LOS DRÉPANOS: CAPÍTULO 25

NUMERIO NEGIDIO

A pesar de que le habían cortado la luz e incluso le habían arrojado un vaso en esa plena oscuridad, Goyo Parasiempre continuó cantando como si no pasara absolutamente nada porque estaba acostumbrado a hacerlo frente a públicos hostiles o indiferentes. Él siempre había considerado que la insistencia era una parte fundamental dentro de cualquier carrera artística y por lo tanto llevaba esa máxima hasta el paroxismo. Nunca dejaba de creer que la oportunidad se escondía en las formas menos imaginables y por eso nunca se rendía. Daba la sensación de que Goyo vivía dentro de una película de superación cuando en realidad lo hacía dentro de una sitcom mal traducida.

La Esca, que ya estaba demasiado ebria desde temprano, se desentendió resignada de su artista, se iluminó la cara con la linterna de su teléfono móvil y fue despidiéndose uno a uno de todos sus invitados sosteniendo en la otra mano una botella helada de champagne. Cuando por fin llegó, más tambaleante que sexy, hasta donde estaba el Cheba, lo tomó de la solapa, le mordió suavemente el labio superior y se lo llevó a su habitación.

Los invitados aprovecharon la escena para escaparse en silencio en medio de la música y de la penumbra. Se chocaban entre ellos amontonados en la puerta de salida. La casa se iba vaciando con el recital de fondo como si fueran los títulos en el cine.

Cuando la mucama volvió a encender la luz, Goyo se encontró con la sala vacía. Sólo quedaban las copas en el suelo, las botellas por la mitad, los ceniceros repletos, los restos de la alegría en el aire y la sensación de que todo había terminado de repente. La mucama lo miraba impávida con los ojos cansados sosteniendo una escoba y una palita.

  • Bueno – le dijo Goyo sin inmutarse – nos quedamos solos, señora, pero no se preocupe, por suerte nos acompaña la música. Le voy a dedicar una vieja canción que le escribí al mar. Cuenta la historia de una ola que no quería llegar a la costa para no tener que romperse. Se llama “Ola, como te va”. Es un juego de palabras

Mientras tanto en Nueva York, después de no haber obtenido resultados verdaderamente esclarecedores con los allanamientos, ni tampoco con la revisión de cada rincón del aeropuerto, ni con las consultas a los ilusionistas más importantes, ni con la detallada observación de cientos de horas de cámaras de seguridad, ni con el análisis computarizado de las imágenes subidas a las redes sociales por los pasajeros que estuvieron en el edificio el día de la desaparición de Voynich; los investigadores de la CIA decidieron entrevistar de manera personal a todos los trabajadores del aeropuerto para enseñarles una fotografía del científico desaparecido y preguntarles si lo habían visto o si habían notado algo fuera de lo normal aquel día.

Como cualquiera podría suponer, hubo respuestas de todo tipo y la mayoría no aportó absolutamente nada interesante a la investigación, sin embargo, de casi quinientas entrevistas pudieron rescatar cinco testimonios que les llamaron bastante la atención a los detectives que intentaban armar el rompecabezas.

El primero de ellos correspondía a la mesera que atendió a Voynich, a Mut y a Geraldine en la cafetería. La empleada expresó que recordaba perfectamente al científico porque le había pagado los tres cafés con un billete de cien dólares y le dijo que se quedara con el vuelto como propina a cambio de que le respondiera qué era lo que la gente más se olvidaba en ese aeropuerto, a lo que ella le habría respondido: “Maletas”.

El segundo testimonio extraño que escucharon fue el de un operador informático quién contó que ese día durante la tarde las computadoras de la central de información del aeropuerto – al igual que todas las pantallas que anuncian las partidas y los arribos de los aviones al público en general – sufrieron una especie de hackeo externo durante al menos cinco minutos, lo cual absurdamente provocó que a las listas de pasajeros de todos los vuelos programados para esa jornada se les agregara el nombre de un pasajero inexistente llamado “Numerio Negidio” y que al mismo tiempo los monitores mostraran los horarios con diez horas de retraso provocando un verdadero caos. Esto duró apenas esos cinco minutos ya que el ataque fue respondido de inmediato activando el cortafuego de seguridad pasando a una línea segura y recargando de manera automática toda la información de horarios y pasajeros con las bases de datos de las aerolíneas que supuestamente no habían sido afectadas. De todos modos, durante las siguientes horas, hubo inconvenientes en varios vuelos con personas que tenían el mismo asiento impreso en el billete.

La tercera declaración que no pudieron pasar por alto los investigadores fue la de una azafata de American Airlines que juró haberse dormido sentada en el inodoro ese día en el baño de damas del aeropuerto y que al despertarse estaba en la misma posición pero con otra ropa puesta y que le habían robado su uniforme.

La cuarta afirmación que dejó perplejos a los agentes de la CIA fue la de un empleado de mantenimiento y limpieza que aseguró haber visto a un hombre muerto muy parecido al de la foto. Estaba tirado y ensangrentado entre las bolsas de residuos apiladas y listas para ser trasladadas hasta el camión de residuos que aguardaba en el portón de salida. El declarante contó que se asustó muchísimo al verlo y que por lo tanto salió corriendo para avisar a sus superiores. Sin embargo, al regresar al lugar con su jefe y con un agente de seguridad, descubrieron que el cadáver ya no estaba, al igual que algunas bolsas de basura y el camión de residuos.

El último de los testimonios sugestivos que rescataron fue el de una vendedora de ropa del freeshop donde Voynich había entrado a comprar algunas cosas. La mujer aseguró que ese hombre que se veía en la fotografía que le estaban mostrando había querido comprar uno de los maniquíes que se encontraban en la vidriera. Ella sorprendida le había respondido que no estaba a la venta y entonces el hombre pagó lo que había adquirido y se retiró tranquilamente. Sin embargo esa noche, al cerrar el local, se dieron cuenta de que faltaba un maniquí.

Más allá de estas cinco puntuales declaraciones también hubo algo en lo que coincidieron la mayoría de los quinientos entrevistados: Ese día se sintió un fuerte olor a pescado en todo el aeropuerto.

Los investigadores internamente necesitaban que ocurriera algún crimen resonante en la ciudad o cualquier otro acontecimiento catastrófico con tal de abandonar esta búsqueda que lo único que hacía era confundirlos y dejarlos en ridículo.

Pero hay que tener cuidado con lo que se desea.

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2 comentarios

  1. Pocas frases tan importantes para recordar como “Hay que tener mucho cuidado con lo que se desea”. Tenemos un ejemplo claro en nuestro ídolo Voynich. Si no fuera por las chicas…..