento en el cual ya casi no realizaba conciertos propios. Solamente participaba de festivales vacíos, invitaciones de otros artistas en desgracia y escenarios abiertos a cualquiera.
Justamente eso fue lo que le dio un giro a su carrera en extinción porque conversando con la encargada de su edificio, una mujer terraplanista que había sido presidenta de un club de fan de una de esas efímeras bandas para adolescentes, se enteró que una controversial agrupación con ramificaciones mundiales llamada “Jóvenes por el Universo” buscaban músicos que creyeran que la Tierra era plana para amenizar un pequeño acto en Salamanca.
Con su experiencia, su ensayada simpatía y su desarrollado oficio para promocionarse tardó casi tres minutos en deslumbrar a los encargados de elegir a los artistas que subirían al escenario ese día sin siquiera mostrarles una canción. De todos modos se había presentado él solo a la convocatoria y el acto era al día siguiente. Fue un éxito, entre comillas.
A partir de ese momento se convirtió en una especie de “cantautor terraplanista” y ocupó un espacio que se encontraba vacío dentro de los ”Jóvenes por el Universo”. Eso le permitió subirse al escenario en cada una de las manifestaciones que organizaba este grupo asegurándose aplausos inmediatos y un reconocimiento que siempre le había resultado esquivo. En poco tiempo readaptó su repertorio y compuso varias canciones con temática ambientalista o incluso conspiranoica. “Dylan tuvo su etapa cristiana y yo también estoy en la búsqueda” solía responder Goyo Parasiempre cuando sus antiguos colegas le preguntaban de manera malintencionada acerca de su nuevo posicionamiento ideológico y profesional. Es que en poco tiempo había pasado de tocar en pequeños bares para familiares, amigos y marginales a presentarse frente a muchísima gente que lo habían convertido en la necesaria validación artística que añora cualquier agrupación sin el más mínimo interés por la cultura.
NOTA AL MARGEN 10
Domenico había nacido en Caltanissetta en el año 1922 y pertenecía a una de las organizaciones criminales más poderosas y temidas de Sicilia. Los negocios que manejaba la familia iban desde el contrabando, la prostitución y el secuestro hasta la venta de armas, el tráfico de drogas y el lavado de dinero; pasando por el robo de obras de arte, las estafas inmobiliarias y las extorsiones
Antes de cumplir los 20 años el temible y ambicioso Domenico ya le había sacado un ojo a varios comerciantes, había estado preso y le habían pegado un tiro en la rodilla. Sin embargo, la primera vez que mató a un hombre no fue por ningún encargo mafioso sino por una cuestión personal ligada a un desencuentro amoroso: Asesinó al joven del que estaba enamorada la mujer que él quería.
La muchacha siempre creyó que la muerte de su novio se había tratado de un lamentable accidente automovilístico porque el vehículo que él conducía se había caído por un barranco en una noche de lluvia y de baja visibilidad. Sin embargo, lo que nunca le dijeron, fue que el cadáver tenía las manos atadas al volante.
Tras un año de duelo y riguroso luto, la chica decidió aceptar las románticas invitaciones de Domenico, quien además, contaba con la bendición de los padres de ella – que hacían la vista gorda sobre los puntos oscuros que lo rodeaban – porque lo veían como una oportunidad única de prosperidad para su hija.
Finalmente se casaron dos años después, en plena guerra Mundial, y organizaron una fiesta impactante a la que asistieron importantes capos de la mafia, políticos poderosos y jefes policiales mezclados en las mismas mesas, luciendo los mejores trajes italianos y brindando con exquisito champagne francés. El opulento banquete y el despilfarro en extravagancias contrastaba con la miseria que florecía en los alrededores.
Durante los siguientes cinco años la pareja tuvo tres hijos: Dos varones y una mujer.
Los tiempos de postguerra no parecían muy favorables para desarrollar con la misma tranquilidad los negocios que venían realizando impunemente. En Italia se respiraba un aire de cambios que prometía mover el avispero y reorganizar el poder en todos sus niveles. Domenico pronto supo que su nombre estaba en una lista judicial negociada para realizar resonantes detenciones y así generar una sensación de justicia en una población que necesitaba refundar el país.
Fue entonces cuando surgió la posibilidad de emigrar a Nueva York bajo el amparo de viejos integrantes de la organización que tiempo atrás habían exportado sus negocios al otro lado del océano.
La renovación de la sangre siciliana en Estados Unidos comenzaba con un mascarón de proa que mostraba empresas en blanco lejos del delito, familias modelos con sus hijos educados en los mejores colegios y llamativas acciones benéficas dispuestas a alejar cualquier tipo de sospechas e insertar a la comunidad italoamericana dentro de la sociedad estadounidense como una pata más del sueño americano.
Durante casi dos décadas Domenico se convirtió en un eslabón fundamental entre Italia y los Estados Unidos manejando diversos negocios espurios pero bajo el aura de empresas pujantes y exportadoras con los papeles en orden y el sello de calidad social al día.
Sin embargo, una noche de verano a la salida del cine, el pasado lo esperaría sin hacerle preguntas. Un hombre con sobretodo beige lo saludó desde lejos en un dialecto del sur italiano y se le acercó sonriente para abrazarlo. Nunca se supo si Domenico llegó a reconocerlo antes de recibir el tiro en la frente.
El asesino se perdió en los callejones de la venganza o en los laberintos de los almanaques pasados. La justicia lo archivó como “ajuste de cuentas” y al otro día volvió a salir el sol como casi siempre.

La familia lo veló, lo cremó y guardó sus cenizas dentro de una urna mortuoria con forma de jarrón que durante muchos años estuvo decorando el enorme living de la mansión familiar en Nueva York hasta que su pequeño nieto, una aburrida tarde de domingo, quiso agarrarlo.
Subido al respaldo de una silla estiró los brazos con esfuerzo para tocarlo con la punta de los dedos y entonces el pesado jarrón comenzó a balancearse hacia delante y hacia atrás hasta perder el equilibrio y caer sobre la cabeza del pequeño Rulfo estallando en mil pedazos.
El niño quedó tendido en el piso, sangrando e inconsciente por el golpe; totalmente cubierto por las cenizas de su abuelo.
Nunca más volvió a ser el mismo.
CAPÍTULO 25: NUMERIO NEGIDIO
A pesar de que le habían cortado la luz e incluso le habían arrojado un vaso en esa plena oscuridad, Goyo Parasiempre continuó cantando como si no pasara absolutamente nada porque estaba acostumbrado a hacerlo frente a públicos hostiles o indiferentes. Él siempre había considerado que la insistencia era un parte fundamental dentro de cualquier carrera artística y por lo tanto llevaba esa máxima hasta el paroxismo. Nunca dejaba de creer que la oportunidad se escondía en las formas menos imaginables y por eso nunca se rendía. Daba la sensación de que Goyo vivía dentro de una película de superación cuando en realidad lo hacía dentro de una sitcom mal traducida.
La Esca, que ya estaba demasiado ebria desde temprano, se desentendió resignada de su artista, se iluminó la cara con la linterna de su teléfono móvil y fue despidiéndose uno a uno de todos sus invitados sosteniendo en la otra mano una botella helada de champagne. Cuando por fin llegó, más tambaleante que sexy, hasta donde estaba el Cheba, lo tomó de la solapa, le mordió suavemente el labio superior y se lo llevó a su habitación.
Los invitados aprovecharon la escena para escaparse en silencio en medio de la música y de la penumbra. Se chocaban entre ellos amontonados en la puerta de salida. La casa se iba vaciando con el recital de fondo como si fueran los títulos en el cine.
Cuando la mucama volvió a encender la luz, Goyo se encontró con la sala vacía. Sólo quedaban las copas en el suelo, las botellas por la mitad, los ceniceros repletos, los restos de la alegría en el aire y la sensación de que todo había terminado de repente. La mucama lo miraba impávida con los ojos cansados sosteniendo una escoba y una palita.
- Bueno – le dijo Goyo sin inmutarse – nos quedamos solos, señora, pero no se preocupe, por suerte nos acompaña la música. Le voy a dedicar una vieja canción que le escribí al mar. Cuenta la historia de una ola que no quería llegar a la costa para no tener que romperse. Se llama “Ola, como te va”. Es un juego de palabras
Mientras tanto en Nueva York, después de no haber obtenido resultados verdaderamente esclarecedores con los allanamientos, ni tampoco con la revisión de cada rincón del aeropuerto, ni con las consultas a los ilusionistas más importantes, ni con la detallada observación de cientos de horas de cámaras de seguridad, ni con el análisis computarizado de las imágenes subidas a las redes sociales por los pasajeros que estuvieron en el edificio el día de la desaparición de Voynich; los investigadores de la CIA decidieron entrevistar de manera personal a todos los trabajadores del aeropuerto para enseñarles una fotografía del científico desaparecido y preguntarles si lo habían visto o si habían notado algo fuera de lo normal aquel día.
Como cualquiera podría suponer, hubo respuestas de todo tipo y la mayoría no aportó absolutamente nada interesante a la investigación, sin embargo, de casi quinientas entrevistas pudieron rescatar cinco testimonios que les llamaron bastante la atención a los detectives que intentaban armar el rompecabezas.
El primero de ellos correspondía a la mesera que atendió a Voynich, a Mut y a Geraldine en la cafetería. La empleada expresó que recordaba perfectamente al científico porque le había pagado los tres cafés con un billete de cien dólares y le dijo que se quedara con el vuelto como propina a cambio de que le respondiera qué era lo que la gente más se olvidaba en ese aeropuerto, a lo que ella le habría respondido: “Maletas”.
El segundo testimonio extraño que escucharon fue el de un operador informático quién contó que ese día durante la tarde las computadoras de la central de información del aeropuerto – al igual que todas las pantallas que anuncian las partidas y los arribos de los aviones al público en general – sufrieron una especie de hackeo externo durante al menos cinco minutos, lo cual absurdamente provocó que a las listas de pasajeros de todos los vuelos programados para esa jornada se les agregara el nombre de un pasajero inexistente llamado “Numerio Negidio” y que al mismo tiempo los monitores mostraran los horarios con diez horas de retraso provocando un verdadero caos. Esto duró apenas esos cinco minutos ya que el ataque fue respondido de inmediato activando el cortafuego de seguridad pasando a una línea segura y recargando de manera automática toda la información de horarios y pasajeros con las bases de datos de las aerolíneas que supuestamente no habían sido afectadas. De todos modos, durante las siguientes horas, hubo inconvenientes en varios vuelos con personas que tenían el mismo asiento impreso en el billete.

La tercera declaración que no pudieron pasar por alto los investigadores fue la de una azafata de American Airlines que juró haberse dormido sentada en el inodoro ese día en el baño de damas del aeropuerto y que al despertarse estaba en la misma posición pero con otra ropa puesta y que le habían robado su uniforme.
La cuarta afirmación que dejó perplejos a los agentes de la CIA fue la de un empleado de mantenimiento y limpieza que aseguró haber visto a un hombre muerto muy parecido al de la foto. Estaba tirado y ensangrentado entre las bolsas de residuos apiladas y listas para ser trasladadas hasta el camión de residuos que aguardaba en el portón de salida. El declarante contó que se asustó muchísimo al verlo y que por lo tanto salió corriendo para avisar a sus superiores. Sin embargo, al regresar al lugar con su jefe y con un agente de seguridad, descubrieron que el cadáver ya no estaba, al igual que algunas bolsas de basura y el camión de residuos.
El último de los testimonios sugestivos que rescataron fue el de una vendedora de ropa del freeshop donde Voynich había entrado a comprar algunas cosas. La mujer aseguró que ese hombre que se veía en la fotografía que le estaban mostrando había querido comprar uno de los maniquíes que se encontraban en la vidriera. Ella sorprendida le había respondido que no estaba a la venta y entonces el hombre pagó lo que había adquirido y se retiró tranquilamente. Sin embargo esa noche, al cerrar el local, se dieron cuenta de que faltaba un maniquí.
Más allá de estas cinco puntuales declaraciones también hubo algo en lo que coincidieron la mayoría de los quinientos entrevistados: Ese día se sintió un fuerte olor a pescado en todo el aeropuerto.
Los investigadores internamente necesitaban que ocurriera algún crimen resonante en la ciudad o cualquier otro acontecimiento catastrófico con tal de abandonar esta búsqueda que lo único que hacía era confundirlos y dejarlos en ridículo.
Pero hay que tener cuidado con lo que se desea.
CAPÍTULO 26: LA PROCESIÓN
Los abrumados investigadores de la CIA destinados a resolver el enigma que encerraba la inexplicable fuga del científico Wilfrid Voynich delante de todo el mundo en el aeropuerto JFK de Nueva York, decidieron apostar el último gramo de dignidad que les quedaba y resolvieron convocar a una vidente.
El Presidente de los EEUU, Rulfo di Tomasso – que constantemente era informado sobre los avances de la pesquisa – dio el OK a este requerimiento irracional pero al mismo tiempo exigió que no se enterara la prensa porque sabía que si se filtraba esa información iban a quedar todavía más en ridículo.
No iba a tener esa suerte.
Cualquiera sabe que si en una investigación se solicita la presencia de una persona que dice ser vidente es porque la llevan adelante ineptos en lo profesional e idiotas en lo personal. Además, casi siempre, la mentalista convocada suele ser la amante de alguno de los policías o la hechicera personal que le limpia la mala energía.
Además, como escribió J.M. Mulet en su libro “La ciencia en la sombra”: Ningún vidente ha resuelto nunca un caso policial
Pero bueno, estos personajes suelen ser pintorescos y se los suele convocar como una esperanza irracional en momentos de desesperación o de desamparo. En ese oscuro margen resplandecen sus almas.
Mientras tanto la opinión pública (sobre todo sus votantes) le exigían a Rulfo que mostrara algún tipo de avance en la búsqueda del expresidente perdido en la Isla San Salvador durante los desastres provocados por el huracán Lisa; pero los más allegados al mandatario perdido a esa altura ya sólo anhelaban encontrar su cuerpo para darle cristiana sepultura y dar vuelta la página.

La llegada de la vidente Dorothy al aeropuerto fue imposible de disimular para los agentes porque la mujer caminaba por todos los pasillos de las distintas terminales del JFK hablando, insultando o cantando en voz alta y con los ojos cerrados como si liderara una procesión. Llevaba puesto una túnica de colores, un pañuelo en la cabeza, collares enormes alrededor del cuello y un tercer ojo pegado en la frente como una estampita. En una mano arrastraba la valija de Voynich y en la otra sostenía una fotografía del científico que besaba ampulosamente cada vez que rezaba a los gritos.
Detrás de ella iba su ayudante (con un incienso encendido que desparramaba un humo dulce que hacía toser) y por lo menos siete hombres y mujeres de la CIA y de Interpol perfectamente trajeados siguiéndole el paso atentos a lo que la cubana iba presintiendo. Los pasajeros les sacaban fotos al trencito de la investigación y los aplaudían al pasar sin entender del todo qué era lo que estaba ocurriendo. Incluso hubo alguien que le tocó el culo a un inspector de la CIA en medio de las risas y las felicitaciones.
Al pasar por la cafetería donde había estado Voynich la médium se sentó en la misma mesa a descansar y pidió un café aunque no dijo ni una palabra de la presencia del científico en ese preciso lugar. Su ayudante también pidió café grande. Uno de los agentes de Interpol pagó de su bolsillo con muchísimo fastidio. Enseguida Dorothy mientras encendía un cigarrillo preguntó si podía fumar. Había tanto humo a su alrededor por el incienso que daba igual. Le dijeron que sí. También se prendió un cigarrillo Pericón, que era como le decían cariñosamente a su ayudante espiritual y abnegado peluquero personal.
Al cabo de veinte minutos – en los cuales el disgusto del trencito iba en aumento – continuaron caminando en pos de alguna señal.
Nada de nada.
Durante cinco horas recorrieron una gran parte del aeropuerto. De vez en cuando la vidente gritaba algo en español y nadie entendía nada, salvo el portorriqueño Pericón que se reía disimuladamente y negaba divertido con la cabeza mirando hacia abajo como cuando pasaron por delante de uno de los monitores que indicaban los horarios de los vuelos y la mujer leyó “You Are Gay” con una carcajada infantil.
Insatisfecha y sintiéndose en deuda por no sentir nada especial, Dorothy propuso salir al aire libre para caminar sobre las pistas de aterrizaje. Ya no quedaban muchos otros lugares por recorrer así que la comitiva aceptó de mala gana y de inmediato ordenaron a la Torre de Control reprogramar algunos vuelos sin dar demasiadas explicaciones al público.
Salieron entonces de la Terminal 1 por una puerta lateral y de pronto el aire frío pareció despertarlos como un cachetazo de dios. Durante varios minutos deambularon errantes por la intemperie sin ton ni son hasta que inesperadamente cuando llegaron a la mitad de la pista 13R-31L la mujer se arrodilló de repente para tocar el cemento. Se mantuvo así en silencio por lo menos cinco interminables minutos hasta que por fin dijo que en ese lugar sentía muy fuerte la presencia de Voynich. Los investigadores se miraron azorados entre sí. No había nada alrededor, ni siquiera un hangar cerca para allanar.
- Acá, acá mismo, señores – repetía poseída la mujer golpeando el suelo de la pista con la palma de su mano – ¡Hay que excavar acá!
- ¿Excavar? – preguntó consternado uno de los agentes de la CIA mirando a los demás con estupor
- Sí, señor – respondió ella como poseída y empezó a rascar el asfalto con las uñas cuidándose de no romperlas.
- No hace falta, señora – intercedió uno de los jefes extendiéndole la mano para que se levantara – seguramente usted acá siente la presencia de Voynich porque esta fue la pista en la cual aterrizó el avión que lo trajo de la isla.
Dorothy parecía no estar muy convencida y continuaba raspando el asfalto con la punta de su sandalia.
Los investigadores rápidamente hicieron algunos llamados y consultaron planos. Esto los llevó a descubrir dos cosas.
La primera fue que por debajo de la pista exactamente donde estaban parados en ese momento pasaban enormes caños de desagüe que iban desde el aeropuerto hasta el mar.
La segunda cosa que les confirmaron desde la central de inteligencia fue que durante las excavaciones realizadas por obras de ensanchamiento en el año 2009, tres operarios descubrieron algo muy extraño enterrado en ese sitio. De inmediato intervino el gobierno, se detuvieron las obras, se cercó el lugar y lo que las fuerzas federales extrajeron con mucho cuidado de la tierra se convirtió en un secreto de Estado que es información clasificada hasta el día de hoy.
Tiempo después del hallazgo esos tres hombres fueron desafectados de la obra y semanas mas tarde fallecieron en diversas fatalidades: Uno se ahorcó en una comisaría, al otro lo atropelló un tren y al último lo balearon en un asalto.
A Dorothy no le dijeron nada, sólo le comunicaron que ya no necesitaban su ayuda, le agradecieron su predisposición, le abonaron los 3.700 dólares por su trabajo y la acompañaron hasta la salida junto a Pericón.
Oficialmente la CIA dio por terminada la búsqueda de Voynich en el aeropuerto.
En el informe final que le enviaron a Rulfo di Tomasso simplemente escribieron que el científico había desaparecido sin dejar rastros.
Cuando la vidente ya se estaba por subir al taxi, lo miró a su ayudante con picardía y le preguntó en voz baja: “Caro el cafecito ¿No?”
CAPÍTULO 27: TENSA CALMA
Los días siguientes transcurrieron en una tensa calma. Cada uno intentaba continuar viviendo como antes de saber que no estábamos solos en el Universo. Pero no era fácil. La sensación de que algo se había roto estaba escondida detrás de cada cosa habitual que ocurría con inocencia: Los niños dando vueltas en la calesita, el sol saliendo como una promesa, cualquiera sonriendo un viernes a la tarde o atándose los cordones con firmeza un lunes eterno. Todas las acciones cotidianas sucedían con esa aterradora sombra por detrás y nadie podía hacerse el desentendido. De vez en cuando los seres humanos miraban hacia el cielo para corroborar que nada se acercaba, pero lo hacían más por cábala que por precaución.
El Cónsul había quedado muy avergonzado por la difusión de aquellas fotos donde se lo veía desnudo corriendo en la isla. El pobre no quería salir de su casa, ni siquiera de su habitación. Incluso se cubría con una sábana y consultaba el celular como un autómata. Apenas el cable del cargador se asomaba desde esa montaña de tela sobre la cama como su único contacto con la realidad. Su madre lo visitaba todos los días para llevarle la comida y para tratar de convencerlo de que regresara al mundo, que a nadie le importaba mucho la vida de los demás. Incluso le contó una leyenda en la que había un condenado a muerte a punto de ser ejecutado al que dios se le apareció una noche y le ofreció cambiar su vida por la de un millonario. Y el reo no quiso. Nadie, pero nadie, pero nadie quiere la vida de otra persona, con sus recuerdos, sus parientes, su cuerpo y sus miserias le juraba la madre. Sin embargo el Cónsul no entraba en razón y le aseguraba que a él sí le importaba la vida de los demás. Ella se fastidiaba con la intransigencia de su hijo y le tiraba del cable del cargador para que reaccionara.

Finalmente al cabo de una semana le propuso llamar a su propio cirujano plástico para que le hiciera algunos retoques en la cara así no lo reconocían por la calle. Funcionó. El Cónsul salió de abajo de las sábanas y anotó: “Nariz, papada y bolsas en los ojos”. La madre también aprovechó el descuento por mayorista para hacerse las tetas de nuevo y más grandes.
La Canciller alemana regresó a la vida pública sin realizar la más mínima referencia al escándalo de las imágenes y se la vio sonriente en varios actos públicos dando discursos con muy buen humor. Sin embargo, después de varios años tratando su problema dejó de concurrir a Jugadores Anónimos y volvió a las apuestas salvajes. Se quedaba hasta altas horas de la madrugada en su despacho con varias pantallas a la vez y utilizando múltiples cuentas en diferentes sitios de juego online para apostar a los caballos, al fútbol, al básquet, a la ruleta, al póker, al blackjack e incluso al sórdido y lujurioso “Bet Hot Balls”.
Es más, cada día iba empeorando su adicción y por lo tanto cortaba cada vez más temprano sus actividades como Canciller para desconectarse del mundo y encerrarse simplemente a jugar.
El General Sanders retornó a la rutina en su oficina del Pentágono y solicitó de inmediato toda la información que se tuviera sobre el trayecto que habían realizado las naves extraterrestres desde que fueron identificadas por los telescopios espaciales hasta el instante en el que modificaron su rumbo. Al mismo tiempo se propuso investigar cada uno de los avistajes históricos citados por Voynich cada 25 años para verificarlos con los archivos clasificados del Gobierno. También se anotó en los cursos de cocina online que dictaba Keiko, solamente para verla.
Trevor, el director de la NASA, fue el único del Comité de Urgencia que aceptó responder preguntas en una conferencia de prensa acerca de este asunto para llevar tranquilidad a la población desde el punto de vista de la ciencia. Comenzó citando a Carl Sagan con su recordada frase “Que solamente la Tierra esté habitada es un increíble desperdicio de espacio” pero enseguida aseguró que es absolutamente improbable que podamos tener contacto con otras civilizaciones inteligentes porque las distancias que nos separan son tan enormes y tan abrumadoras que ni siquiera nuestros cerebros son capaces de comprender.
Dijo también que tal vez en 150 o 200 años – cuando la tecnología haya dado un salto cuántico – podremos observar o viajar a otros mundos, mientras tanto lo más probable es que en las próximas décadas nos tengamos que conformar con hallar algún microorganismo en otro planeta pero no mucho más.
Sobre el final de la conferencia de prensa el director de la NASA fue todavía más allá cuando le preguntaron qué opinaba sobre las naves extraterrestres que hasta hacía unos días se dirigían a nuestro planeta. Trevor tomó aire, movió la cabeza con resignación y recordó que los archivos de la CIA abiertos en el 2021 no habían confirmado ningún contacto extraterrestre, por eso dejó entrever que tal vez no hayan sido naves espaciales las que se acercaban a la Tierra sino la consecuencia de algún tipo de evento natural en el cosmos relacionado con los restos de alguna explosión planetaria.
Rulfo di Tomasso, flamante presidente de los EEUU sabía perfectamente que debía dar un golpe de efecto ante la opinión pública para mejorar su imagen, para distraer la atención y para consolidar su liderazgo. Es que había arrancado su mandato con el pie izquierdo por no haber podido hallar el cuerpo del ex presidente Bronson, por haber tenido un vergonzoso enfrentamiento en la ONU con un científico muy respetado y por el historial de negocios familiares sucios que comenzaron a salir a la luz apenas alcanzó la presidencia. Los asesores le ofrecieron tres planes para que eligiera alguno: Invadir un país, realizar un autoatentado o asesinar a un famoso.
Geraldine volvió a París y se reincorporó a su trabajo como secretaria del Ministro de Defensa de Francia. Todas las mañanas salía de su departamento en el distrito 13, se subía al metro en la estación Chevaleret, y regresaba por la tarde al mismo lugar con su trajecito azul y su cansancio. A veces se bajaba dos estaciones antes para realizar compras en la Plaza de Italia y a veces se quedaba dormida y cruzaba el río en el vagón. Soñando con dejar todo y mudarse a la isla.

El Cheba ya no tenía nada para perder y por lo tanto aceptó formar parte de la polémica gira de los “Jóvenes por el Universo” para contar su experiencia en cada acto. Su discurso (acomodado a la nueva situación) debía decirlo después de las canciones de Goyo Parasiempre y antes del cierre de la Esca con la que al mismo tiempo había formalizado su relación de amantes. Del barrio de Vallecas al barrio de Salamanca yendo y viniendo como un auto chocador. Pasando de la glamorosa y enorme cama de ella a su propia habitación de adolescente en la casa de sus padres frente al estadio del Rayo. De las fotos besándose apasionadamente subidas a las redes sociales con miles de seguidores al comedor con su padre leyendo el periódico en penumbras. De la valija con juguetes sexuales importados al motor de la vieja heladera que todavía enfriaba. De los marcianos a los humanos. De la supuesta felicidad a volver a abrir el cajón con las cartas de Alba, su primera novia.
Y como dicen en el barrio: El que abre mucho los viejos cajones es porque no los sabe cerrar.
Clemencia Rodríguez retomó su labor al frente de la ONU tras los picos de rating en la sesión anterior y aprovechando el entusiasmo por preservar la vida en la Tierra llamó a una reunión de urgencia para tratar el daño que estaba sufriendo el Planeta Tierra debido a la destrucción del Medio Ambiente. No fue nadie.
El Mariscal 90 inspeccionó con sosiego los hitos del método, discurrió cada una de las incógnitas potenciales hasta encontrarse enteramente persuadido, impertérrito requirió los resúmenes conclusivos a sus dependientes y antes de enseñar las estratagemas para el periplo de recuperación, se notificó con los menestrales cabeceras para ratificar que todos constaran dispuestos.
Goyo Parasiempre consiguió el teléfono de la Hienita – a quién había conocido de lejos durante el reciente cumpleaños de la Esca – y la llamó esa misma semana para pedirle que lo entrevistara en su programa de televisión porque estaba seguro de que los televidentes lo iban a adorar. Ella se quedó sorprendida y tardó varios segundos en entender quién era el que le estaba hablando con esa desbocada energía tan temprano. Cuando se dio cuenta de que se trataba del tipo que había cantado en el cumpleaños de su amiga, le respondió con desgano que él no le parecía un personaje interesante para entrevistar. Goyo no se sintió amilanado en lo más mínimo y le contestó que si lo quería humillar no había ningún problema pero le parecía que era mejor que lo hiciera por televisión y no sólo por teléfono. Además le aseguró que él estaba dispuesto a dejarse humillar en cámara si era necesario con tal de agradar a la audiencia.
La Hienita se quedó en silencio por primera vez en su vida, luego cortó absolutamente desconcertada y sin fe en la humanidad.
Goyo volvió a llamarla varias veces pero ya no lo atendió.
El expresidente de los Estados Unidos, Marvin J. Bronson abrió los ojos con esfuerzo y no entendió dónde estaba, ni cuánto tiempo llevaba desmayado. Le dolía todo el cuerpo, tenía algún hueso roto, había tragado mucha agua y continuaba muy mareado. Janakka lo miraba bien de cerca y sonrió cuando lo vio despertar. Ya le había vendado la pierna, le había limpiado algunas heridas y ahora le estaba acercando un plato caliente de comida. El ruido del mar era la música de fondo y el movimiento leve que sentía era una hamaca que jamás se detenía. No había nada en el horizonte.
Mut, Keiko, Soya y Alexandra continuaron viviendo como lo hacían antes de la desaparición de Voynich cada una con su rutina habitual y sin levantar la más mínima sospecha pero leyendo todos los días con mucha atención los comentarios que los usuarios dejaban opinando sobre el estreno de películas en IMDb, un famoso portal mundial dedicado a la crítica de cine. Al comienzo fueron vigiladas por una burda guardia policial apostada frente a la casa y por lo tanto estaban bien preparadas para ser allanadas en cualquier madrugada, sin embargo, tras obtener magros resultados los vigiladores se marcharon y no volvieron.
Durante las siguientes semanas las chicas acabaron de realizar las reparaciones y de concretar los cambios en la mansión que quedó realmente preciosa. Aprovecharon además para colocar un techo retráctil en la zona parquizada, para construir una formidable sala biosustentable en forma de 8 y para duplicar las computadoras en el subsuelo teniendo en cuenta la poderosa nueva conexión submarina de Internet con la que contaban. Sólo hubo que lamentar la tremenda caída que le provocó múltiples fracturas a un obrero que se hallaba pintando sobre un andamio en las alturas y que se encontró con Mut desnuda tomando sol en la terraza.
Más allá de todo eso, el que estaba muy triste era Galileo, el loro de Voynich. Las chicas lo consentían, le hacían bromas y hasta lo dejaban dormir con ellas, pero el pájaro estaba cada vez más angustiado, no decía ni una palabra, apenas comía, lloraba con lágrimas y cada día salía solo a recorrer la arena volando bajo, como si viajara en el hombro de su amigo ausente.
A veces la tensa calma no está a la altura de la tormenta que precede.
CAPÍTULO 28: LO QUE NATURA NO DA
¿Qué es lo que lleva a un hombre a buscar a su primera novia? Los psicólogos, los borrachos y los fantasmas no se ponen de acuerdo.
Algunos sostienen que en realidad se está buscando a sí mismo, a ése que fue hace tantos años y no a ella.
Otros creen que la búsqueda tiene más que ver con la pastilla azul de la Matrix, la que no se tomó, la que siempre le dejó flotando la pregunta de cómo hubiera sido su vida con aquella mujer perdida.
Finalmente están los que simplemente le atribuyen esa búsqueda a la persistencia del amor, al único amor inocente y puro, que es el primero.

El Cheba y Alba habían sido novios cuando ambos tenían 17 años. Fue una relación intensa, romántica, primera en todo y llena de promesas. Durante un año y medio creyeron que la pareja duraría para siempre, y sin embargo, un domingo a la noche, sin mucho para explicar, se terminó.
Se terminó como todas las cosas que empiezan.
A partir de entonces sus vidas se alejaron en direcciones exactamente opuestas y no volvieron a cruzarse.
Mientras el Cheba se introducía en el turbio sendero de la delincuencia barrial, Alba estudiaba Ciencias Políticas en la Universidad de Salamanca.
Mientras el Cheba año tras año escalaba en la resbaladiza pirámide del crimen logrando golpes cada vez más rentables, Alba acababa su carrera en tiempo récord y con un promedio altísimo.
Mientras el Cheba y su banda eran acorralados por la policía, Alba obtenía un magnífico empleo en la sección recursos humanos de una gigantesca empresa multinacional de tecnología y desarrollo.
Mientras el Cheba huía apresuradamente de Madrid en plena madrugada y con lo puesto, Alba se instalaba en un piso hermoso de la misma ciudad con vista abierta al Parque del Retiro.
Mientras el Cheba conseguía trabajo como empleado de limpieza en el Observatorio Espacial de Tenerife, Alba ganaba prestigiosos premios internacionales por sus proyectos sobre ciencias aplicadas a la sociedad.
Mientras el Cheba asaltaba turistas de noche con una escopeta, Alba era ascendida al Directorio Regional de la Empresa con un sueldo de 12 mil euros.
Mientras el Cheba vivía con su esposa, sus hijos y su suegra en una casa pequeña de la isla, Alba se casaba con un empresario millonario y se iba de Luna de miel justamente a las playas de Tenerife muy cerca de donde vivía el Cheba, sin embargo, por más que aquella semana estuvieron apenas a 200 metros de distancia, nunca lo supieron.
En la teoría de la probabilidad cada vez que nos encontramos con un conocido por la calle es porque cien veces pasamos a una cuadra y no nos vimos.
Lo mismo con el amor.
CAPÍTULO 29: EL PALACIO DE LA MEMORIA
Una sombra entre las sombras se escondió detrás de un árbol a esperar.
El último rayo de sol le daba paso al neón amarillo en aquellas desiertas calles patagónicas plagadas de negocios cerrados, veredas vacías y relojes clavados en la soledad de un anochecer helado.
Ya no quedaba casi nadie caminando por ningún lado y apenas se observaban pocos autos cruzando apresurados como fantasmas perdiéndose en el horizonte montañoso para cenar en familia.
Unos minutos más tarde, tras comprobar que nadie la veía, la sombra se desplazó velozmente hasta la superficie de una pared oscura y se quedó quieta como si se quisiera familiarizar con la penumbra.
Daba la sensación de que no estaba acostumbrada a pasar inadvertida.
Al mismo tiempo Loreley bajaba la persiana de su local en San Martín de los Andes. A esa altura del día ya no esperaba a ningún cliente habitual, ni a ningún turista aburrido. Volvió luego sobre sus pasos para contar el dinero en la caja y quedó de espaldas a la puerta de entrada. En ese preciso instante oyó el picaporte y giró sin desconfianza encontrándose de frente con la sombra, la sombra que menos esperaba ver en ese lugar y en ese momento. Sorprendida se llevó ambas manos a la boca para no gritar, luego avanzó algunos pasos y le dio un abrazo tan fuerte que el apretón se pareció más a un escudo de protección que a una muestra de afecto. De inmediato trabó la puerta y apagó la luz del negocio. Los dos se quedaron en la oscuridad y se sentaron en el suelo del local frente a frente como cuando eran niños.
- ¿Qué hacés acá? – preguntó ella en un susurro como si fuera un cariñoso reproche resignado – te están buscando por todos lados… vinieron unos tipos ayer preguntando por vos y también fueron a casa…
- Sí, sí, ya me lo imaginaba – respondió Voynich con serenidad – pero de todos modos no me costaba nada venir hasta acá para comprobarlo, no podía llamarte y necesitaba salir del radar de los sabuesos así que tuve que improvisar.
- Me imagino… te vimos en la ONU – le dijo Loreley tomándolo de las manos y frotándoselas como si quisiera quitarle el frío – ¿Cómo te vas a pelear con el Presidente de Estados Unidos?
- Es que no encontré a nadie más tonto – contestó él con una carcajada que también contagió a su hermana pero enseguida bajaron de volumen las risas mirando preocupados hacia la ventana que daba a la calle
- No te podés quedar acá. ¿Lo sabés no?
- Si, ya lo sé, ahora lo sé. Tomá… les traje esto a tus gigantes, deben estar cada vez más grandes – dijo entregándole una bolsa con chocolates y un libro de astronomía que les había comprado en el freeshop del aeropuerto de Nueva York a sus sobrinos – ¿Cómo andan?
- ¿Ellos? Bien, muy bien – respondió Loreley tomando el regalo – Frida fue la que más asustada estuvo estos días con lo de las naves espaciales pero los hermanos le decían que vos nos ibas a cuidar de los marcianos.
Voynich sonrió con orgullo pero respondió con tristeza.
- Ojalá pudiera…
Recién entonces Loreley se preocupó de verdad. Jamás había visto a su hermano resignado ante nada.
- Pero las naves se fueron… – afirmó la mujer con más miedo que certeza – Ya terminó todo ¿No?
Voynich no alcanzó a responderle porque en ese momento la sirena de un patrullero comenzó a escucharse cada vez más fuerte. Los hermanos hicieron silencio y se agacharon un poco más quedándose totalmente quietos hasta que el automóvil pasó por delante del local iluminando todo con su azul de manicomio y siguió de largo.
- Esperame acá – le dijo ella y se puso de pie – ahora vuelvo.
Voynich le hizo caso.
Loreley tomó su campera, salió del local, cerró con llave como si estuviera sola un día cualquiera y se subió a su camioneta como cada anochecer. Sin embargo, esta vez el trayecto sería diferente porque en lugar de dirigirse a su casa, manejó hasta el restaurante de Oscar, su marido.
Regresó a los cuarenta minutos. Traía comida, un llavero con dos llaves y una pequeña guía.

- Tomá – le dijo – son las llaves de un departamento en Buenos Aires en el que no vive nadie. Es de un amigo de Oscar que lo usaba para sus aventuras amorosas clandestinas antes de mudarse a Barcelona. Ahora Osky se lo ventila cada vez que viaja a visitar a mis suegros, le sacude un poco la tierra, le junta las facturas que llegan y yo espero que no lo use como lo usaba su amigo – advirtió con una sonrisa – Es un monoambiente muy chiquito, pero vas a estar bien, tiene apenas una cama y una mesa pero nadie jamás te va a buscar ahí.
A Voynich le pareció un buen plan, tomó el llavero y lo guardó en un bolsillo.
- Bueno, espero no tener que usarlo demasiado tiempo – reflexionó con dudas – ¿Dónde queda?
- Casi en el centro, cerca del obelisco – respondió ella sabiendo que su hermano casi no conocía Buenos Aires – memorizá la dirección así no tenés que anotarla en ningún papelito que puedas perder: Uruguay 782, 1 “B”.
- U ru guay – repitió Voynich con los ojos cerrados, en voz baja y separando en sílabas como si quisiera pegarlo a su memoria – 7 8 2 1 B … OK.
El científico siempre había tenido una facilidad natural para almacenar información pero además en los últimos años había practicado mucho la técnica del Palacio de la Memoria utilizando su mansión en la isla como referencia; por eso fue que le causó gracia la ironía de empezar de nuevo y tener que memorizar un solo dato con un solo ambiente.
- Gracias, Lorie
- De nada, mi amor; es hermoso volver a verte, pero más hermoso es poder ayudarte. Así que ahora comé algo porque en un par de horas te voy a llevar hasta cerca del parador de la ruta para que te vayas de San Martín lo antes posible con cualquier camionero. Están acostumbrados a trasladar maestros, policías y mochileros, nadie hace muchas preguntas, decí que sos profesor y listo. Los levantan siempre en ese punto donde ellos paran a cenar y a descansar así que no vas a tener problema en conseguir alguno. Sólo asegurate de que vaya a Capital así no tenés que bajarte antes y hacer dedo en la ruta o subirte a algún transporte público. Seguramente te van a dejar en las afueras de Buenos Aires, ahí sí vas a tener que tomarte un colectivo, pero allá entre diez millones de personas, vas a ser invisible.
- Ya soy invisible
- No, mi vida, yo te estoy viendo – le respondió la mujer pellizcándole los cachetes – tomá esta guía que te va a servir mucho para manejarte allá. Acordate que todas las ciudades del mundo son iguales – le dijo mientras le entregaba un viejo librito con las calles y los medios de transporte – lo único que cambia es lo que no importa.
Loreley por momentos tenía los mismos modos que su hermano a la hora de planificar o explicar algo. Cuando se enfocaba mentalmente era certera como una flecha y daba la sensación de que había pensando en todas las variables y los detalles. Tanto ella como Wilfrid a ese don le llamaban “improvisar” pero en realidad lo habían estado moldeando en su cabeza durante muchos años, utilizando diferentes escenarios hipotéticos en las largas noches de insomnio. La realidad acababa siendo, en algún momento de la vida, cualquiera de las tantas hipótesis ya resueltas bajo las sábanas en lugar de contar ovejas. Eso lo habían heredado de su madre quien internamente siempre supo que su hija era igual de inteligente que su hermano prodigio, pero más peligrosa.
Un par de horas después Loreley lo acercó al parador y lo dejó a pocas cuadras para que nadie la viera. Se despidieron entre lágrimas y a las 4 de la mañana Voynich ya estaba arriba de un camión a 80 km por hora en la oscuridad más profunda de la asombrosa ruta 40 cebándole mate a un desconocido que manejaba con los codos apoyado en el volante. Iba a ser un viaje largo.
NOTA AL MARGEN 11: MARKUS
Cerca del puerto de Hamburgo, a comienzos de los años 50, Markus regenteaba una vieja taberna con bastante mala fama que era principalmente visitada por marineros. Estos hombres consumían las largas horas muertas entre las cargas y descargas de sus barcos, bebiendo, jugando y luego caminando hasta el “callejón de los deseos” donde los esperaban decenas de prostitutas con los escotes abiertos.
La taberna había sido fundada por su abuelo a principios de siglo y al morir se la había dejado a su padre, quien al morir se la había dejado a él. Ahí se acabaría la herencia de padres a hijos varones porque Markus tuvo una niña y su esposa murió en el parto.
A partir de entonces la pequeña creció entre marineros de diversas nacionalidades, una mesa de billar, dardos afilados, cartas marcadas, apuestas clandestinas, peleas de borrachos, cerveza caliente y olor a salchicha asada en el pelo.
Aprendió un poco de todo y antes de los 10 años ya lograba hacerse entender en diferentes idiomas para tomar pedidos, conocía los secretos sucios de la comida rápida, memorizaba centenares de insultos, podía distinguir qué tipo de cerveza contenía un vaso solamente por el aroma, sabía cómo dar cabezazos para romper narices o dientes, dominaba el arte de hacer trampas en las cartas, jugaba al billar con mucha destreza subida a un banquito y por sobre todas las cosas había aprendido a arrojar dardos (y cuchillos) con asombrosa precisión.
Markus nunca se preguntó si esa era en realidad la vida que quería para sí mismo, pero siempre había estado seguro de que no era la que deseaba para su pequeña hija. El destino le iba a conceder la oportunidad de remediarlo.

Una noche entró a la taberna el capitán de un barco noruego acompañado por algunos de sus marineros más allegados y comenzaron a beber y a jugar. El hombre, que parecía un vikingo enorme y era conocido por su fama de pendenciero, era además experto en lanzar dardos y esa noche no se cansaba de vencer uno a uno a todos los presentes, ganándoles su dinero con maestría. Llegó un momento de la madrugada en el cual ya había vencido a casi todos y nadie se atrevía a jugarle por más que él los incitaba con provocaciones de toda índole que principalmente se basaban en acusarlos de cobardes. Fue entonces cuando alguien le propuso enfrentar a la pequeña niña moza que iba de mesa en mesa cargando platos y vasos con su mugriento delantal blanco y sus recién cumplidos 12 años.
Sin este hecho tan lejano y arbitrario Anke no hubiera llegado a ser la mujer más poderosa de Alemania.
El vikingo creyó que se trataba de una broma e incluso reaccionó mal tomándolo como una ofensa, sin embargo, ante la insistencia que comenzaba a crecer desde todos los rincones de la taberna, comprendió que le estaban hablando en serio.
Markus no se enteró de esta extraña situación porque se encontraba dentro de la cocina y solo escuchaba el habitual griterío que cada noche invadía el lugar desde que tenía memoria.
Al principio Anke se negó a jugar y continuó realizando su trabajo trasladando vasos y tomando pedidos, pero el vikingo cometió el error de burlarse de ella acariciándole el cabello y diciéndole que prefería encontrársela más tarde en el “callejón de los deseos”. Este comentario provocó unas risotadas lascivas de sus marineros ebrios y un nudo en la garganta de la historia.
Fue entonces cuando la niña dejó la bandeja para siempre, tomó los dardos con soltura y le preguntó cuánto dinero había ganado hasta ese momento. Todos hicieron silencio y el capitán supo que algo empezaba a salirse de su lógica. De inmediato sacó su billetera y la tiró sobre la barra de la taberna mirándola a los ojos como un cazador furtivo que sabe muy bien lo que desea. La niña, lejos de bajarle la mirada, le dijo que si le daban las pelotas le apostaba todo lo que tuviera encima, incluyendo el uniforme. Un murmullo recorrió el salón. El capitán lanzó una brusca carcajada que sonó impostada y aceptó dándole la mano con tanta fuerza que a la pequeña le quedaron doliendo los dedos mucho tiempo.
Cuando Markus oyó el silencio en el salón salió de la cocina pero ya era muy tarde. El capitán había lanzado sus 3 dardos con increíble pericia marcando 29 puntos y le tocaba el turno a su hija, Anke.
La jovencita tomó los dardos, lo miró a su padre que le negaba con la cabeza rogándole que perdiera, y sin hacerle caso clavó los 3 en el centro. Una ovación explotó en la taberna. Acto seguido se desató la barbarie. Tanto el capitán como sus marineros borrachos comenzaron a gritar que habían sido estafados y empezaron a destrozar el lugar peleándose a golpes de puño y cuchillazos con todo el mundo.
El saldo de la contienda incluyó un muerto, varios heridos graves y todos presos.
Una semana después Anke fue enviada por el Estado alemán a la casa de su tía en Berlín (hermana de su madre muerta) y su vida cambió para siempre.
Tras un comienzo difícil, donde los demás alumnos del prestigioso colegio al que la mandaron se burlaban de su origen, se fue acostumbrando tanto a defenderse que acabó liderando las protestas estudiantiles de 1968. A partir de entonces nunca dejó de militar en política y finalmente décadas más tarde llegó a ser la primera mandataria del país.
A veces no alcanza con dar en el blanco, hay que hacerlo tres veces.
CAPÍTULO 30: MABEL, PEREYRA Y ADERBAL
La noche profunda se tragaba la ruta kilómetro a kilómetro. Daba miedo sostenerle la mirada a la oscuridad allá adelante, donde se perdían las luces altas del camión enorme. De vez en cuando un faro tenue se asomaba de frente en la lejanía e iba creciendo hasta partirse en dos y cruzar a toda velocidad por la mano contraria rumbo al territorio que ambos acababan de dejar atrás. A veces los camioneros se saludaban con un juego de luces. A veces se tocaban bocina. A veces sólo indiferencia. Pero a veces se hacían una seña graciosa de cabina a cabina, como si en ese mínimo gesto que duraba apenas un segundo, se hiciera clara referencia a algún hecho del pasado que provocaba una carcajada en ambos choferes.
Pereyra estaba regresando a su casa en Wilde con el camión vacío, tras haber transportado hasta San Martín de los Andes una carga legal que se negó a contar qué era aunque nadie le había preguntado. Voynich, en cambio, le había contado que era maestro rural en una pequeña escuela que funcionaba con muy poquitos alumnos en el medio de la nada y que ahora debía viajar hasta Buenos Aires para asistir a un perfeccionamiento docente que dictaba el Ministerio de Educación.
La cabina del camión era espaciosa, olía a perfume fuerte de lavanda y estaba iluminada por todas partes con sonámbulas lucecitas azules y rojas. Detrás del asiento se alcanzaba a percibir una cama oscura llena de frazadas, ropas y revistas.
El chofer hablaba mucho y el científico asentía con paciencia manteniendo su papel de maestro rural nervioso por tener que salir de su territorio y viajar a la gran ciudad.
La frecuencia de la radio llegaba y se perdía según las curvas. Por momentos era muy difícil entender lo que decía la voz antigua de un locutor trasnochado que anunciaba canciones viejas y enumeraba lugares comunes en medio de la constante interferencia como si fuese su carraspera natural. A cada rato repetía la temperatura, la hora, un teléfono y el saludo afectuoso a sus posibles oyentes: “Abrazo a los serenos, a los taxistas, a los noctámbulos, a los solitarios y a los camioneros que seguramente nos están escuchando…” y entonces Pereyra orgulloso lo miraba a Voynich con una sonrisa satisfecha como si lo hubieran nombrado personalmente.
El científico durante el viaje sólo le prestaba atención al campo oscuro y a la noche estrellada vigilando la penumbra con el pensamiento en otro lugar. Sin embargo, de pronto el conductor emitió un alarido salvaje que casi lo mata del susto. Era una carcajada.
- Ese que pasó recién era El Negro Guzmán – dijo eufórico Pereyra refiriéndose a un camionero que los había cruzado un momento antes y con el cual se habían hecho una seña aparatosa con ambas manos – te cuento lo que hizo y no la podés creer… – Voynich ya no lo podía creer y todavía la historia no había empezado – Resulta que una noche hace como un año, mientras manejaba solo, le pareció ver a una mujer tirada en la banquina como si hubiera sido atropellada o asesinada por el loco de la ruta, así que el Negro paró el camión y se bajó a mirar, pero resulta que no era un cadáver ¿Sabés que era? – Voynich negó con la cabeza – ¡Era una muñeca inflable! ¡Una muñeca inflable pinchadaaaaaa! ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! Y no termina ahí eh ¡El hijo de puta la llevó a una gomería y la parchó. Después la manguereó bien y le puso una ropita. Ahora la lleva a todos los viajes, es una compañía y andá a saber qué más, la sienta ahí donde estás vos ¡Ja! ¡Ja! Se llega a enterar la mujer le corta los huevos. ¡Le puso nombre! ¿Sabés cómo le puso?
- No – respondió Voynich pero supuso que le había puesto Juana
- ¡Mabel! ¡Ma-bel! – respondió Pereyra doblándose de risa sobre el volante – ¿Sabés por qué le puso Mabel a la muñeca inflable?
- No – respondió Voynich pero supuso que era porque le hacía acordar a alguna Mabel que había conocido en algún momento de su vida.
- ¡Porque la jermu se llama Mabel! ¡Lo hizo para no confundirse los nombres! ¡Es un genio el Negro! ¡Ja! ¡Ja!
Voynich consideró internamente que había acertado porque más o menos era lo que había supuesto.
- ¿Y ahora vos querés una? – le preguntó imprevistamente dejando frío al camionero.
Pereyra dejó de reírse y lo miró muy serio.
- Pero valen 60 lucas, maestro, es mucha guita. Y encima son las chotas como Mabel. Estuve averiguando, conviene comprar unas importadas que duran más y tienen hasta 4 agujeros, son chinas, o sea… son chinas pero tienen la cara como las de acá, los ojos bien, pero valen más todavía y encima en dólares tenés que pagarlas… te llegan a los dos meses a tu casa… las confeccionan los niños allá en China, son los mismos que fabrican los celulares, es tecnología de primera. Te la mandan en una caja que no dice nada, sin membrete, por si los vecinos hijos de puta miran y después hablan.

Llegaron a una estación de servicio, cargaron gasoil, estacionaron atrás, fueron al baño, llenaron el termo con agua para el mate y Pereyra compró puchos. Fumaba Particulares dentro de la cabina y abría la ventanilla aunque afuera hicieran 5 °C bajo cero.
Siguieron viaje. Era plena madrugada y afuera caía una helada que invitaba a acurrucarse en el asiento cerrando los ojos y dejándose hamacar por el ronroneo parejo del motor. Sin embargo, de pronto y sin aviso, un animal cruzó la ruta a toda velocidad y Pereyra clavó los frenos instintivamente. El camión pareció que se partía en mil pedazos y el ruido de las cubiertas arrastrándose con un chirrido infernal fue como si ellos mismos arañaran el asfalto. A pesar del susto no llegaron a detenerse del todo porque el animal pasó delante de sus ojos y se perdió en la espesura del campo. Quedó en la cabina una sensación de estupor y no pudieron distinguir si se había tratado de una vizcacha enorme, de un puma o de un gato montés; de lo que no tuvieron dudas fue que el animal estaba asustado y herido. Un rastro de sangre quedó en la oscuridad profunda del cemento por donde había pasado la criatura.
Los dos guardaron silencio durante unos segundos como si ninguno quisiera ser el primero en decir algo. Finalmente habló Pereyra.
- Pobres bichos… – lamentó negando impotente con la cabeza – hay algo siniestro que los corre de noche por el campo, da un miedo que te cagás… los deja secos, sin sangre, sin vísceras y después… al cadáver no se le acerca ni la carroña – Voynich sabía perfectamente de lo que le estaba hablando pero se limitó a escuchar – a uno de Transportes Galicia hace unos años se le quedó el camión por acá de madrugada… que nunca te pase, maestro… – dijo golpeando suavemente el volante con la palma de la mano como si le diera ánimo al camión – el pobre chofer estacionó en la banquina, apagó las luces, avisó a la empresa, se acomodó para dormir un rato y cuando quiso acordar estaba rodeado… si te cuento cómo lo encontraron no dormís nunca más en tu puta vida.
Voynich preguntó igual:
- ¿Cómo lo encontraron?
El camionero lo miró serio y respondió resignado:
- No me contaron… me dijeron que si me lo decían no iba a dormir nunca más en la puta vida.
Siguieron camino. Pereyra se prendió un pucho. La radio ya era solamente interferencia.
- Un día nos van a cazar a todos – lamentó al rato el conductor inclinando el cuerpo bien hacia adelante para mirar el cielo por el parabrisas – por ahora están cazando a los bichos, pero después nos van a venir a cazar a todos, yo sé lo que le digo, maestro… llevo muchos años en la ruta de noche, vi de todo.
Voynich también miró el cielo como lo hacía desde que era niño pero no dijo nada.
Pereyra le pidió que hiciera mate y continuó hablando.
- Lo de las naves espaciales que recularon el otro día es una cuestión de tiempo… si no es ahora será después, pero van a venir…
Por primera vez en el viaje Voynich asintió sinceramente con la cabeza. El camionero hablaba solo.
- Yo escuché el otro día por radio acá arriba del camión a todos los presidentes y a todos los científicos y a todos los especialistas en marcianos discutiendo en la ONU a ver quién la tenía más larga y me cagaba de risa porque se nota que no tienen ni idea. Son unos imbéciles que hablan al pedo. Si me llevan a mí puedo aportar más que esa manga de boludos. Por ejemplo: ¿Sabés por qué se llaman Drépanos estos marcianos?
Voynich se cansó.
- Mire Pereyra, en realidad son Teegardenianos porque provienen de los dos planetas que orbitan alrededor de la estrella Teegarden, pero el nombre Drépanos tiene que ver en realidad con la más antigua referencia escrita que hay sobre ellos y que fue realizada por el historiador griego Polibio quien narró la primera guerra púnica en el año 249 AC cuando los romanos fueron sorprendentemente derrotados por los cartagineses al mando de Aderbal realizando una extraña maniobra militar en el mar que los llevó a la victoria y por la cual fueron muy reconocidos. Sin embargo, Polibio cuenta que en realidad los cartagineses fueron ayudados por seres extraterrestres que hicieron que la flota romana se dispersara insólitamente en la oscuridad en mitad del ataque sorpresa que tenían planeado. Ese lugar donde ocurrió la insólita batalla hoy se llama Trapani y queda en Sicilia pero en aquel momento se llamaba Drépana.
Pereyra se quedó tan sorprendido y distraído con lo que oía que se le volcó el mate lleno sobre el pantalón quemándole los testículos y provocando que gritara de dolor e instintivamente se tirara hacia el lado de Voynich apoyando todo el peso de su cuerpo en el termo con agua caliente que se rompió en mil pedazos quemándolo todavía peor al pobre Pereyra que además se cortó la mano con los vidrios y se pegó la cabeza contra el techo.
En medio de la desesperación, Voynich trataba de sostener el volante del camión que iba enloquecido de banquina a banquina.
CAPÍTULO 31: TANQUES DE AGUA VACÍOS
Voynich desde su puesto de acompañante había logrado maniobrar el volante del camión hasta estacionarlo peligrosamente sobre la banquina contraria con algunas ruedas en el asfalto y otras en la tierra. Pereyra lloraba. El pobre intentaba disimularlo pasándose la manga de la camisa por los ojos como si se quitara una transpiración inexistente, pero en realidad lloraba porque le dolía. No era para menos; tenía quemaduras en los testículos, en las piernas y en el brazo; varios vidrios incrustados en la mano y un corte profundo en la cabeza por el que le chorreaba sangre sobre la cara. El científico trataba de calmarlo y le practicaba primeros auxilios con lo poco que hallaba en la cabina mientras le preguntaba dónde quedaba la sala médica más cercana. El camionero estaba conmovido y tardó bastante en entender exactamente dónde habían detenido el vehículo. Tras observar a los alrededores durante un rato largo, dijo con la voz entrecortada que lo más cercano que había era un pueblito del que no recordaba el nombre y que debía encontrarse a unos pocos kilómetros por delante aunque que no estaba seguro si tenía hospital, salita médica o curandero; luego se encendió un cigarrillo con esfuerzo y se recostó sobre la ventanilla a fumar agitado.
Wilfrid le explicó que las quemaduras continuaban dañando los tejidos de la piel por más que no se notara a simple vista y que por lo tanto era imperioso tratarlas cuanto antes para evitar más daños e infecciones así que se ofreció a manejar hasta el siguiente pueblito pese a que jamás había comandado un camión.
En la isla donde vivía con las chicas, a la Hummer amarilla la manejaban generalmente Soya o Alexandra, mientras que Voynich sólo conducía su vehículo favorito en el mundo: Una moto negra Harley Davidson Fat Boy con sidecar a la cual cuidaba más que a sí mismo. En el sidecar solía acompañarlo el loro Galileo a quién le había mandado a fabricar unas antiparras de aviador en miniatura iguales a las que usaba él. Comúnmente ambos se subían a la moto los sábados para ir a pasear hasta el puerto de la isla dónde compraban pescado fresco y luego volvían dando toda la vuelta por el camino de la costa hasta regresar a la mansión donde las chicas los aguardaban con aperitivos y bocaditos junto a la parrilla lista para asar el pescado. Eran tan felices que tomar conciencia lo arruinaba.

Ahora parecía otra vida. Estaba varado en la madrugada helada de una desolada ruta patagónica junto a un camionero desconocido llamado Pereyra que en cualquier otra circunstancia de la vida se hubiera negado a prestarle su camión a un maestro rural, pero que sin embargo en esta oportunidad no tenía otra alternativa porque estaba tan dolorido que no podía manejar. Además, ese campo oscuro lo aterraba tanto que sólo deseaba que cualquiera pusiera en marcha el motor para escaparse de ahí.
El científico abrió la puerta y descendió del vehículo para dar la vuelta y colocarse en el asiento del conductor mientras que Pereyra se pasó para el lado del acompañante con mucho esfuerzo pero sin bajarse.
Cuando Wilfrid colocó un pie en el suelo sintió un escalofrío en la espina dorsal que nada tenía que ver con la helada que estaba cayendo. El silencio pesado en los oídos parecía una respiración contenida en la oscuridad. La vista humana apenas podía distinguir cosas a pocos metros, sin embargo, el instinto irracional señalaba que no estaban solos en ese paraje despoblado.
Cuando Voynich pasó delante de los focos encendidos su sombra enorme se proyectó sin fondo y el silencio del campo pareció por fin quebrarse vertiginosamente desde algún punto en la penumbra. No quiso ni mirar. Apuró el paso, terminó de dar la vuelta y se subió al camión. Lo puso en marcha con la llave nerviosa y tras unas breves indicaciones del camionero, a las cuales no les terminó de prestar atención, arrancó.
Se quedaron en silencio y ambos sintieron un alivio, ese alivio que se experimenta cuando se entra a la casa de noche y se cierra por fin la puerta con llave hasta el otro día.
El ruido del motor ya no los dejó escuchar más nada.
Apenas unos segundos después, Voynich alcanzó a ver por el espejo retrovisor en la oscuridad, que la luz roja del cigarrillo que recién había tirado Pereyra hacía movimientos en el aire.
No dijo nada y aceleró.
FELICES PARA SIEMPRE LEJOS DEL CAOS
Los postes pasaban parados. Las luces largas del camión iban descubriendo el mapa como en un juego de pantalla pero el paisaje que aparecía era igual al que dejaban. Voynich manejaba muy rápido por el medio de aquella ruta salvaje. Pereyra tenía los ojos cerrados y de vez en cuando emitía algún quejido, pero ya no lloraba. En cierto tramo del viaje dijo que sentía que se iba a morir y amagó con entregarse al sueño pero Wilfrid tocó la bocina y lo sobresaltó. Enseguida le recordó que después de un golpe en la cabeza no era conveniente dormirse porque podía ser muy peligroso y entonces el camionero se enderezó en el asiento y con un gesto de dolor trató de concentrarse en el asfalto para no caer rendido. Al cabo de media hora le indicó que abandonara la ruta principal y que tomara otra todavía más inhóspita que había aparecido en una rotonda. Al cabo de recorrer varios kilómetros por esa nueva senda emergió por la derecha una arcada que anunciaba la entrada de un pueblo. “Es acá” dijo el camionero y entonces el científico aminoró la marcha e introdujo el vehículo en un angosto camino rural de tierra por el que esperaban encontrar una sala médica.
Eran más o menos las 5 de la mañana. A Voynich le llamó la atención que ese trayecto desolado debía ser más largo que el mismísimo pueblo al que conducía. Había conocido a mucha gente así. Personas que anunciaban demasiado lo poco que dirían. Se lo comentó al camionero pero Pereyra se había dormido. Decidió no despertarlo porque si lo volvía a sobresaltar lo iba a terminar matando de un ataque al corazón.
Las calles del pueblo estaban desiertas. Transitaban por la avenida principal donde se veían negocios cerrados entre casas bajas con jardín adelante y sin rejas. Se divisaban pocos coches viejos estacionados – seguramente sin llave – e incluso alguna bicicleta inocentemente apoyada contra un árbol. Las farolas eran pocas y alumbraban mal. Sin embargo todo estaba bastante bien cuidado. Los cordones barridos, los canteros prolijos y los frentes de las edificaciones parecían recién pintadas. En las calles que cruzaban la avenida la situación era diferente. Las farolas de pronto desaparecían y apenas se alcanzaban a distinguir más casas que se iban esfumando en la penumbra como un degradé fantasma. Recién a las siete cuadras llegaron a la plaza principal en la que se erigía un monumento de alguien a caballo, juegos de niños y árboles bien podados. Frente a la plaza había una iglesia con campanas, un bar con las persianas bajas, un edificio gubernamental antiguo, una escuela con la bandera en la puerta, un banco provincial, un club con metegol en la vereda y una comisaría que parecía ser lo único abierto en todo el universo. Daba la sensación de que la vida social del pueblo pasaba estrictamente por la manzana de la plaza principal.
Voynich prefirió dar la vuelta de la manzana y continuar buscando un hospital en lugar de estacionar frente a la comisaría y preguntarle a algún oficial de guardia dónde podía atender a Pereyra. Quería evitar el contacto con la ley por más que sabía que era muy improbable que los agentes de un pueblito perdido imaginaran que a ese chofer que manejaba un camión de transporte por la Patagonia lo estaba buscando Interpol por estar involucrado en la desaparición del Presidente de EEUU. Además, como también se había quitado la barba y colocado anteojos sin aumento, era todavía más improbable que alguien lo reconociera aunque lo hubiese visto en la transmisión de la ONU desde Nueva York tres días antes. Primero y principal porque nadie en su sano juicio iba a suponer que se tratara de la misma persona. Pero bueno, cuando todo es absurdo es mejor no tentar a la suerte.
Finalmente, al cabo de varias vueltas más, encontró una especie de hospital. Lo reconoció porque había una vieja ambulancia arrumbada en la puerta. Detuvo el camión y entonces Pereyra se despertó sin entender nada. Wilfrid descendió del vehículo, dio la vuelta, abrió la puerta del acompañante y bajó al herido sin mucho esfuerzo gracias al excelente estado físico conseguido con los largos recorridos diarios en la isla y con los ejercicios de alto que realizaba junto a las chicas en el gimnasio descubierto de la mansión. Ya en la vereda le hizo cruzar a Pereyra el brazo sano sobre su hombro para cargarlo y así caminar de forma lenta hasta la entrada de la guardia. No había nadie. Solo un timbre. Voynich lo tocó y entró porque estaba abierto. Casi no se veía nada pero el olor a alcohol les confirmaba que estaban en un sitio relacionado con la salud. Miró hacia todos lados, dejó al camionero quejándose en un banco de lo que parecía ser una sala de espera y se perdió por los pasillos en penumbras. Mientras caminaba tratando de no generar demasiado ruido iba viendo habitaciones con camas vacías y otras con camas ocupadas pero con nadie despierto. En algunas se oía el intermitente tono que marcaba el pulso de algún corazón convaleciente y en otros apenas ronquido. El lugar era bastante más grande de lo que hubiera imaginado, incluso se topó con dos escaleras. Una que se dirigía a la planta alta y otra al subsuelo. Decidió subir. Sus pasos retumbaban en el eco de todo el edificio. Cuando alcanzó el primer piso la situación era similar pero un poco más iluminada. Los carteles en las puertas ahora se alcanzaban a leer con nitidez: “Sala de parto”, “Enfermería” “Limpieza”, etc. También entonces pudo distinguir el típico anuncio de la enfermera pidiendo silencio que de inmediato lo tentó a llamar a un médico en voz alta. Apenas pronunció la primera palabra sintió que estaba despertando a todo el mundo porque su voz estalló en esa quietud taciturna como un trueno demasiado ajeno al sitio. En menos de diez segundos una enorme enfermera con cara de dormida apareció entre las sombras encendiendo una luz tan fuerte que les quemó los ojos a ambos.

La mujer parecía no entender del todo la situación y sostenía una chata en la mano como si fuera a defenderse, se ve que agarró lo primero que tenía a mano. Wilfrid la tranquilizó señalándole el piso de abajo y diciéndole que traía a un herido. La enfermera lo miraba con dudas y no soltaba la chata así que lo hizo caminar delante de ella por las escaleras como si lo estuviera apuntando. Voynich avanzó con las manos en alto.
Al cabo de pocos segundos llegaron hasta donde estaba Pereyra desmayado y recién entonces la mujer soltó el arma y dejó de sospechar, enseguida llamó a una joven doctora que apareció también con cara de dormida y entre los tres subieron al camionero a una silla de ruedas para trasladarlo a una sala equipada para recibir heridos.
Afuera ya era casi de día.
- ¿Qué le pasó? – preguntó la médica mientras le sacaban la camisa y le retiraban con cuidado las vendas improvisadas.
- Se quemó los testículos y los brazos con el agua del mate, luego se cortó con los vidrios del termo roto y finalmente se pegó la cabeza contra el techo del camión – respondió Voynich sin dar más explicaciones.
La médica pareció despertarse de golpe, miró al científico fijamente a los ojos durante tres segundos (que parecieron mil) y dudando le pidió que esperara en el pasillo. Wilfrid hizo un gesto afirmativo con la cabeza y salió de la habitación. La enfermera le cerró la puerta en la cara.
Aburrido volvió a recorrer los pasillos del hospital en busca de una cama vacía para descansar un rato pero esta vez lo hizo con la ayuda de la luz del amanecer. Durante ese trayecto volvió a ver a los internados de la planta baja. Uno estaba enchufado a una máquina, otro dormía y otro parecía muerto. En ese preciso momento comenzó a sentirse por todas partes un exquisito aroma a café y a pan caliente. Era la hora del desayuno. Trató de guiarse con el olfato para ubicar la cafetería y se dio cuenta que provenía de la escalera que daba al subsuelo. Descendió peldaño a peldaño y llegó al bar. Eran apenas tres mesas, una barra y una anciana de espaldas llenando tazas con una enorme jarra de metal. Voynich tosió para hacerse notar y la anciana giró tranquila sobre si misma y le sonrió. Seguramente habrá creído que era pariente de alguno de los internados. Wilfrid la saludó con cortesía y se sentó en una de las mesas. Sin preguntarle qué quería, la anciana le llevó una taza con café junto a tres tostadas con manteca y mermelada. El científico consideró que era el desayuno más rico que había probado en su vida.
Diez minutos después llegó la doctora y directamente se sentó frente a él. A ella también la anciana le trajo lo mismo. La médica le explicó que ya habían cosido a su amigo, que le habían retirado los vidrios, limpiado las heridas, colocado pomadas en las quemaduras y también dado unos calmantes así que no tenía de qué preocuparse porque en un par de horas podrían continuar camino. Todo esto lo dijo mirándolo a los ojos y como si fuera un trámite recitado que estaba obligada a realizar pero que en realidad quería hablar de otra cosa.
- ¿De qué te gustaría conversar? – le preguntó entonces Voynich leyéndole el pensamiento.
Ella se sorprendió por la pregunta y arqueó las cejas echando la cabeza hacia atrás
- ¿Vos no sos de acá no? – le dijo como si no tuviera dudas
- Nadie es de acá – respondió él con una elegante cortesía misteriosa.
Ella sonrió con los labios apretados y aceptó el juego.
Durante la siguiente hora ambos conversaron sobre el pueblo, sus habitantes, su rutina, el clima, el campo y la soledad. Nada de otro mundo. Incluso pidieron más café. Ella le contó que había llegado hasta ahí para realizar su residencia médica por dos años apenas se había recibido pero que ya llevaba casi cinco porque se había encariñado con el lugar o porque no tenía a donde volver. Él le mintió en todo sobre su vida y la joven, por supuesto, no le creyó nada. Todo el tiempo sobrevolaba en la conversación esa peligrosa mezcla de juego de seducción y solapado interrogatorio policial que ocurre siempre en las primeras citas.
Voynich quería saber más sobre lo que ocurría en la oscuridad del campo y ella quería saber algo más sobre la oscuridad del científico.
- Claro que hemos tenido casos muy raros en este lugar – respondió ella casi ofendida cuando Wilfrid le dio a entender que en ese pueblo no podía pasar nada extraordinario solamente para que la doctora expusiera los casos más anormales que había visto – lo más común que recibimos acá son pacientes de la zona que llegan por accidentes domésticos o laborales o crisis de abstinencia o abuso de sustancias o con los típicos problemas de salud de cualquier población. Pero también en época de cosecha recibimos muchos trabajadores golondrina que celebran su paga quedando en coma etílico y sin dinero para regresar a su provincia. Incluso si paseaste por los pasillos habrás visto a uno de ellos que lleva casi dos años sin despertar y nadie jamás lo reclamó, lo encontraron tirado en medio del campo y lo trajeron. Lo llamamos “el bello durmiente” porque insólitamente está perfecto de salud y sin ningún tipo de daño, pero no se despierta. Sin embargo – continuó la mujer – si tengo que contarte lo más extraño que viví estando acá fue algo que ocurrió no hace mucho cuando un paisano robusto ingresó solo y malherido en mitad de la noche diciendo que por fin había encontrado a una de las bestias terribles del monte y que se había peleado con ella. Sus heridas eran diferentes a todo lo que yo había visto con mi poca experiencia y además el pobre tenía esa mirada de los que vieron algo que no se animan a explicar.
- ¿Y qué más te contó? – se entusiasmó Wilfrid
- Nada más. Se murió a la media hora mirando asustado por la ventana y su familia decidió cremar el cuerpo ese mismo día sin velatorio.
La conversación fue interrumpida por la llegada de la enfermera que les anunció que Pereyra ya se encontraba listo para que le dieran el alta. Voynich y la doctora sintieron que les habían quedado demasiadas cosas por decir pero se pusieron de pie de inmediato y fueron a buscar al camionero en silencio.
Unos minutos después se despidieron con un abrazo extraño, con un beso ambiguo en la mejilla y con unas palmadas en la espalda que parecían no terminarse nunca. En cambio Pereyra y la enfermera se miraron con asco.
Cuando ya se estaban subiendo al camión la joven doctora salió apurada a la vereda para ponerse cara a cara con Voynich y hacerle una última pregunta en voz muy baja:
- ¿Van a venir no?
El científico respiró profundo, la miró a los ojos con ternura, y supo en el fondo de su corazón que en otras circunstancias podría haberse enamorado locamente de esa mujer. Que podría haberse quedado a vivir con ella en ese pueblo perdido para tener hijos, formar una familia enorme y ser felices para siempre lejos del caos.
- Si. – le contestó con pena.
Y se fueron.
NOTA AL MARGEN 12
Era una noche muy oscura y habían bebido demasiado. Ella iba en el asiento del acompañante riéndose de todo y él manejaba más pendiente de la bella joven que del camino. Atrás habían quedado los amigos, la casa, la fiesta, la música, la inocencia y el pasado.
Por más que él conocía muy bien ese trayecto porque lo transitaba desde la infancia, esa madrugada se equivocó.
Declararía tiempo después que no recordaba el instante preciso del accidente y que cuando se dio cuenta de lo que estaba ocurriendo hizo solamente lo que se podía hacer y nada más. Durante los siguientes largos años casi no volvería a referirse al hecho, sin embargo no habría un solo día en el que aquellas imágenes terribles no volviesen a su cabeza como una encrucijada persecutoria. Como una pregunta que puede cambiar de respuesta si se insiste.
Lo cierto es que cuando el automóvil se sumergió en el lago con ellos dentro, la muerte aceleró su cuenta regresiva. El agua comenzó a entrar por todas partes; primero la sintieron en las piernas, luego en la cintura y finalmente en el cuello.
Las luces amarillentas del flamante Oldsmobile 88 continuaban encendidas bajo el agua y ese fantasmagórico efecto de iluminación era lo único que les permitía verse las caras de horror, las mismas caras que un minuto antes se reían de nada. Parecía otro mundo.
Los jóvenes intentaron con desesperación romper los vidrios de las ventanillas pero les resultaba imposible, tenían que elegir entre respirar o pensar.

Fue cuando ocurrió la mitad del milagro.
En alguno de esos segundos interminables, el hombre logró partir el cristal dándole golpes con los tacos de sus botas y de inmediato el torrente de líquido invadió hasta el último centímetro cúbico del auto. Ambos comprendieron que era el final y que el miedo siempre había sido otra cosa.
Sin embargo, aguantando la última bocanada de aire, el joven logró salir con mucho esfuerzo del coche y en ese mismo momento las luces se apagaron para siempre.
Se hizo entonces una oscuridad tan profunda que los gritos ahogados no volvieron a escucharse o simplemente dejaron de importar. Como en un cuento de terror, el muchacho debía tomar la decisión que marcaría al resto de sus días en el mismo instante en que sus pulmones se quedaban sin oxígeno.
Los años siguientes lo hallarían enterrado en vida o florecido en bronce.
Declaró que no recordaba mucho del accidente, pero mintió. Quizás lo hizo porque no quería dejar constancia en su memoria que en las profundidades de aquella madrugada oscura había dudado entre el bien y el mal.
Como cualquiera.
Sin embargo, sin aire y sin luz, el hombre volvió a ingresar al auto hundido a través de la ventanilla rota, tomó a la mujer desmayada con firmeza y nadó con ella hasta la superficie.
CAPÍTULO 33: WILDE RECOLETA
Ser anónimo en Buenos Aires es muy sencillo, solamente hay que salir a caminar por sus calles.
Apenas Voynich abrió la puerta del departamento sintió un nauseabundo olor a encierro que le estalló en el rostro como un puñetazo. De inmediato comprendió que ese sitio estaba mucho peor de lo que hubiera imaginado, que era todavía más pequeño y que evidentemente nadie lo había visitado durante los años de pandemia. Daba la sensación de que lo habían dejado como si fueran a volver al día siguiente y que no pudieron hacerlo nunca más. La enorme cantidad de boletas vencidas y cartas con aviso de cortes acumuladas en el suelo confirmaban el abandono total. No tenía luz, ni gas, pero sí tierra, humedad y telas de araña.
Para colmo ya era de noche y por eso cuando el científico abrió con mucho esfuerzo la vieja ventana que daba a la calle Uruguay, sólo consiguió que ingresara el resplandor de algunos carteles de neón, el reflejo de los faros de los autos que pasaban por ahí y el ruido constante de la avenida Córdoba con su nocturna onda verde.
Tuvo entonces que mantener la puerta del departamento abierta para iluminarlo con la luz del pasillo, pero como se apagaba cada cuarenta segundos debía entrar y salir constantemente para volver a presionar el botón rojo del interruptor. De esta incómoda manera pudo en definitiva recorrer su nuevo refugio y reconocer con la mirada lo que había en su interior: Una cama de una plaza descolada, una mesa plegable con mantel de hule, una heladera llena de hongos, una mesada con una taza de café pegoteada, una cocina engrasada con un repasador colgado, una mesita de luz con velador barato y un diminuto baño lleno de sarro con una ducha goteando.
“He soñado con cosas peores” dijo mientras resignado cerraba la puerta y se acostaba en la cama. Estaba demasiado cansado, tenía el cuerpo acalambrado por el viaje y hacía varios días que no se bañaba.
Se durmió enseguida, pero antes le dio risa la ironía: De pronto era él ese espantoso pasajero en ningún lugar.

Muchas horas antes, cuando recién estaba amaneciendo, Voynich se encontraba frente al volante del camión recorriendo exactamente en sentido inverso el camino que habían transitado para llegar al hospital. Primero las siete cuadras por la avenida principal del pueblo, luego el sendero rural hasta la arcada y más tarde el camino provincial hasta la ruta nacional.
Con la claridad del sol, el paisaje parecía muy diferente al de la madrugada, ahora se había convertido en un sitio apacible e inocente donde se observaban vacas, caballos, pájaros y mariposas en medio del verde, el amarillo y el marrón de las distintas plantaciones en los campos alambrados. Incluso cuando volvieron a pasar por el sitio del accidente y el cigarrillo no percibieron nada especial, y menos Pereyra que ya estaba dormido. Es que entre ambos habían decidido que se alternarían en el manejo el resto del viaje así cada uno podía dormir un poco. El científico lo haría en la primera mitad del trayecto donde escaseaba el tránsito. Luego pararían a comer, a cargar gasoil y a comprar otro termo; recién entonces Pereyra volvería al mando del vehículo para conducir en el tramo final del recorrido que incluía controles policiales y el complicado entramado de rutas para ingresar a Buenos Aires.
Así lo hicieron y ambos pudieron descansar.
A medida que se acercaban al destino la señal de la radio iba mejorando. La infame masa gris de edificios, las constantes cabinas de peajes y los cientos de autos embotellados les dieron la frenética bienvenida a Capital.
Pereyra dijo que a partir de ese momento había que manejar de verdad y pareció concentrarse en el camino por primera vez. Una tras otra fue tomando autopistas hasta bajar en el acceso sudeste. Al cabo de algunos kilómetros dobló a la derecha y condujo más despacio todavía hasta llegar a la Avenida Mitre donde finalmente dejó a Voynich en la parada del colectivo 17. Ahí le regaló una tarjeta para poder viajar, le dijo que cuando pasara por el obelisco se tenía que bajar y le anotó en un papelito su número de teléfono por si quería dejar la escuela rural y empezar a trabajar viajando con él.
- Podríamos hacer un gran equipo, hay laburo para los dos, siempre hace falta alguien que no le tenga miedo al campo de noche, además serías como mi Mabel – le dijo en una carcajada y enseguida se puso solemne – gracias maestro, te debo una.
Wilfrid le respondió que no le debía nada y que el agradecido era él por haberlo llevado. En cuanto a la oferta laboral le dijo que lo iba a pensar, luego le extendió la mano con afecto y descendió del camión. Ya estando en la vereda se acordó de la pregunta que había quedado pendiente. Un poco por curiosidad y otro poco para que el camionero no se sintiera menospreciado:
- Al final no me terminaste de contar: ¿Por qué se llaman los Drépanos?
A Pereyra se le iluminaron los ojos.
- Mire maestro – le respondió desde la ventanilla – según me contaron en la parrilla del Cruce Varela, el nombre Drépano viene de un juego de palabras en inglés con dredfol, pasenyers y nower. En castellano significa algo así como que son más bravos que la mierda y que aparecen de golpe.
El científico se sorprendió con la respuesta.
Pereyra tocó bocina y se fue. Voynich se subió al 17
CAPÍTULO 34: BARA BARA BARA BARA
La imagen de Rulfo di Tomasso caía en picada. Las encuestas mostraban que la opinión pública no lo quería porque lo consideraba un trepador oportunista que no merecía el cargo que ostentaba. Para colmo la prensa le dedicaba día tras día artículos en su contra que refrescaban el pasado oscuro de su familia. Cada jornada aparecía en primera plana alguna denuncia inoportuna acompañada por testimonios de personas perjudicadas por su accionar mafioso. Sin embargo, por sobre todas las cosas, lo que más le reprochaban los ciudadanos era que no había podido encontrar el cuerpo del querido ex presidente Marvin J Bronson para darle una sepultura con todos los honores como se merecía. Es que Marvin siempre se había comportado como un caballero honesto y de inquebrantables ideales al que quizás podían culpar por los achaques y despistes de la vejez, pero jamás por no representar los valores, el heroísmo y la valentía a la que aspiraba cada habitante de la nación.
Rulfo sin lugar a dudas encarnaba todo lo contrario y necesitaba un contundente golpe de efecto para dar vuelta la situación o para ganar tiempo hasta detener al único sospechoso al que había acusado en forma pública de estar involucrado en el hecho: El científico prodigio Wilfrid Voynich.
Los insípidos informes de Interpol que recibía cada cuatro horas eran exactamente iguales y no contaban con ninguna novedad acerca del paradero del científico que había desaparecido delante de sus narices en el aeropuerto JFK. Incluso notificaban que los puestos de guardia montados alrededor del mundo en los sitios que Wilfrid solía frecuentar tampoco reportaban ni la más mínima novedad. Se lo había tragado la tierra. La conclusión de los investigadores era que Voynich había logrado salir del aeropuerto burlando la seguridad y que se hallaba escondido en algún rincón de Nueva York por lo tanto se estaban realizando continuos allanamientos en diferentes puntos de la ciudad mientras se interrogaba sin descanso a soplones e informantes de la policía.
Rulfo suponía que si daba pronto con el paradero del científico podía generar el ansiado golpe de efecto que necesitaba para conformar a un pueblo que reclamaba justicia por su líder ausente. Es más, el plan completo consistía en culparlo directamente por la desaparición de Bronson y condenarlo a la pena de muerte para dar por terminado el caso. Muerto el perro se acabó la rabia, sin embargo todavía no tenía ni el collar, ni las pulgas del perro así que se vio obligado a aceptar alguna de las tres propuestas que el oscuro Secretario de Estado le había acercado para distraer a la ciudadanía: Realizar un autoatentado, invadir un país o matar a un famoso.
El presidente Di Tomasso estuvo un rato largo analizando las ofertas.
El autoatentado había funcionado varias veces en otros gobiernos para despertar el patriotismo en los votantes ya sea demoliéndose un edificio o apuñalando a un candidato, pero cada vez era más difícil llevar a cabo este tipo de operaciones porque demandaban una logística que no era sencilla de esconder con tantos medios independientes, tantas redes sociales y tantos testigos con cámaras. Incluso el Secretario deslizó por lo bajo que podrían balear al propio Presidente de Estados Unidos procurando no afectar ningún órgano demasiado vital. Rulfo azorado lo rechazó de plano.
La opción de invadir un país era demasiado costosa y complicada de justificar. En ciertas ocasiones el autoatentado y la invasión habían ido de la mano, pero sin lugar a dudas no era una decisión rápida de tomar porque llevaba muchísimas negociaciones previas con otras naciones que debían aprobar el bombardeo o la invasión con sus votos en Naciones Unidas a cambio de algo. De todas formas el Secretario de Estado propuso invadir Uruguay porque no se lo esperaba absolutamente nadie y se convertiría en un verdadero golpe de efecto, sin embargo Rulfo tenía cuentas bancarias en ese país y además veraneaba en La Paloma así que lo descartó.
Finalmente la idea de asesinar a un famoso era la más sencilla y rápida de lograr. No requería demasiada organización, no tenían que avisarle a nadie y apenas con una mano de obra barata y desechable se podía obtener muchísima repercusión en los medios durante varias semanas.
Rulfo di Tomasso optó por esta oferta.
El Secretario de Estado aceptó con resignación la decisión del presidente y al cabo de 24 hs le trajo los nombres de las posibles víctimas que por la relación de costo beneficio eran los blancos más apetecibles.
Una pesada y sobria carpeta negra con apenas una hoja le fue entregada a Rulfo en su despacho. En ella aparecían escritos apenas cuatro nombres: El famoso rapero negro “Little Lobster”, la reciente ganadora del Oscar Melinda Norton, la estrella de Fútbol Americano Winston Parker y Batman.
- ¿Batman? – preguntó sorprendido Rulfo di Tomasso levantando la vista de la carpeta y mirando al inmutable Secretario de Estado que aguardaba órdenes con las dos manos enlazadas en la espalda.
- ¿Respuesta final? – preguntó ansioso
- No, no, espere – dijo Rulfo – ¿Qué Batman?
- ¿Cómo qué Batman? – respondió confundido el Secretario de Estado frunciendo el ceño – Batman, el hombre murciélago.
El Presidente de los Estados Unidos sonrió y miró hacia los costados como si hubiera descubierto la trampa.
- ¿Es una broma no?
- Claro que no, señor. Nosotros no tenemos permitido hacer bromas en nuestro lugar de trabajo, está en juego la seguridad de la Nación – contestó ofendido el Secretario de Estado y soltó las manos al costado de su cuerpo como si por instinto hubiera querido sacar un arma.
- ¡Pero cómo van a matar a Batman! – gritó Rulfo harto de la puesta en escena
- Bueno, ya sabemos que no es fácil, señor – contestó con cautela el Secretario de Estado – pero descubrimos quién es, dónde vive, dónde tiene la baticueva y cuando sale para…

Rulfo levantó bruscamente la palma de su mano derecha dándole a entender que no lo quería seguir escuchando. El Secretario no estaba acostumbrado a que lo hicieran callar pero hizo silencio y apretó los dientes para contener la furia.
De inmediato Di Tomasso se sentó en el sillón presidencial y enojado presionó un botón del intercomunicador para solicitarle a su secretaria que le pidiera al Director de la CIA que fuera a su despacho.
Durante esos quince minutos que tardó en llegar no se dijeron ni una palabra y el presidente aprovechó para repasar las otras tres opciones posibles aunque sus ojos volvían una y otra vez sobre Batman sin poder dar crédito a lo que estaba leyendo.
De pronto se sobresaltaron porque el Director de la CIA tocó la puerta con siete precisos golpes cortos. Lo hicieron pasar con fastidio.
- Buenas tardes señor Presidente, buenas tardes señor Secretario de Estado – saludó haciendo la venia como si tuviera un cargo militar – ¿En qué puedo servirles?
- Buenas tardes, señor Director. Antes que nada quiero que sepa que todo lo que se diga en esta reunión es absolutamente confidencial y que si se llegara a filtrar el más mínimo detalle de la misma usted y su familia pagarán las consecuencias más terribles. – lo alertó Rulfo
- Claro, lo sé perfectamente, señor – contestó el Director de la CIA – soy el Director de la CIA
- Si, si, ya lo sé, pero por las dudas se lo recuerdo ya que acá parece que hay gente no se toma muy en serio su trabajo – dijo Rulfo mirando de reojo al Secretario de Estado
- Quédese tranquilo, señor Presidente, yo sí conozco bien mis obligaciones y mis responsabilidades – contestó el Director de la CIA mirando con desconfianza al Secretario de Estado que permanecía inmóvil y tenso.
- Bueno, entonces dígame lo que piensa sobre el plan que me trajo este señor para distraer a la opinión pública durante algunas semanas mientras ordenamos un poco el gobierno.
- Soy todo oídos, señor – contestó obsecuente el Director
- Ok, resulta que me propone asesinar a un personaje famoso pero entre los nombres sugeridos aparece Batman. Si, como lo oye, me propone matar a Batman ¡Ja!
El Director de la CIA abrió los ojos grandes, levantó las cejas y se rascó la cabeza nervioso.
- Bueno, mire, señor… yo no soy quién para tomar este tipo de decisiones… pero ya que me pregunta le digo me parece una gran idea. Sin lugar a dudas matar a Batman provocaría un shock en todos los ciudadanos por varios meses, incluso años, no lo puedo dimensionar…
Rulfo se sonrió incrédulo y se quedó observando a ambos hombres que permanecían muy serios frente a él.
- Me pasa por ser el nuevo. ¿No? – dijo y volvió a tocar el botón del intercomunicador para pedirle a su secretaria que se sumara a la reunión.
Treinta segundos después Olivia entró al despacho.
- ¿Olivia?
- Dígame señor Presidente
- ¿Qué sabe usted de Batman?
La secretaria se sorprendió y miró asustada al Secretario de Estado y al Director de la CIA.
- Bueno – respondió la mujer titubeando – que es honesto… valiente… esas cosas.
Se hizo un silencio incómodo.
MENÚ DEL DÍA
Los gritos y los aplausos despertaron a Voynich. Eran las voces eufóricas de varias personas que se mezclaban con las bocinas de los autos que se sumaban al festejo. El científico abrió los ojos sin saber qué hora era y tardó unos cuantos segundos en comprender adónde estaba. Cuando por fin se halló en tiempo y espacio, se incorporó lentamente y caminó hasta la ventana para ver qué era lo que ocurría afuera. Desde ahí observó en la vereda de enfrente a una pareja de recién casados a los que familiares y amigos les estaban arrojando arroz en la puerta del registro civil. Wilfrid sonrió al saber que todas las noches tendría comida gratis con solo cruzar la calle y juntar el arroz de las bodas. Acto seguido giró sobre sí mismo y se encontró con el departamento iluminado por el sol radiante de la mañana. No le pareció tan mal. La costumbre suele ser el crítico más fácil de influenciar.
De inmediato se duchó con agua fría como estaba acostumbrado desde siempre, se afeitó, se vistió con ropa limpia, se calzó una gorra negra de visera ancha y se colocó anteojos con vidrios sin aumento. Enseguida tomó el sobre que Geraldine le había entregado en el aeropuerto y sacó su contenido: Poemas escritos por ella, dinero y documentación limpia.
En el cajón de la mesa de luz dejó el pasaporte francés con el que había volado y alrededor de 4 mil dólares mientras que en la billetera se guardó mil dólares, su documento galo a nombre de Jean Paul Belfonte, la tarjeta para viajar de Pereyra y los pesos argentinos que Loreley le había entregado para que se moviera los primeros días en Buenos Aires hasta que pudiera cambiar los billetes extranjeros. Así salió a la calle. La primavera estaba llegando a la ciudad y por eso el frío ya casi no se sentía a esa altura de septiembre. Voynich andaba un poco más desabrigado que los demás pero no llamaba la atención y pasaba absolutamente desapercibido entre los transeúntes del centro porteño, los taxis, las motos e incluso los policías que miraban el paisaje con indiferencia.
Realizó entonces una caminata con la misma duración que las que llevaba adelante cada mañana en la isla junto a Galileo, pero en este caso lo hizo solo y en medio de una metrópoli que lo trataba con igual desinterés que a los demás. Justamente eso era lo que necesitaba, un anonimato brutal. Es que si había tomado muchos recaudos en San Martín de los Andes donde suponía que lo podrían haber estado esperando, ahora ya no los necesitaba. No sólo por el cambio de apariencia física con respecto a su aparición en la ONU sino también porque se encontraba en medio de una multitud enajenada que iba y venía en su propio mundo y sin mirar a nadie. Ni siquiera al cielo ya.
Al cabo de cuarenta minutos de recorrer las aceras aledañas a su hospedaje ya había registrado mentalmente a todos los comercios que le iban a ser útiles, a las cámaras de seguridad, a las bocas de subte e incluso a las posibles vías de escape en caso de cualquier emergencia. Regresó por fin al 1 “B” y anotó varias cosas en un papel antes de volver a salir para realizar las compras.
En una cerrajería de la calle Paraná hizo una copia de las llaves del departamento, las metió en una bolsita de nylon y por la noche (tras juntar el arroz) las enterraría en la Plaza Lavalle por si tenía algún inconveniente y extraviaba las originales.
Aquella mañana entró y salió varias veces hasta acabar de adquirir en diversos negocios de la zona todo lo que necesitaba para mejorar su guarida. Compró herramientas, comida, un anafe eléctrico, pinceles, pinturas, cables, productos de limpieza, ropa, vasos, copas, platos, lámparas, vinos, whisky, un radioreloj, cuadros, chocolate y plantas. También en alguno de los viajes ingresó a un locutorio de la avenida Corrientes y dejó un comentario en el sitio de cine IMDb. Lo hizo en la película District 9 bajo el provocativo seudónimo “elamigodegalileo” y como si fuera un crítica extraña al film, utilizó ese espacio para avisarles a las chicas que estaba en Buenos Aires, que se hallaba bien y que las extrañaba mucho.
Luego se compró un vaso enorme de café (todavía no había desayunado) y al reingresar a su morada hizo saltar la térmica del edificio con una pinza. Durante el tiempo que duró el corte de energía, Voynich aprovechó para realizar de manera veloz una conexión clandestina muy prolija y casi invisible que iba desde el foco del pasillo a su departamento. Cuando los vecinos volvieron a conectar la electricidad él ya había terminado su trabajo y tenía luz.
En las siguientes ocho horas pintó las paredes de gris y bordó (los marcos de negro), encoló la cama, le puso sábanas nuevas, realizó una limpieza profunda de hasta el último rincón del lugar, tiró a la basura varias cosas, cambió los muebles de sitio, reemplazó por completo la decoración, renovó la vajilla, colgó cuadros, acomodó plantas, puso cortinas modernas, mejoró la iluminación, barnizó el suelo y al final aromatizó el ambiente con perfume francés. Incluso tuvo tiempo de ajustar el motor de la heladera para que no hiciera ruido, de cambiar los cueritos de las canillas y de reparar el mecanismo oxidado de la ventana.

Con las tareas finalizadas decidió buscar un lugar para comer, estaba atardeciendo. Recorrió algunas cuadras con mucha atención hasta encontrar un sitio discreto frente a Tribunales con pocas mesas y con menú básico. A esa hora ya quedaba poca gente en la zona. Se sentó de espaldas a la vidriera y de frente al televisor. Pidió el plato del día sin hacer preguntas y se quedó en silencio mirando las noticias en la pantalla. Estaban transmitiendo en directo a un hombre subido a una antena altísima y que amenazaba con suicidarse. El hecho estaba ocurriendo en Los Ángeles y se trataba de una noticia con importancia mundial porque el que estaba trepado a la antena era nada más y nada menos que el famosísimo rapero californiano Little Lobster. El pobre llevaba algunas horas subido ahí y cada vez que alguien intentaba acercarse para convencerlo, él soltaba una mano y se quedaba virtualmente suspendido en el vacío ante la atónita mirada de cientos de curiosos, fans y periodistas. El asustado rostro del rapero negro estaba en el primer plano de todas las pantallas del mundo gritando desesperado que él no tenía enemigos pero que sin embargo en las últimas 24 hs inexplicablemente lo habían querido asesinar dos veces así que le exigía al gobierno de Estados Unidos que por favor le pusieran una custodia especial que le garantizara su seguridad y que los hacía responsables si le ocurría algo. También aprovechó la movida mediática para anunciar la salida de su nuevo disco llamado, precisamente: “Jump Jump Jump”
Rulfo se agarraba la cabeza desde la Casa Blanca.
Cuando Voynich terminó de cenar pagó la cuenta y dejó de propina los últimos pesos argentinos que le quedaban, salió del bar, cruzó la calle y enterró las llaves junto a un enorme árbol sin que nadie lo viera. Enseguida enfiló hacia el departamento y de camino se encontró a una bella y llamativa mujer que estaba sentada en un banco junto a la entrada del estacionamiento subterráneo de la plaza.
- ¿Estás buscando buena compañía, mi amor? – le preguntó ella cuando el científico pasó a su lado.
Voynich la miró con una sonrisa y le respondió que él no pagaba por sexo.
- Entonces rajá de acá que me espantás a los clientes, pajero
Así conoció a Juana.
Mientras tanto, en medio de la gira española de los Jóvenes por el Universo, el cantautor terraplanista Goyo Parasiempre también se subió a una antena y amenazó con lanzarse si no le pasaban una canción por radio.
Se mantuvo ahí arriba hasta que se hizo de noche y tuvo frío.
No se acercó nadie.
Se bajó solo y se dobló un tobillo.
CAPÍTULO 36: MARY POPPINS Y LA CORVINA BLANCA
Diamante de mar. Así le llaman cariñosamente al totoaba, un pez mexicano en peligro de extinción que en su codiciada vejiga natatoria esconde poderosas propiedades medicinales, curativas y afrodisíacas. Este exquisito manjar se ha convertido en un lujo para personas adineradas de Asia, pero también en un exótico objeto de colección y en una ventajosa inversión financiera.
Lo único que les interesa a los pescadores cuando consiguen atrapar a este enorme pez en sus redes es la vejiga, por eso al resto del cuerpo lo arrojan nuevamente al mar.
La pesca furtiva de la corvina blanca (que es también como se lo denomina) es muy perseguida por los gobiernos afectados que jornada tras jornada ven como decenas de pesqueros ilegales depredan los ecosistemas donde viven los últimos especímenes. Hay una razón: En el mercado negro chino el kilo de vejigas de totoaba es más caro que el kilo de cocaína.
Mary Poppins. Así llamaban a Bronson los marineros que lo habían rescatado de las aguas en medio del huracán Lisa. Lo bautizaron de ese modo porque lo vieron venir volando aferrado a una gran sombrilla embolsada por el viento que lo traía desde quién sabe dónde. Janakka y el resto lo divisaron en el aire. Primero como un objeto más en medio de tantas cosas que volaban, pero luego, cuando se fue acercando a ellos, pudieron distinguir que se trataba de un ser humano, de un hombre desnudo.
En ese momento justo se estaban alejando lo más que podían de Lisa y también de la zona de exclusión donde se hallaban pescando ilegalmente, por eso cuando rescataron a ese extraño náufrago, no le avisaron a nadie y continuaron viaje. Un viaje de miles de millas y cientos de horas.
Marvin J. Bronson había volado a demasiados kilómetros aferrado a la sombrilla y por eso jamás lo habían podido encontrar los rescatistas que recorrieron la isla de Voynich removiendo escombros y patrullando la costa. Su insólito viaje acabó a pocos metros del pesquero chino dándose un fuerte golpe contra el mar. Ahora se mantenía a flote malherido pero con serenidad, moviendo apenas los brazos para no gastar la poca energía que le quedaba y observando cómo a lo lejos, alguien arrojaba dos salvavidas al agua para luego lanzarse directamente al océano con la intención de rescatarlo. Era el bueno de Janakka.
Ambos contaban con dolorosas experiencias en naufragios anteriores por lo tanto se encontraban tranquilos. Janakka era uno de los pocos sobrevivientes del catastrófico hundimiento de un gigante ballenero japonés, mientras que Bronson, allá lejos en su juventud, había salido con vida de un desesperante accidente automovilístico en el que su coche cayó a las aguas heladas de un lago en plena madrugada. Esa tragedia, sin embargo, lo había convertido en un héroe nacional porque en medio de la angustia y la desesperación pudo rescatar con vida de las oscuras profundidades a Mary Jo, la mujer que lo acompañaba. Con el correr de los años ese reconocimiento público lo ayudó a alcanzar una senaduría, luego la gobernación del Estado de Massachusetts y por último la presidencia de la Nación.
Ahora Janakka y Bronson se estaban acercando con mucho esfuerzo al pesquero. Cuando estuvieron a pocos metros de distancia les lanzaron desde arriba sogas con arnés para subirlos a cubierta y recién entonces, cuando se sintió a salvo, el viejo Marvin se desmayó. De inmediato la tripulación lo trasladó hasta la sala de emergencias, le colocó ropa seca y le curó las heridas sin reconocerlo. Puede parecer ilógico, pero esos viscosos marineros orientales no tenían ninguna manera de imaginar que ese hombre desnudo que estaba flotando en el medio del océano era nada más y nada menos que el Presidente de los EEUU. Para ellos era apenas un náufrago más de los tantos que solían hallar en sus recorridos alrededor del mundo. También era bastante común que encontraran cadáveres flotando en las aguas, pero a esos no los levantaban porque acababan siendo un problema mayor ya que debían declarar ante la ley, firmar papeles a la guardia costera y mostrar permisos que no siempre tenían. En realidad nunca los tenían porque su trabajo consistía en navegar miles de kilómetros hasta el límite de las aguas internacionales y cuando caía el sol avanzar hasta los bancos de peces para capturar a la mayor cantidad posible dentro de territorios prohibidos. Esto debían hacerlo mientras intentaban no ser descubiertos por los buques guardacostas o por los submarinos de patrulla que incluso en muchas ocasiones les disparaban sin advertencia previa sabiendo que nadie podía reclamar nada.

Con el revuelo que se había armado por el devastador paso del huracán, la zona se llenó enseguida de navíos y helicópteros de rescate por lo tanto el capitán del barco de Janakka decidió dar la vuelta a todo motor y regresar al puerto de origen en algún lugar de Asia con las bodegas sin completar pero con toda la mercancía a salvo. Casi toda.
Bronson tardó muchas horas en volver en sí y cuando lo hizo se encontró sorprendentemente renovado sobre una cama mullida que se hamacaba al compás de la marea. Además, tenía la mente limpia y clara como hacía mucho tiempo y no sentía dolores de ningún tipo. Es que Janakka lo había visto tan malherido y a punto de morir que rompiendo las reglas del barco (y sobre todo del negocio) le había preparado una sopa curativa con trozos de vejiga de totoaba y otros ingredientes que sólo él conocía. Si el capitán se enteraba posiblemente los hubiera matado a ambos y arrojado sus cuerpos al mar.
Marvin le agradeció con un confundido gesto de cortesía que incluía muchísimo más que las gracias por el rescate y la comida.
Las palabras no hacían falta, pero además tenían poco sentido entre ellos porque ninguno hablaba el idioma del otro. El presidente de Estado Unidos se dio cuenta rápidamente que aquellos hospitalarios marineros no tenían ni la menor idea de quién era él y en cierta forma eso le pareció una buena noticia. Quizás Janakka lo había reconocido, pero nadie lo sabe. Por primera vez en muchísimos años Bronson vivía una situación de anonimato que lo hacía sentir aliviado como cuando era niño. Tenía de pronto una desbordante felicidad que le excedía el cuerpo y le provocaba ganas de saltar y de correr. Estaba lúcido, recordaba cosas que había olvidado, sus ojos habían recuperado la capacidad para ver de lejos y ya no le dolían las articulaciones. Janakka sonreía.
Dicen que con cada minuto que comienza tenemos la oportunidad de cambiar de vida, de ser otros y empezar de nuevo. En el caso de Bronson tal vez ya había pasado demasiados años cargando el cuerpo de aquella mujer que cada día le pesaba en los brazos.
Marvin miró al cielo tratando de hacer foco en el punto más lejano que encontrara.
Existe una antigua costumbre entre viejos capitanes de barco que consiste en conformar a sus tripulaciones con marineros que hayan sobrevivido a algún naufragio. Esto lo hacen porque se los considera amuletos de la buena suerte. Sin embargo, lo que no suelen tener en cuenta, es que esos hombres son demasiado libres como para estar bajo el mando de alguien.
CAPÍTULO 37: LA CONDECORACIÓN
Durante aquellos primeros días posteriores al rescate, Bronson estaba absolutamente rejuvenecido y parecía otra persona. Se paseaba feliz por cubierta con el torso desnudo, su barba crecida y un flamante tatuaje en el brazo izquierdo que le había realizado Janakka.
Atrás quedaban los años de exposición pública que lo habían convertido en ese hombre gris que siempre estaba bien vestido y perfumado. El pobre Marvin incluso no recordaba un día laborable de las últimas décadas en el cual no se hubiese puesto un traje y una corbata.
Rápidamente los demás tripulantes del barco chino lo aceptaron sin problemas y por más que le ofrecieron ser apenas un huésped con cama y comida hasta llegar a puerto, Bronson prefirió ganarse la estadía contribuyendo en todas las actividades que se desarrollaban a bordo. Como no solamente almacenaban totoabas en las bodegas del pesquero sino también toneladas de otras especies marinas, la principal tarea en los viajes de regreso solía ser ordenar con paciencia toda la mercadería para poder comercializarla apenas amarrados. Estos trabajos consistían en separar, trocear, limpiar, tirar, congelar, deshidratar y almacenar todo lo que se hubiera pescado. Marvin aprendió el oficio tan pronto que dos semanas después parecía un experto. Incluso creyó que había nacido para eso.
Es que siempre creer es lo más fácil.
En los ratos libres tomaba sol con la piel curtida, hacía flexiones de brazos, observaba el mar con ojos nuevos y vigilaba el cielo esperando una señal. Además pensaba mucho.
No había dejado demasiado en tierra firme; apenas una vida solitaria de viudez sin hijos y una presidencia de los Estados Unidos.
Los demás marineros lo observaban con respeto y admiración, pero día a día aumentaba el desconcierto que les provocaba Bronson; es que siempre reconocían de un golpe de vista a las criaturas que sacaban del mar, y esta vez no.

Mientras tanto, en la Casa Blanca, Rulfo condecoraba a Little Lobster frente a decenas de periodistas por haber visibilizado con su música la violencia que sufrían las comunidades afroamericanas estadounidenses por parte de la policía que los perseguía y los asesinaba en las calles por cualquier motivo. Eso fue lo que le recomendaron que hiciera para frenar el escándalo producido por los intentos de homicidio que había sufrido el músico a manos de desconocidos y que por otra parte no habían podido ser arrestados, ni identificados.
La foto de Lobster sonriente dándole la mano a un Rulfo tenso, fue para enmarcar.
En un momento del acto, el oscuro Secretario de Estado llamó ansioso a Di Tomasso para comunicarle que habían obtenido importantes avances en la investigación sobre el paradero de Voynich. Sin embargo Rulfo estaba tan furioso porque habían fallado en matar a Little y encima después lo habían obligado a condecorarlo que no quería ni escucharlo.
- No pudieron matar a un simple rapero de mierda que anda sin custodia y querían matar a Batman, manga de inútiles – gritaba el Presidente muy bajito
El Secretario de Estado apretaba los dientes metálicos disimuladamente mientras ensayaba alguna excusa
- Sostengo lo que le dije en un principio, señor, matar a Batman es más sencillo. Si usted me diera la orden hoy mismo yo podría…
- ¡Basta! – lo calló Rulfo golpeando la mesa – no quiero volver a escucharlo hablar de matar a Batman. ¿Me entendió?
- Si, señor – respondió el Secretario de Estado sin dejar de mirarlo a los ojos como un cartel
Rulfo suspiró profundo, dio la vuelta hasta el cajón de su escritorio y se encendió un habano. Ya más tranquilo le pidió al Secretario que le contara los avances sobre el paradero de Voynich
- Quiero que sepa que nunca dejamos de ocuparnos del asunto. Llevamos muchos días analizando cámaras, listas de pasajeros, testimonios
- Vaya al grano, señor Secretario, ya estoy cansado de sus explicaciones fallidas, no quiero más interrupciones, cuénteme todo lo que sabe y espero que valga la pena. Si no trae buenas noticias, váyase de mi despacho y del gobierno.
Afuera de la oficina se oía “Jump Jump Jump” a todo volumen porque Lobster había aprovechado la condecoración para mostrarle el disco a los periodistas
- Ok – retomó el Secretario de Estado aclarándose la garganta – hace algunos días el teléfono móvil de la hermana de Wilfrid Voynich se activó en una antena diferente a las que suele hacerlo generalmente en su rutina y como nos pareció algo sospechoso le pedimos a la compañía telefónica el registro de movimientos del celular de la mujer y descubrimos que algunas noches antes ella había ido en su vehículo hasta un cruce de caminos en el medio de la nada pero cercano a un conocido parador de camiones de la ciudad argentina de San Martín de los Andes donde ella vive. Ahí estuvo detenida durante algunos minutos y más tarde regresó a su domicilio. Como no tenía absolutamente ningún sentido haber realizado esa acción, supusimos firmemente que estaba en compañía de Voynich y que lo había llevado hasta ese lugar para que algún camionero incauto lo sacara de la ciudad creyendo que transportaba a cualquier viajero. Con esa información analizamos los GPS de los camiones que estuvieron ahí en esas horas y redujimos la búsqueda a sólo 18 camiones. Luego examinamos las trayectorias de todos esos vehículos y notamos algo extraño en uno que se había desviado absurdamente de su ruta para entrar a un pueblo perdido hasta detenerse en una sala médica. Nuestros hombres fueron hasta ahí y descubrieron que en los registros de ingreso figuraba que habían recibido a un hombre con quemaduras en esa fecha, sin embargo la doctora que lo atendió no recordaba si el paciente estaba acompañado por alguien. La que sí recordaba todo perfectamente bien era la enfermera quien aseguró que el herido estaba acompañado por un hombre de acento raro, sin barba y con anteojos. En ese instante nos terminamos de convencer de nuestra corazonada y con ese dato seguimos la pista de este camionero hasta Wilde donde reside, sin embargo, al cruzar más información, notamos que antes de llegar a destino se había activado la tarjeta de transporte público que estaba a nombre del camionero, por lo tanto supusimos que la estaba utilizando otra persona ya que el camionero había continuado camino en dirección contraria rumbo a su domicilio. Nuestros hombres fueron hasta la casa de este chofer llamado Pereyra y cuando le preguntaron sobre Voynich se sorprendió mucho pero nos dijo que él había viajado solo todo el trayecto y que había perdido su tarjeta de transporte público. No le creímos, así que comprobamos la trayectoria de la tarjeta y descubrimos que había sido utilizada en el interno 225 de la línea 17 en dirección a la ciudad de Buenos Aires. De inmediato solicitamos al Gobierno de la Ciudad el registro de las cámaras públicas de ese día para poder seguir el recorrido de ese colectivo, no había imágenes de todas las paradas pero tuvimos suerte ya que al llegar al centro de la ciudad a la altura del obelisco, vimos a Voynich descender del autobús y caminar hacia la izquierda cruzando la avenida rumbo al teatro Colón donde las cámaras lo perdieron. Ahora tenemos un radio acotado de muy pocas cuadras donde seguramente se debe estar escondiendo el prófugo por lo tanto la policía local ya está trabajando en la zona a la par de Interpol con la imagen de su nueva fisonomía aportada por la enfermera y con los datos biométricos actualizados en el sistema de seguridad de la ciudad. Además continuamos analizando hora tras hora diferentes cámaras públicas y privadas de la zona porque suponemos que Voynich no tiene apoyo local y que por lo tanto tarde o temprano deberá exponerse para comprar alimentos o para comunicarse con alguien. Estamos firmemente convencidos que será detenido en las próximas horas. No tiene escapatoria.
Rulfo estaba tan contento que los ojos le brillaban de felicidad. Lo felicitó al Secretario de Estado por el excelente trabajo y le dio un abrazo que pareció hacer borrón y cuenta nueva en la relación entre ambos.
- Sólo una cosa más – dijo como un niño fascinado
- Lo que usted pida – respondió con cortesía el Secretario
- Me gustaría conocer a Batman.
- Por supuesto, señor.
- Quiero invitarlo a cenar
- Me parece una magnífica idea, yo me encargo.
Se dieron otro abrazo y ambos salieron sonrientes del despacho para escuchar con los demás el nuevo disco de Little Lobster. Incluso Rulfo ensayó unos graciosos pasos de rap ante los periodistas.
CAPÍTULO 38: ARROZ FRITO CANTONÉS
La gira de los Jóvenes por el Universo continuaba recorriendo España colmando las plazas de cada ciudad en la que se presentaban con cientos de personas. El discurso que propagaban desde el escenario se había vuelto más virulento tras el alejamiento de las naves extraterrestres y ya no ahondaba tanto en las explicaciones sobre la Tierra plana, las conspiraciones o la supuesta farsa de la vacunas (el fin de la pandemia gracias a ellas les había arruinado el negocio) sino que ahora habían profundizado sus consignas antipolítica, promoviendo una economía liberal y acusando a todos los políticos de corruptos. Esto más que nada obedecía a la flamante financiación que obtenían por parte de organizaciones no gubernamentales radicadas en el exterior interesadas en la movida. De esta manera nunca dejaban de ofrecerles nuevos encuentros, ya no solo por toda España sino también en Latinoamérica. En definitiva se trataba de actos políticos disfrazados de manicomio que finalmente catapultaban a algún candidato.
En cada lugar al que llegaban, los acompañaban un par de figuras locales que subían al escenario como anfitriones de los Jóvenes por el Universo y solían dar los primeros discursos del acto para calentar motores. Luego emergía Goyo Parasiempre e interpretaba cinco canciones que lograban aburrir a la segunda. Enseguida llegaba otra figura local con alguna arenga relacionada a la ciudad en la que se encontraran y más tarde subía el Cheba que era uno de los números más esperados porque hablaba de extraterrestres.
Para el final quedaba la Esca, la figura más que conocida, que además era el nexo con las ONG´s y que mezclaba en su presentación a todas las disciplinas a la vez: Arte, economía, política, tarot y autoayuda. El acto cerraba con todos los protagonistas nuevamente sobre el escenario cantando a viva voz el himno de los Jóvenes por el Universo y luego bajando entre la gente para sacarse fotos, conversar con ellos e ir a cenar a algún sitio con los organizadores y los patrocinantes.
El Cheba ganaba con cada presentación tres veces más que lo que obtenía por mes limpiando el observatorio; y encima tenía dos actos por semana o a veces tres. No lo podía creer. Sentía que era el mejor robo de su vida, que se estaba haciendo millonario sin querer. Paralelamente le transfería dinero a María, su ex esposa, para que mantuviera a sus hijos. Ella le respondía siempre con el mismo mensaje: “Fracasado”
Mientras tanto la relación con la Esca continuaba viento en popa, cuando había viento, ya que compartían sexo desenfrenado, cuartos de hotel y asientos de primera en los aviones, pero al mismo tiempo ella se acostaba con algunos de los muchachos que armaban los escenarios en la gira, por lo tanto el Cheba no se sentía muy cómodo delante de los demás integrantes del contingente con este asunto y prefería mantenerse lo más alejado posible de todos fumando en un rincón. Era en estos momentos en los que Goyo se le acercaba para consolarlo y para contarle que a él nunca le habían sido infiel pero que entendía el dolor que podía provocar. El Cheba deseaba asesinarlo desde el día que lo había conocido pero para no arruinar el negocio de estas presentaciones, simplemente se lo sacaba de encima con un empujón y lo llamaba “rengo hijo de puta” en el micrófono de las pruebas de sonido aprovechando que Goyo continuaba con el tobillo a la miseria.

Esa mañana Voynich se despertó muy temprano en Buenos Aires, aún antes de que amaneciera, necesitaba cambiar dólares porque se había quedado sin pesos argentinos y no sabía dónde hacerlo sin levantar sospecha. Abrió la ventana de par en par mientras se calentaba el agua para los mates y observó cómo los barrenderos de la ciudad dejaban limpia la vereda del registro Civil. Su cena se mezclaba con colillas de cigarrillos, papeles y otros residuos en una pala rumbo al tacho de basura. Si quería recoger el arroz para comer debería hacerlo aún más temprano, bien de madrugada.
Obviamente no podía vender billetes de moneda extranjera en forma legal dentro del centro bursátil de la ciudad porque en ese tipo de sitios piden datos y cuentan con demasiadas cámaras o agentes de seguridad; incluso los “arbolitos” que suelen estar en esas veredas cambiando billetes de modo clandestino, acaban por llevarte a una de las tantas grises oficinas de la zona donde no piden documentos pero sí hay cámaras, uniformados de custodia y marcadores profesionales que avisan a sus cómplices en motos cada vez que sale algún incauto con dinero fresco. El microcentro era una jungla y lo que menos necesitaba Voynich era un robo con escándalo y denuncia. En definitiva debía hallar a alguien que realizara estas transacciones en negro y un poco más afuera del circuito tradicional. De todos modos no tenía demasiado apuro para resolverlo ya que contaba con provisiones para aguantar unos días con la ayuda del arroz.
Mientras pensaba en esto observaba el departamento con atención. Había quedado hermoso pero faltaban libros. Sin ellos iba a ser difícil permanecer escondido mucho tiempo. Un búnker sin libros es una vidriera.
Salió a la calle recién a media mañana cuando el tránsito ya era un hervidero y los transeúntes se habían multiplicado yendo y viniendo por las aceras del barrio de Tribunales.
Wilfrid tenía puesta una gorra, lentes negros, zapatillas blancas, pantalón de cargo, remera de los Stones y una riñonera. Además llevaba bajo el brazo una carpeta como si fuera un repartidor de expedientes o algo por el estilo. No levantaba ningún tipo de sospecha a menos que hablara o que mostrara los mil dólares que llevaba en el bolsillo.
Al llegar a la plaza Lavalle se sorprendió de encontrar tan temprano a la misma mujer llamativa con la que se había cruzado la noche anterior y que lo había maltratado por decirle que él no pagaba por sexo. Ahora estaba vestida mucho más discreta pero se mantenía sentada en el mismo banco junto al estacionamiento subterráneo esperando clientes. Voynich pasó un poco lejos de ella, por las dudas, pero la mujer le clavó la mirada como si hiciera contacto visual a través de los anteojos negros del científico. Wilfrid, que siempre había tenido una especial debilidad por la belleza aunque fuera la belleza de un monstruo peligroso, juntó el coraje de los desahuciados y se acercó con cuidado. Para evitar cualquier tipo de malinterpretación ya desde lejos le aclaró que no quería molestarla, ni espantarle a nadie pero que necesitaba hacerle una consulta sobre el barrio que no le llevaría más de medio minuto de su tiempo responder. Juana suspiró fastidiada, se encogió de hombros y se corrió un poco en el banco para que él también se pudiera sentar.
Obviamente el extraño acento de Wilfrid y su cautivante modo de expresarse era una carta de presentación que no pasaba desapercibida en ningún lugar del mundo.
- Hola, me llamo Jean Paul – dijo Voynich extendiéndole la mano – no soy de por acá y necesito cambiar algunos dólares sin que me estafen, ni me roben, ni me secuestren porque no tendrán a quién pedirle rescate por mí.
Ella se sonrió por primera vez y dejó ver en su rostro una expresión diferente a la dureza que aparentaba.
- Juana – respondió la mujer.
Enseguida entraron en confianza y durante un rato largo conversaron bajo el sol del microcentro porteño. Ella le contó que era prostituta y que trabajaba con los abogados y los jueces que salían de Tribunales. Le explicó que los esperaba a la salida del estacionamiento así se subía directamente a sus coches y ellos evitaban ser vistos consumiendo prostitución.
Wilfrid le dijo que era francés, que estaba en Argentina como turista y que se vestía así para no levantar sospechas porque sabía que en ese país las cosas resultaban muy peligrosas para los visitantes. Ella hizo un gesto de extrañeza y volvió a reírse.
No era común ver a Voynich aparentar tener miedo. Su cuerpo y sus movimientos lo contradecían mostrando una seguridad natural y no confirmaban ser los de un turista asustado por la televisión. Muy por el contrario, a simple vista bajo la ropa suelta se le adivinaban los músculos firmes y un estado atlético formidable.
En cierto momento de la conversación Juana abrió la cartera y sacó un atado de cigarrillos. Voynich alcanzó a ver entre preservativos y maquillajes un revólver calibre 22. Ella fingió que él no había visto el arma pero le explicó que su trabajo a veces se complicaba un poco. Voynich asintió con la cabeza y miró hacia los costados para comprobar que nadie más lo había visto.
- Hay un puesto de flores acá a tres cuadras – dijo ella señalando hacia la avenida Córdoba – lo atiende un tipo al que le dicen Pancuca, no le digas que yo te dije
- ¿Qué le dicen Pancuca? Lo debe saber.
- No – contestó ella muy cortante como si no le causaran gracia las bromas cuando hablaba en serio – solamente decile que querés cambiar cien dólares, no muestres más plata, solo cien. Ahora andate que tengo que trabajar.
Voynich se levantó de inmediato del banco, le agradeció el dato sobre Pancuca y antes de irse le dijo que alguna de estas noches le gustaría invitarla a cenar un arroz frito cantonés que le salía de mil maravillas.
- Yo cobro 250 dólares por dos horas. Si querés cenar, cenamos; si querés coger, cogemos.
CAPÍTULO 39: ACENTO UNIVERSAL
Con cien dólares en el bolsillo, Voynich caminó por la Avenida Córdoba en dirección a Callao hasta encontrar el puesto de flores de Pancuca. En realidad, primero se confundió porque había otro a una cuadra antes que parecía un vergel y era como un imán para los sentidos. Acercarse a ese sitio era sentir repentinamente el perfume a diversas especies silvestres en una tarde de primavera después de la lluvia. Daban ganas de sentarse ahí, en medio de la ciudad contaminada, a respirar profundo, a replantearse la vida, y a cerrar los ojos viajando con el pensamiento. Sin embargo, la señora que atendía ese paraíso estaba más cerca de la prosa que de la poesía y se asustó tanto cuando el científico le dio a entender que quería cambiar dinero, que se metió adentro y salió con una enorme tijera de jardinero en la mano. No era ahí.
Wilfrid continuó caminando a paso veloz rumbo al infierno.
El puesto de Pancuca resultó ser bastante menos colorido y agradable, como si le diera pereza decorar el negocio o como si se tratara de un homenaje a la naturaleza muerta. Apenas se observaban unos ramos de rosas medio achicharradas que estaban listos para ser vendidos rápido a los automovilistas que frenaban pocos segundos, pagaban y seguían. En algunos casos las flores eran para sus amantes, en otros para sus esposas o novias y en el peor de los casos para algún muerto. Las mismas flores.
Pancuca tenía pocos pelos pero largos, resabios de una cabellera tupida que fue perdiendo volumen tan progresivamente que no lo notó ni el espejo. Por diversas razones había adelgazado muchos kilos, se notaba porque todavía utilizaba la ropa de antes y le quedaba todo desacomodado como si fuera el primer día en una casa nueva. A simple vista uno podía suponer que no solamente era la ropa el problema sino también la carne y los huesos que no coincidían con el envase. Más allá de eso, se movía como un rayo saliendo del puesto de flores ante el llamado de alguna bocina. Se acercaba a los coches que lo esperaban estacionados en doble fila, les entregaba la compra y regresaba a su guarida como un soldado que mató en el frente. De vez en cuando regaba, más que nada de aburrido. Incluso a unas macetas colgadas que parecían no necesitar agua, ni aire, ni nada. Es que algunas eran de plástico. Algunas no, muchas. Él las regaba igual, incluso metía la mano de vez en cuando en la maceta más alta que escondía del lado de adentro y sacaba o dejaba algo en la tierra. Como dios.
Wilfrid no tuvo dudas de que ese era el lugar que buscaba apenas se acercó al puesto. El dueño estaba de espaldas a la vereda realizando alguna tarea mientras canturreaba alguna melodía estúpida. Podía ser que estuviera contando dinero. Voynich lo llamó por su apodo y Pancuca se apresuró a terminar lo que estaba haciendo para darse vuelta con una sonrisa que automáticamente se le esfumó de la cara cuando lo vio. Sin dudas conocía muy bien a los clientes habituales que lo nombraban por su apodo y éste no era el caso.
- ¿Qué querés? – ahí no parecía tener validez la idea de que el cliente siempre tiene razón y por lo tanto hay que tratarlo con cortesía.
- Me dijeron que venga acá porque usted me podía ayudar – respondió Voynich tratando inútilmente de disimular su acento universal.
Pancuca se secó las manos en el delantal como si fuera sangre (pero era agua) y dio unos pasos amenazantes hacia el científico.
- Voy a hacer una hipótesis, Gringo, y vos me decís si estoy errado o no – le anunció con misterio.
Voynich no esperaba oír una hipótesis.
- ¿Una hipótesis o una suposición? – redobló el científico al notar que avanzaba hacía él sin tijeras y ya eso ya le parecía una situación favorable.
- Ah bueno – dijo el comerciante mientras se detenía confundido – ¿Nos conocemos?
No se refería a la vida en general sino a algún pabellón de las cárceles federales.
- No – contestó Voynich sin dar explicaciones, porque decir que no sin darlas es un signo de seguridad.
- Ok – contestó el florista como si hablara solo – entonces directamente voy a hacer una afirmación: Alguien te dijo que vengas a mi puesto de flores y te reveló mi apodo pero te pidió que no me contaras quién fue. Estoy en lo cierto?
Era imposible no darle la razón.
- Exactamente fue así – contestó Voynich con elegancia desafiante
- Ok, ok – contestó Pancuca sonriendo y bamboleando graciosamente la cabeza como si quisiera adivinar – ¿Fue una mujer?
- No
- Ah, ok, ok, me gusta el jueguito… ¿Alguien que maneja un taxi en Ezeiza?
- Tampoco
- ¿Tampoco? – se sorprendió el florista y achinó los ojos mirándolo fijo a Voynich como si quisiera descifrar el origen del universo – ¿Un Pajarito? ¿Te lo contó un Pajarito?
Voynich pensó en Galileo y se puso triste.
- Si – respondió para acabar con el interrogatorio – me lo contó un pajarito que habla
- ¡Me parecía! ¡Ja! ¡Ja! ¡Qué lindo Pajarito! – contestó feliz Pancuca dejando atrás la actitud desafiante que traía. Sin embargo no parecía tan convencido – ¿Y cómo sé que no sos cana?
- ¿Y yo como sé que vos no sos cana? – retrucó Voynich
El Florista se puso serio. Durante toda su vida lo habían acusado de mil cosas pero jamás de ser policía, lo sintió como una derrota personal. Consideraba que si alguien en el mundo sospechaba que él podía llegar a ser policía había fallado como ser humano.
- ¿De verdad te parezco policía? – preguntó sinceramente y apesadumbrado
- Claro que no – contestó el científico para tranquilizarlo – al contrario…
- ¿Al contrario?
Voynich no dejaba de empeorar la situación.

- Bueno, necesito cambiar cien dólares
El jardinero al oír eso cambió el gesto, arqueó las cejas y se empezó a reír
- ¿Querías cambiar guita, Gringo? ¡Ja! ¡Ja! Hubieras empezado por ahí. ¡Me asustaste!
Wilfrid tardó en comprender la situación.
- Si, cien dólares
Pancuca se seguía riendo cada vez más tentado.
- ¿Cien dólares? ¡Ja! ¡Ja! ¿Tanto escándalo por cien dolaritos? ¡Ja! ¡Sos un boludo lindo!
Voynich no había hecho ningún escándalo pero prefirió no contradecirlo más.
- Si, cien y me voy.
Pancuca le extendió la mano para que le diera el billete y se metió en su guarida. Justo en ese instante llegó un policía y se puso a esperar su turno detrás del científico. Wilfrid vio el uniforme de reojo y se paralizó; sin embargo se mantuvo quieto, tranquilo y sin darse vuelta como si fuera un cliente cualquiera. Cuando el florista volvió a salir con el dinero en la mano no se sorprendió en lo más mínimo al ver al oficial, muy por el contrario, lo saludó con confianza, le hizo alguna broma sobre fútbol, le entregó el dinero a Voynich y enseguida se puso a conversar con el recién llegado. Wilfrid aprovechó para saludar en general y retirarse silbando bajito. Cuando ya se estaba alejando alcanzó a ver en el reflejo de una vidriera como el policía y el florista intercambiaban algo de mano en mano con disimulo. Recién entonces supo que lo que menos vendía Pancuca en ese puesto de flores, eran flores.
CAPÍTULO 40: TENIENDO EN CUENTA LAS CIRCUNSTANCIAS
Durante aquellos primeros días en Buenos Aires la rutina de Voynich era parecida en cada jornada. Se quedaba leyendo o escribiendo hasta muy tarde, antes de dormir cruzaba la calle durante la madrugada y juntaba para la cena el arroz caído en la vereda del Registro Civil. Al día siguiente cuando se levantaba desayunaba el café que vendían los cafeteros ambulantes con chipá que adquiría en los puestos callejeros mientras caminaba rumbo al puesto de flores de Pancuca para cambiar dólares. A veces también iba hasta el locutorio y dejaba mensajes encriptados a las chicas en las opiniones sobre películas de ciencia ficción del sitio IMDb y algunos mediodías almorzaba en la galería subterránea que pasa por debajo de la Avenida 9 de Julio y del obelisco. Ninguna de las miles de personas que se cruzaba en esa penumbra artificial de sótano con aire viciado hubiera sospechado que ese hombre gris y solitario que se encontraba sentado de espaldas al pasillo que lleva a la estación Pellegrini era uno de los científicos prodigio más importantes del mundo y al mismo tiempo uno de los hombres más buscados por Interpol acusado de asesinar al Presidente de los Estados Unidos.
Es que, para bien o para mal, nadie sabe con certeza a quién tiene al lado.
Por las tardes tomaba sol y hacía ejercicios en la terraza del edificio o se iba a pensar a Plaza de Mayo. Cuando anochecía deambulaba por las librerías de Corrientes como un mendigo millonario que regresaba a su guarida con “Olvidado Rey Gurú’ o “El paisaje cósmico” o “Supersimetría” o “En busca de Susy” o “Hiperespacio” o “Los Drépanos” o ”Catorce mil millones de años de evolución cósmica” o alguno de Gubser, o de Asimov o de Emily Dickinson. En apenas una semana había logrado llenar de libros las cuatro largas tablas que fue clavando en la pared del departamento. Tenía novelas, poemarios, ensayos y obras de ciencia o filosofía en su idioma original porque Voynich hablaba inglés como lengua madre, pero también dominaba el alemán, el español, el francés, el latín y estaba estudiando chino cuando tuvo que abandonar la isla.
En aquellos primeros días en Buenos Aires Wilfrid se cuidaba bastante porque su rostro aún estaba fresco en las retinas de la gente que había mirado en directo la transmisión de la ONU, sin embargo, con el correr de las jornadas se fue relajando porque su cara se iba borroneando de la memoria colectiva a medida que las extraviadas naves extraterrestres eran noticia vieja y las pantallas volvían a estar ocupadas con intrigas de palacio, secretos de alcoba y cuestiones deportivas. Los pocos seres humanos que quedaban mirando al cielo eran los que pedían algún deseo a Dios como se hace desde el origen de la humanidad.
Cada atardecer, cuando volvía de su caminata, Voynich pasaba obligadamente por la plaza de Tribunales para conversar un rato con Juana. Había algo en ella que funcionaba como un imán para Wilfrid, una flor preciosa en medio de la jungla, tan dura que daba miedo. Él le mostraba los libros que había comprado, le preguntaba cosas sobre Buenos Aires y ella le recomendaba sitios para visitar. Finalmente se retiraba a los pocos minutos para dejarla trabajar tranquila, aunque en realidad siempre quería quedarse con ella. Marearse en la calesita sin pagar. Pero no había dinero que pudiera pagar esa sensación.

Uno de esos atardeceres en los que regresaba a su refugio con “Metafísica” de Aristóteles y “Hojas de hierba” de Whitman bajo el brazo, observó con estupor desde lejos como Juana estaba forcejeando con un cliente que manejaba un lujoso Mercedes Benz recién salido del estacionamiento subterráneo de la plaza. A juzgar por el imponente vehículo debía tratarse de algún pez gordo; tal vez un abogado importante o un juez poderoso.
La pobre chica tenía medio cuerpo metido por la ventanilla del conductor y sus pies se sacudían casi sin tocar el suelo donde había caído su cartera. Voynich corrió hasta el lugar, dio la vuelta por detrás del coche y se metió en el vehículo por la puerta del acompañante. Se debe haber sorprendido mucho el agresor porque de inmediato soltó a Juana quién cayó pesadamente al piso entre lágrimas y los brazos marcados. Apenas un par de segundos después alguien subió el vidrio polarizado de la ventanilla y el Mercedes quedó quieto con Voynich y el agresor adentro. No se oían golpes, ni gritos; tampoco se percibían movimientos o sacudidas. El mundo parecía haber vuelto a su normalidad sin levantar sospecha. Juana angustiada se puso de pie mientras se acomodaba la ropa y metía la mano en su cartera apretando el revólver esperando el desenlace de la escena. Quizás si Wilfrid no hubiera estado en el auto ella hubiera disparado sin pensar.
Por suerte no lo hizo.
Los segundos parecían eternos y ni Dios sabía qué era lo que estaba sucediendo adentro. Finalmente se oyó la bocina, fue apenas un toque corto y bajito, como si sólo la hubiesen rozado.
Voynich entonces salió del Mercedes serenamente haciéndole la señal de silencio a Juana con el dedo índice sobre sus labios. Antes de cerrar la puerta miró una vez más hacia dentro del vehículo como si quisiera corroborar algo, luego tomó los libros que había comprado y cerró con cuidado.
Juana dejó caer el revólver en la cartera mientras el científico la tomaba de la mano y le decía en voz muy baja que debían alejarse de ahí lo más rápido posible. Ambos apuraron el paso rumbo a la Avenida Córdoba y se perdieron en la noche sin mirar atrás. Si lo hubieran hecho, habrían visto al Mercedes continuar quieto, con el tiempo detenido, y sin que nadie saliera del mismo.
Esa noche cenaron arroz en el departamento de Voynich, se emborracharon con vino tinto, se rieron, leyeron poemas de Bukowski y fueron lo más felices que pudieron, teniendo en cuenta las circunstancias.
NOTA AL MARGEN 13

Había tanta gente en los alrededores del velorio que era difícil acercarse a menos de 500 metros. Los rostros compungidos se multiplicaban en todas las direcciones y los noticieros (después de tanto tiempo de dedicarse a un solo tema) mostraban una y otra vez las largas filas de personas llorando que deseaban dar su último adiós a quien habían aprendido a querer, a admirar, y a considerar el garante de la paz.
Sabían que avecinaban tiempos muy oscuros y que les iba a hacer más falta que nunca.
Los demás líderes mundiales mandaron sus emotivas condolencias a la población e incluso los Drépanos se ofrecieron a inmortalizarlo en su exclusivo panteón viviente.
Bronson había muerto en su cama, tranquilo, quizás en medio de un sueño heroico, sin últimas palabras, porque ya lo había dicho todo.
CAPÍTULO 41: EL TAMAÑO DE LAS CAMAS
Eran casi las 2 la mañana cuando sonó el teléfono celular de Juana. Ella se sorprendió mucho al leer en la pantalla quién la estaba llamando a esa hora y de inmediato le indicó con una seña a Voynich que iría a atender en el baño. El científico le respondió que fuera tranquila y que mientras tanto él aprovecharía para preparar café.
Hacía un par de horas que habían terminado de cenar y desde entonces bebían, conversaban y leían poemas en el pequeño búnker de la calle Uruguay como si se conocieran de toda la vida o como si se acabaran de conocer.
La voz de Juana se oía apenas muy bajita a través de la puerta y Wilfrid como un caballero trataba de no escuchar nada haciendo más ruido del habitual con las tazas, la cafetera y el tarareo de una canción que siempre cantaba cuando estaba haciendo tiempo. Esa misma canción que a veces tocaba en el piano junto a Mut. Recordó de inmediato la suave voz de Mut, esa voz que daba pistas secretas sobre la hermosura de la muchacha egipcia solamente a los pocos elegidos que fueran capaces de oírla con atención quirúrgica. No hacía falta que vieran su rostro. El mismo ADN de su encanto viajaba encriptado en el aire.
Como si un malvado pudiera demostrar toda su maldad con solamente un silbido o como si un bondadoso pudiera mostrar toda su bondad con solamente un chasquido de dedos, Mut demostraba toda su hermosura solamente con su voz.
“La belleza que desconocemos se esconde en todas partes” pensó Voynich y de repente una abrumadora sensación de tristeza le invadió el cuerpo. Casi por instinto llevó su mano al hombro izquierdo como si quisiera acariciar la cabeza de su amigo Galileo. Estaba tan lejos de todo lo que quería que por un momento creyó que nada valía la pena.

Para salir del laberinto mental giró sobre sus talones y observó el departamento sin saber que lo haría por última vez. No había quedado mal. Todavía faltaban libros, alfombras y una renovación de muebles. Más que nada de la cama. Le gustaban las camas grandes aunque sabía perfectamente que se duerme mejor en una cama chica. Es extraño. Pocos lo saben. Algunos lo sospechan, pero de todas maneras prefieren comprar una cama lo más grande posible como una muestra de algo que en realidad desnuda una inseguridad. Suelen justificar la decisión con la promesa de tener un mejor escenario para encuentros sexuales, sin embargo las estadísticas confirman que en el 90% de las veces la cama se utiliza simplemente para dormir y que en el 90% de los encuentros sexuales la cama muy grande no aporta ninguna ventaja. Incluso suele ser contraproducente porque provoca la sensación frustrante de estar desperdiciando territorio. Por eso se llama King, por la idea del ambicioso Rey deprimido que tenía un imperio donde nunca se ponía el sol, pero que no lo podía aprovechar.
Voynich volvió a medir con la vista al único ambiente del departamento y desechó por vigésima vez la idea de la cama enorme aunque en su fuero más íntimo estaba convencido de que esa noche con Juana podrían llegar a utilizar hasta el último centímetro de cualquier colchón.
“Enseguida nos poníamos de acuerdo” decía un verso de la canción que siempre cantaba cuando estaba esperando. Era su verso favorito por la simplicidad y profundidad de la idea. Es lo más difícil, ser sencillo y profundo. Los peces que habitan en lo más hondo del mar (donde no llega la luz del sol y la presión es infernal) no son sencillos.
Los peces que nadan cerca de la superficie no son complejos.
La estrofa de esa canción tan preciosa contaba que una de las virtudes de sus protagonistas era que enseguida se ponían de acuerdo. El autor podía referirse a una pareja bailando o a cualquier cuestión cotidiana, pero en realidad hablaba de sexo.
Enseguida nos poníamos de acuerdo.
Voynich llenó dos tazas de café en el mismo momento que Juana salía del baño y le extendía el brazo dándole el teléfono.
- Es para vos – le dijo.
NOTA AL MARGEN 14
Little Lobster no fue siempre un rapero. Sus comienzos en realidad tuvieron que ver más con la música country, el blues y el gospel. Su madre había sido una excelente cantante de voz prodigiosa pero que jamás había podido dedicarse profesionalmente al canto porque había quedado embarazada a los dieciséis años (de un muchacho que poco después caería abatido en el asalto a una licorería) y desde entonces había tenido que trabajar de camarera, de empleada doméstica o de cuidadora de niños para mantener a su pequeño hijo.
A pesar de todas las dificultades que tuvieron que atravesar, ella nunca perdió la alegría, la fortaleza, ni la fe en Dios. Cada domingo iban juntos a cantar en el coro de una iglesia del barrio y pronto el niño demostró haber heredado aquellas virtudes artísticas.
Semana tras semana fue aprendiendo los secretos de la música tanto por parte de su madre como del resto de la congregación y al cabo de poco tiempo ya era una de las voces principales del coro.
Sin dudas aquellos años difíciles fueron más fáciles de sobrellevar gracias a la música.
Cuando Lobster entró en la adolescencia comenzó a participar en diferentes certámenes de música country que se realizaban por todo el país. No era sencillo para un joven de piel negra hacerse un lugar en el blanco mundo del country, sin embargo, a fuerza de presentaciones imponentes y de una personalidad encantadora, Little (que en aquellos tiempos todavía utilizaba su nombre real: Chris Wickens) obtuvo muy buenos resultados y poco a poco se fue ganando el respeto del exigente público que asistía a los conciertos. Chris viajaba por todo EEUU y se pagaba los pasajes y la comida con los premios o con lo que obtenía tocando en las calles.
Justamente en una de esas presentaciones callejeras su vida dio un vuelco para siempre.
Ocurrió una tarde de abril en la que se encontraba cantando sobre la vereda de la avenida 16th en la ciudad de Nashville cuando se le acercó un hombre alto de aspecto extraño y tras escucharlo interpretar un par de canciones sacó una sola moneda de su bolsillo y se la dejó con cuidado en la funda de la guitarra a modo de obsequio. Chris le agradeció con un gesto sin dejar de cantar y el hombre pareció querer decirle algo con la mirada antes de asustarse y salir caminando a toda velocidad para perderse entre la gente.
Menos de un minuto después llegaron al lugar tres personas disfrazadas que intentaron robarle a Lobster el poco dinero que había ganado. El joven músico logró defender su ganancia trenzándose a golpes de puño con los asaltantes hasta que inmediatamente llegó la policía y lo detuvo. No importó que les explicara a los agentes que le habían querido robar, simplemente lo esposaron, lo introdujeron en un patrullero y lo llevaron hasta una comisaría donde pasó la noche en un calabozo junto a varios delincuentes que lo maltrataron.

Al día siguiente los policías le devolvieron sus pertenencias y le recomendaron que se fuera de la ciudad si no quería volver a tener problemas con ellos.
Little Lobster se fue de Nashville esa misma mañana y nunca más volvió a cantar música country. Al regresar a su hogar escribió una larga y furiosa letra de canción donde narraba la injusticia de lo que le había sucedido. Intentó ponerle música pero acabó por recitarla a los gritos como una proclama. Esa fue su primera canción de rap y también el comienzo de una nueva y triunfante carrera.
Atrás quedaba el joven Chris Wickens y nacía el genial Little Lobster.
Sin embargo, a pesar del éxito, la fama y los premios, nunca olvidó aquel extraño acontecimiento que le marcó el rumbo de su destino. Hasta el día de hoy conserva aquella infrecuente moneda que le entregó un desconocido en plena calle; y algunas noches, cuando no recuerda bien quién es, la busca y se la queda mirando como si hubiera en ella algún secreto delante de sus ojos que no alcanza a descifrar.
Se trata de una moneda muy apreciada por los coleccionistas y adeptos a la ufología ya que fue acuñada por la Real Casa de la Moneda de Canadá como homenaje al incidente Shag Harbour, uno de los casos de ovnis más célebres en la historia de ese país. La moneda tiene grabado a un grupo de pescadores observando la caída de una nave extraterrestre sobre aguas atlánticas la noche del 4 de octubre de 1967.
Nunca supo si aquellos imprevistos asaltantes querían robarle puntualmente esa moneda especial o simplemente lo poco que había ganado aquel día; lo que sí recuerda con certeza es que apenas llegó la policía, desaparecieron como por arte de magia.
Como si hubieran logrado lo que querían.
CAPÍTULO 42: EL ÚLTIMO HOMBRE SOBRE LA FAZ DE LA TIERRA
Voynich tomó el teléfono confundido y antes de atender se lo apoyó en el pecho para preguntarle en voz baja a Juana quién era el que estaba llamando. Ella dio un paso atrás mirándolo con culpa mientras le hacía un gesto para que atendiera rápido. La situación era tan absurda que debía tener algún sentido.
Voynich negó con la cabeza, respiró profundo, supo que no tenía salida y respondió con cuidado.
- Hola ¿Quién habla?
- ¿Pero vos sos pelotudo? – se oyó del otro lado de la línea
Wilfrid reconoció la voz de inmediato y entonces su estado de desconcierto fue total.
- ¿Anke?
- ¡No! ¡Tu vieja en tanga!
Si, era Anke
El desconcertado cerebro de Voynich realizaba millones de cálculos por segundo tratando de entender qué era lo que estaba sucediendo.
- ¿Cómo me encontraste? – alcanzó a preguntar sin salir del estupor
- Antes vos respondeme una cosita: ¿Cómo mierda le vas a hacer la Retrotracción a un juez de la Corte Suprema?
Cada cosa que le decía la Canciller Alemana lo sumergía en una confusión aún mayor.
- ¿Qué? Yo no sabía que era un juez de la Corte Suprema y además no tuve opción, lo hice por instinto – respondió el científico reconociendo que había hecho algo que no debía haber hecho.
- ¡Cómo no vas a tener otra opción! Lo retrotrajiste para joderlo porque atacó a Juana, para eso lo hubieras matado directamente como a una rata, ahora pusiste todo el plan en peligro – le gritó ella con la furia de quién no tuvo una buena noche.
- ¿Pero de qué plan me hablás, Anke? ¡Nosotros dos no tenemos ningún plan! – respondió el científico tratando de no levantar la voz
No era común ver a Voynich confundido y enojado, no solía pasar, lo hubieran disfrutado mucho sus enemigos e incluso algunos de sus amigos. Como Juana era la única espectadora, se sentó cómodamente en la primera fila a mirar la escena tomando café.
Retrotraer a una persona consiste en desmayar a alguien con una espantosa, precisa y prohibida técnica marcial que le borra a la víctima los recuerdos de su último año de vida. Es como si el cerebro al despertar recurriera al más reciente backup disponible y ese backup fuera de un año atrás. Esta práctica es mucho más que un castigo para el que la sufre porque en la mayoría de los casos jamás recupera esa información y equivale a haberle robado un año de vida. El Protocolo de Ginebra la abolió en 1925 y desde entonces está considerada ilegal en todo el mundo. Su enseñanza ha sido acorralada y los maestros que la llevan a cabo son perseguidos, encarcelados o incluso asesinados para evitar la transmisión de esta brutal herramienta que por su simpleza, su rapidez y su discreción, es considerada un arma imposible de controlar para las fuerzas de seguridad. Generalmente el que la lleva a cabo queda impune porque la víctima no lo reconoce y además porque no suele haber denuncia alguna ya que la justicia no puede probar el delito y en muchos casos ni siquiera entender que ha habido una agresión. Habitualmente se lo diagnostica como amnesia temporal, lapsus, brote psicótico o incluso ACV y solamente los que entienden de Retrotracción se dan cuenta de lo sucedido por las marcas específicas que quedan durante algunas pocas horas en el cuerpo de la víctima. Cuando esto ocurre se encienden las alarmas internacionales abriéndose de inmediato una investigación paralela y secreta para dar con el culpable, pero evitando al mismo que la opinión pública se entere de que existe un arma tan tremendamente poderosa al alcance de cualquiera ya que si se propaga podría generarse un caos a nivel mundial de dimensiones catastróficas. No es difícil de imaginar lo que ocurriría si todo el mundo pudiera generar este daño en cualquier persona con tanta sencillez y sin la más mínima posibilidad de ser reconocido por la víctima o de ser imputado por la justicia. Sencillamente nadie estaría a salvo en todo el planeta.
Sin embargo, por suerte hasta hoy, la condición y el precio que hay que asumir por aprender esta técnica es demasiado duro e innegociable ya que consiste en sufrirla en carne propia para evitar recordar quién fue el maestro. Todo aquel que la domina es porque ha perdido un año de su vida a cambio de ese conocimiento. Esta inteligente tradición fue la única forma que encontró la Retrotracción para evitar que sean delatados los que la enseñan. Esto ocurre sencillamente porque los alumnos olvidan quién les suministró ese conocimiento; solo se despertaron de un desmayo sin recordar el último año de su vida pero con esta peligrosa destreza adquirida en la memoria física, como si hubiesen aprendido a nadar, a andar en bicicleta o a tocar el piano.

No se sabe dónde la aprendió Wilfrid, ni quién se la enseñó (él tampoco, obviamente) pero posiblemente haya sido durante su último viaje a Nepal cuando ya había sido expulsado de la comunidad científica y andaba como bola sin manija pasado de drogas y de alcohol arrastrando su prestigio por los callejones del mundo. Nunca recordó las cosas que hizo ese año. Pero fueron muchas.
Anke decidió agilizar la conversación porque no tenían mucho tiempo, por lo tanto se dispuso a explicarle algunas cosas para evitar una sucesión interminable de preguntas en la comunicación.
Voynich volvió a observar a Juana, pero esta vez lo hizo sin disimulo, como si ya no le hiciera falta ocultar que deseaba mirarla y admirarla como a una obra de arte. Ella sonrió indiferente y recién entonces él entendió que nunca habían sido casuales sus encuentros, ni sus miradas, ni semejante revólver en la carterita.
- ¿Cómo me encontraste, Anke? – preguntó el hombre recuperando un poco el habitual tono profundo de su voz
La Canciller hizo una pausa con suspiro y respondió con otra pregunta:
- ¿Las naves van a volver?
- Por supuesto – respondió Wilfrid sin dudarlo – es cuestión de tiempo… nadie viaja durante 12 años y medio para arrepentirse en los últimos días.
- Estamos totalmente de acuerdo, incluso hay algunas novedades que deberías saber, pero para eso te necesitamos vivo y lejos de las garras de Rulfo. Como te imaginarás, desde hace algunas semanas te está buscando todo el mundo para matarte como a un perro, por eso te puse a Juana para que te cuide con discreción y para que me tenga al tanto sobre tu día a día. No hay mejor anzuelo para un hombre como vos que una muchacha bonita y aparentemente desamparada – Voynich miró a Juana con enfado y ella se encogió de hombros – igual no te hagas ilusiones – le advirtió Anke – a ella le gustan las mujeres más que a vos, no podrías llevarla a la cama ni aunque fueras el último hombre sobre la faz de la tierra.
Juana se sonreía detrás de la taza de café.
Voynich estaba herido en su amor propio aunque no lo demostraba en lo más mínimo, muy por el contrario, intentaba retomar la conversación sobre su búsqueda.
- ¿Cómo me encontraste, Anke?
- Bueno, esa es la parte más fácil… – el fastidio del científico iba en aumento – ¿Fuiste a San Martín de los Andes, no?
- Si – contestó apenas el científico con vacilación
- ¡Bingo! – gritó la Canciller (que además estaba jugando al póker online mientras conversaban) – mirá Wilfrid, si hay un lugar en el mundo donde Alemania tiene… como decirlo elegantemente… colaboradores… es en la Patagonia Argentina, en cada esquina, en cada grupo de personas, no tengas dudas. Y agradecele al cielo de que sea así porque de lo contrario ya estarías en Guantánamo o en la silla eléctrica.
De repente todas las piezas del rompecabezas estaban delante de los ojos del científico que a pesar de lo que escuchaba seguía pensando que si él fuera el último hombre sobre la faz de la Tierra Juana seguramente aceptaría tener sexo con él.
- Y ahora tenemos que esconderte en otro lado hasta que lleguen las naves o hasta que bajen las alertas rojas de Interpol – continuó Anke – porque Rulfo y sus muchachos ya sabían que estabas por el barrio y sólo les faltaba ponerte el collar, pero ahora con la gran cagada que te mandaste con el hijo de mil puta del Juez de la Corte, se activaron también las alarmas de los caza Retrotracción, o sea, se juntaron las dos investigaciones y te tienen a vos y a Juana en las cámaras del lugar del hecho, por lo tanto es cuestión de minutos que lleguen hasta ahí. La conclusión es que se tienen que ir en este preciso instante y ojalá ya no sea tarde. Cuando salgan los va a estar esperando un taxi con una calco del Mundial 74 en el vidrio de atrás. Es un hombre nuestro, Juana lo conoce. Con él van a dar vueltas por la ciudad durante cinco o seis horas hasta que abra la galería y entonces, ahí sí, te vamos a meter en el Programa Migra. Ya está arreglado eso.
Voynich no salía de su asombro porque muchas veces había oído hablar del Programa Migra pero siempre había creído que se trataba de una leyenda urbana o de un proyecto de postguerra caído en desuso. Abrumado se volvió a apoyar el teléfono en el pecho y le hizo una última pregunta a Juana antes de salir.
- ¿Y si yo fuera el último hombre sobre la faz de la Tierra?
- Tampoco – contestó ella dulcemente.
CAPÍTULO 43: LA VUELTA DE GUNTER
Voynich juntó algunas cosas en una valija sin cortar la llamada con Anke, tomó el dinero que le quedaba y bajó las escaleras a toda velocidad con Juana. Al llegar a la entrada del edificio asomaron la cabeza con cuidado para ver si la policía ya los había encontrado pero la calle Uruguay a esa hora de la madrugada era un desierto. En realidad toda esa zona de la ciudad sufría cada día una metamorfosis difícil de creer. Por la mañana, desde muy temprano, sus cuadras eran un caos de tránsito constante con autos, colectivos, motos de mensajería y transeúntes apurados deambulando como hormigas nerviosas en cualquier dirección; pero al anochecer todo cerraba y el vértigo del mundo desaparecía. Paulatinamente la fauna cambiaba de yuppies a cartoneros en las mismas baldosas; y de trasnoche no quedaba nadie, ni los fantasmas.
Lo mejor ocurría los domingos bien tarde, cuando era imposible de imaginar lo que sucedería en las siguientes horas con el trajín enloquecido contrastado con la apatía angustiante de un feriado. Deberían ir las inmobiliarias a mostrarles de madrugada los departamentos a los incautos que quieren vivir ahí.
De día es el patio del recreo en el manicomio, de noche un cementerio vacío arriba y abajo.
El taxi con la calco del Mundial 74 tenía el motor en marcha y se oyó la traba de las puertas abrirse como un arma que se cargaba para disparar: ¡Chiclick!
Juana saludó con la cabeza al conductor y se acercó al automóvil para subir, sin embargo en ese momento Voynich dijo que se había olvidado algo y volvió al departamento. Anke lo insultaba en su oído a través del celular. Juana negó con la cabeza sin dar crédito a la estúpida tardanza mientras metía la mano en la cartera para empuñar el revólver como si fuera un crucifijo salvador y vigilaba los costados de la calle con la mirada del que ya está jugado. El chofer también pareció fastidiarse pero lo único que hizo fue volver a trabar las puertas del auto. ¡Chiclick!
El científico subió por la escalera de a dos escalones, entró a su refugio con apuro y tardó casi tres minutos en volver a bajar.
- ¿Qué carajo te olvidaste? – le recriminó la Canciller alemana a través del celular.
- Ahora nada – respondió él con su desidia habitual.
Al verlo salir nuevamente Juana soltó el revólver y tomó al científico del brazo con firmeza para subirlo al taxi sin perder más tiempo, sin embargo cuando intentaron abrir el coche no pudieron. No fueron más de dos o tres segundos, pero a esa hora de la desesperación, el reloj no mide segundos, sino miedo. Finalmente Gunter destrabó las puertas y ambos entraron al auto que de inmediato arrancó. Cuando estaban casi a dos cuadras, a punto de doblar en Lavalle, llegaron dos patrulleros con las sirenas encendidas al departamento que acababan de dejar y de ellos descendieron algunos policías. Unos minutos más tarde, cuando seguramente los uniformados abrieron la puerta del búnker a las patadas, un cortocircuito provocó un incendio que alteró por completo la tranquila madrugada de Tribunales con vecinos evacuados, bomberos apurados y olor a humo por doquier.
Gunter manejaba sin decir una palabra como un robot o como un loco inmutable mientras Anke le explicaba a Voynich las características del Programa Migra. El chofer tomó Lavalle y luego dobló en Callao hasta Las Heras.
- Juana te va a acompañar hasta la puerta del negocio, tenés que entrar solo y decirle a la chica que querés comprar una camisa negra, roja y amarilla.
- Yo no voy a usar eso, Anke – protestó el científico mientras Juana negaba con la cabeza abrumada.
- ¡No es para que la uses, estúpido! Es una clave – respondió la Canciller a los gritos
- Ah, entonces sí – se alivió Voynich
Mientras seguían conversando Gunter continuó por Las Heras hasta Plaza Italia y tras rodearla llegó a Luis María Campos por donde condujo hasta doblar a la derecha en una angosta callejuela de apenas una cuadra llamada Volta. Ahí estacionó durante unos segundos sobre la mano izquierda, bajó del automóvil y tocó el timbre en una antigua casona. Al cabo de unos segundos alguien salió a la vereda y conversó con el taxista durante un breve lapso.
- Ahí no te va a encontrar nadie – continuó Anke – ningún gobierno sabe quién está dentro del Migra, ni los servicios, ni la Interpol, ni su puta madre… tiene autonomía como una embajada y está dividida por células que no cruzan información, a ningún país le conviene que se conozca quién está adentro porque todos tienen demasiado que perder y todos alguna vez lo utilizaron.
Gunter regresó al taxi, dobló en Arce, tomó Maure y por esa arteria condujo hasta la Avenida Cabildo donde giró a la derecha y anduvo durante muchas cuadras hasta llegar a Manuela Pedraza donde torció el volante para enseguida alcanzar Arcos y luego conducir por Crisólogo Larralde
- Es muy importante que tengas paciencia, no sabemos cuánto tiempo vas a estar ahí. Podés quedarte encerrado en tu habitación leyendo como un preso o podés interactuar con los demás migrados, pero no te sorprendas por lo que te puedas encontrar – la voz de la Canciller pareció volverse más cauta en ese momento para explicar lo que iba a explicar – en el Migra hay gente que nadie sabe que está ahí… – Voynich no iba a creer lo que estaba por escuchar – vas a encontrar personas que suponías que estaban muertas, vas a encontrar personas que no sabías que existían, vas a encontrar personas que está desaparecidas hace muchísimo tiempo e incluso vas a encontrar personas que aparentemente siguen con sus vidas pero que en realidad hace mucho que no son ellos.

Gunter dobló en Ciudad de la Paz por donde anduvo varios kilómetros hasta llegar al puente y cruzarlo para tomar la avenida Dorrego por la cual manejó hasta Gorriti. Por esta calle condujo un rato largo hasta Billinghurst para luego alcanzar Arenales. Algunas cuadras después giró en Austria y más tarde tomó la Avenida Libertador hasta que se convirtió en Alem.
- Todos los que están ahí son personas que pueden pagar el servicio del Migra, ya sea por sus propios medios o por obra de terceros, pero en su mayoría es gente con contactos en las más altas esferas ya que no aceptan a cualquiera por más que tengan el dinero. Es por eso que al más mínimo inconveniente que ocurra con alguien dentro del Migra lo devuelven y paga las consecuencias el garante, o sea yo, así que no seas como sos. Intentá mantener el perfil bajo sin importar que veas a Elvis o a Juan Pablo Segundo. ¿Me entendiste? – Voynich respondió que sí para dejarla tranquila.
Gunter giró a la derecha en Córdoba hasta la 9 de Julio. Pasó por el obelisco y a las pocas cuadras dobló en la Avenida Belgrano, luego condujo hasta Paseo Colón donde volvió a torcer el volante para agarrar Carlos Calvo y acelerar hasta la avenida Entre Ríos que en el Congreso se convierte en Callao y por lo tanto ahí comenzó nuevamente la vuelta por el mismo camino hasta la posta en la casona de la callecita Volta donde se detuvo, volvió a tocar timbre, conversó con alguien y regresó al taxi.
Esta vuelta completa la hizo en catorce oportunidades sin decir una palabra, hasta que al pasar por decimoquinta vez por la Avenida Córdoba, comprobó que ya había abierto la Galería Pacífico y recién ahí rompió el silencio para decirles a Voynich y a Juana que se bajaran.
¡Chiclick!
CAPÍTULO 44: EL PROBADOR
Tanto Juana como Wilfrid tardaron bastante en entender dónde estaban porque llevaban varias horas durmiendo mal e incómodos en el auto mientras Gunter daba vueltas por la ciudad. Sin embargo, cuando bajaron confundidos del taxi, la luz del sol les perforó los ojos como un despertador de agujas que los hizo volver en sí.
El chofer inmutable se quedó esperando sin saludar, estacionado y con el motor encendido, mientras ellos cruzaban la vereda y se introducían en el enorme edificio tomados de la mano como una pareja de novios torpes pero decididos.
Adentro el mundo era otro: Música de buen día, perfumes de viaje mezclados con olor a productos de limpieza y un piso tan resplandeciente que daban ganas de pasarle la lengua. Las Galerías Pacífico acababan de abrir y todavía había muy poca gente deambulando por sus pasillos. Las persianas de los comercios recién se habían levantado y el café ya se encontraba servido en todas las tazas del lugar.
Apurando el paso, los tortolitos recorrieron sus instalaciones subiendo y bajando escaleras hasta que Juana encontró el pequeño local de ropa que buscaban. “Es acá” dijo secamente soltándole la mano a Voynich y deteniéndose delante de una vidriera que desentonaba un poco con todas las demás porque parecía estar fuera de temporada. Daba la sensación de que sus clientes vivían en otra estación del año. “Ya sabés lo que tenés que hacer” le recordó ella antes de pedirle perdón por haberlo engañado, lo hizo sin oficio, pero con cierta sinceridad. El científico aceptó las disculpas y le retribuyó el pedido de perdón como una gentileza sin sentido. Acto seguido Juana se despidió con un gesto mínimo y se marchó en dirección al taxi donde Gunter la esperaba.
Wilfrid se quedó inmóvil, mirándola alejarse hipnotizado, como si quisiera retener la matemática de sus movimientos, la geografía de su silueta o la génesis del misterio que rodeaba a esa mujer hermosa. Fue entonces cuando ella se dio vuelta sonriendo como en las películas y extendiendo el dedo mayor de su mano cerrada le dijo “Fuck you” solamente con el movimiento de sus labios.
Ahora sí era Juana.
Voynich sacudió la cabeza como si se terminara de despertar y entró al local de ropa donde detrás del mostrador un elegante joven de acento neutro lo saludó con cortesía y le preguntó qué necesitaba. Wilfrid le dio una recorrida con la mirada al pequeño negocio (como si fingiera buscar algo preciso entre tantas prendas) hasta que finalmente le contestó que quería una camisa.
- ¿De qué color? – le preguntó inmediatamente el empleado
- Negra – respondió con firmeza Voynich tras dudar algunos segundos
- ¿Negra? – se sorprendió el joven y repreguntó con cuidado – ¿Negra sola?
- Bueno… – dudó Wilfrid – negra y… roja
- ¿Negra y roja? – repitió el despachante achinando los ojos – ¿Ningún color más?
El científico suspiró fastidiado. Odiaba esa combinación, no le parecía elegante, y no encontraba en su cabeza una ocasión posible para estrenarla.
- Ok, y amarilla – dijo en voz muy baja como si le diera vergüenza pedir eso
Recién entonces el joven alzó la frente con hidalguía y antes de pasar a la siguiente etapa decidió confirmar el pedido. Su voz ya no era tan sumisa.
- ¿Entonces usted desea comprar una camisa negra, roja y amarilla?
Dicho así era demasiado para el científico que sólo atinó a afirmar con la cabeza en un gesto de resignación y timidez.
- Excelente señor Wilfrid Voynich – exclamó el joven mientras cerraba la puerta del local y daba vuelta el cartel de “Abierto” por el de “Cerrado” – a partir de este momento usted va a ser ingresado en el Programa Migra y quedará bajo nuestra total custodia por tiempo indeterminado.
El científico miró a través de la vidriera del local como si fuera lo último que vería del mundo real. Un poco de razón tenía.
- Se le asignará un nombre compuesto con el que será identificado durante los años que esté bajo nuestra responsabilidad – dijo el vendedor mientras revisaba la pantalla de una computadora y tecleaba a una velocidad asombrosa.
- ¿No puedo elegir mi nuevo nombre? – preguntó Voynich como si quisiera demostrar algo de rebeldía ante tanta eficacia corporativa
- Claro que no – respondió el joven sin mirarlo mientras esperaba algo en su computadora – el nombre que se le asigne es una combinación predeterminada de animal y color según las características de cada individuo por lo tanto no hay posibilidad de escogerlo.
- ¿Qué características?
- Bueno, son muchas – dijo el hombre restándole importancia – es sólo para nuestro sistema interno y mezcla procedencia, importancia, status, calidad, peligro de extinción, categoría, expectativa de vida, peligrosidad, etc.
- Mirá, yo no voy a estar mucho tiempo así que no se compliquen demasiado conmigo – le aclaró Voynich y el joven pareció sonreírse con ternura como si hubiera escuchado eso mil veces
- Sapo celeste
- No
- Si, sapo celeste.
- No, por favor
- Sapo… celeste – concluyó inconmovible el vendedor mirándolo a los ojos como si le pidiera que no le hiciera perder el tiempo.
Voynich infló los cachetes y arqueó las cejas abrumado mientras echaba un último vistazo con nostalgia hacia afuera del local. Los primeros clientes pasaban caminando distraídos arrastrando los pies con la boca abierta mirando vidrieras.
- Por favor, Sapo Celeste – dijo el joven – vaya hasta el último probador, cierre la puerta y deslice el espejo hacia su derecha hasta ver un salón oscuro. Introdúzcase ahí y vuelva a correr el espejo hasta oír la traba de seguridad. Aguarde tranquilo en la oscuridad hasta que sienta que lo están tocando, no se preocupe, no le van a hacer daño. Es un procedimiento de rutina.

El científico sonrió sin poder creer lo que oía, luego le extendió la mano al vendedor (quién con cortesía sólo lo saludó inclinando la cabeza) y enseguida se dirigió hasta el último de los probadores donde entró y cerró la puerta. Ahí se mantuvo durante algunos instantes haciendo caras en el espejo hasta que sintió que lo estaban observando desde todas partes. Tal vez no era cierto y en realidad estaba absolutamente solo encerrado en el probador de un negocio de ropa cualquiera creyendo en las absurdas palabras de un loco que lo había vuelto paranoico. Sin embargo, cuando apoyó las dos palmas en el vidrio haciendo un poco de fuerza hacia la derecha y el espejo comenzó a deslizarse, comprendió que la realidad acababa de cambiar para siempre. Una profunda oscuridad con olor a encierro emergió delante de sus ojos. Sólo se alcanzaban a ver unos cuantos maniquíes sombríos parados en medio de la nada, a pocos metros, ahí donde todavía la luz del probador alcanzaba a iluminarlos. Unos pocos pasos más allá la penumbra era tan profunda como aterradora. Voynich se preguntó qué sentido tenía que estuvieran esos maniquíes tenebrosos ahí parados en las sombras detrás del espejo y no tuvo respuesta. Intentó mirar más lejos, pero era inútil. Sus ojos no podían distinguir nada más allá de esas siluetas quietas. Tras unos instantes se decidió a dar un paso para adentrarse definitivamente en la oscuridad, luego giró sobre sí mismo y con esfuerzo volvió a correr el espejo hasta oír que el sonido del engranaje se completaba. Ya no había vuelta atrás y la ceguera era total; jamás en toda su vida había estado en un sitio absolutamente tan oscuro. Quiso volver a correr el espejo para obtener algo de luminosidad pero fue inútil, por más que hizo fuerza ya era imposible volver a abrirlo desde ahí. Volteó entonces el cuerpo dándole la espalda al espejo para quedar de frente a las siluetas y extendió los brazos con miedo hasta llegar a tocar algo. Sin dudas se trataba de uno de los maniquíes. Lo recorrió lentamente para confirmarlo. Deslizó con cuidado la palma de su mano por el brazo de la figura hasta llegar al cuello y luego a la boca. Ahí se detuvo tocando los labios perfectos con las puntas de los dedos hasta que sintió un terror irracional a ser mordido por el maniquí y entonces quitó la mano de golpe.
Los siguientes minutos parecieron horas y la vista no se acostumbraba a la negrura como solía ocurrir en otras ocasiones.
Ahí estaba Voynich, en un espacio sin tiempo, rodeado de siluetas tan inmóviles como él, sin saber qué tenía que esperar.
En algún momento tosió para dimensionar el eco del lugar y el sonido viajó hasta rebotar en algo. De inmediato volvió a toser y esta vez el rebote fue todavía más rápido. La tercera vez que lo hizo no tuvo dudas. Algo se estaba acercando.
Instintivamente dio un paso hacia atrás y apoyó la espalda en el espejo. En esa posición oyó como algunos de los maniquíes caían al suelo tras ser empujados.
Cuando sintió que algo lo tocaba creyó que iba a morir ahí. No le salían las palabras. Parecía estar en una de esas pesadillas en las que no se puede gritar.
Del mismo modo que él había hecho con el maniquí, ahora sentía que otras manos lo estaban reconociendo. Eran varias, no podía precisarlo. Lo tocaban con suavidad en el pecho, en la cabeza, en los genitales, en las rodillas. Voynich ni siquiera temblaba cuando oyó un susurro en el oído que le dijo:
- No te asustes, es tu velorio.
CAPÍTULO 45: EL INFRAMUNDO DE LOS MANIQUÍES ABANDONADOS
Poco a poco, como en una danza que comienza enloquecida y se va ordenando con la música de la respiración, lo fueron llevando. Cada paso que daba era acompañado por sus escoltas en las sombras; silenciosos, temibles y precisos como una flecha mortal.
En los primeros metros pudo haberse negado a continuar porque nadie lo estaba forzando, apenas lo trasladaban con una fuerza leve, natural y persuasiva que se parecía quizás a una invitación urgente. Voynich comprendió enseguida el espíritu del movimiento y se entregó como un ciego que confía en que ya no hay nada que valga la pena ver.
Cerró los ojos y avanzó dejándose llevar.
No era su velorio – como le había dicho esa voz susurrante en el oído – era el trayecto hacia la tumba.
Atrás quedaba la cordura, la pared del espejo y los maniquíes sombríos. Nadie decía nada.
A medida que avanzaban el ambiente cambiaba de densidad y ya no parecía ser tan pesado, ni tan quieto, ni con tanto olor a encierro. Incluso podía percibirse cierta leve y lejana circulación de aire que agradecía el pánico a morir ahogado.
El eco de los pasos de la comitiva era corto y firme porque estaban transitando pasadizos de superficies lisas y techos bajos en forma de cruces superpuestas.
Recién cuando cierta claridad artificial comenzó a filtrarse a través de los párpados cerrados, Voynich abrió los ojos. Llevaban apenas cinco minutos caminando o tal vez diez o veinte. Todo era difícil de calcular sin referencias en ese patíbulo.
Aquella ligera luminosidad le permitió reconocer una escalera angosta con escalones bajos y anchos por la cual descendieron setenta y seis peldaños hasta desembocar en una sala seca con viejas herramientas de trabajo abandonadas para siempre que brillaban en la media luz de su desesperante desintegración: Carretillas, palas, andamios, alambres, mezcladoras, vigas metálicas, etc. Si hubiera habido huesos de algún albañil muerto cien años atrás, nadie se hubiera sorprendido.
El individuo que encabezaba el grupo lo hacía algunos metros por delante del resto e indicaba cómo esquivar los objetos sin tropezar, con la precisa certeza de quien conoce muy bien ese trayecto absurdo.
No se oía una palabra mientras los relojes y las brújulas enloquecían en todas direcciones.
Voynich supuso que habían bajado por lo menos veinte o treinta metros ya que la presión atmosférica se hallaba modificada sustancialmente. En verdad era casi imposible de notar para cualquier persona normal, pero él se daba cuenta porque había pasado demasiado tiempo en el sótano de su búnker, que se encontraba en el sótano de su casa, que se encontraba en su propio sótano existencial.
La primera luz real de la travesía fue azul, pero no azul cielo de final de cuento, sino un tétrico azul eléctrico similar al de los radiadores que se utilizan para matar insectos. Recién entonces Wilfrid pudo observar con detenimiento a sus acompañantes bajo ese índigo filtro fantasmagórico que los volvía aún más incomprensibles. Eran cinco. Uno iba al frente como guía, otro apenas un paso delante del científico, dos caminaban a su lado y el último cerraba la comitiva apoyándole con delicadeza la palma de la mano en la espalda sin empujar. Voynich creía que esta última figura era también la que le había susurrado lo del velorio. No podía saberlo, era apenas una intuición, pero siempre había confiado en su intuición y tenía razón.
Más tarde se detuvieron frente a un antiguo ascensor de principios de siglo que los estaba esperando con la puerta abierta y no quedaba otra opción que abordarlo. Uno a uno se fueron introduciendo en el habitáculo y Voynich quedó en medio de los cinco escoltas que en silencio cerraron la puerta tijera como si fuera el solemne cierre del ataúd. El científico hubiera apostado que bajarían muchísimos metros más, sin embargo el ascensor comenzó a subir. No fueron más de cuatro o cinco plantas, tal vez diez o veinte, no podía saberlo porque simplemente los pisos se sucedían sin divisiones en la opacidad de un hueco oscuro que olía a cemento viejo sin revocar. Cuando el elevador se detuvo bruscamente el guía volvió a abrir la puerta con esfuerzo y todos descendieron llevando a Wilfrid en medio del cardumen como a un prisionero peligroso o como a un tesoro. Esta vez el camino era distinto porque transitaban sobre un plano levemente inclinado y porque desde algún sitio se filtraba luz natural. Giraron varias veces hacia la izquierda y a la derecha como si fuera la exacta combinación de una caja fuerte.

De pronto sintieron un repentino aleteo sobre sus cabezas, era el vuelo de una bandada de criaturas que podían ser pájaros, murciélagos o ángeles. Se fueron pronto, dejando un silencio difícil de escuchar.
Continuaron entonces avanzando hasta atravesar una antecámara repleta de trajes de época, disfraces de lujo e inquietantes máscaras de carnaval. Posteriormente ingresaron a una enorme sala con techos altísimos desde donde se oían cañerías de agua. Incluso se percibía un cierto vapor tibio que le hizo presumir a Wilfrid que se hallaban caminando por los ductos de calefacción del edificio, sin embargo, lo volvió a confundir el repentino sonido de un tren que cruzaba velozmente las entrañas de la tierra. Ya no sabía ni remotamente dónde estaban. Podían estar muy alto o muy bajo, muy lejos o muy cerca, muy vivos o muy muertos.
El último tramo del trayecto los encontró frente a una aterradora pared con rejas, marcas y escritos inteligibles sobre su superficie. La rodearon sin tocarla hasta hallar tres pequeñas arcadas. Ingresaron por la del medio y salieron a un pasillo extremadamente angosto por el que solo cabía una persona a la vez. La fila se acomodó naturalmente y Voynich quedó en el cuarto lugar. Los muros ásperos del corredor rozaban los hombros al andar y el techo debía estar apenas a unos pocos centímetros por encima de ellos. Cualquier persona con claustrofobia hubiese muerto de un ataque de pánico en ese sitio porque a medida que avanzaban las paredes se iban acercando todavía más hasta formar un embudo en forma de grito. Un embudo sutil, casi imperceptible, pero tan asfixiante y estrecho, que obligaba a vaciar los pulmones y a aguantar sin respirar para cruzar el último tramo colocando el cuerpo de perfil con lo brazos pegados a los costados e inclinado un poco la cabeza para no golpearla contra el techo. Parecían objetos saliendo de una cinta de fábrica recién terminados.
Al emerger de esa ratonera mortal ya sólo quedaba el trecho concluyente. Nuevamente los escoltas se establecieron en sus ubicaciones como antes.
A esta altura del viaje la claridad era cada vez mayor y los ojos comenzaban a diferenciar con certeza los sueños de las pesadillas. Al cabo de unos cuantos metros pasaron frente a una húmeda y añeja puerta de madera cerrada con candado desde donde emergía un inconfundible perfume a río que volvió a cambiar por completo la percepción de dónde se encontraban. Daba igual. No tenía sentido continuar analizando ese universo. Ya era indescifrable el mapa con tantos agregados. Lo único evidente era que se movían por las entrañas de alguna vieja, gigante y laberíntica construcción, edificada con una lógica propia, que prescindía de la luz porque confiaba en su razón.
Por fin una puerta giratoria en la penumbra (como el carrusel fantasma de una sola vuelta) era la salida del inframundo de los maniquíes abandonados.
Los topos dieron entonces un paso atrás como si hubieran terminado su trabajo y le indicaron que se introdujera en alguno de los siete huecos de la puerta.
Voynich se despidió de ellos con cierto cariño pero no obtuvo respuesta. De inmediato ingresó al círculo giratorio, apoyó las manos para mover la rueda, dio algunos pasos hacia adelante y algunos segundos después aparecieron ante sus ojos incrédulos, las imponentes y luminosas instalaciones del Programa Migra.
Nadie avanza en línea recta, es poéticamente imposible.
NOTA AL MARGEN 15
Las primeras en darse cuenta fueron las plantas, luego los insectos, después los pájaros, enseguida el resto de los animales, más tarde los aparatos electrónicos y por último los humanos.

CAPÍTULO 46: EL MUNDO REAL
El Programa Migra comenzó a gestarse a finales de la Primera Guerra Mundial en Europa como una empresa de índole privada que era conformada por diversos grupos económicos, logísticos y políticos que tenían como objetivo esconder personas que fueran perseguidas por causas injustas (empezando por los propios fundadores) y que con el correr de los años fue creciendo ininterrumpidamente, mejorando y sofisticándose, hasta extenderse a más de cien países.
En la segunda mitad del siglo XX algunas condiciones para aceptar Migrantes se fueron desregulando y por lo tanto el Migra comenzó a cobijar también a hombres y mujeres que por diversas razones querían esfumarse de sus vidas públicas y privadas incluso en algunos casos fingiendo su propia muerte, reemplazándose por otra o simplemente desapareciendo por cierto tiempo hasta que se solucionaran los problemas que los obligaban a ausentarse.
Por más que en sus inicios el Proyecto era casi filantrópico – quedando lo económico en segundo plano y prevaleciendo el sentido justiciero de la idea original – cuando comenzaron a cambiar las condiciones para resguardar nuevos integrantes el valor de la estadía aumentó exponencialmente convirtiéndola en algo privativo para la mayoría de la humanidad. Esto hizo que apenas los millonarios pudieran acceder al Migra, con lo cual se acabó por perder el concepto universal para el que había sido creado. Desde ese momento fueron gobiernos, fundaciones, mecenas u organizaciones de diversas características las que acabaron por financiar las estadías de aquellas almas que no podían pagar el servicio pero que debían ser resguardadas sí o sí.
Con el recambio generacional de autoridades, la nueva conformación del equilibrio mundial y la aparición de Internet, se buscó un punto de armonía entre la idea original del Migra y la necesidad económica para sustentarlo. Por eso desde el año 2000 para que una persona pueda convertirse en Migrante no alcanza con que él, o alguna institución, pague el elevado costo del servicio, sino que además también alguien de trascendencia y exposición pública debe convertirse en garante del ingresado respondiendo con su patrimonio y su prestigio ante cualquier cosa que suceda con su apadrinado.
En la actualidad son 102 países los que cuentan con Sedes del Programa Migra en puntos secretos y estratégicos de su suelo. Incluso algunos países tienen hasta tres en diversas ciudades de su territorio. Por ejemplo EEUU cuenta con Bases en Los Ángeles, Nueva York y Chicago; otros tienen dos como Francia en París y Marsella o Brasil en San Pablo y Brasilia; mientras que el resto cuenta con solamente una como por ejemplo España en Madrid frente a la Estación Príncipe Pío o México en DF bajo el bosque de San Juan de Oregón.
Existen también algunas curiosidades. Por ejemplo Suiza y la India no cuentan con ninguna Base, la de Dinamarca está en Groenlandia, Rusia no se sabe si tiene, la de Libia fue arrasada, la de Japón es la única que está en los últimos pisos de un altísimo edificio, la de Finlandia es la más profunda de todas, la de Australia es la más grande y la de Luxemburgo la más pequeña.
Croacia, Eslovenia y Costa Rica son las postuladas en la actualidad para abrir nuevas bases, mientras que China cuenta con una organización similar a la Migra pero con otro nombre.
Generalmente (salvo excepciones geopolíticas) los edificios de la organización se encuentran dentro, frente o bajo grandes centros comerciales o estaciones de transporte multitudinarias para poder disimular el ingreso o egreso de huéspedes, alimentos y demás insumos.
La estratégica Sede de Argentina se localiza en las Galerías Pacífico de Buenos Aires, que es un enorme edificio de principios del siglo pasado con varias plantas y subsuelos en forma de laberinto. Ahí se hallaban originalmente las oficinas del “Ferrocarril Buenos Aires al Pacífico” que iba desde esa ciudad hasta el océano Pacífico en Chile y por lo tanto era sencillo camuflar de pasajero a cualquier persona para enviarla, si era necesario, al puerto de Valparaíso con destino, por ejemplo, a Medio Oriente. También esta construcción se encuentra apenas a 600 metros de uno de los puertos de la Capital del país sobre el Río de la Plata al que se accede rápidamente por túneles de desagüe que permiten subir Migrantes a cualquier barco de la organización sin que nadie los pueda detectar. Además, en dirección contraria y a pocos metros, se alcanza la línea C del Subterráneo; ya sea por la estación Lavalle (a la que los pasajeros convenientemente ingresan como si lo hicieran a un edificio y no por las bocas tradicionales) o directamente en mitad del trayecto entre esa estación y la siguiente denominada San Martín. Es por eso que de vez en cuando el subte se detiene a mitad de camino entre ambas estaciones, en plena oscuridad, durante algunos segundos y sin motivo aparente. Eso ocurre porque están subiendo a algún Migrante a la formación para hacerlo desaparecer, sin que nadie pueda detectarlo, rumbo a las cabeceras de trenes interurbanos en Retiro o en Constitución. También pueden mezclarse a los huéspedes en los pasillos del subte con los miles de pasajeros que realizan combinaciones entre líneas bajo tierra. Por supuesto cuenta además con una salida subterránea hacia cuatro playas de estacionamiento lindantes a la galería donde suelen esperar motos o autos absolutamente discretos que no levantarían ni la más mínima sospecha de nadie. Por último, atesora también una reservada salida (o entrada) de emergencia sobre la peatonal Florida custodiada por un corpulento arbolito que aparenta cambiar dólares a los turistas.
Las listas de Migrantes en cada una de las Sedes mundiales son secretas y no se comparten con las demás. Nadie tiene el total conocimiento de las personas ingresadas a nivel mundial, ni cuánto tiempo llevan integradas, ni quiénes son sus compañeros de encierro. Solamente las autoridades mayores de cada uno de los puntos de la Migra conocen el nombre real de sus propios internos, pero desconocen el animal y color que el sistema les asignó. Paralelamente, la segunda línea de autoridad, conoce el animal y el color de los internos pero ignora sus nombres reales. Apenas los archivos encriptados guardan la combinación de ambas identidades pero se borran de manera automática si algún ajeno intenta hackear el sistema o si un refugiado muere dentro de las instalaciones. Sólo existe una única e histórica constancia en papel dentro de cartas enviadas a una insospechada casilla de correo de una iglesia en la República de San Marino (país que tampoco tiene Sede).
Una vez que alguien ingresa al Programa Migra es imposible de rastrear o de encontrar. Ni siquiera los gobiernos de los países conocen las identidades de quiénes las habitan en su propio territorio. Incluso cualquier intento de intromisión por parte de las autoridades políticas, jurídicas o de seguridad es considerada una agresión de guerra y automáticamente es respondida con filtración de información sensible sobre el país agresor o sobre sus garantes como ocurrió en 2014 con el Celebgate (perversamente un 31 de agosto) donde una de las víctimas había sido fiador de alguien que intentó incendiar una Sede y asesinar a un Topo.
En definitiva, las Bases de Migra funcionan como Embajadas paralelas y privadas.

Entre los escondidos existen algunos que vivieron hasta 50 años dentro del Migra, otros que se suicidaron a las pocas semanas, otros que fingieron su muerte, personas comunes que llegaron a un punto límite en su vida pública, y por supuesto hombres y mujeres perseguidos que consiguieron los contactos y el dinero suficiente para ser aceptados el tiempo que hiciera falta.
En la mayoría de los casos los Migrados son alojados en puntos que no tienen nada que ver con su propio país porque la organización utiliza la incuestionable regla de los diez mil kilómetros para alejar a sus protegidos oportunamente de sus zonas de conflicto.
Las instalaciones del Programa Migra son idénticas en todas partes como una franquicia que especifica puntualmente cómo debe ser cada detalle. Esto se decidió en la década del sesenta para que los Migrados no tuvieran que sufrir la adaptación a un nuevo sitio con cada movimiento a los que eran sometidos y para que al mismo tiempo no hubiera ningún tipo de preferencia de Sede a la hora de ser ingresados. Lo único que varía es el tamaño, ya que algunas son enormes y pueden albergar un máximo de 300 personas mientras que otras son tan pequeñas que apenas alcanzan para esconder a 10 o incluso menos.
Las habitaciones, los patios cerrados, las salas de juego, los lugares comunes, los baños, los talleres, las áreas de trabajo, los puestos de retiro espiritual, la comida, la bebida y los horarios son exactamente idénticos en todas partes. Incluso hay un único canal de televisión creado por la organización que se emite en todas las Bases a la vez con música relajante, conferencias sobre alimentación, cuidado del cuerpo, consciencia del espíritu, noticias ecológicas, videos de paisajes, juegos de conocimiento, recomendación de lecturas y ejercicios para la salud mental.
Durante la primera semana desde su llegada a los ingresados se les practica todo tipo de estudios médicos, se le informan las reglas de convivencia, se le comunican las condiciones de vida dentro del lugar y se le asigna un Monitor Master para responderles todas las preguntas que tengan sobre el sistema.
El idioma que se habla en todas las Sedes es el Migranés, un lenguaje creado exclusivamente para que nadie pueda detectar el origen de los demás dentro del programa. Está compuesto por vocablos mezclados entre 17 idiomas conocidos donde cada uno de ellos aporta un conjunto de palabras hasta conseguir un lenguaje universal. Para dar un ejemplo del idioma Migranés utilizando una situación cotidiana podría decirse Mesa en Chino, plato en Francés, comida en Latín, hambre en Inglés, almuerzo en Castellano, cena en Alemán, agua en Ruso, cubiertos en Árabe, silla en Suajili y postre en Portugués. Así con todo lo demás.
Según las estadísticas de la propia organización un ingresado tarda entre 15 y 19 meses en dominar el Migranés con la ayuda diaria de su Monitor Master.
La alimentación en Migra es absolutamente sana, no hay bebidas alcohólicas, ni sal, ni azúcar, ni exceso de harinas y por supuesto no se permite fumar, ni drogarse. Es envidiable la salud y el estado físico de todos los asilados que elevan su expectativa de vida. Incluso durante la pandemia no tuvieron contagiados en ninguna de todas las Sedes alrededor del planeta.
Por otra parte los internos visten toda la gama de prendas otorgadas por la organización con los colores típicos de la Migra (rojo, amarillo y negro). También pueden elegir entre llevar máscaras o exponer su rostro ante los demás Migrados. Apenas un 10% mantiene las máscaras al cabo del primer año aunque casi el 50% lo elige como opción cuando ingresa. Lo más común es que las utilicen sólo ante algunos compañeros de encierro y no todo el tiempo.
Las máscaras a medida son caricaturas coloreadas de los animales que les haya asignado el sistema a cada uno de los huéspedes.
Cualquier interno del programa puede abandonar las instalaciones en cuanto lo solicite y sin el más mínimo inconveniente; sólo debe comunicarlo con una semana de anticipación para dar tiempo a confeccionar la logística del reintegro a la sociedad pero sabiendo que si revela la existencia del Migra o cuenta cualquier detalle de la organización será asesinado un miembro de su familia, luego él y por último se arruinará la reputación de su fiador.
Más allá de las conversaciones libres que puedan tener entre internos (donde cada uno elige qué quiere contar de su vida real y qué no) el único verdadero contacto con la realidad que tienen es a través de su propio garante quién podrá enviarle mensajes a su apadrinado por intermedio de las autoridades para contarle lo que crea que sea indispensable para la persona encerrada. Sin embargo, si el huésped decide leer aunque sea uno solo de esos correos, deberá abandonar el Proyecto Migra de inmediato. De esta manera no hay ventaja de información para ninguno de los Migrantes.
Por último (y fundamental para lo que estaba por suceder en el planeta) también hay gente que fue obligada a ingresar al Proyecto por diversas razones de altas esferas. Justamente una de las personas más famosas del mundo está viviendo en la Sede argentina del Programa Migra desde hace 25 años con el nombre de Jirafa Azul sin que nadie la haya podido reconocer bajo su máscara. Claro, hasta que llegó Voynich.
CAPÍTULO 47: LA JIRAFA AZUL
Voynich fue recibido por un agradable anciano vestido de blanco que muy amablemente le dio la bienvenida al Programa Migra y en menos de una hora le contó la historia de la Sede y le habló sobre el espíritu humanitario de la organización. Tras el discurso inicial le entregó una máscara de Sapo Celeste que Wilfrid tomó entre sus manos para observarla detalladamente con una sonrisa y luego responder con cortesía que no la iba a utilizar. El anciano aceptó la respuesta de buen grado pero de todos modos le recomendó que la conservara por si cambiaba de opinión. “Acá el que no cambia es porque no tiene razón”.
Acto seguido lo llevó a recorrer las instalaciones comunes del Migra donde Wilfrid fue presentado como Sapo Celeste ante cada uno de los demás migrantes que se iban encontrando. Casi todos los hombres y mujeres que saludaban tenían el rostro descubierto y una expresión serena como la de un barco hundido, excepto unos pocos que utilizaban sus coloridas máscaras majestuosas: Un Caballo Gris, un Dragón Dorado, una Águila Rosa, una Jirafa Azul…
Al final del recorrido llegaron a la suite privada que le correspondía al científico la cual contaba con una sala de estar, un dormitorio, una cocina, un baño y un cuartito mágico que era diferente para cada alojado. El anciano le explicó que a partir de ese momento ésa sería su nueva casa y le entregó las llaves. Le informó que en los placares hallaría ropa de su talla y que ya no debería preocuparse por nada. Antes de irse le sugirió que aprovechara a descansar y que regresaría en algunas horas con un Monitor Master que sería su compañía durante los primeros meses dentro del Programa para ayudarlo con la adaptación y para responderle todas las preguntas que tuviera sobre el Migra.
El anciano dio media vuelta, cerró la puerta y entonces Voynich se dejó caer de espaldas sobre la mullida cama que parecía no haber sido utilizada jamás por nadie antes. Lo mismo sintió al apoyar la cabeza en la almohada o al acariciar las sábanas. Todo parecía nuevo, recién construido, recién pintado, impecable. De alguna manera se parecía a un hotel de lujo, pero también a una cárcel. Como el cerebro.
Algunos minutos después el científico ya había diseñado una serie de cambios profundos en la decoración de su nueva morada pero no estaba seguro de conseguir los materiales que necesitaba. Luego de eso se desnudó, se bañó, se afeitó, se vistió con la liviana ropa del Migra, y antes de dormirse profundamente, buscó en broma un lugar donde colgar una soga para ahorcarse.
Lo despertó el ruido de los golpes en la puerta tres horas después.
Le costó bastante entender dónde estaba. No era para menos. Se levantó confundido y atendió refregándose los ojos. Era nuevamente el anciano simpático pero esta vez acompañado por la Jirafa Azul. “A partir de ahora ella será tu Monitor Máster” le dijo el hombre con una extraña carga emocional que no logró conmover al científico. Voynich se encogió de hombros como si le diera igual una jirafa o un caballo y la hizo pasar. El anciano tardó en irse, era como si se quisiera quedar a ver lo que estaba a punto de suceder, sin embargo Wilfrid le fue cerrando la puerta encima hasta echarlo. Había algo en el viejo que ya lo estaba fastidiando.
- Hola, adelante, ponete cómoda Jirafita, ésta es mi nueva casa, todavía no pude comprar libros porque no sé si estoy vivo o muerto – le dijo Voynich que había recuperado inesperadamente el buen humor – ¿Querés tomar algo? Seguro que el viejo chupacirios me dejó algo por acá – comentó mientras abría la heladera.
- No, gracias – respondió ella y entonces el mundo se detuvo.
La dulce voz de la Jirafa Azul le hizo bajar la presión a Voynich tan bruscamente que se le aflojaron las piernas y tuvo la sensación de que había recibido un golpe mortal en la boca del estómago. Estuvo a punto de desmayarse (o de morir) y por eso instintivamente se derrumbó como pudo en el suelo sudando frío. No se atrevió a nombrarla. Es que podían llegar los extraterrestres al día siguiente, podían esclavizar a la humanidad e incluso aniquilarla en medio minuto, y sin embargo Wilfrid hubiera estado más preparado para esa catástrofe que para oír de nuevo aquella voz.

Ella sabía que eso ocurriría, era la primera vez que se exponía de esa manera ante un nuevo ingresado que habría podido reconocerla. En los últimos 25 años había pasado virtualmente desapercibida en las instalaciones del Migra, siempre con su máscara delante de los demás, recluida en sus habitaciones leyendo, escribiendo, cocinando o bailando en soledad. Siempre le había gustado cocinar y bailar pero nunca había podido dedicarse a esas cosas como hubiera querido.
Muy pocos le conocían la voz en ese lugar: Su Monitor Master (un Oso Negro ya fallecido), el anciano amable de la entrada, algunas otras autoridades de la Sede en estado superior y unos pocos internos mucho más jóvenes que ella con los que conversaba algunas veces sin mostrarles su rostro porque sabía que jamás podían reconocerla por la voz, sobre todo porque jamás nadie imaginaría que ella pudiera estar ahí.
Pero ahora, un día cualquiera, al ver entrar a Wilfrid con su inconfundible paso despreocupado, su mirada burlona y sus aires de falso rendido, la sorpresa de la Jirafa Azul había sido tan grande como su emoción y su nostalgia por los tiempos perdidos.
Tal vez por eso se ofreció a ser el Monitor Máster del científico o tal vez porque había llegado la hora.
Voynich la miraba azorado desde el suelo con una mezcla de alegría, perplejidad y estupor. Ella lloraba debajo de su máscara y enseguida se puso de cuclillas junto a él para tomarle las manos. El corazón de Wilfrid latía tan fuerte que ella debía escucharlo como un tambor enloquecido a punto de romper el parche. Fue entonces cuando la Jirafa Azul le apoyó suavemente la palma de su mano sobre el costado izquierdo del pecho a Voynich y le dijo que no se preocupara, que respirara hondo, que ella estaba bien y que encontrarlo ahí era lo más importante que le había sucedido en esta parte de su vida. Recién entonces al científico se le llenaron los ojos de lágrimas y la abrazó como hacía tanto tiempo.
Habían sido novios dos veces. La primera en épocas cuando ambos eran muy jóvenes y vivían en Londres, ella con amigas y él con su hermana. La segunda fue igual de apasionada, pero absolutamente secreta y convulsionada, hace poco más de 25 años, cuando ambos ya eran quienes eran.
Él todavía no se animaba a nombrarla, no podía dejar de llorar y de repetir en voz baja “por qué… por qué… por qué”
Ella, en lugar de responder, comenzó a quitarse la máscara; y entonces Voynich sintió miedo, un terror profundo imposible de describir. Era como si estuviera por abrir la tumba de un familiar. Fueron unos pocos segundos interminables donde la ansiedad le dificultaba la respiración y confundía sus sentidos.
Recién cuando el rostro de la mujer quedó al descubierto el pasado se reescribió a la velocidad de la luz. Tenía las marcas del paso del tiempo y de la tristeza, pero conservaba esa belleza serena y luminosa que había enamorado a tanta gente en todo el mundo y a él también.
El precio por conocer un secreto extraordinario, es la culpa.
CAPÍTULO 48: DUELO DIVISIONAL
Hay muchas maneras de malinterpretar una señal. La primera posiblemente sea la de creer que el destino envía indicaciones sobre su futuro accionar. Sin embargo aquella tarde de noviembre cuando el Cónsul llegó al estadio de los Delfines de Miami para ver el encuentro de fútbol americano frente a los Patriotas de Nueva Inglaterra, encontró sobre su asiento una vaquita de San Antonio, también llamadas mariquitas, y entonces no tuvo ninguna duda de que se trataba de un indicio de buena fortuna.
Hacía muchas temporadas que asistía al Hard Rock Stadium con el jersey de sus amados Delfines; los había visto ganar y perder, pero jamás había hallado en su butaca a una vaquita de San Antonio de la suerte, incluso no recordaba haber visto ninguna otra jamás en el estadio. Tomó entonces esa rareza como una señal inequívoca del inicio de los buenos tiempos.
Cada cual cree en lo que puede.
Tomó a la mariquita con su mano y de inmediato el pequeño insecto comenzó a caminar de manera alocada entre sus dedos obligando al Cónsul a girar continuamente la palma para no perder de vista al simpático bichito. Igual lo perdió. O se cayó, o se voló. “¿Vuelan?” le preguntó sorprendido a una inexpresiva señora que se encontraba en la ubicación de al lado, sin embargo ella no sabía de qué le estaba hablando. Suele ocurrir. Hay ciertas ideas a las que les damos tanta importancia en nuestra cabeza, que nos ocupan casi toda la concentración disponible y entonces creemos que los demás también están al tanto de lo mismo. Y no. Cada cual piensa en sus cosas mientras giran las neuronas para no perderlas de vista.
Por otra parte el Cónsul era la primera vez que concurría a un evento masivo con su cara nueva tras las pequeñas operaciones estéticas que se había realizado y por lo tanto necesitaba interactuar con gente para observar con atención sus reacciones. Al principio sintió que todos lo miraban, pero después se dio cuenta de que era al revés. Comprendió finalmente que no había de qué preocuparse. Tercera y diez.
Consideró que la primera prueba había sido superada así que se pidió un hot dog enorme y una Coca Cola en vaso de mil litros para introducirse de lleno en la típica rutina del juego de NFL que estaba por comenzar. No era un partido sencillo pero el Cónsul se sentía afortunado; sobre todo porque ya no jugaba Tom Brady en los Pats.

Con la patada de inicio se desató una euforia contagiosa en todo el estadio, era como si cada uno de los espectadores hubiera encontrado una mariquita de la suerte en su butaca. Luego, tras un par de goles de campo y algunas intercepciones, los Delfines tomaron la delantera del juego por 6 a 0. El aire tenso era una invitación a la esperanza. Pasaban los minutos y el marcador no se movía, eso era bueno porque continuaban ganando y no importaba que fuera un partido aburrido con repetidas patadas de despeje en el cuarto intento. Sin embargo, antes de la pausa de los dos minutos previo al cierre del segundo cuarto, los Patriotas hilvanaron una extraordinaria maniobra de engaño que acabó por dejar al receptor absolutamente solo consiguiendo un Touchdown al que enseguida el pateador le agregó el punto extra. El público en las gradas sintió el golpe anímico, no era grave lo que estaba ocurriendo en el campo de juego, sin embargo a esa sensación de mal augurio que se repetía por tantos años de frustraciones, ahora se le sumaba una inexplicable angustia que había invadido imprevistamente las almas de aquellos fanáticos desamparados.
Se fueron al descanso 7 – 6. Y ya no volverían a descansar.
Durante el entretiempo todos trataron de recuperar el ambiente festivo con el que habían comenzado la jornada pero era difícil. Ya la cabeza tenía otros planes y no había avisado. Las pocas voces y gritos de los simpatizantes más bulliciosos rebotaban en las paredes altas del estadio generando un eco raro que acababa por disolverse o por convertirse en un zumbido que apenas conseguía molestar en los oídos.
A poco de comenzado el tercer cuarto, el zumbido era cada vez más fuerte e inquietante. “Hay algo mal que no está bien” le dijo el Cónsul un poco en broma (y un poco en serio) a la impávida señora que miraba más al cielo que al campo de juego.
Las cámaras de televisión enfocaron en un primer plano a la estrella de los Delfines, el Mariscal de campo franquicia Winston Parker, que estaba anunciando a sus compañeros la próxima jugada al borde de la yarda 40.
No pudo realizarla.
Inesperadamente el jugador comenzó a gritar de dolor mientras corría por el césped en círculos e intentaba quitarse el casco. Cuando lo hizo, la televisión mostró que había sido picado por una avispa enorme que se le había introducido en su casco y que aún revoloteaba alrededor del jugador y de los compañeros que se acercaban a él para ver qué le había sucedido.
En ese momento el zumbido se convirtió en nube. Una enorme nube gris que cubrió el estadio en apenas pocos segundos. Miles y miles de las comúnmente llamadas «avispas asesinas» se lanzaban en picada contra los espectadores que corrían enloquecidos buscando protegerse del ataque.
El enjambre feroz había recorrido cientos de kilómetros hasta el estadio sin ningún sentido.
Todo el mundo gritaba enloquecido y las personas se golpeaban entre sí con tal de alcanzar alguna salida. El espectáculo era dantesco y abrumador.
El Cónsul se quitó entonces la camiseta verde agua de los Delfines para cubrirse el rostro, pero las avispas le clavaron sus aguijones en la espalda y en el pecho. Sus gritos se mezclaban en el maremágnum de alaridos, zumbidos y cuerpos pisoteados.
La vaquita de San Antonio que había perdido al comienzo del encuentro, ahora temblaba de horror debajo de la butaca donde había caído.
CAPÍTULO 49: THE HAPPENING
Desde hacía algunos días el puesto de flores de Pancuca estaba muy desmejorado, parecía imposible a simple vista empeorar lo que siempre había sido, sin embargo para los ojos de cualquier distraído era prácticamente un puesto abandonado o arrasado, perdido en el tiempo del cine mudo con un linyera viviendo dentro. Es que él mismo estaba volviendo a tener aquel aspecto descuidado y peso excesivo que había tenido en los meses previos a entrar a prisión más de una década atrás. No era casual. Se daba cuenta pero se vestía como siempre. Con exactamente la misma ropa que cada día le quedaba un poco más ajustada; además con cada lavado la tela gastada iba perdiendo sus tonos originales convirtiendo el vestuario del florista en una masa homogénea de tonalidad indefinida. Era su uniforme. Siempre con su barba mal afeitada por más que se afeitara bien. Es que desde adolescente una sombra le nacía en los pómulos y le descendía hasta el cuello como una viruela de penumbra. Por más que sonriera Pancuca parecía triste, no está mal para un payaso de domingo a la tarde. Pero asustaba en un hombre libre.
De todos modos no era eso.
Tampoco era el óxido del metal del puesto de flores. Alguna vez, hace mucho tiempo, aburrido durante una lluvia, pensó en llamar a alguien para que emprolijara un poco los fierros porque le recordaban los barrotes de la cárcel; esos tan fáciles de cortar con la mirada y sin embargo tan sólidos como para detener los pensamientos. Quedaron así.
No era la mugre, ni siquiera esa suciedad de bordes que acumulaban años y se iban consolidando como parte de la estructura. Con un palito escarbaba de vez en cuando y quedaba peor. Algunos centímetros limpios y al lado no. Prefería dejarlo así. Porque no era eso.
Tampoco era la calidad de la cocaína que vendía (de lo mejor que se podía conseguir “al paso” en el microcentro) aunque no fuera la más pura.
Tampoco era su propio olor corporal que mezclaba, por partes iguales, transpiración con perfume fino. Una fragancia importada de la que se enamoró alguna vez y que desde entonces usa a diario. No es barata. La utilizaba el juez que le había dado ocho años. Cuando ese señor entraba al salón, todos se ponían de pie y la justicia tenía su olor. Lo odiaba, pero el perfume lo embriagaba, lo transportaba a otra vida, le encantaba. Escuchó la sentencia embelesado por ese aroma y le pareció poco. Cuando se lo llevaban esposado le alcanzó a preguntar al juez cuál era el perfume. El magistrado se lo dijo como parte de la pena, como si quisiera dejarle en claro que a eso tampoco podría acceder jamás. Se equivocó.

Lo primero que hizo Pancuca en libertad con la guita del primer robo fue comprarse ese perfume y nunca dejar de usarlo. Tampoco renunció a transpirar como un cerdo en el desierto. Y cuando subía de peso, era peor.
Doce años después ese mismo juez perdería la memoria por culpa de una especie de ACV que le dio en medio de un intento de asalto dentro de su propio auto en el estacionamiento frente a Tribunales. Cuando los policías abrieron la puerta del vehículo y lo encontraron desmayado, ese poderoso aroma concentrado les recordó a Pancuca, el dealer de la zona que obviamente todos ellos conocían. Nadie dijo nada. Pero investigando un poco se dieron cuenta de que era el mismo juez que lo había puesto preso; además el hecho había ocurrido a muy pocas cuadras de su puesto de flores por lo tanto le fueron a preguntar si sabía algo.
Incluso lo llevaron a la seccional para conversar mejor. Pancu de inmediato pidió hablar con el comisario que le liberaba la zona, pero como el caso del juez era un asunto demasiado público y pesado no lo quiso atender. Dijo que no lo conocía. Entonces el florista se puso nervioso y delante de todos amenazó a los gritos con contar el arreglo que tenían si no lo dejaban salir. “¿Qué arreglo? ¡Imbécil!” exclamó el comisario saliendo de su oficina furioso. Media hora después le hicieron un allanamiento en el puesto y le encontraron menos de lo que le pusieron.
En su casa (también allanada) quedó tirado en un rincón el frasco casi vacío del perfume. Por esos días Pancuca casi no lo usaba porque estaba esperando que algún cliente habitual, de los que les solía cambiar dólares, le trajera de regalo otro frasco al pasar por el freeshop; sin embargo con la pandemia muchos habían dejado de viajar y lo tenía que racionar.
De todos modos no era nada de eso.
El problema eran las flores. Las que no eran de plástico, claro.
Desde unos días antes del allanamiento las flores del puesto estaban comportándose de una manera extraña. Pancuca las miraba con serena preocupación, eran su coartada, no podía permitir que les cambiara el carácter. Las rosas debían comportarse como rosas, los claveles como claveles y la marihuana como marihuana. Y no. No era que se estuvieran marchitando (o tal vez también) el problema era que parecían confundidas, raras, abrumadas…
Esta actitud podía perjudicar al negocio. Así que las regó. Y las regó de nuevo. Las puso al sol. No alcanzaba. Nada alcanzaba.
Sólo las personas que hablaban con las plantas podían entender lo que sucedía.
Como Geraldine, que esa misma semana en el invierno de París, se enteró de lo que pasaba conversando con un malvón.
CAPÍTULO 50: EL FAVORITO
La reunión semanal de Jugadores Anónimos venía desarrollándose con tranquilidad. Había tomado la palabra el recién llegado Franz y estaba contando con lágrimas en los ojos que le había costado mucho entender que tenía un problema; sin embargo recién ahora, tras haber perdido su casa, su auto, su trabajo y su familia por culpa del juego, había tomado la decisión de buscar ayuda para salvar su propia vida. El hombre narraba con dolor que había comenzado a apostar golosinas desde muy pequeño con los compañeros del colegio, pero que apenas llegada la adolescencia comenzó a jugar a las cartas por dinero y que luego conoció los casinos a los que acudía con dinero que le robaba a sus propios padres. Contó que llegó a ganar fortunas en larguísimas jornadas de apuestas y que luego celebraba con fiestas interminables repletas de drogas, prostitutas y amigos. Sin embargo siempre regresaba a la ruleta y perdía más de lo que había ganado por lo tanto les pedía plata a familiares, amigos, vecinos y conocidos hasta que ya nadie le prestaba y entonces debía endeudarse con oscuros prestamistas que pronto lo amenazaban de muerte para que les pagase las deudas con exorbitantes intereses. Tuvo que vender su auto y luego el auto de su esposa y más tarde el de sus padres. A los pocos meses entregó un departamento que le había regalado su abuela y al año le suplicó a sus padres que hipotecaran la casa de toda la vida para ayudarlo a que no lo maten. Y mientras tanto Franz continuaba apostando todos los días. Cuando ya no pudo salir del hogar que compartía con su esposa y su pequeño hijo porque afuera lo aguardaban los matones de la mafia, se dedicó a apostar de manera online. Pasaba día y noche frente a la computadora jugando con el dinero que había conseguido por la hipoteca y con los últimos ahorros que les había ofrecido la madre de su esposa para que le dieran de comer al pequeño. Nada resultó. Al cabo de tres meses su mujer lo abandonó llevándose al hijo. Enseguida su propio padre falleció del disgusto (él no fue al velorio porque estaba en medio de un campeonato de póker) y por último los matones entraron una madrugada a la casa, se llevaron los pocos objetos de valor que le quedaban y le cortaron una mano como advertencia.
Franz lloraba como un niño contándoles su terrible experiencia a los demás jugadores en recuperación, incluso algunos acongojados ya se habían levantado de sus asientos para abrazarlo. Fue en ese momento de máxima angustia y emoción cuando se escuchó una furibunda voz desde el fondo del salón.
- ¡La concha bien favorita de este caballo hijo de puta! ¡Que se muera ahora, que lo sacrifiquen por conchudo!
La mujer insultaba mientras hacía estallar su celular contra el suelo.
- ¡Anke por favor! – trató de tranquilizarla el Coordinador del grupo – te dejamos usar el celular en las reuniones porque sos la Canciller del país y tenés que estar atenta por si ocurre algo importante para la Nación. ¡No para que estés apostando en medio de nuestra reunión!
- Me chupa… – ya no les salían las palabras – ¡Tres huevos!
El Coordinador negaba con la cabeza agobiado.
- ¿Estabas escuchando lo que contaba Franz?
- ¿Quién? – preguntó Anke como si recién hubiera llegado – ¿Este imbécil? – dijo señalando a Franz que ahora además de llorar tenía miedo.
- Sí – respondió el Coordinador acostumbrado a lidiar con situaciones similares – es un nuevo integrante de este grupo y nos está contando su experiencia de vida, abriendo su corazón y mostrándonos todo su dolor… ¿Sos capaz de sentir dolor, Anke?
La Canciller Alemana hizo una pausa en su ira, bajó la mirada como si la vergüenza la hubiera invadido y retomó la conversación con un tono más amable.
- Una absolutísima mierda me importa lo que cuenta este imbécil ¿Sos capaz de sentir lo que te digo, Coordinadorto?
No iba a ser fácil.
Franz ahora lloraba desconsoladamente en voz alta y muchos lo cubrían amortiguando el sonido del llanto.
- Anke, a mí no me afecta lo que me digas – dijo el Coordinador con la típica amabilidad del recién captado por una secta – no me lo tomo como algo personal, no hay agravio que me duela, estamos acá solamente para ayudarnos entre todos, y vos tenés un problema… El primer paso siempre es reconocer que uno tiene un problema. ¿Cuál es tu problema, Anke? Decilo en voz alta y vas a sentir un alivio – Pensá, pensalo bien… ¿Cuál es tu problema?
La Canciller Alemana no tuvo que pensarlo demasiado
- El hijo de puta del 6
Era obvio que se refería a un caballo.
- ¿El 6 es un caballo? – preguntó el Coordinador por las dudas
- ¡No, pelotudo, es el central izquierdo!
Era un caballo.
El Coordinador hizo caso omiso y continuó la conversación como si se estuviera desarrollando en buenos términos.
- Ok, ya entendí, el 6 es un caballo. ¿Perdió?
Las preguntas que hacían no ayudaban.
- No, no, que pavor… – respondió Anke con una ironía que provocaba terror – ganó… por suerte ganó… ¡Bien caballito! ¡Ico Ico! Estoy recontracagándome en todo porque el puto caballo 6 ganó.
Había perdido.
- Perdió, ok, ya entendí – dijo entonces el Coordinador con toda su sapiencia – puede pasar, Anke, no es tan grave, no es para ponerse así y romper el celular
- ¡Tengo otro! – dijo la Canciller sacando aparatosamente un celular de la cartera – Y tengo otro – dijo la Canciller sacando otro celular de la cartera – y tengo otro… y otro… porque soy la puta Canciller Alemana y tengo todos los celulares que yo quiera, y por eso los puedo hacer mierda sin el más mínimo problema, me lo pagan con tus impuestos ¿Me entendés, boludo? – dijo pisando como a una araña muerta al celular que yacía destrozado en el suelo.
- No es la primera vez que perdés, Anke
- Si, si, es la primera vez – continuó la mujer con el tonito irónico que ahora se había convertido casi en un beboteo – yo no sabía lo que era perder… es re feo… hasta ahora había ganado siempre… pero ahora ya sé que no… a veces se gana y a veces se pierde… ¿Es así no?
- Si – respondió Franz en mitad de su congoja como si quisiera recomponer la relación con la Canciller Alemana
- Ahhhh qué idiota es… pobrecito… la concha de mi hermana y encima le falta una mano – dijo acercándose a Franz lentamente como si fuera a acariciarle la cabeza – con razón te fue como el culo en la vida… no es por el juego… no, no, es porque sos un imbécil… si no jugaras te iría mal por otras razones, quedate tranquilo… no tenés que estar acá… me refiero al planeta… vos tenés que matarte…
- ¡Anke no digas eso! – le gritó el Coordinador
La Canciller detuvo sus pasos antes de llegar al pobre Franz y le clavó la mirada de fuego.

- Soy la señora Canciller Alemana, y me gusta la timba como a nadie, resulta que tengo muchos contactos… ¡Pero muchos eh! Levanto el teléfono y me atienden las personas más importantes del mundo… así que te imaginarás que cuando me pasan un favorito para alguna carrera de caballos es porque el dato es bueno… muy bueno… nadie quiere quedar mal con la mujer más poderosa del país… si no estás seguro del dato no abrís la boca y listo… no hay problema… pero si me decís que va a ganar el caballo 6 es porque tu información es buena, no hay que cortarte los huevos porque estás diciendo la verdad, y se la estás diciendo a Anke, o sea a mí, que no me gusta perder ni el tiempo… ¿Y qué pasó? Les voy a contar porque ustedes con este verso de dejar de jugar ya ni van al hipódromo… ni al casino… ni a un garito de mierda a orejear unos naipes, así que les cuento… El 6 iba ganando, y eso era bueno porque le puse mucha guita, pero mucha eh… sumen las mierdas de Franz y las mierdas de ustedes en un año y multipliquenlo por las veces que sus esposas les metieron los cuernos…
El clima era cada vez más tenso y no volaba una mosca.
La Canciller continuó hablando.
- Cuando llegó a la recta final se puso tonto el caballito… como extraviado… por suerte llevaba bastante ventaja y entonces el hijo de remil puta del jockey le empezó a dar rebencazos como loco para que el 6 reaccionara a tiempo… pero no… ¡Ico! ¡Ico! El caballito de mierda se plantó levantando la cabeza como si ofreciera el cuello para que se lo corten con un cuchillo de carnicería… bien alta la mirada… hacia el cielo, cada vez más quieto en medio de la pista sin importarle los rebencazos desesperados… se quedó inmóvil el 6, mirando para arriba y lo pasaron todos… absolutamente todos. Incluso el jockey se bajó y lo dejó ahí, como a una estatua de esas que están en las plazas… fue entonces que tiré el celular al piso y de inmediato ustedes me comenzaron a tratar mal…
- No te tratamos mal, Anke – le dijo con cariño el Coordinador
- Si, hijo de puta – le respondió ella con calma mientras se iba alejando de ellos rumbo a la puerta de salida para abandonar el salón y subirse al coche del Gobierno que la esperaba afuera – me trataste como a una loca de mierda sin saber lo que había pasado… eso no es de buen líder, eso no es de buena persona… antes de juzgar a los demás hay que mirarse a sí mismo, la concha de tu vieja, y vos mirate bien, todos ustedes mírense muy bien antes de decirme algo.
Y se fue.
CAPÍTULO 51: LA DIOSA EGIPCIA LIBERANDO AL PÁJARO SAGRADO
Galileo llevaba varios días sin hablar a pesar de que las chicas le sacaban conversación a cada rato y trataban de mostrarle cosas que le pudieran interesar, el loro no decía ni una palabra. De vez en cuando balbuceaba algún monosílabo para no ser descortés, sobre todo con Mut que incluso llegó a pasar totalmente desnuda frente a él fingiendo que no sabía que el loro estaba en la terraza donde ella tomaba sol. Pudo haber muerto el pájaro, pero no, ya ni siquiera la belleza asesina de esa mujer, que a tantas personas había enloquecido, era capaz de hacerlo reaccionar al plumífero.
A la tristeza profunda que le había provocado la ausencia de su mejor amigo Voynich, con quien compartía caminatas, juegos y conversaciones profundas, ahora se le sumaba algo extra. Algo fuera de cálculo. Una sensación que ni él mismo podía explicar con palabras, por eso no hablaba. Se limitaba a tratar de entender.
Pasaba horas y horas en la terraza de la mansión mirando nubes. Cada tanto subía alguna de las chicas a llevarle comida o un aperitivo y entonces él agradecía con un gesto o con media palabra susurrada y continuaba en su trance melancólico.
Ante sus ojos cruzaban bandadas de gaviotas desorientadas que Galileo seguía por el rabillo del ojo sin mover la cabeza hasta perderlas en el horizonte. Incluso las alondras, esos pájaros magníficos a contra turno, volaban sin ton ni son olvidándose el recorrido poético de sus vidas; y cuando la poesía se confunde, la prosa arrasa.

A la hora de comer, el loro bajaba, sin volar, escalón por escalón, dando saltitos. Keiko le preparaba la cabecera de la mesa; ese sitio que solía ocupar ella misma cuando estaban todos presentes, incluido Wilfrid, que se sentaba a su derecha. Galileo agradecía con una sonrisa la ubicación y se sentaba a cenar. Uno a uno iban pasando los platos, desde la entrada hasta el postre, pero el pájaro apenas probaba un poco de cada uno y alejaba el plato con las alas mustias. Las chicas intentaban no decir en voz alta que desde hacía varios días no tenían noticias de Voynich en el portal de películas donde el científico solía dejarles mensajes sobre su estado. Hablaban de otras cosas, pero el loro lo intuía porque cualquiera sabe que lo importante es lo que no se dice.
Después de cenar, Alexandra preparaba algunos de sus típicos tragos y a la copa de Galileo la cargaba con más alcohol que a las de ellas. Enseguida Soya ponía música y Mut siempre era la primera en empezar a bailar, pero lo hacía lentamente aunque el ritmo fuera rápido, la bella muchacha egipcia se movía al compás de su propia cadencia personal, como si en su cabeza sonara otra canción, una canción natural y perfecta, como ella. Era hipnótico mirarla. Nadie se atrevía a salir a la pista cuando Mut cerraba los ojos y comenzaba su danza lenta y profunda como la evolución.
En otros tiempos, cuando todo era alegría, Galileo era el primero que rompía el hechizo y volaba feliz hasta donde estaba Mut para girarle alrededor como un satélite fascinado, dándole vueltas y vueltas a la bella entre gritos y exclamaciones de felicidad. Ella sonreía sin abrir los ojos y sin dejar de bailar, pero paulatinamente extendía los brazos juntando sus manos como si estuviera ofreciendo algo y entonces Galileo se posaba sobre las palmas suaves de las manos de Mut abriendo las alas para posar ante una cámara imaginaria componiendo entre ambos la estatua de una diosa egipcia que libera a un sagrado pájaro encerrado.
Pero ahora estaba tan triste y apesadumbrado que ni siquiera podía levantarse de la silla, apenas bebía un par de sorbos de su copa y cerraba los ojos para no mirar.
Porque no podía cerrar su cabeza para no pensar.
CAPÍTULO 52: PARA QUE LA CONSUELE DE MI PROPIA MUERTE
Esa mañana el tránsito en Madrid era un caos, pero un caos de esos que no recordaba haber visto en muchos años. Cada uno de los conductores parecía tomar la dirección equivocada provocando un atasco atrás de otro entre bocinas, frenadas repentinas y toques en los paragolpes. Los peatones intentaban cruzar por cualquier parte e insultaban a los automovilistas que daban giros fuera de la ley con tal de abandonar el encierro. Era imposible. Daba la sensación de que nadie estaba seguro de hacia dónde iba, era como si en cada esquina la duda los asaltara dejándolos inmóviles frente a una nueva encrucijada: ¿Doblar o seguir derecho? Lo mismo en cada esquina, todo el mundo.
Habitualmente en esas fechas, Madrid era bastante caótica porque la gente intentaba concluir los trámites postergados a lo largo del año. Sin embargo ahora era distinto, todos parecían haber confundido su camino o elegido un trayecto desafortunado para llegar. Sin dudas era la peor jornada posible para que el Cheba haya alquilado un auto y decidiera ir hasta el edificio donde trabajaba Alba, su ex novia. ¿Cuánto hacía que no la veía? 25 años. Esa cifra puede parecer mucho para alguien que nunca estuvo preso y puede parecer poco para alguien que tiene que estar a las 14 hs en el aeropuerto porque sale su vuelo con destino a Buenos Aires. Ahí, en Barajas, lo esperarían la Esca, Goyo Parasiempre y el resto del equipo de “Jóvenes por el Universo” que tras haber realizado decenas de manifestaciones multitudinarias en la península (con el Cheba como orador principal) ahora comenzaban la gira por Latinoamérica, llevando su mensaje conspiranoico, terraplanista y anticiencia que los había colocado en el puño de la prensa nacional e internacional como fenómeno de masas desengañadas. Es que sin lugar a dudas, en poco tiempo, los “Jóvenes por el Universo” habían conseguido crecer exponencialmente logrando nuevos adeptos en todas partes del mundo, los cuales seguían cada una de sus presentaciones a través de las redes sociales o de manera presencial. A tal punto que la masividad de sus espectáculos había llamado la atención, no solo de la prensa, sino también de marcas comerciales y partidos políticos que no dudaron en medir en encuestas a los integrantes de la organización. El que peor medía era Goyo (la gente lo desconocía o directamente lo odiaba) y el más popular era el Cheba, un completo desconocido con el que cualquier ciudadano común podía identificarse y que en pocas semanas había saltado de ser un anónimo empleado de limpieza al escenario de la fama mediática llevando la voz cantante de una generación descreída de los políticos y dispuesta a subirse a cualquier carro con tal de pertenecer a algo. A eso había que sumarle un tórrido y mediático romance con la Esca, la famosa vedette y actriz española devenida con los años en un personaje místico y new age, atravesado por juicios y cirugías, que nunca dejó de utilizar su poder de lobby para financiar esa movida circense que iba de ciudad en ciudad difundiendo la palabra iluminada de sus supuestos esclarecidos. Lo único que había detenido un poco la expansión del movimiento fueron los abrumadores resultados a favor de las vacunas durante la pandemia lo cuál les había hecho torcer el discurso afiebrado para volcarlo directamente hacia lo que en el fondo siempre había sido: Una defensa de políticas liberales con proyección de futuros candidatos. Por eso le era tan sencillo a ella conseguir que ignotas ONGs pusieran dinero blanqueado para este proyecto. Ya lo cobrarían.
Nada de eso le importaba al Cheba que en las funciones sólo hablaba de los extraterrestres que se inventaba (terminaba siendo la parte más aplaudida del show) y que había planeado con mucha pericia los movimientos de aquella mañana sin imaginarse el caos en el que se convertiría Madrid.
Con la ayuda de Goyo Parasiempre (que era bueno rastreando personas y hackeando bases de datos) había obtenido la dirección del trabajo de Alba, en un lujoso edificio frente al Palacio de Liria. El plan era esperarla en la puerta a la hora del almuerzo como si se tratase de un encuentro casual, y sin parecer desesperado, quedar para otro día si veía que la reacción de ella era favorable, luego ir hasta Barajas, devolver el coche de alquiler en las oficinas del aeropuerto y subirse al avión rumbo a Argentina con el deber cumplido. Esa estrategia le pareció correcta porque lo obligaba a no extender por demás ese delicado primer encuentro con Alba corriendo el riesgo de traicionarse por los nervios. Incluso pensó en mostrarle el billete de avión en el caso de que ella no le creyera. Es que le había mentido mucho, y aunque ya habían pasado casi 25 años, todavía sentía que ella lo consideraba un mentiroso y por lo tanto quería demostrarle que había cambiado y que estaba dispuesto a pelear por ella. Como plan B tenía pensado decirle que nunca la había olvidado, le iba a pedir perdón en general y si la conversación iba demasiado bien le intentaría dar un beso en la boca. Se entusiasmó tanto que le pareció sencillo. No era tan absurdo, la otra persona también es un humano, esa siempre es la ventaja.
Sin embargo ya era casi el mediodía y todavía se encontraba estancado en el tránsito a varias calles de su destino. Supo que debía tomar una decisión en ese mismo momento o su plan fracasaría.
En realidad, desde hacía unos días estaba seguro de que su avión se caería, más que nada era eso. Le parecía lógico que en mitad de su carrera ascendente, cuando por fin su nombre y su rostro eran conocidos después de tantas penurias (que no fueron tantas) su avión se precipitara al océano Atlántico en plana madrugada poniéndole un punto final al personaje incómodo. En esos últimos segundos durante la caída sólo lamentaría no haber ido a ver a Alba, que en su trasnochada ingenuidad adolescente, era la única mujer a la que en verdad había amado, incluso por sobre María, la madre de sus hijos. Era eso. Y tuvo la certeza de que lo era cuando abandonó el auto de alquiler en un estacionamiento cualquiera de La Latina y comenzó a correr a toda velocidad hacia el edificio donde ella trabajaba. A medida que avanzaba, los pesados años transcurridos desde aquellos primeros besos con Albita se volvían más livianos, más cortos, más olvidables, como si no hubiesen sucedido. El aire entraba a sus pulmones agitados pidiendo permiso, las piernas apuradas se tropezaban con todo y cada paso parecía ser el último de su vida. El pobre Cheba no corría a esa velocidad desde hacía mucho tiempo, quizás desde que era niño o desde que había escapado de algún asalto. Pero no importaba, ahora el tiempo era solamente esa palabra rara que iba perdiendo el sentido con el transcurrir de su carrera. De pronto, sin saber por qué, empezó a recuperar el aliento, supuso que había logrado cambiar el aire, el aire de la derrota por el mágico aire de finales de los 90, el aire de la juventud que había olvidado. Ya se sentía bien, su cabeza le decía que podía correr la distancia que quisiera, no había cansancio, no había ahogo. Pasaban las casas, los edificios, los postes de luz, los comercios, los transeúntes y los árboles a toda velocidad. Atrás quedaba el horrible Cheba en el que se había convertido desde aquella primera ruptura amorosa. Un tipo gris que no podía explicar cómo había llegado a la adultez sin logros para destacar, sin estar contento con nada de lo que hubiera conseguido más allá de sus hijos, a los cuáles con razón, no consideraba un mérito propio. Los 25 brindis de Año Nuevo habían transcurrido como un solo brindis infame, interminable, aburrido. Como si siempre hubiera brindado solo y pidiendo un deseo que no se cumpliría. Todo un Universo enorme se abría sobre su cabeza para que él recorriera siempre las mismas calles, la misma gente, el mismo miedo y la misma culpa. Ahora era distinto. Desde que había vuelto a Madrid solo pensaba en encontrarse con Alba, el resto era un excusa, lo supo siempre. Con cada paso su confianza iba en aumento, podía ser que ella lo besara de inmediato al verlo como si no se hubieran arrancado tantos almanaques en vano, hasta podía ser que ella le rogara que no se fuera al aeropuerto. Quizás también a Alba el aire de sus pulmones le había confirmado aquella mañana que les aguardaba una maravillosa oportunidad escondida en el fondo del baúl oscuro del ayer, en medio de tantas frustraciones, allá donde no nacen ni siquiera canciones.
Los últimos metros los hizo en el aire, como si recién empezara a correr, como un atleta del amor, como un rayo que no transpira, como si ya no fuera 2022 sino 1997. Con cada metro que avanzaba los modelos de los autos iban retrocediendo, las nuevas edificaciones desaparecían, los derrumbados cines donde se habían besado volvían a erigirse, sus propias arrugas se alisaban a medida que se acercaba y las canas de su cabello se pintaban de negro; los muertos estaban vivos y los vivos estaban más vivos que nunca. Casi llegando tuvo una preocupante sensación de esperanza que no recordaba haber sentido en muchos años, los viejos días en que el futuro era una promesa perfecta que se iba a cumplir sí o sí.
Llegó al portal del edificio intacto como un error. Y entonces la vio.
Un terror indescriptible le recorrió la espina dorsal al verla. Estaba igual. Exactamente igual a cuando se habían conocido y ambos tenían 17 años. Se quedó paralizado. Lo que hasta hace un segundo era magia ahora se había convertido en una maldición. Su propio juego mental de convertir el presente en el pasado para sentirse protegido se había salido de su cabeza. Ahora ella estaba indiferente delante de sus ojos, tan joven, tan igual. Parecía escapada de su recuerdo, perfecta, fuera de contexto. No tenía sentido. Algo había ocurrido en mitad de su delirio de maratonista aquella mañana en Madrid mientras la realidad se atascaba como los autos con los GPS enloquecidos, abandonados por sus satélites, indicando caminos cerrados.
Un minuto antes del infarto su corazón pasó de la ilusión al desconcierto. Ahora la respiración era imposible, el absurdo de encontrarse exactamente con la mujer que había ido a buscar lo paralizaba. Una mujer que todavía tenía 17 años como en su recuerdo.
Sintió que se ahogaba. Apoyó la espalda contra la pared sin dejar de observarla y ella lo miró indiferente, como si no lo reconociera.
La joven muchacha continuó su camino y se introdujo en el edificio donde trabajaba su madre para ir a almorzar juntas.

CAPÍTULO 53: EL ÚLTIMO DESEO
A las 4 de la madrugada toda la tripulación del barco estaba descansando, pero Bronson no podía dormir. Su cabeza se encontraba activa como un faro y desde que se había acostado no podía cerrar los ojos por más de diez segundos.
Sus pensamientos se cruzaban unos con otros conformando cadenas interminables de ideas y situaciones enlazadas que a medida que transcurrían las horas, se multiplicaban por sí mismas agrandando el mapa de su atención mental. No era exactamente preocupación lo que sentía, era otra cosa.
El insomnio de un hombre como él, que había vivido tanto, no era una alarma. Era lo que viene antes.
Decidió entonces levantarse y en pocos segundos recorrió los pasillos de los camarotes como un fantasma silencioso. Cuando llegó a cubierta el aire salado del Atlántico le purificó los sentidos como un exorcismo natural. Respiró profundamente, sonrió aliviado y se apoyó en la baranda de la embarcación para disfrutar del espectáculo impagable que ofrecía la luna llena al iluminar la espuma del mar tranquilo. Era una de las noches más despejadas que había vivido desde que se había subido a la embarcación. El cielo infinito sobre su cabeza parecía el telón pintado por un loco. De inmediato sus pensamientos se enfocaron en la inmensidad que lo rodeaba y pronto tuvo la certeza de que nunca había visto tantas estrellas juntas. Quizás alguna vez cuando era niño y se tiraba al borde del estanque con sus hermanos mayores a contarlas, pero no, la visión de un niño siempre hace más grandes las cosas que ve por lo tanto no tuvo dudas de que la inconmensurable cantidad de estrellas que estaba contemplando en esa profundidad nocturna en mitad del océano era algo inédito en su vida. Incluso le pareció sorprendente haber tenido que llegar a la vejez para ver tantas estrellas, lo sintió como un error. Esto es algo que se debe vivir de joven, pensó, si no viste todavía tu récord de estrellas es porque estás encerrado sin darte cuenta.
Ahora sí, había cumplido con algo pendiente y podía descansar. El sueño empezaba a asomarse y tuvo la certeza de que se dormiría apenas apoyara la cabeza en la almohada.
Soltó la baranda del barco, se paró derecho estirando un poco la espalda contracturada por tantas horas dando vueltas en la cama y se dispuso a regresar a su camarote. Sin embargo no parecía estar totalmente convencido y por eso decidió darle una oportunidad a esa extraña sensación que lo acompañaba desde hacía varias horas. Cualquier otro viejo cansado se hubiera ido a dormir para aprovechar la mañana siguiente, pero Bronson no estaba seguro de que hubiera un mañana para él, así que se propuso esperar cinco minutos más para ver una estrella fugaz y pedir el último deseo. Se lo planteó como un juego. Un juego que le quitaba el peso de decidir si su vida estaba completa o si aún le quedaba algo importante por hacer.

Si lograba ver una estrella fugaz, en ese breve lapso de tiempo antes de que lo venciera el sueño, debería encontrar alguna deuda pendiente que tuviera y pedir un deseo para saldarla. Si en cambio, no caía ninguna estrella fugaz, entonces se iría a dormir tranquilo y realizado, quizás para no volver a despertarse nunca.
No era un deseo lo que tenía que pedir. Eran miles.
Respiró profundo tres veces, dejó caer los brazos a los costados de su cuerpo, levantó la mirada con miedo y muy lentamente comenzó a dar vueltas sobre sí mismo para cubrir todo el cielo a su alrededor. Parecía un viejo radar oxidado que se estaba despidiendo con los últimos giros.
En algún momento, justo antes de marearse, se detuvo de pronto y apuntó la mirada hacia un punto ciego más allá de las luces; era como si por fin hubiera podido esquivar la trampa de los carteles luminosos para enfocarse en lo que nadie miraba.
Y se quedó quieto, tan quieto como deslumbrado.
No lo supo en ese momento, ni lo supo nunca, pero él fue el primero que los vio.
CAPÍTULO 54: LA CENA CON BATMAN
Por más que el Secretario de Estado le había advertido a Rulfo que debía ser absolutamente discreto en la cena con Batman y no hablarle acerca de su identidad secreta, el Presidente de Estados Unidos estaba emocionado como nunca antes porque Batman siempre había sido su personaje favorito desde niño. Jamás se perdía el estreno de sus películas, contaba con una colección de cómics envidiable y se había disfrazado del hombre murciélago en decenas de fiestas. Incluso había mantenido acaloradas discusiones defendiéndolo por sobre Superman, ya que según su punto de vista, el enmascarado era un ser humano valiente e inteligente que gracias a su dinero y a su voluntad había conseguido situarse a la altura de los que tenían poderes sobrenaturales. Se sentía profundamente identificado con él.
La noche anterior a la cena soñó que Batman lo salvaba de un incendio, pero como su capa le quedaba enganchada en una ventana al abandonar el edificio, Rulfo lo ayudaba a liberarse a pesar del humo y de las llamas. Al llegar a la vereda sanos y salvos, Batman le agradecía su valor y le proponía conformar juntos un equipo especial para combatir al crimen. A Rulfo esa propuesta lo conmovía infinitamente y por lo tanto le respondía que él era capaz de renunciar a la presidencia de Estados Unidos con tal de estar a su lado pero que no quería ser como Robin porque no estaba acostumbrado a recibir órdenes y menos a ser el “segundo“ de nadie. Entonces Batman le prometía que trabajarían a la par porque lo consideraba un igual a él, no como Robin al que creía un “debilucho de buen corazón“. Rulfo se puso muy contento y le dio la mano aceptando el cargo. En su íntima convicción, su idea era un día reemplazar a Batman en caso de que el superhéroe muriera o que alguien lo matara. Incluso pensó que podía matarlo él mismo, ya que lo tendría muchas veces a mano para asesinarlo a traición. Acto seguido entraban ambos a un café y se disponían a redactar en una servilleta la carta de renuncia a la presidencia del país mientras veían por la ventana como un hombre le arrebataba la cartera a una anciana y entonces Batman, señalando al ladrón que se escapaba corriendo, le decía a Rulfo: Si querés empezar hoy mismo, Dios te está ofreciendo una oportunidad de oro. Ambos se reían porque Rulfo no quiso correr al delincuente porque ya estaba medio lejos.
Se despertó feliz y tardó unos segundos en comprender que había sido sólo un sueño, sin embargo en su cabeza quedó abierta la posibilidad de intentar durante la cena ofrecerse como colaborador. Nunca se sabe lo que el otro necesita.
Durante la mañana revisó el menú, eligió la ropa (pensó en ponerse el disfraz pero le pareció mucho) y estuvo todo el día postergando asuntos de gobierno porque tenía la cabeza puesta en la cena con Batman.
A las 20 hs ya estaba sentado en la cabecera de la larga mesa y los mozos esperaban para leer la carta. Batman se estaba retrasando algunos minutos y Rulfo supuso que estaría combatiendo el crimen por lo tanto no lo consideró una descortesía, sino muy por el contrario, consideró que era la comprobación de su actividad como superhéroe ya que nadie llegaría tarde a una comida con el Presidente de los Estados Unidos.
A las 20:17 el Secretario de Estado le avisó que Batman ya estaba en la Casa Blanca y Rulfo di Tomasso se puso tan nervioso que tenía que hacer un gran esfuerzo para que no le temblaran las manos transpiradas. Se levantó de su silla y caminó hasta la entrada del salón para darle la bienvenida. Un minuto después se abrió la puerta y apareció Batman. Estaba sin el traje de superhéroe, vestía saco, corbata y era bastante más flaco y bajo de lo que había imaginado. Rulfo tenía los ojos llenos de lágrimas por la emoción y al verlo tan bajito supo que tenían todavía más valor aquellas batallas que había ganado cuerpo a cuerpo contra villanos más altos y poderosos. Se acercó a darle la mano y Batman, visiblemente conmovido por conocer al Presidente de Estados Unidos, le obsequió una botella de vino fino. Rulfo agradeció mucho el gesto pero le llamó la atención que el vino fuera tan barato siendo que Batman era millonario.
El invitado miraba deslumbrado los interiores de la Casa Blanca como si no pudiera creer que estuviera ahí. Rulfo lo notó enseguida y como buen anfitrión rompió el hielo diciendo que él tampoco se acostumbraba a tanto lujo pero que debía respetar el protocolo del gobierno. Batman hizo un gesto cómplice como dando a entender que él haría lo mismo y ambos se rieron brevemente antes de sentarse.

Una vez acomodados en la mesa se les acercó el chef y les explicó todo el menú. Era una lista larga de platos de entrada, platos principales y postres. Rulfo lo escuchaba con una sonrisa dibujada queriendo que el chef se apurara y se fuera para poder conversar tranquilo con su invitado. Muy por el contrario, Batman asentía sorprendido con cada comida que nombraban y lo miraba a Rulfo como diciendo que estaba muy bien el menú. Cuando por fin el chef terminó de decir todo lo que tenía que decir y se retiró, se acercó el jefe de bodega para enumerar todas las bebidas disponibles por si tenían alguna preferencia especial entre champañas, vinos, licores, etc. Rulfo hizo un gesto con la mano apurando el trámite para que trajera cualquier cosa y Batman propuso abrir el vino que él había traído para no sentir que no estaba aportando nada. Incluso aclaró que estaba un poco tibio porque el tren estaba muy lleno, pero que si lo ponían diez minutos en el congelador tendría una temperatura ideal. “Y si no le ponemos unos hielos“ concluyó para resolver el asunto. El jefe de bodega arqueó las cejas y miró a Rulfo esperando instrucciones. El Presidente quiso creer que era una broma pero en el fondo sabía que no, de todos modos le ordenó que pusiera el vino en el freezer y que mientras tanto trajera un Dom Pérignon Rosé Gold. Batman también arqueó las cejas, colocó los labios en forma de beso y sacudió la mano mientras decía: Saladito eh.
Rulfo supo que la noche terminaría mal, pero no tan mal.
Al mismo tiempo en la central de la NASA, Trevor, el director de la institución, era informado a los gritos de la noticia más importante de la historia de la humanidad: Miles y miles de naves extraterrestres se aproximaban a la Tierra por el sector opuesto al que habían sido divisadas la primera vez. Ya nada volvería a ser lo mismo y todos lo supieron de inmediato.
Superado el estupor inicial y tras revisar la trayectoria, chequear que no hubiera ningún error y compartir la información con otras agencias espaciales del mundo, se llegó a una terrible conclusión. Las naves estarían alcanzando nuestro planeta el miércoles 21 de diciembre de 2022. Faltaban 4 días.
El miedo y la angustia se expandieron rápidamente. Según los primeros cálculos de los científicos, la flota extraterrestre ya no se desplazaba a la velocidad de la luz sino que muy por el contrario estaba desacelerando su ritmo con toda lógica. Estimaron que posiblemente llevarían ya varios días o tal vez semanas disminuyendo la rapidez de su trayectoria. Es que si un auto que viaja a 120 km por hora necesita 40 metros para detenerse o si un avión comercial que vuela a 900 km por hora coloca sus motores en punto muerto para planear 20 minutos antes de aterrizar, no es difícil de imaginar el tiempo que les podría llevar si viajaran… ¡A 300.000 kilómetros por segundo!
El jefe de bodegas de la Casa Blanca destapó el champagne que había pedido el Presidente y Batman le preguntó si podía darle el corcho como recuerdo para hacerse un collar. Se lo dieron y lo guardó contento en un bolsillo del saco.
Rulfo estaba cada vez más desconcertado, pero la inquebrantable admiración que sentía por el superhéroe desde muy pequeño le hacía justificar en su cabeza cada cosa que ese hombre hiciera. De inmediato alzó su copa y le cedió el motivo del brindis a Batman quién tras dudar unos segundos, y mirar a su alrededor como un niño fascinado, exclamó en un grito: ¡Por la legalización de la marihuana y por las Chivas de Guadalajara!
Acto seguido chocó tan fuerte la copa que se volcó bastante champagne sobre la mesa.
Rulfo comenzó a dudar.
- ¿Sos mexicano?
- Por parte de madre
Inmediatamente se acercó un mozo para cambiar los individuales y los platos mojados. Batman hizo un comentario sobre la velocidad que tenían esos tipos para mantener todo limpio y que le vendría bien uno de esos en su casa que era siempre un quilombo. El Presidente asintió con la cabeza, bebió su copa hasta el fondo y pidió que se la llenaran de nuevo. Batman preguntó dónde quedaba el baño porque se estaba orinando desde que había salido del trabajo y Rulfo le señaló una puerta con la pera.
Estuvo 12 minutos.
En ese ínterin Rulfo di Tomasso se tomó la botella entera, pidió otra, le dijo al jefe de bodega que se llevara el corcho y con una evidente furia contenida aprovechó para llamar al Secretario de Estado. No lo atendió. Insistió varias veces mientras Batman continuaba en el baño pero no tuvo respuesta. Fue entonces cuando arrojó con bronca el celular sobre la mesa y le pidió a uno de los mozos que fueran a buscar de inmediato al funcionario.
Salió Batman con mucho olor a desodorante, sin corbata y con el pelo mojado peinado para atrás.
- ¿Llegó la comida? – preguntó con ansiedad – es que tengo una lija… – dijo mientras le palmeaba la espalda a Rulfo y se volvía a sentar. – ya se lo notaba más suelto – ¡Apa! Parece que nos abrimos otro tubo – dijo señalando la nueva botella de champagne – ¿Y el corcho? – preguntó mirando el piso para ver dónde había caído.
Rulfo tomó la botella, puso los dos pies estirados sobre la mesa y se la bebió directamente del pico sin quitarle los ojos de encima a Batman.
- Me parece genial – exclamó el invitado sacándose los mocasines y las medias de algodón mientras también subía los pies a la mesa – no aguantaba más los timbos estos, son de mi primo y me quedan dos números chicos.
El Presidente supo que debió haberlo matado cuando se lo propusieron.
Mientras tanto la noticia sobre el avistamiento de una enorme flota extraterrestre rumbo a la Tierra ya era un rumor creciente en Twitter aunque nadie se atrevía a confirmarlo oficialmente. Sin embargo, cuando los periodistas comenzaron a llamar insistentemente a las agencias espaciales y a su larga lista de contactos ya fue imposible contener la información.
A Clemencia Rodríguez le avisó directamente Trevor, y ella decidió convocar de urgencia a todos los presidentes del mundo para una sesión especial en la ONU. La idea que siempre había tenido desde la primera aparición de las naves era la de consensuar un protocolo de acción conjunta entre todas las Naciones, con alerta máxima de las fuerzas de guerra pero sin realizar ninguna actividad bélica hasta conocer las intenciones y el poderío de los invasores.
Frenéticamente fueron contactando de manera confidencial a los mandatarios de todo el planeta para informarles acerca de la nueva situación y pidiéndoles que por favor no alarmaran a sus conciudadanos hasta no tener una certeza más acabada sobre el avistamiento.
- ¿Por qué estás acá? – le preguntó Rulfo a Batman ya absolutamente resignado al absurdo de la situación
El visitante se sonrió mientras se prendía un cigarrillo armado
- Me trajeron porque me dijeron que usted me quería conocer… ¿Se puede fumar no?
El Presidente se levantó de su silla y caminó amenazante hasta Batman de manera muy lenta. Cuando llegó a su lado le extendió la mano pidiéndole un cigarrillo, entonces Batman le dio el que estaba fumando y se prendió otro, fue entonces cuando Rulfo le acarició con dulzura el cabello hacia atrás y le preguntó en un susurro que atemorizaba.
- ¿Vos sos un loco lindo o sos un loco de mierda?
Batman se encogió de hombros asustado pero no perdió su sonrisa pícara para responder:
- Un poco y un poco, Presi, como todos…
En ese momento ingresó apurado el Secretario de Estado y por más que tenía una información muy delicada para informar al Presidente no pudo evitar la sorpresa que le provocó verlos en esa situación.
- ¡Ah! Por fin apareciste… Éste es el hijo de puta que te invitó a mi casa – le dijo Rulfo a Batman señalando al Secretario de Estado que los miraba visiblemente nervioso.
- Señor, hubo un malentendido con este caballero… – reconoció el funcionario señalando al visitante que se apuraba a beber el champagne antes de que lo echaran
- Un mal-en-ten-di-do… – repitió Rulfo en voz baja como si estuviera a punto de gritar
- Si, señor, pero lo vamos a solucionar ya mismo – dijo mientras le indicaba con las manos a Batman que se levantara de la silla y que enfilara hacia la puerta. Batman se metió una copa en el bolsillo y preguntó si se podía llevar la comida que no habían alcanzado a servir. Le dijeron que sí y los mozos lo trasladaron a la cocina.
- ¿Te firmo un autógrafo? – alcanzó a preguntarle al Presidente antes de cruzar la puerta.
Rulfo le respondió que no con el dedito.
- Tengo algo muy importante que contarle – intentó retomar el Secretario
- Me imagino… ¿Mañana viene a desayunar Mickey Mouse, hijo de puta?
- Señor, por favor – insistió el Secretario – tengo información calificada para contarle
- Me quisiste cagar la infancia – le recriminó Rulfo con la vocalización bastante afectada por el alcohol
- No, señor, fue un malentendido imperdonable, lo reconozco, pero lo que tengo para decirle es mucho más importante – Rulfo negaba con la cabeza mirando la silla vacía que había dejado Batman, sintió que lo extrañaba – una flota con más de diez mil naves extraterrestres se aproxima a nuestro planeta y estarán aterrizando dentro de 4 días.
Rulfo todavía no volvía en sí.
- ¿Un miércoles?
- ¿Eh? Sí, sí, señor, cae miércoles – contestó el Secretario desconcertado
- ¿Pero no se habían ido estos bichos?
- Si, pero volvieron por el otro lado – respondió el Secretario sin dar muchas más precisiones
- ¿Pero cómo carajo vienen por otro lado? – exclamó el Presidente golpeando la mesa sobreactuando un enojo que en realidad tenía más que ver con el malentendido de Batman que con las naves – Pase ya mismo la Alerta Nacional a DEFCON 1 y prepare las armas nucleares para atacar apenas tengamos capacidad de alcance.
- Señor, la ONU prefiere esperar para ver cómo evoluciona la situación y propone una sesión de urgencia con todos los presidentes del mundo a la cual, por supuesto, usted está invitado
Se escucharon ruidos de platos y fuentes que se caían en la cocina.
- Señor Secretario, no sé si me escuchó bien así que se lo repito: Pase la Alerta Nacional a DEFCON 1, prepare los misiles nucleares para lanzar un ataque preventivo apenas tengamos posibilidad de alcance y dígales a los tibios de la ONU que acá tienen un presidente con las pelotas bien puestas.
NOTA AL MARGEN 16
En mi carácter de Presidente de los Estados Unidos y Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas, le informo a la población que a partir de este momento queda impuesto el estado de Sitio en todo el país y que le declaro la guerra total y sin cuartel a los invasores extraterrestres que se aproximan a nuestro Planeta.
Le ruego a todos que tengan mucha fe en Dios y en la valentía de los soldados que juraron defender nuestra Nación hasta las últimas consecuencias, incluso ofreciendo su propia vida. Tengan la plena confianza de que vamos a proteger la libertad y los derechos de cada estadounidense utilizando absolutamente todo el poderío que tengamos a disposición sin contemplaciones de ningún tipo y con la firmeza que las circunstancias lo exigen.
No son tiempos para medias tintas o para discursos cobardes, está en juego el futuro de nuestros hijos, el honor de nuestra bandera y el destino de la raza humana.
Cada uno deberá hacer su parte. Nosotros lucharemos y venceremos; ustedes prepárense para una guerra distinta en la que no conocemos el poderío, ni los objetivos, ni las características de nuestro enemigo, así que les imploro que se armen con todo lo que tengan a su alcance y que se resguarden en los sitios más seguros posibles con agua y alimentos suficientes para resistir el tiempo que sea necesario.

Hemos superado muchas dificultades a lo largo de la historia y siempre hemos salido adelante porque somos un pueblo unido y valeroso que jamás ha retrocedido ante ningún enemigo, por lo tanto, esta vez también lo lograremos.
Faltan solamente tres días, pero este miércoles no será un miércoles más, sino el comienzo de una nueva era en la que dependerá de nosotros encontrarnos libres, dominados o muertos.
La energía puesta en el sostenimiento de la soberanía estará en proporción a la magnitud de la resistencia que se ofrezca.
Por último quiero enviar un mensaje a los invasores: Tomen este comunicado como la última oportunidad que les queda para arrepentirse y dejar a la Tierra en paz. Si nuestra buena fe no tiene respuesta, serán aniquilados apenas ingresen a la zona de alcance nuclear.
Nos vemos en la batalla.
CAPÍTULO 55: EL TELÉFONO ROJO
Todos los habitantes del planeta se enteraron del arribo de las naves gracias al comunicado del Presidente de Estados Unidos declarando la guerra a los extraterrestres, de un instante a otro fueron en vano los esfuerzos de la ONU solicitándoles a todos los mandatarios del mundo que mantuvieran el secreto para evitar un caos en la población mundial. Sin embargo, y contrariamente a lo que históricamente todos creían, no hubo caos. La gente tomó la noticia casi con resignación. Un espíritu sombrío de velorio en Navidad recorrió las ciudades de todo el mundo. Era más tristeza que miedo lo que se sentía. Daba la sensación de que era más importante realizar el balance final de la vida hasta ese momento antes que correr a un supermercado para robar comida. Por supuesto todos miraban al cielo, como siempre habían hecho.
Era el lunes más triste de la historia.
Mientras tanto Rulfo ya estaba instalado en el búnker antinuclear acompañado por la plana mayor del Ejército recibiendo minuto a minuto la información precisa sobre el trayecto de las naves y con los códigos de lanzamiento listos para ser activados. Durante toda la mañana diversos líderes mundiales habían intentado comunicarse con él para convencerlo de cambiar su actitud pero ni siquiera los atendió.
Incluso algunos de los jefes militares presentes en el centro de operaciones le advirtieron sobre el enorme riesgo que conllevaba realizar un ataque nuclear a gran escala en el espacio exterior. Según las estimaciones de los especialistas, el combate debería realizarse lo más lejos posible de la atmósfera terrestre para evitar que la radiación afectase a la población, sin embargo existían muy pocos misiles capaces de trasladar el peso de las más grandes bombas nucleares hasta la altura necesaria, la mayoría de ellos llevarían cargas menores que buscarían dar en el blanco peligrosamente cerca de nuestro Planeta; eso sin contar que fueran interceptados y detonados por las fuerzas invasoras antes de cruzar la atmósfera, lo cual directamente sería una catástrofe inimaginable para los habitantes de la Tierra. Rulfo dijo que conocía los riesgos, pero que prefería afrontarlos antes que rendirse ante una civilización alienígena. Frente a esa respuesta los analistas fueron por otro lado y le hicieron saber que si fallaba en el ataque, los extraterrestres darían por sentado que no son bienvenidos y entonces podrían atacarnos sólo por haber sido agredidos aunque ese no hubiera sido el objetivo de la visita. Rulfo recurrió a dos viejos axiomas para contestar a estas advertencias: “La mejor defensa es un buen ataque“ y “El que pega primero, pega dos veces“.
Nadie se atrevió a responderle que sólo los muertos han visto el final de las guerras.

Posiblemente en la cabeza del Presidente de Estados Unidos la ecuación tenía que ver con un posible liderazgo a nivel planetario que obtendría si lograba una victoria frente a los visitantes ante la pasividad de las demás Naciones. Sin lugar a dudas un triunfo heroico en un campo de batalla extraño y ante una fuerza desconocida lo posicionaría a Rulfo en el puesto más importante de la historia, quizás a la altura de los grandes emperadores de la antigüedad o de los principales estadistas de la era moderna. El riesgo era enorme pero la recompensa aún mayor.
A su madre fue a la única que atendió. La anciana le dio ánimo y le recordó una historia familiar de cuando su padre, Domenico, el abuelo de Rulfo, se había hecho de un nombre fuerte dentro de la mafia siciliana gracias a que una madrugada había atacado inesperadamente la residencia de una familia enemiga con la cual debía negociar la división de un territorio para comercializar productos. A la mañana siguiente ya no había enemigos, ni nada para negociar.
Antes de cortar la madre le dijo que confiaba en él y que ella estaba segura de que era el hombre indicado para liderar a la humanidad. “Te amo, mamá“ le dijo Rulfo al despedirse y de inmediato echó del búnker a los que habían querido convencerlo de abortar el ataque.
El teléfono rojo quedó descolgado.
Al mismo tiempo los científicos intentaban entablar una comunicación con las naves enviando mensajes de distinta índole en todas las frecuencias posibles y además disponiendo de cientos de radares y computadoras para recibir y decodificar cualquier señal que proviniese de la flota extraterrestre. El resultado fue nulo. Sentían que le estaban susurrando a una manada de búfalos salvajes que se les acercaban a toda velocidad.
Mientras tanto la ONU comenzaba su sesión de emergencia con la presencia de muchos presidentes pero también con varias ausencias ya que el intransigente comunicado de Rulfo había echado por tierra las posibilidades de una acción pacífica conjunta. De todos modos Clemencia Rodríguez, fiel a sus convicciones, les dio la bienvenida a los presentes sosteniendo la importancia de mantener la calma y el espíritu pacífico de la Organización. Acto seguido propuso redactar y firmar un documento en el cual todos se comprometían a no ejercer ningún tipo de hostilidad a los visitantes para no poner en un riesgo innecesario a la población hasta tener una certeza total sobre las intenciones de los extraterrestres. El documento fue firmado por todos los presentes y avalado por otros mandatarios a la distancia.
Desde el mismo recinto Clemencia intentó comunicarse con el Presidente de Estados Unidos para pedirle que recapacitara sobre su postura y para invitarlo a firmar el documento por la paz que acababan de constituir. Por supuesto que ella no era ingenua y esta actitud de prudencia que proponía no incluía una relajación militar, ni mucho menos, ya que la idea continuaba siendo la de mantener en alerta a las fuerzas bélicas de cada país por si fuera necesario que entrasen en acción ante el menor síntoma de agresión por parte de los visitantes. Rulfo no la atendió.
Un silencio insostenible se expandió por el recinto de la ONU, no había mucho más para hacer. Si Estados Unidos atacaba preventivamente a las naves, el Documento por la Paz no tenía ningún sentido.
Clemencia Rodríguez propuso un cuarto intermedio pero la mayoría de los presidentes directamente regresaron a sus países para organizar a sus tropas y prepararse para la guerra. La noticia del fracaso del plan de paz solicitado por las Naciones Unidas cayó como un balde de agua fría en la tristeza de la población. Ahora no sólo sabían que llegarían miles de naves extraterrestres en tres días, sino también que se desataría de inmediato una guerra de proporciones inconmensurables.
Los noticieros del mundo preparaban a la población para el desastre; la noticia ya no eran las naves, la noticia era la guerra.
La NASA ajustaba minuto a minuto sus cálculos y confirmaba que la flota alienígena continuaba disminuyendo la velocidad y que estaría entrando en la atmósfera terrestre al anochecer del miércoles 21 de diciembre horario de la Florida. Todavía era muy prematuro afirmarlo con certeza pero los observadores estimaban que la cantidad de naves que se aproximaban eran más de 10 mil y que no eran todas iguales. Había de distintas formas y de distintos tamaños.
“Más que una invasión parece una mudanza“ pensó el General Sanders al escuchar ese informe de la NASA. Harry permanecía en su puesto dentro del Pentágono porque ni siquiera había sido invitado al búnker por Rulfo quien lo consideraba un miembro del ‘ala blanda‘ y por eso desde su asunción lo había relegado a tareas administrativas sin injerencia en la política militar del país. Se trataba casi de un puesto simbólico en el que apenas se limitaba a organizar archivos, recibir visitas protocolares y atender llamadas burocráticas. Nadie hubiera pensado que ésa sería la decisión más inteligente que había tomado el Presidente de Estados Unidos ya que aquella tarde fue el propio General Harry Sanders quién atendió el teléfono. Era una llamada lejana, desde un número desconocido, a un teléfono que solo una persona podía llamar.
CAPÍTULO 56: DUEÑO DE MI DESTINO
El General Sanders lo supo antes de atender. Demasiadas tardes se había quedado solo mirando ese teléfono de emergencia mudo, con la esperanza de oírlo sonar en un instante cualquiera y sin previo aviso para ponerle fin a los tiempos oscuros. Dicen que la esperanza es lo último que se pierde, aunque lo último que se pierda sea la vida.
Estaba distraído cuando el Ring Ring de la llamada lo asustó como si hubiera habido una explosión a sus espaldas, tanto esperar algo para no poder creerlo cuando ocurre. Se quedó paralizado conteniendo la respiración y tardó unos instantes en salir del estupor. De inmediato saltó de la silla como si tuviera el cuerpo dormido y apenas había dado tres pasos cuando se tropezó por el apuro cayendo aparatosamente como un herido en combate. Ring Ring… continuaba sonando el aparato y parecía que en cualquier momento dejaría de sonar. Harry alzó la mirada desde el suelo para comprender dónde estaba, luego levantó la mano desde las profundidades de la oficina y arrodillado en el piso con la sonrisa más desbordante que había conocido su rostro en mucho tiempo, atendió la llamada.
Las malas noticias llegan en cualquier momento, pero las buenas también.
La voz de Bronson al otro lado de la línea se escuchaba con dificultad entre tanta interferencia. Parecía que estaba llamando desde el más allá.
La euforia superaba a la solemnidad y hacía que se pisaran al hablar. Ambos tenían demasiado por decir y por preguntar, pero no había tiempo para dar demasiadas explicaciones. Ya habría libros que contarían esa increíble historia.
Durante menos de un minuto cruzaron coordenadas con el temor a que la llamada se cortase, las interferencias eran cada vez más fuertes porque desde hacía algunos días los satélites temblaban en el espacio. Llegó un momento de la conversación en que ya no se entendía absolutamente nada y entonces finalmente se cortó la comunicación.
A partir de ese momento el presente colocó la lupa sobre el General Sanders quien de inmediato, con el máximo hermetismo, trazó líneas en un mapa del Océano Atlántico y en menos de una hora logró que dos helicópteros de rescate partieran desde el portaaviones estadounidense Coup Plotter (que se encontraba ubicado a pocos kilómetros del barco pesquero desde donde había llamado Bronson) para que fueran a buscarlo.
Ni siquiera los pilotos sabían a quién iban a rescatar. Lo supieron cuando lo vieron en la cubierta del pesquero saludando con los brazos en alto. Ahí estaba el perdido Presidente de Estados Unidos rodeado de pescadores chinos que también levantaban las manos como lo hacían cada vez que los guardacostas los detenían por pescar en zonas prohibidas.
Los rescatistas no salían de su asombro. El primer soldado que descendió con una cuerda hasta el barco se emocionó tanto al verlo vivo que lo abrazó rompiendo todos los protocolos. Luego descendió el segundo y más tarde el tercero. Durante breves minutos le explicaron cómo sería el rescate, le colocaron un arnés y antes de elevarlo hacia el helicóptero, Bronson se tomó un tiempo para abrazar y agradecer a cada uno de los marineros por haberlo rescatado del mar y por haberlo aceptado en su tripulación. Cuando llegó el momento de despedirse de Janakka lo tomó de los hombros y mirándolo a los ojos con firmeza, le pidió que apenas pudiera lo fuera a visitar a la Casa Blanca porque le gustaría contar con él en un futuro. El pescador oriental sonrió agradecido y le dijo que sí con un movimiento de cabeza pero nadie supo si lo había entendido.
Recién entonces, mientras era subido al helicóptero, pudo leer por fin el nombre del barco pesquero que lo había rescatado y se dio cuenta de que era lo mismo que le había tatuado Janakka en el brazo.
Una hora después Bronson ya estaba en el Portaaviones y era recibido con honores por el Capitán. Acto seguido lo subieron a un aeronave de guerra con destino a los Estados Unidos y lo pusieron al corriente de las últimas novedades en el mundo. Recién entonces, cuando aterrizó en tierra firme, el General Sanders llamó al búnker antinuclear Rulfo para darle la noticia.
Tardaron algunos minutos en comunicarlo con él porque el Presidente no lo quería atender, sin embargo, tras la insistencia de Sanders y el anuncio de que tenía algo muy importante que transmitir, lo pusieron en altavoz. El diálogo fue corto.
- Señor Presidente, habla el General Harry Sanders
- ¿Qué pasa? – contestó impaciente Rulfo sin dejar de mirar los monitores donde se actualizaba segundo a segundo el movimiento de la flota extraterrestre
- Lo llamo para comunicarle una gran noticia. Acaba de aparecer con vida el Presidente Marvin J. Bronson quien en los próximos minutos reasumirá la presidencia de la Nación como dicta la ley
Una mezcla de asombro y algarabía invadió a todos los presentes, menos a Rulfo que se quedó en silencio con la boca entreabierta y la mirada perdida. En ese mismo momento los noticieros de todo el mundo ya repetían en loop las imágenes de Bronson descendiendo del avión como un fantasma intacto y rejuvenecido que saludaba a la comitiva que lo aguardaba en la pista, le sonreía a la única cámara presente en el lugar y se subía con entusiasmo al auto oficial que lo trasladaría hasta la Casa Blanca para retomar el poder.

Rulfo en un ataque de desesperación le respondió a Sanders que no entregaría el puesto de Presidente porque le correspondía legítimamente y porque además estaban en guerra. De inmediato di Tomasso le ordenó al FBI que lo incomunicaran a Bronson hasta investigar qué era lo que le había sucedido y hasta saber si no se trataba de un impostor. En una bochornosa e improvisada conferencia de prensa anunció que no iba a entregar la presidencia de ninguna manera y les pidió a sus seguidores que se convocaran en las puertas del Capitolio para defenderlo ante este ataque a la democracia del que estaba siendo víctima.
No tuvo suerte, la gente que salía a las calles lo hacía para festejar la aparición con vida de Marvin J. Bronson y para celebrar haber evitado una guerra.
Antes del anochecer las fuerzas de Seguridad irrumpieron en el búnker y se llevaron detenido a Rulfo di Tomasso acusado de varios delitos federales. Alcanzó a darle un infructuoso manotazo a la consola de lanzamientos de misiles nucleares como un niño al que ya no le importa nada.
Lo primero que hizo Bronson al reasumir en su puesto fue levantar el Estado de Sitio, volver la seguridad nacional a DEFCON 4, desactivar todos los planes de guerra y comunicarse con Clemencia Rodríguez para anunciarle que Estados Unidos se plegaba absolutamente al Documento por la Paz elaborado por la ONU.
A la mañana siguiente y ante una multitud que lo aclamaba, Marvin J. Bronson dio un recordado discurso que quedó grabado en la historia por lo breve, por lo importante y por lo emotivo: “Gracias por tanto cariño, solo quiero pedirles que estemos a la altura de los acontecimientos que se avecinan. Seamos solidarios y optimistas, los quiero mucho“
A partir de ese momento quedaban menos de dos días para la llegada de las naves y en todas las ciudades del mundo se organizaban enormes fiestas a cielo abierto para verlos llegar.
Anke llamó de inmediato a Voynich para darle la noticia de que era un hombre libre y para invitarlo a formular el discurso oficial de recepción, ya que no había nadie en la Tierra más indicado que él, para darle la bienvenida a los Drépanos.
CAPÍTULO 57: UN LINDO DIA PARA SALIR
Aquel miércoles en el que llegaron Los Drépanos, Voynich fue despertado muy temprano por el anciano que lo había recibido en el Migra. Se lo notaba ansioso y apurado, por eso golpeaba insistentemente la puerta de la habitación de Wilfrid. El científico tardó en atender, no estaba solo.
Apenas entreabrió la puerta se encontró al viejo parado ahí con cara de susto:
– Le enviaron un mensaje, señor… – le dijo mientras intentaba mirar disimuladamente hacia dentro del cuarto pero Voynich lo tapó con su propio cuerpo
– ¿Un mensaje de quién? – preguntó el científico todavía un poco dormido
– De su Garante, señor
– Anke – susurró entonces Wilfrid comprendiendo en un instante la importancia de lo que estaba sucediendo. Fue entonces cuando miró con tristeza hacia donde estaba Diana todavía durmiendo.
– Tiene usted, a partir de este momento… – dijo el anciano mirando su reloj de oro – una hora para decidir qué es lo quiere hacer.
Voynich cerró la puerta sin hacer ruido pero fue en vano, ella ya estaba despierta con los ojos llenos de lágrimas.
Cada vez que a algún ingresado del Migra le avisaban que había recibido un mensaje desde el exterior, la rutina del lugar se trastornaba por completo y el refugiado se encontraba frente a una encrucijada de dos caminos. La primera posibilidad era la de negarse a leer el recado y continuar con su vida dentro de la Organización como si nada hubiera pasado. En ese caso la correspondencia era destruida de inmediato sin ser leída por nadie. Esto generaba mucha incertidumbre en el destinatario porque durante los siguientes días o meses o años continuaba pensando en qué cosa le habrían querido avisar. Muchas veces se arrepentían cuando ya era tarde, quedándose en una especie de limbo melancólico hasta el fin de sus días.
La segunda posibilidad que tenían al recibir un mensaje, era la de aceptarlo. Si lo hacían, entonces automáticamente le entregaban la carta con la condición de que debían abandonar el Programa Migra y regresar a la calle de manera inmediata. Esto era una norma inquebrantable para todos porque la Organización no podía permitir que hubiese internos que tuviesen información sobre el exterior y los demás no.
Cada vez que alguien aceptaba recibir el mensaje, se despedía de todos antes de ir a leerlo porque una vez que lo hiciera ya no volvería a verlos. Era siempre una situación muy particular porque todos lo despedían mientras preparaba sus cosas para irse aún con la pesada incertidumbre de no saber qué diría el mensaje. Podían ser noticias buenas o noticias malas, pero sin lugar a dudas muy importantes, ya que de otro modo el Garante de cada uno de ellos en el exterior, no habría tomado la decisión de enviar el recado. Esta inquietud provocaba que la despedida sea muy extraña, era como si estuvieran en una estación saludando a alguien que no se sabe si se subirá a un tren de lujo o a un tren fantasma.
Diana estaba triste pero le decía que debía leer su mensaje y marcharse. Voynich, por supuesto, nunca dudó. El científico siempre había tenido un espíritu libre y de todos modos hubiera sido imposible que permaneciera demasiado tiempo ahí dentro, por más que afuera corriese peligro su vida.
Durante la siguiente hora se despidieron, se besaron, se miraron y se hicieron promesas imposibles de cumplir. Es que en muy poco tiempo habían recuperado aquella vieja conexión que siempre habían tenido y que excedía las paredes del MIGRA, las curvas del tiempo y los laberintos de la razón.
Cuando el viejo regresó con el plazo cumplido para conocer la decisión que Wilfrid había tomado, fue Diana la encargada de abrir la puerta para decirle que Voynich había aceptado. No hizo falta que el anciano corroborara la respuesta con el científico, los ojos de la Jirafa Azul lo petrificaban desde las alturas. El hombre agachó la cabeza y antes de retirarse a toda carrera, confirmó que se encargaría de los trámites para la salida.
Diana sonrió, le dijo a Wilfrid que se preparara tranquilo para dejar el Migra y se marchó a su habitación. El científico se dispuso a juntar sus pocas pertenencias como si se acabaran las vacaciones. No tenía nada.
Pasado el mediodía Diana regresó con un regalo y con una historia.
El regalo era un dibujo realizado por ella, lo traía enrollado y se lo entregó sin decir nada. A Voynich se le fue transformando la cara cuando vio la imagen. Era el mismo cuadro con los dos círculos enlazados por fuera que él tenía en su búnker de la isla.
- La Corona Británica tiene un cuadro igual a este dibujo en su museo privado desde los años de la conquista, solamente los integrantes de la familia Real saben de su existencia. Ahora también lo sabés vos. Te voy a extrañar.
Wilfrid no podía hablar.
El último beso nunca es el último. Pero se besaron como si lo fuera. Luego se dijeron adiós como si volvieran a verse al día siguiente y ella desapareció por los pasillos del Migra llevando su máscara de Jirafa en la mano.
Al cabo de un rato regresó el anciano y trasladó al científico hasta la oficina de salida. En ese recinto con techos altos y escritorio antiguo de madera pesada, Voynich firmó algunos papeles aceptando leer su mensaje, abandonar las instalaciones del Migra y comprometiéndose a no divulgar absolutamente nada sobre la organización. Hoja por hoja fue garabateando sin leer y con distintas firmas. En verdad nunca había tenido una única firma que siempre le saliera igual. Acto seguido el viejo destruyó el legajo de Wilfrid en una máquina de picar papel y durante largos minutos estuvo tecleando en una computadora vieja. Luego lo llevó hasta una ventanilla baja que impedía ver el rostro de quién estaba del otro lado, y desde ahí le devolvieron sus documentos, algo de dinero y le entregaron el sobre con el mensaje de Anke.
Voynich se sentó en una silla de terciopelo rojo debajo de una lámpara de pie para leerlo. Eran pocos renglones pero muy claros. Le contaba que había aparecido con vida el Presidente Bronson y que por lo tanto él ya era un hombre libre, pero que ese mismo miércoles al anochecer llegarían las naves, por lo tanto lo invitaba a dar el discurso de bienvenida a Los Drépanos en un acto desde el Planetario de Buenos Aires para retransmitirlo a todo el mundo. En la post data le aclaraba que fuera tranquilo porque ahí lo estarían esperando.
Voynich miró al viejo que se moría de ganas por saber lo que decía el mensaje y se comió el papel con una sonrisa sin quitarle los ojos de encima al anciano que no lo podía creer.
- Vamos nomás – dijo el científico poniéndose de pie – ¿Cómo salgo de este delirio?
- Por la puerta – respondió el viejo fastidiado.
Nunca llegaron a tener una buena relación.
Ya no había Topos, ni ascensores, ni escaleras,ni túneles, ni salidas secretas detrás de un espejo. Simplemente lo condujeron hasta una pequeña puerta que daba a la peatonal Florida donde cientos y cientos de personas caminaban apurados aquél día tan importante para la humanidad. El viejo sacó una gruesa llave plateada, la introdujo en la cerradura y apenas accionó el picaporte para dejarlo salir, se oyó desde adentro la voz de una mujer entre ruidos de tacos que se acercaban a toda carrera: “Es un lindo día para salir“
Diana y Voynich se abrazaron, se tomaron de la mano y se fueron.
El viejo se quedó asomado desde la entrada y los vio perderse entre la gente. Ella con lentes negros y sombrero; él mirando hacia arriba. Quién lo hubiera imaginado…
A esa hora los alrededores del Planetario ya era un mundo de gente. Aparecían personas por todas partes bebiendo, cantando y observando el cielo con binoculares. La ansiedad iba en aumento. El escenario recién se había terminado de montar y los técnicos probaban los micrófonos que todavía acoplaban. Los periodistas entrevistaban a todos los presentes que se cruzaban mientras las cámaras de la transmisión oficial se colocaban en sitios estratégicos junto a los móviles de los canales. Decenas de puestos de comida se habían emplazado por todos los sectores mezclados entre telescopios que apuntaban al firmamento y familias que hacían picnics con manteles en el suelo.
En algún momento comenzó a cantar el primero de los artistas que estaban en la grilla, era el cantautor español Goyo Parasiempre que aprovechando la gira por Argentina de los “Jóvenes por el Universo“ se había anotado para participar del festival de bienvenida a Los Drépanos. Se enojó un poco porque lo hicieron cantar primero cuando todavía no había demasiada gente, pero no le quedó otra opción. Un técnico que estaba nervioso por la llegada de los extraterrestres lo insultó y le dijo que si no subía le partía la guitarra en la cabeza. Subió. El público lo aplaudió como si fuera una estrella mundial, la locura era total. Goyo anunció feliz que cantaría “El himno marciano“ que había compuesto en el avión y entonces la pequeña multitud estalló en aplausos. A la segunda estrofa se distrajeron señalando unas nubes raras que resultaron ser nubes nomás. Ya nunca recuperó la atención de los presentes por más que cantó todos sus hits desconocidos. Lo bajaron.
Mientras tanto Diana y Voynich caminaban por el centro de Buenos Aires indiferentes a las personas que se cruzaban apuradas. Ellos miraban vidrieras, se reían de todo, se besaban en cada semáforo y se compraron dos panchos con papitas en Corrientes y Libertad porque tenían hambre.
Recién a media tarde decidieron enfilar hacia el Planetario. Preguntaron en un kiosco de revistas cómo podían llegar hasta allá y les indicaron que se tomaran el Subte D en Tribunales rumbo a Congreso de Tucumán y que se bajaran en Plaza Italia. Eso hicieron. Los vagones iban repletos y a ellos no les importaba nada. Estaban felices como si acabaran de nacer de nuevo. Ella detrás de los lentes negros y el sombrero era absolutamente irreconocible para cualquiera, sobre todo porque la creían muerta desde hacía 25 años.
No hizo falta estar muy atentos al paso de las estaciones ya que cuando llegaron a Plaza Italia se bajó todo el mundo, y ellos también. Ya era casi de noche. La gente caminaba chocándose las cosas por mirar hacia arriba. El tránsito era un caos y ya desde lejos se oía la música proveniente del escenario junto al Planetario. La procesión por la Avenida Sarmiento era gigante. No había autos, todo estaba cortado. Solo cientos y cientos de personas caminaban lentamente hacia el punto de encuentro. Tardaron mucho en llegar y era difícil acercase al escenario. De todos modos fueron haciéndose un lugar hasta uno de los puestos de información donde Voynich se anunció y le dijeron que su participación recién estaba prevista para las 9 de la noche. Faltaban casi dos horas. Minutos después el lugar parecía un hormiguero. Ya era imposible dar un paso entre tantas personas agolpadas. Voynich miraba el cielo y Diana miraba a la gente. Ahora en el escenario estaba haciendo su presentación la estrella internacional de la noche, el querido rapero estadounidense Little Lobster con su traje espacial acorde a la situación, y su alto peinado afro.

De pronto Wilfrid vio por el rabillo del ojo como algo se acercaba a él por sobre las cabezas de la gente, era una criatura verde, con pico y plumas que volaba a toda velocidad gritando eufórico de alegría. ¡Era Galileo!
Se dieron un abrazo tan fuerte que algunas plumas verdes quedaron flotando en el aire cayendo lentamente. El pobre loro estaba tan contento que no le salían las palabras. “No puedo creer que hayas venido, querido amigo“ le decía Voynich mientras el pájaro le refregaba el pico por el rostro parado sobre su hombro, sin embargo, de repente, Galileo se quedó paralizado al ver a Diana. La miraba embelesado como no la había mirado nadie en muchísimo tiempo. Ella se dio cuenta y le sonrió dulcemente. Entonces el pájaro le hizo con su ala derecha la reverencia que se le hacen a las reinas. Ella agradeció con un leve movimiento de cabeza, le dio un beso a Voynich y sin decir una palabra, la mujer se perdió para siempre entre la multitud.
No dijeron nada, guardaron el secreto entre los dos.
Pocos segundos después llegaron Mut, Keiko, Alexandra, Soya y el General Sanders. Los abrazos y los besos se multiplicaron. Había muchísimo por decir pero era casi imposible hablar entre la música, los gritos y la euforia. De todos modos durante un rato largo conversaron a los gritos y le contaron a Voynich todo lo que había pasado en los últimos días. Minutos después el General Sanders recibió una llamada y le pasó el teléfono al científico, era Anke.
- Me tomé el atrevimiento de llevarte a tu familia, Wilfrid, espero que no te moleste – le dijo la Canciller Alemana
- Gracias por todo, Anke – respondió el científico – sos una de mis personas favoritas y sabés que te quiero mucho
- No me vas a hacer emocionar, pelotudo – contestó ella – tengo prohibido llorar, así que callate…
Se rieron y cortaron.
Se acercaba la hora de la llegada y a lo lejos ya se comenzaban a divisar las primeras luces drépanas. Junto a Voynich, las chicas y el General Sanders había un pequeño perro que ladraba enloquecido al cielo como si quisiera que lo suelten para enfrentarse a las naves él solo. Lo sostenía con firmeza una nena de apenas 2 años que estaba acompañada por una joven mujer y por un hombre. Keiko miró a la nena con una sonrisa y la felicitó por tener tanta fuerza como para que no se le escapara la mascota enardecida. “¿Cómo se llama tu perrito?“ le preguntó cariñosamente Keiko a la nena. “Lunita“ respondió ella sosteniéndolo con más firmeza.
La noche ya no era tan oscura.
Inmediatamente Voynich fue llamado a dar su discurso. Con un gran esfuerzo caminó entre la gente y se subió al escenario. Recién entonces se dio cuenta de que no había pensado qué decir. Tantos años esperando ese momento y de repente estaba en blanco. Eran demasiadas emociones juntas. Entonces en lugar de hablar, caminó hasta el piano y la señaló a Mut desde arriba. A ella no le hizo falta empujar a nadie, la multitud se abría a su paso absortos por la belleza de la muchacha. Voynich comenzó a tocar los primeros acordes de “Take me home, country roads“, aquella canción que habían cantado en el búnker de la isla al comenzar todo esto. La voz de Mut ahora volaba dulcemente sobre una multitud hipnotizada, los versos parecían haber sido escritos para la ocasión “la vida es vieja… más vieja que los árboles… llévame a casa… al lugar que pertenezco“
En ese momento, miles y miles de naves con luces de colores atravesaban lentamente la atmósfera terrestre ante el asombro y los aplausos de toda la humanidad.
FIN
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