LA VUELTA DE GUNTER
Voynich juntó algunas cosas en una valija sin cortar la llamada con Anke, tomó el dinero que le quedaba y bajó las escaleras a toda velocidad con Juana. Al llegar a la entrada del edificio asomaron la cabeza con cuidado para ver si la policía ya los había encontrado pero la calle Uruguay a esa hora de la madrugada era un desierto. En realidad toda esa zona de la ciudad sufría cada día una metamorfosis difícil de creer. Por la mañana, desde muy temprano, sus cuadras eran un caos de tránsito constante con autos, colectivos, motos de mensajería y transeúntes apurados deambulando como hormigas nerviosas en cualquier dirección; pero al anochecer todo cerraba y el vértigo del mundo desaparecía. Paulatinamente la fauna cambiaba de yuppies a cartoneros en las mismas baldosas; y de trasnoche no quedaba nadie, ni los fantasmas.
Lo mejor ocurría los domingos bien tarde, cuando era imposible de imaginar lo que sucedería en las siguientes horas con el trajín enloquecido contrastado con la apatía angustiante de un feriado. Deberían ir las inmobiliarias a mostrarles de madrugada los departamentos a los incautos que quieren vivir ahí.
De día es el patio del recreo en el manicomio, de noche un cementerio vacío arriba y abajo.
El taxi con la calco del Mundial 74 tenía el motor en marcha y se oyó la traba de las puertas abrirse como un arma que se cargaba para disparar: ¡Chiclick!
Juana saludó con la cabeza al conductor y se acercó al automóvil para subir, sin embargo en ese momento Voynich dijo que se había olvidado algo y volvió al departamento. Anke lo insultaba en su oído a través del celular. Juana negó con la cabeza sin dar crédito a la estúpida tardanza mientras metía la mano en la cartera para empuñar el revólver como si fuera un crucifijo salvador y vigilaba los costados de la calle con la mirada del que ya está jugado. El chofer también pareció fastidiarse pero lo único que hizo fue volver a trabar las puertas del auto. ¡Chiclick!
El científico subió por la escalera de a dos escalones, entró a su refugio con apuro y tardó casi tres minutos en volver a bajar.
- ¿Qué carajo te olvidaste? – le recriminó la Canciller alemana a través del celular.
- Ahora nada – respondió él con su desidia habitual.
Al verlo salir nuevamente Juana soltó el revólver y tomó al científico del brazo con firmeza para subirlo al taxi sin perder más tiempo, sin embargo cuando intentaron abrir el coche no pudieron. No fueron más de dos o tres segundos, pero a esa hora de la desesperación, el reloj no mide segundos, sino miedo. Finalmente Gunter destrabó las puertas y ambos entraron al auto que de inmediato arrancó. Cuando estaban casi a dos cuadras, a punto de doblar en Lavalle, llegaron dos patrulleros con las sirenas encendidas al departamento que acababan de dejar y de ellos descendieron algunos policías. Unos minutos más tarde, cuando seguramente los uniformados abrieron la puerta del búnker a las patadas, un cortocircuito provocó un incendio que alteró por completo la tranquila madrugada de Tribunales con vecinos evacuados, bomberos apurados y olor a humo por doquier.
Gunter manejaba sin decir una palabra como un robot o como un loco inmutable mientras Anke le explicaba a Voynich las características del Programa Migra. El chofer tomó Lavalle y luego dobló en Callao hasta Las Heras.
- Juana te va a acompañar hasta la puerta del negocio, tenés que entrar solo y decirle a la chica que querés comprar una camisa negra, roja y amarilla.
- Yo no voy a usar eso, Anke – protestó el científico mientras Juana negaba con la cabeza abrumada.
- ¡No es para que la uses, estúpido! Es una clave – respondió la Canciller a los gritos
- Ah, entonces sí – se alivió Voynich
Mientras seguían conversando Gunter continuó por Las Heras hasta Plaza Italia y tras rodearla llegó a Luis María Campos por donde condujo hasta doblar a la derecha en una angosta callejuela de apenas una cuadra llamada Volta. Ahí estacionó durante unos segundos sobre la mano izquierda, bajó del automóvil y tocó el timbre en una antigua casona. Al cabo de unos segundos alguien salió a la vereda y conversó con el taxista durante un breve lapso.
- Ahí no te va a encontrar nadie – continuó Anke – ningún gobierno sabe quién está dentro del Migra, ni los servicios, ni la Interpol, ni su puta madre… tiene autonomía como una embajada y está dividida por células que no cruzan información, a ningún país le conviene que se conozca quién está adentro porque todos tienen demasiado que perder y todos alguna vez lo utilizaron.
Gunter regresó al taxi, dobló en Arce, tomó Maure y por esa arteria condujo hasta la Avenida Cabildo donde giró a la derecha y anduvo durante muchas cuadras hasta llegar a Manuela Pedraza donde torció el volante para enseguida alcanzar Arcos y luego conducir por Crisólogo Larralde
- Es muy importante que tengas paciencia, no sabemos cuánto tiempo vas a estar ahí. Podés quedarte encerrado en tu habitación leyendo como un preso o podés interactuar con los demás migrados, pero no te sorprendas por lo que te puedas encontrar – la voz de la Canciller pareció volverse más cauta en ese momento para explicar lo que iba a explicar – en el Migra hay gente que nadie sabe que está ahí… – Voynich no iba a creer lo que estaba por escuchar – vas a encontrar personas que suponías que estaban muertas, vas a encontrar personas que no sabías que existían, vas a encontrar personas que está desaparecidas hace muchísimo tiempo e incluso vas a encontrar personas que aparentemente siguen con sus vidas pero que en realidad hace mucho que no son ellos.

Gunter dobló en Ciudad de la Paz por donde anduvo varios kilómetros hasta llegar al puente y cruzarlo para tomar la avenida Dorrego por la cual manejó hasta Gorriti. Por esta calle condujo un rato largo hasta Billinghurst para luego alcanzar Arenales. Algunas cuadras después giró en Austria y más tarde tomó la Avenida Libertador hasta que se convirtió en Alem.
- Todos los que están ahí son personas que pueden pagar el servicio del Migra, ya sea por sus propios medios o por obra de terceros, pero en su mayoría es gente con contactos en las más altas esferas ya que no aceptan a cualquiera por más que tengan el dinero. Es por eso que al más mínimo inconveniente que ocurra con alguien dentro del Migra lo devuelven y paga las consecuencias el garante, o sea yo, así que no seas como sos. Intentá mantener el perfil bajo sin importar que veas a Elvis o a Juan Pablo Segundo. ¿Me entendiste? – Voynich respondió que sí para dejarla tranquila.
Gunter giró a la derecha en Córdoba hasta la 9 de Julio. Pasó por el obelisco y a las pocas cuadras dobló en la Avenida Belgrano, luego condujo hasta Paseo Colón donde volvió a torcer el volante para agarrar Carlos Calvo y acelerar hasta la avenida Entre Ríos que en el Congreso se convierte en Callao y por lo tanto ahí comenzó nuevamente la vuelta por el mismo camino hasta la posta en la casona de la callecita Volta donde se detuvo, volvió a tocar timbre, conversó con alguien y regresó al taxi.
Esta vuelta completa la hizo en catorce oportunidades sin decir una palabra, hasta que al pasar por decimoquinta vez por la Avenida Córdoba, comprobó que ya había abierto la Galería Pacífico y recién ahí rompió el silencio para decirles a Voynich y a Juana que se bajaran.
¡Chiclick!
Ese no me gusta fue sin querer y no lo puedo sacar 🙄
La casona de Volta y LMC. Pensar que viví 12 años a 4 cuadras sin saber que era una de los oficinas de La Migra. De haberlo sabido otra sería la historia hoy.
Sueños precisos los de Voynich…