LOS DRÉPANOS: CAPÍTULO 48

DUELO DIVISIONAL

Hay muchas maneras de malinterpretar una señal. La primera posiblemente sea la de creer que el destino envía indicaciones sobre su futuro accionar. Sin embargo aquella tarde de noviembre cuando el Cónsul llegó al estadio de los Delfines de Miami para ver el encuentro de fútbol americano frente a los Patriotas de Nueva Inglaterra, encontró sobre su asiento una vaquita de San Antonio, también llamadas mariquitas, y entonces no tuvo ninguna duda de que se trataba de un indicio de buena fortuna.

Hacía muchas temporadas que asistía al Hard Rock Stadium con el jersey de sus amados Delfines; los había visto ganar y perder, pero jamás había hallado en su butaca a una vaquita de San Antonio de la suerte, incluso no recordaba haber visto ninguna otra jamás en el estadio. Tomó entonces esa rareza como una señal inequívoca del inicio de los buenos tiempos. 

Cada cual cree en lo que puede.

Tomó a la mariquita con su mano y de inmediato el pequeño insecto comenzó a caminar de manera alocada entre sus dedos obligando al Cónsul a girar continuamente la palma para no perder de vista al simpático bichito. Igual lo perdió. O se cayó, o se voló. “¿Vuelan?” le preguntó sorprendido a una inexpresiva señora que se encontraba en la ubicación de al lado, sin embargo ella no sabía de qué le estaba hablando. Suele ocurrir. Hay ciertas ideas a las que les damos tanta importancia en nuestra cabeza, que nos ocupan casi toda la concentración disponible y entonces creemos que los demás también están al tanto de lo mismo. Y no. Cada cual piensa en sus cosas mientras giran las neuronas para no perderlas de vista.

Por otra parte el Cónsul era la primera vez que concurría a un evento masivo con su cara nueva tras las pequeñas operaciones estéticas que se había realizado y por lo tanto necesitaba interactuar con gente para observar con atención sus reacciones. Al principio sintió que todos lo miraban, pero después se dio cuenta de que era al revés. Comprendió finalmente que no había de qué preocuparse. Tercera y diez.

Consideró que la primera prueba había sido superada así que se pidió un hot dog enorme y una Coca Cola en vaso de mil litros para introducirse de lleno en la típica rutina del juego de NFL que estaba por comenzar. No era un partido sencillo pero el Cónsul se sentía afortunado; sobre todo porque ya no jugaba Tom Brady en los Pats.

Con la patada de inicio se desató una euforia contagiosa en todo el estadio, era como si cada uno de los espectadores hubiera encontrado una mariquita de la suerte en su butaca. Luego, tras un par de goles de campo y algunas intercepciones, los Delfines tomaron la delantera del juego por 6 a 0. El aire tenso era una invitación a la esperanza. Pasaban los minutos y el marcador no se movía, eso era bueno porque continuaban ganando y no importaba que fuera un partido aburrido con repetidas patadas de despeje en el cuarto intento. Sin embargo, antes de la pausa de los dos minutos previo al cierre del segundo cuarto, los Patriotas hilvanaron una extraordinaria maniobra de engaño que acabó por dejar al receptor absolutamente solo consiguiendo un Touchdown al que enseguida el pateador le agregó el punto extra. El público en las gradas sintió el golpe anímico, no era grave lo que estaba ocurriendo en el campo de juego, sin embargo a esa sensación de mal augurio que se repetía por tantos años de frustraciones, ahora se le sumaba una inexplicable angustia que había invadido imprevistamente las almas de aquellos fanáticos desamparados. 

Se fueron al descanso 7 – 6. Y ya no volverían a descansar.

Durante el entretiempo todos trataron de recuperar el ambiente festivo con el que habían comenzado la jornada pero era difícil. Ya la cabeza tenía otros planes y no había avisado. Las pocas voces y gritos de los simpatizantes más bulliciosos rebotaban en las paredes altas del estadio generando un eco raro que acababa por disolverse o por convertirse en un zumbido que apenas conseguía molestar en los oídos.

A poco de comenzado el tercer cuarto, el zumbido era cada vez más fuerte e inquietante. “Hay algo mal que no está bien” le dijo el Cónsul un poco en broma (y un poco en serio) a la impávida señora que miraba más al cielo que al campo de juego.

Las cámaras de televisión enfocaron en un primer plano a la estrella de los Delfines, el Mariscal de campo franquicia Winston Parker, que estaba anunciando a sus compañeros la próxima jugada al borde de la yarda 40. 

No pudo realizarla.

Inesperadamente el jugador comenzó a gritar de dolor mientras corría por el césped en círculos e intentaba quitarse el casco. Cuando lo hizo, la televisión mostró que había sido picado por una avispa enorme que se le había introducido en su casco y que aún revoloteaba alrededor del jugador y de los compañeros que se acercaban a él para ver qué le había sucedido. 

En ese momento el zumbido se convirtió en nube. Una enorme nube gris que cubrió el estadio en apenas pocos segundos. Miles y miles de las comúnmente llamadas «avispas asesinas» se lanzaban en picada contra los espectadores que corrían enloquecidos buscando protegerse del ataque. 

El enjambre feroz había recorrido cientos de kilómetros hasta el estadio sin ningún sentido. 

Todo el mundo gritaba enloquecido y las personas se golpeaban entre sí con tal de alcanzar alguna salida. El espectáculo era dantesco y abrumador.

El Cónsul se quitó entonces la camiseta verde agua de los Delfines para cubrirse el rostro, pero las avispas le clavaron sus aguijones en la espalda y en el pecho. Sus gritos se mezclaban en el maremágnum de alaridos, zumbidos y cuerpos pisoteados.

La vaquita de San Antonio que había perdido al comienzo del encuentro, ahora temblaba de horror debajo de la butaca donde había caído.

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2 comentarios

  1. Tom Brady Je. II debe de ser en ese futuro amigo, me gustaba Brady, pero no supo eternizarse, tampoco sigue Djokovic número 1 o en actividad supongo ¿O si?