CAFÉ CON DOS MUJERES
Apenas el avión aterrizó en la isla San Salvador fue abordado por varios agentes aeronáuticos que subieron para detener a Voynich. Pero Voynich no estaba.
Contrariados inspeccionaron cada rincón de la aeronave y sin embargo no pudieron dar con él. Incluso llevaron a un par de perros entrenados en búsquedas de personas que lo único que consiguieron fue detenerse frente a Mut y comenzar a ladrar. Los policías sabían que esa mujer era la acompañante del científico pero no se animaban a hablarle. Ella los miraba fijo sentada en su butaca con las manos sobre la cartera. Los uniformados consultaron algo entre sí y decidieron bajar del avión para comunicarle por radio a la Central del FBI que Voynich no se encontraba en la aeronave. Durante varios minutos todo el pasaje tuvo que esperar para descender. Recién a la media hora regresaron otros oficiales con un permiso para inspeccionar la bodega. Tampoco obtuvieron resultados positivos. A esa altura la gente ya estaba muy nerviosa y exigían con toda la razón que los dejaran salir. Fue entonces cuando el piloto les habló a través de los parlantes, les explicó la situación sin entrar en demasiados detalles y les solicitó que por favor tuvieran paciencia porque estaban aguardando órdenes desde Interpol. Además intentó calmarlos diciéndoles que las azafatas pasarían por sus ubicaciones para ofrecerles algo de beber. Un fastidio general fue la respuesta. Finalmente una enorme mujer policía se acercó a Mut y sin mirarla le ordenó que la acompañara para tomarle declaración. La bella muchacha egipcia se levantó de su lugar con temor, caminó por el pasillo del avión en forma lenta, descendió por la escalera con cuidado y al final del trayecto entró a la oficina de seguridad aeroportuaria donde la aguardaba, vestido de civil pero armado, un temible interrogador de la CIA que había sido enviado desde los Estados Unidos justamente porque se especializaba en detenciones internacionales legales e ilegales. El viejo lobo, con debilidad por las mujeres asustadas, tenía planeado hacer con Mut lo mismo que hacía desde que había entrado a las fuerzas de seguridad: Apretar testigos para obtener información.
Esta vez las cosas fueron un poco diferentes porque al encontrarse de frente con la inconmensurable hermosura de la muchacha sintió un repentino dolor en el pecho que le dificultó la respiración y por lo tanto debió ser trasladado de urgencia a un centro asistencial cercano donde murió a las pocas horas.
Mientras tanto, en la sala de espera del aeropuerto, a Mut la aguardaban impacientes sus compañeras de vida: Keiko, Alexandra y Soya. Ellas habían ido a buscarla y exigían a los gritos que liberaran a su amiga porque no contaban con ningún tipo de orden de detención. Tenían razón y el escándalo que provocaban iba en aumento llamando la atención de todo el mundo. Sin embargo, eso parecía no importarle demasiado a los hombres de uniforme que mantenían a Mut encerrada en la oficina ya que se quedaron en sus puestos y además las amenazaron con detenerlas también a ellas por intentar interferir en un operativo de seguridad.
Las cosas cambiaron abruptamente recién cuando las chicas llamaron al propio padre de Mut, un prestigioso abogado australiano especializado en derecho internacional, quien se contactó de inmediato con las autoridades a cargo de la situación y logró en menos de tres minutos que liberaran a su hija.
Lo único que le dijo Mut a la mujer policía – que acabó siendo por descarte la encargada de interrogarla – fue que Voynich se despidió de ella en el aeropuerto de Nueva York porque había decidido ir a ver a los Gigantes. No pronunció ni una palabra más. La tuvieron que dejar ir.
De inmediato fue recibida y abrazada por sus tres amigas que la subieron raudamente a la Hummer amarilla (manejó Soya porque estaba lleno de uniformados) y partieron sin mirar atrás rumbo a la mansión donde vivían con el extraviado científico nudista.

A partir de ese momento los investigadores, que enseguida chequearon que esa semana los Gigantes jugaban de visitantes en Dallas y no en Nueva York, tuvieron que retomar la búsqueda desde varias horas atrás revisando las cámaras de seguridad del aeropuerto JFK a donde Mut y Voynich habían llegado en taxi bajo la lluvia desde el hotel. Rulfo di Tomasso siguió muy de cerca la pesquisa con especial interés y en todo momento fue informado de los avances y de los retrocesos.
La identificación de las personas que buscaban no era para nada sencilla ya que por ese aeropuerto transitan alrededor de cincuenta mil pasajeros por día en un constante ir y venir que jamás descansa pero que además en ese momento sumaba la euforia y el descontrol provocado por la noticia de que las naves extraterrestres ya no estaban en camino a la Tierra.
Fueron largas horas repasando los monitores de vigilancia hasta dar con ellos. La tardanza tenía que ver con que Voynich y Mut arribaron al JFK con demasiada antelación a la partida de su vuelo y por eso se dificultaba la tarea de identificarlos entrando al edificio. Una vez que los ubicaron, los investigadores sólo debían seguir los pasos del científico y de la chica egipcia hasta ver qué era lo que había sucedido con el hombre al que perseguían. Así lo hicieron y entonces observaron como ambos caminaban lentamente con sus respectivas valijas por los pasillos del aeropuerto hasta sentarse en la mesa de una tradicional cafetería. Ahí se mantuvieron durante un largo rato hasta que se sumó otra mujer a la reunión, era Geraldine. Los tres pidieron el típico vaso enorme de café y conversaron sin levantar ningún tipo de sospecha. Recién sobre el final del encuentro Geraldine sacó de su cartera un sobre grande de papel madera y se lo entregó a Voynich quien revisó por arriba el contenido apenas mirando por la boca del sobre. Inmediatamente los agentes del FBI identificaron a Geraldine a través del reconocimiento facial automático y la llamaron para preguntarle qué era lo que le había entregado al científico. Ella les respondió que eran poemas de su propia autoría y que él quería leer durante el vuelo. Nadie le creyó pero no tenían argumentos para discutirle. También le preguntaron si le había comentado algo sobre la decisión de no subirse al avión, a lo que la francesa contestó muy sorprendida que hasta el momento en el cual ella se despidió de ambos no le manifestaron ningún cambio de planes y se aprestaban normalmente a abordar la aeronave que los llevaría de regreso a la isla San Salvador donde vivían. Tampoco le creyeron pero Geraldine pertenecía a la comitiva oficial de Francia y no era conveniente generar, sin pruebas, algún tipo de conflicto diplomático por lo tanto le agradecieron su escasa colaboración y continuaron analizando las imágenes de vigilancia.
Vieron entonces a través de las pantallas que cuando Geraldine se despidió de ambos tras dejar el sobre Voynich y Mut se quedaron en la mesa de la cafetería un rato largo más. En ese lapso de tiempo los investigadores observaron como ambos conversaban con la mirada puesta en la gente que pasaba por delante de ellos como si buscaran algo hasta que el hombre hundió sutilmente su rostro en la perfumada cabellera de la mujer más hermosa del mundo para hablarle al oído sin que nadie lo oyera o pudiera leerle los labios. Esto duró siete minutos y medio. Wilfrid hablaba y la muchacha asentía sin decir una palabra. A veces sonreía y a veces parecía triste. Luego de esto, Mut tomó el celular de Voynich y lo guardó en su cartera. Un rato después se puso de pie, agarró la valija, abrazó al científico durante varios segundos – le dijo algo también al oído – y se despidió con un beso a la distancia mientras caminaba hacia la ventanilla de la aerolíneas para realizar el Check-in. Las cámaras revelaron además como varias personas quedaban inmóviles o desconcertadas al verla pasar y como luego ella despachó el equipaje y se subió al avión.
Mientras tanto Voynich escribió algo en una servilleta, dobló el papel con cuidado y lo pegó con goma de mascar debajo de la mesa. Tras realizar esta acción se puso de pie y comenzó a caminar por el aeropuerto aparentemente sin rumbo fijo. Entró al freeshop, compró anteojos oscuros, ropa, un libro de astronomía y chocolates. Luego se mantuvo estático frente a las pantallas observando las partidas y los arribos de los vuelos. Mas tarde se dirigió a la zona de embarque donde se quedó parado durante casi media hora analizando las filas de pasajeros y buscando las cámaras de seguridad que apuntaban a esa zona. Y por último ingresó al baño de damas y tardó casi una hora en salir. Lo hizo exactamente en el momento que pasaba por la puerta del toilette un nutrido contingente de japoneses – algunos todavía con barbijo – que atravesaban el aeropuerto como una flecha entre la multitud de pasajeros eufóricos. Wilfrid, también con barbijo para evitar el reconocimiento facial y con un ambiguo cambio de vestuario, se mezcló entre los orientales y caminó con ellos varios metros hasta que pasaron por detrás de una columna y entonces Voynich desapareció. El contingente de japoneses continuó avanzando rumbo a su vuelo pero ya no se distinguía al científico entre ellos. Ninguna cámara volvió a captarlo por más que revisaron una y mil veces cada una de las grabaciones.
La única certeza con la que creían contar los investigadores era que Voynich no había salido del JFK porque las puertas de acceso estaban controladas por varias cámaras y los pasajeros pasaban a través de ellas siempre de a uno o de a dos lo cual simplificaba la identificación de las personas.
De inmediato Rulfo furioso dispuso un allanamiento completo en las instalaciones del aeropuerto y entonces decenas de policías invadieron el lugar para buscarlo. Cuando llegaron a la columna donde lo habían perdido de vista encontraron apenas a su valija semivacía apoyada contra la pared y sin ninguna otra pista.
Por último fueron hasta la cafetería y leyeron la servilleta que Voynich había dejado pegada debajo de la mesa:
”Ya te lo dije, vos no sos el rey”
Y de golpe la trama vira hacia una clásica escena de espionaje de la guerra fría. Rulfo deberia saber que “si vas a pisarle la cola a un tigre más vale que tengas algo para defenderte de sus garras”.
¿”Los depranos” ysma terminó y ahora enpiezan “las aventuras de Voynich”?.
Nuevamente gran entrega amigo Diego. Pobre Mut, sé lo que es estar condenado por la belleza… ponele.