MABEL, PEREYRA Y ADERBAL
La noche profunda se tragaba la ruta kilómetro a kilómetro. Daba miedo sostenerle la mirada a la oscuridad allá adelante, donde se perdían las luces altas del camión enorme. De vez en cuando un faro tenue se asomaba de frente en la lejanía e iba creciendo hasta partirse en dos y cruzar a toda velocidad por la mano contraria rumbo al territorio que ambos acababan de dejar atrás. A veces los camioneros se saludaban con un juego de luces. A veces se tocaban bocina. A veces sólo indiferencia. Pero a veces se hacían una seña graciosa de cabina a cabina, como si en ese mínimo gesto que duraba apenas un segundo, se hiciera clara referencia a algún hecho del pasado que provocaba una carcajada en ambos choferes.
Pereyra estaba regresando a su casa en Wilde con el camión vacío, tras haber transportado hasta San Martín de los Andes una carga legal que se negó a contar qué era aunque nadie le había preguntado. Voynich, en cambio, le había contado que era maestro rural en una pequeña escuela que funcionaba con muy poquitos alumnos en el medio de la nada y que ahora debía viajar hasta Buenos Aires para asistir a un perfeccionamiento docente que dictaba el Ministerio de Educación.
La cabina del camión era espaciosa, olía a perfume fuerte de lavanda y estaba iluminada por todas partes con sonámbulas lucecitas azules y rojas. Detrás del asiento se alcanzaba a percibir una cama oscura llena de frazadas, ropas y revistas.
El chofer hablaba mucho y el científico asentía con paciencia manteniendo su papel de maestro rural nervioso por tener que salir de su territorio y viajar a la gran ciudad.
La frecuencia de la radio llegaba y se perdía según las curvas. Por momentos era muy difícil entender lo que decía la voz antigua de un locutor trasnochado que anunciaba canciones viejas y enumeraba lugares comunes en medio de la constante interferencia como si fuese su carraspera natural. A cada rato repetía la temperatura, la hora, un teléfono y el saludo afectuoso a sus posibles oyentes: “Abrazo a los serenos, a los taxistas, a los noctámbulos, a los solitarios y a los camioneros que seguramente nos están escuchando…” y entonces Pereyra orgulloso lo miraba a Voynich con una sonrisa satisfecha como si lo hubieran nombrado personalmente.
El científico durante el viaje sólo le prestaba atención al campo oscuro y a la noche estrellada vigilando la penumbra con el pensamiento en otro lugar. Sin embargo, de pronto el conductor emitió un alarido salvaje que casi lo mata del susto. Era una carcajada.
- Ese que pasó recién era El Negro Guzmán – dijo eufórico Pereyra refiriéndose a un camionero que los había cruzado un momento antes y con el cual se habían hecho una seña aparatosa con ambas manos – te cuento lo que hizo y no la podés creer… – Voynich ya no lo podía creer y todavía la historia no había empezado – Resulta que una noche hace como un año, mientras manejaba solo, le pareció ver a una mujer tirada en la banquina como si hubiera sido atropellada o asesinada por el loco de la ruta, así que el Negro paró el camión y se bajó a mirar, pero resulta que no era un cadáver ¿Sabés que era? – Voynich negó con la cabeza – ¡Era una muñeca inflable! ¡Una muñeca inflable pinchadaaaaaa! ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! Y no termina ahí eh ¡El hijo de puta la llevó a una gomería y la parchó. Después la manguereó bien y le puso una ropita. Ahora la lleva a todos los viajes, es una compañía y andá a saber qué más, la sienta ahí donde estás vos ¡Ja! ¡Ja! Se llega a enterar la mujer le corta los huevos. ¡Le puso nombre! ¿Sabés cómo le puso?
- No – respondió Voynich pero supuso que le había puesto Juana
- ¡Mabel! ¡Ma-bel! – respondió Pereyra doblándose de risa sobre el volante – ¿Sabés por qué le puso Mabel a la muñeca inflable?
- No – respondió Voynich pero supuso que era porque le hacía acordar a alguna Mabel que había conocido en algún momento de su vida.
- ¡Porque la jermu se llama Mabel! ¡Lo hizo para no confundirse los nombres! ¡Es un genio el Negro! ¡Ja! ¡Ja!
Voynich consideró internamente que había acertado porque más o menos era lo que había supuesto.
- ¿Y ahora vos querés una? – le preguntó imprevistamente dejando frío al camionero.
Pereyra dejó de reírse y lo miró muy serio.
- Pero valen 60 lucas, maestro, es mucha guita. Y encima son las chotas como Mabel. Estuve averiguando, conviene comprar unas importadas que duran más y tienen hasta 4 agujeros, son chinas, o sea… son chinas pero tienen la cara como las de acá, los ojos bien, pero valen más todavía y encima en dólares tenés que pagarlas… te llegan a los dos meses a tu casa… las confeccionan los niños allá en China, son los mismos que fabrican los celulares, es tecnología de primera. Te la mandan en una caja que no dice nada, sin membrete, por si los vecinos hijos de puta miran y después hablan.

Llegaron a una estación de servicio, cargaron gasoil, estacionaron atrás, fueron al baño, llenaron el termo con agua para el mate y Pereyra compró puchos. Fumaba Particulares dentro de la cabina y abría la ventanilla aunque afuera hicieran 5 °C bajo cero.
Siguieron viaje. Era plena madrugada y afuera caía una helada que invitaba a acurrucarse en el asiento cerrando los ojos y dejándose hamacar por el ronroneo parejo del motor. Sin embargo, de pronto y sin aviso, un animal cruzó la ruta a toda velocidad y Pereyra clavó los frenos instintivamente. El camión pareció que se partía en mil pedazos y el ruido de las cubiertas arrastrándose con un chirrido infernal fue como si ellos mismos arañaran el asfalto. A pesar del susto no llegaron a detenerse del todo porque el animal pasó delante de sus ojos y se perdió en la espesura del campo. Quedó en la cabina una sensación de estupor y no pudieron distinguir si se había tratado de una vizcacha enorme, de un puma o de un gato montés; de lo que no tuvieron dudas fue que el animal estaba asustado y herido. Un rastro de sangre quedó en la oscuridad profunda del cemento por donde había pasado la criatura.
Los dos guardaron silencio durante unos segundos como si ninguno quisiera ser el primero en decir algo. Finalmente habló Pereyra.
- Pobres bichos… – lamentó negando impotente con la cabeza – hay algo siniestro que los corre de noche por el campo, da un miedo que te cagás… los deja secos, sin sangre, sin vísceras y después… al cadáver no se le acerca ni la carroña – Voynich sabía perfectamente de lo que le estaba hablando pero se limitó a escuchar – a uno de Transportes Galicia hace unos años se le quedó el camión por acá de madrugada… que nunca te pase, maestro… – dijo golpeando suavemente el volante con la palma de la mano como si le diera ánimo al camión – el pobre chofer estacionó en la banquina, apagó las luces, avisó a la empresa, se acomodó para dormir un rato y cuando quiso acordar estaba rodeado… si te cuento cómo lo encontraron no dormís nunca más en tu puta vida.
Voynich preguntó igual:
- ¿Cómo lo encontraron?
El camionero lo miró serio y respondió resignado:
- No me contaron… me dijeron que si me lo decían no iba a dormir nunca más en la puta vida.
Siguieron camino. Pereyra se prendió un pucho. La radio ya era solamente interferencia.
- Un día nos van a cazar a todos – lamentó al rato el conductor inclinando el cuerpo bien hacia adelante para mirar el cielo por el parabrisas – por ahora están cazando a los bichos, pero después nos van a venir a cazar a todos, yo sé lo que le digo, maestro… llevo muchos años en la ruta de noche, vi de todo.
Voynich también miró el cielo como lo hacía desde que era niño pero no dijo nada.
Pereyra le pidió que hiciera mate y continuó hablando.
- Lo de las naves espaciales que recularon el otro día es una cuestión de tiempo… si no es ahora será después, pero van a venir…
Por primera vez en el viaje Voynich asintió sinceramente con la cabeza. El camionero hablaba solo.
- Yo escuché el otro día por radio acá arriba del camión a todos los presidentes y a todos los científicos y a todos los especialistas en marcianos discutiendo en la ONU a ver quién la tenía más larga y me cagaba de risa porque se nota que no tienen ni idea. Son unos imbéciles que hablan al pedo. Si me llevan a mí puedo aportar más que esa manga de boludos. Por ejemplo: ¿Sabés por qué se llaman Drépanos estos marcianos?
Voynich se cansó.
- Mire Pereyra, en realidad son Teegardenianos porque provienen de los dos planetas que orbitan alrededor de la estrella Teegarden, pero el nombre Drépanos tiene que ver en realidad con la más antigua referencia escrita que hay sobre ellos y que fue realizada por el historiador griego Polibio quien narró la primera guerra púnica en el año 249 AC cuando los romanos fueron sorprendentemente derrotados por los cartagineses al mando de Aderbal realizando una extraña maniobra militar en el mar que los llevó a la victoria y por la cual fueron muy reconocidos. Sin embargo, Polibio cuenta que en realidad los cartagineses fueron ayudados por seres extraterrestres que hicieron que la flota romana se dispersara insólitamente en la oscuridad en mitad del ataque sorpresa que tenían planeado. Ese lugar donde ocurrió la insólita batalla hoy se llama Trapani y queda en Sicilia pero en aquel momento se llamaba Drépana.
Pereyra se quedó tan sorprendido y distraído con lo que oía que se le volcó el mate lleno sobre el pantalón quemándole los testículos y provocando que gritara de dolor e instintivamente se tirara hacia el lado de Voynich apoyando todo el peso de su cuerpo en el termo con agua caliente que se rompió en mil pedazos quemándolo todavía peor al pobre Pereyra que además se cortó la mano con los vidrios y se pegó la cabeza contra el techo.
En medio de la desesperación, Voynich trataba de sostener el volante del camión que iba de enloquecido de banquina a banquina.
Mala combinación: Mate y Carretera. Un recuerdo triste para Tamara Castro.
No me la dejes asi zamba!!!!! Yo quería la versión de Pereyra para el nombre de los Drepanos. Seguro sería mucho más original que la de Voynich.