LOS DRÉPANOS: CAPÍTULO 47

LA JIRAFA AZUL

Voynich fue recibido por un agradable anciano vestido de blanco que muy amablemente le dio la bienvenida al Programa Migra y en menos de una hora le contó la historia de la Sede y le habló sobre el espíritu humanitario de la organización. Tras el discurso inicial le entregó una máscara de Sapo Celeste que Wilfrid tomó entre sus manos para observarla detalladamente con una sonrisa y luego responder con cortesía que no la iba a utilizar. El anciano aceptó la respuesta de buen grado pero de todos modos le recomendó que la conservara por si cambiaba de opinión. “Acá el que no cambia es porque no tiene razón”.

Acto seguido lo llevó a recorrer las instalaciones comunes del Migra donde Wilfrid fue presentado como Sapo Celeste ante cada uno de los demás migrantes que se iban encontrando. Casi todos los hombres y mujeres que saludaban tenían el rostro descubierto y una expresión serena como la de un barco hundido, excepto unos pocos que utilizaban sus coloridas máscaras majestuosas: Un Caballo Gris, un Dragón Dorado, una Águila Rosa, una Jirafa Azul…

Al final del recorrido llegaron a la suite privada que le correspondía al científico la cual contaba con una sala de estar, un dormitorio, una cocina, un baño y un cuartito mágico que era diferente para cada alojado. El anciano le explicó que a partir de ese momento ésa sería su nueva casa y le entregó las llaves. Le informó que en los placares hallaría ropa de su talla y que ya no debería preocuparse por nada. Antes de irse le sugirió que aprovechara a descansar y que regresaría en algunas horas con un Monitor Master que sería su compañía durante los primeros meses dentro del Programa para ayudarlo con la adaptación y para responderle todas las preguntas que tuviera sobre el Migra.

El anciano dio media vuelta, cerró la puerta y entonces Voynich se dejó caer de espaldas sobre la mullida cama que parecía no haber sido utilizada jamás por nadie antes. Lo mismo sintió al apoyar la cabeza en la almohada o al acariciar las sábanas. Todo parecía nuevo, recién construido, recién pintado, impecable. De alguna manera se parecía a un hotel de lujo, pero también a una cárcel. Como el cerebro.

Algunos minutos después el científico ya había diseñado una serie de cambios profundos en la decoración de su nueva morada pero no estaba seguro de conseguir los materiales que necesitaba. Luego de eso se desnudó, se bañó, se afeitó, se vistió con la liviana ropa del Migra, y antes de dormirse profundamente, buscó en broma un lugar donde colgar una soga para ahorcarse.

Lo despertó el ruido de los golpes en la puerta tres horas después.

Le costó bastante entender dónde estaba. No era para menos. Se levantó confundido y atendió refregándose los ojos. Era nuevamente el anciano simpático pero esta vez acompañado por la Jirafa Azul. “A partir de ahora ella será tu Monitor Máster” le dijo el hombre con una extraña carga emocional que no logró conmover al científico. Voynich se encogió de hombros como si le diera igual una jirafa o un caballo y la hizo pasar. El anciano tardó en irse, era como si se quisiera quedar a ver lo que estaba a punto de suceder, sin embargo Wilfrid le fue cerrando la puerta encima hasta echarlo. Había algo en el viejo que ya lo estaba fastidiando.  

  • Hola, adelante, ponete cómoda Jirafita, ésta es mi nueva casa, todavía no pude comprar libros porque no sé si estoy vivo o muerto – le dijo Voynich que había recuperado inesperadamente el buen humor – ¿Querés tomar algo? Seguro que el viejo chupacirios me dejó algo por acá – comentó mientras abría la heladera.
  • No, gracias – respondió ella y entonces el mundo se detuvo. 

La dulce voz de la Jirafa Azul le hizo bajar la presión a Voynich tan bruscamente que se le aflojaron las piernas y tuvo la sensación de que había recibido un golpe mortal en la boca del estómago. Estuvo a punto de desmayarse (o de morir) y por eso instintivamente se derrumbó como pudo en el suelo sudando frío. No se atrevió a nombrarla. Es que podían llegar los extraterrestres al día siguiente, podían esclavizar a la humanidad e incluso aniquilarla en medio minuto, y sin embargo Wilfrid hubiera estado más preparado para esa catástrofe que para oír de nuevo aquella voz.

Ella sabía que eso ocurriría, era la primera vez que se exponía de esa manera ante un nuevo ingresado que habría podido reconocerla. En los últimos 25 años había pasado virtualmente desapercibida en las instalaciones del Migra, siempre con su máscara delante de los demás, recluida en sus habitaciones leyendo, escribiendo, cocinando o bailando en soledad. Siempre le había gustado cocinar y bailar pero nunca había podido dedicarse a esas cosas como hubiera querido.

Muy pocos le conocían la voz en ese lugar: Su Monitor Master (un Oso Negro ya fallecido), el anciano amable de la entrada, algunas otras autoridades de la Sede en estado superior y unos pocos internos mucho más jóvenes que ella con los que conversaba algunas veces sin mostrarles su rostro porque sabía que jamás podían reconocerla por la voz, sobre todo porque jamás nadie imaginaría que ella pudiera estar ahí.

Pero ahora, un día cualquiera, al ver entrar a Wilfrid con su inconfundible paso despreocupado, su mirada burlona y sus aires de falso rendido, la sorpresa de la Jirafa Azul había sido tan grande como su emoción y su nostalgia por los tiempos perdidos. 

Tal vez por eso se ofreció a ser el Monitor Máster del científico o tal vez porque había llegado la hora.

Voynich la miraba azorado desde el suelo con una mezcla de alegría, perplejidad y estupor. Ella lloraba debajo de su máscara y enseguida se puso de cuclillas junto a él para tomarle las manos. El corazón de Wilfrid latía tan fuerte que ella debía escucharlo como un tambor enloquecido a punto de romper el parche. Fue entonces cuando la Jirafa Azul le apoyó suavemente la palma de su mano sobre el costado izquierdo del pecho a Voynich y le dijo que no se preocupara, que respirara hondo, que ella estaba bien y que encontrarlo ahí era lo más importante que le había sucedido en esta parte de su vida. Recién entonces al científico se le llenaron los ojos de lágrimas y la abrazó como hacía tanto tiempo.

Habían sido novios dos veces. La primera en épocas cuando ambos eran muy jóvenes y vivían en Londres, ella con amigas y él con su hermana. La segunda fue igual de apasionada, pero absolutamente secreta y convulsionada, hace poco más de 25 años, cuando ambos ya eran quienes eran.

Él todavía no se animaba a nombrarla, no podía dejar de llorar y de repetir en voz baja “por qué… por qué… por qué”

Ella, en lugar de responder, comenzó a quitarse la máscara; y entonces Voynich sintió miedo, un terror profundo imposible de describir. Era como si estuviera por abrir la tumba de un familiar. Fueron unos pocos segundos interminables donde la ansiedad le dificultaba la respiración y confundía sus sentidos.  

Recién cuando el rostro de la mujer quedó al descubierto el pasado se reescribió a la velocidad de la luz. Tenía las marcas del paso del tiempo y de la tristeza, pero conservaba esa belleza serena y luminosa que había enamorado a tanta gente en todo el mundo y a él también.

El precio por conocer un secreto extraordinario, es la culpa.

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Un comentario

  1. Ahhhh tramposo. Dato crucial muy bien escondido. ¡¡Nadie pensó que Jirafa era una mujer!!! A pesar del sustantivo femenino. Me hizo acordar al viejo ejercicio de pensamiento lateral de la Eminencia. ¡¡¡¡Estuvo muy bueno!!!!