LOS DRÉPANOS: CAPÍTULO 26

LA PROCESIÓN

Los abrumados investigadores de la CIA destinados a resolver el enigma que encerraba la inexplicable fuga del científico Wilfrid Voynich delante de todo el mundo en el aeropuerto JFK de Nueva York, decidieron apostar el último gramo de dignidad que les quedaba y resolvieron convocar a una vidente.

El Presidente de los EEUU, Rulfo di Tomasso – que constantemente era informado sobre los avances de la pesquisa – dio el OK a este requerimiento irracional pero al mismo tiempo exigió que no se enterara la prensa porque sabía que si se filtraba esa información iban a quedar todavía más en ridículo.

No iba a tener esa suerte.

Cualquiera sabe que si en una investigación se solicita la presencia de una persona que dice ser vidente es porque la llevan adelante ineptos en lo profesional e idiotas en lo personal. Además, casi siempre, la mentalista convocada suele ser la amante de alguno de los policías o la hechicera personal que le limpia la mala energía.

Además, como escribió J.M. Mulet en su libro “La ciencia en la sombra”: Ningún vidente ha resuelto nunca un caso policial

Pero bueno, estos personajes suelen ser pintorescos y se los suele convocar como una esperanza irracional en momentos de desesperación o de desamparo. En ese oscuro margen resplandecen sus almas.

Mientras tanto la opinión pública (sobre todo sus votantes) le exigían a Rulfo que mostrara algún tipo de avance en la búsqueda del expresidente perdido en la Isla San Salvador durante los desastres provocados por el huracán Lisa; pero los más allegados al mandatario perdido a esa altura ya sólo anhelaban encontrar su cuerpo para darle cristiana sepultura y dar vuelta la página.

La llegada de la vidente Dorothy al aeropuerto fue imposible de disimular para los agentes porque la mujer caminaba por todos los pasillos de las distintas terminales del JFK hablando, insultando o cantando en voz alta y con los ojos cerrados como si liderara una procesión. Llevaba puesto una túnica de colores, un pañuelo en la cabeza, collares enormes alrededor del cuello y un tercer ojo pegado en la frente como una estampita. En una mano arrastraba la valija de Voynich y en la otra sostenía una fotografía del científico que besaba ampulosamente cada vez que rezaba a los gritos.

Detrás de ella iba su ayudante (con un incienso encendido que desparramaba un humo dulce que hacía toser) y por lo menos siete hombres y mujeres de la CIA y de Interpol perfectamente trajeados siguiéndole el paso atentos a lo que la cubana iba presintiendo. Los pasajeros les sacaban fotos al trencito de la investigación y los aplaudían al pasar sin entender del todo qué era lo que estaba ocurriendo. Incluso hubo alguien que le tocó el culo a un inspector de la CIA en medio de las risas y las felicitaciones.

Al pasar por la cafetería donde había estado Voynich la médium se sentó en la misma mesa a descansar y pidió un café aunque no dijo ni una palabra de la presencia del científico en ese preciso lugar. Su ayudante también pidió café grande. Uno de los agentes de Interpol pagó de su bolsillo con muchísimo fastidio. Enseguida Dorothy mientras encendía un cigarrillo preguntó si podía fumar. Había tanto humo a su alrededor por el incienso que daba igual. Le dijeron que sí. También se prendió un cigarrillo Pericón, que era como le decían cariñosamente a su ayudante espiritual y abnegado peluquero personal.

Al cabo de veinte minutos – en los cuales el disgusto del trencito iba en aumento – continuaron caminando en pos de alguna señal.

Nada de nada.

Durante cinco horas recorrieron una gran parte del aeropuerto. De vez en cuando la vidente gritaba algo en español y nadie entendía nada, salvo el portorriqueño Pericón que se reía disimuladamente y negaba divertido con la cabeza mirando hacia abajo como cuando pasaron por delante de uno de los monitores que indicaban los horarios de los vuelos y la mujer leyó “You Are Gay” con una carcajada infantil.

Insatisfecha y sintiéndose en deuda por no sentir nada especial, Dorothy propuso salir al aire libre para caminar sobre las pistas de aterrizaje. Ya no quedaban muchos otros lugares por recorrer así que la comitiva aceptó de mala gana y de inmediato ordenaron a la Torre de Control reprogramar algunos vuelos sin dar demasiadas explicaciones al público.

Salieron entonces de la Terminal 1 por una puerta lateral y de pronto el aire frío pareció despertarlos como un cachetazo de dios. Durante varios minutos deambularon errantes por la intemperie sin ton ni son hasta que inesperadamente cuando llegaron a la mitad de la pista 13R-31L la mujer se arrodilló de repente para tocar el cemento. Se mantuvo así en silencio por lo menos cinco interminables minutos hasta que por fin dijo que en ese lugar sentía muy fuerte la presencia de Voynich. Los investigadores se miraron azorados entre sí. No había nada alrededor, ni siquiera un hangar cerca para allanar.

  • Acá, acá mismo, señores – repetía poseída la mujer golpeando el suelo de la pista con la palma de su mano – ¡Hay que excavar acá!
  • ¿Excavar? – preguntó consternado uno de los agentes de la CIA mirando a los demás con estupor
  • Sí, señor – respondió ella como poseída y empezó a rascar el asfalto con las uñas cuidándose de no romperlas.
  • No hace falta, señora – intercedió uno de los jefes extendiéndole la mano para que se levantara – seguramente usted acá siente la presencia de Voynich porque esta fue la pista en la cual aterrizó el avión que lo trajo de la isla.

Dorothy parecía no estar muy convencida y continuaba raspando el asfalto con la punta de su sandalia.

Los investigadores rápidamente hicieron algunos llamados y consultaron planos. Esto los llevó a descubrir dos cosas.

La primera fue que por debajo de la pista exactamente donde estaban parados en ese momento pasaban enormes caños de desagüe que iban desde el aeropuerto hasta el mar.

La segunda cosa que les confirmaron desde la central de inteligencia fue que durante las excavaciones realizadas por obras de ensanchamiento en el año 2009, tres operarios descubrieron algo muy extraño enterrado en ese sitio. De inmediato intervino el gobierno, se detuvieron las obras, se cercó el lugar y lo que las fuerzas federales extrajeron con mucho cuidado de la tierra se convirtió en un secreto de Estado que es información clasificada hasta el día de hoy.

Tiempo después del hallazgo esos tres hombres fueron desafectados de la obra y semanas mas tarde fallecieron en diversas fatalidades: Uno se ahorcó en una comisaría, al otro lo atropelló un tren y al último lo balearon en un asalto.

A Dorothy no le dijeron nada, sólo le comunicaron que ya no necesitaban su ayuda, le agradecieron su predisposición, le abonaron los 3.700 dólares por su trabajo y la acompañaron hasta la salida junto a Pericón.

Oficialmente la CIA dio por terminada la búsqueda de Voynich en el aeropuerto.

En el informe final que le enviaron a Rulfo di Tomasso simplemente escribieron que el científico había desaparecido sin dejar rastros.

Cuando la vidente ya se estaba por subir al taxi, lo miró a su ayudante con picardía y le preguntó en voz baja: “Caro el cafecito ¿No?”

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3 comentarios

  1. Me parece que voy a tener que hacer un croquis de todas las líneas abiertas del relato para no olvidarlas. Normalmente lo tengo todo en la cabeza, pero normalmente leo los libros de corrido. Jajajajaja. Grande Zamba!!!!!