LOS DRÉPANOS – CAPÍTULO 5

MONOS CON NAVAJA O SABIOS CON REVÓLVER

El primero en ir al encuentro de Voynich fue el Cónsul. Lo hizo corriendo torpemente con zancadas largas mientras bamboleaba su cuerpo desnudo como si le quedara un poco grande. Daba la sensación de que avanzaba en cámara lenta y que se iba a desarmar en cualquier momento. Llevaba los brazos abiertos de par en par y una sonrisa enamorada de novios en la estación. La alegría que le provocaba volver a encontrarse con el científico más respetado y más defenestrado de los últimos años le aceleraba el corazón como una bomba de energía, le colmaba los ojos de lágrimas sinceras y le secaba la garganta para que no pudiera gritar. Pero gritaba igual. Voynich al verlo venir se afirmó bien en la arena para recibir el abrazo sin caerse. La escena no terminaba nunca. El Cónsul tardaba en llegar porque se iba cansando con cada paso y entonces Voynich tuvo tiempo de beber un trago más de cerveza antes de ver como el Cónsul daba un salto final hacia él como un niño que espera que lo atrapen en el aire. La blanca y sudorosa piel desnuda del diplomático se estampó contra el firme cuerpo viril del científico que en el mismo movimiento lo sostuvo a upa mientras le acariciaba la cabeza con compasión. 

  • Gracias por recibirnos y ayudarnos – le susurraba el Cónsul en un hilo de voz casi temblando de emoción, como si el sólo hecho de estar frente a él ya fuera la solución misma.
  • No tenés nada que agradecerme – respondió Voynich con su voz profunda sin dejar de acariciarlo mientras observaba al resto del contingente que se acercaba a esos dos hombres desnudos que no se soltaban. Más que nada el que no se quería bajar era el Cónsul, ni siquiera cuando una de las acompañantes de Voynich le ofreció una botellita de cerveza la cual probó sin tocar el suelo.

Voynich fue saludando respetuosamente a cada uno de sus viejos amigos y mientras les estrechaba la mano le decía que no había rencores y que estaba feliz por poder ser parte por fin de esta experiencia definitiva para la humanidad. Todo esto lo hizo con el Cónsul encima que ya se había acomodado bien en los brazos del científico y bebía su cerveza mirando a los demás desde las alturas como si él también los estuviera recibiendo. Incluso les fue dando la mano a todos menos a la Canciller alemana que lo mandó literalmente a la concha de su madre.

La playa estaba tan preciosa como desierta. Los turistas más cercanos se encontraban a quinientos metros de distancia jugando a divertirse entre las olas y la arena, sin tener la más remota idea de lo que estaba sucediendo a su alrededor y en el espacio exterior.

Los siguientes minutos transcurrieron entre brindis, risas, pedidos de disculpas y conversaciones triviales acerca de los malentendidos del pasado y de la inmadurez que todos habían superado con el correr de los años. Al Cónsul lo bajó el General Sanders que había sido negociador de secuestros en varias oportunidades. Cuando recuperaron la confianza oxidada por el paso del tiempo Voynich les contó, para sorpresa de todo el contingente, que desde que se había retirado de la comunidad científica internacional era más feliz que nunca y que vivía muy austeramente en esa bella playa nudista con cuatro mujeres que lo amaban: una japonesa, una sueca, una egipcia y una colombiana. Les confesó además que estaba muy arrepentido por haber desperdiciado tantos años de su vida entre libros interminables, hombres grises y pantallas con números fríos, pero que recién lo entendió mucho tiempo después cuando logró mudarse a la Isla de San Salvador donde mantenía una rutina maravillosa que no cambiaría por ninguna otra riqueza terrenal. Les contó además que cada mañana después de desayunar café negro, frutas frescas y pan casero caminaba desnudo 12 kilómetros por la costa solamente en compañía de su inteligente loro llamado Galileo con quien conversaba mucho, que luego almorzaba con sus compañeras manjares naturales, que por la tarde nadaba en el océano, que luego leía, escribía o cantaba según su estado de ánimo y que finalmente absolutamente todas las noches de su vida luego de quedar exhausto por mantener relaciones sexuales con las cuatro bellas mujeres, se dirigía hasta la oscuridad de la playa para echarse a descansar en la arena fresca y simplemente ponerse a observar las estrellas en un profundo estado de meditación y entendimiento.

  • Aprendí más del espacio mirando las estrellas que en Harvard, aprendí más del amor en una noche con mis cuatro compañeras que en 25 años de relaciones tradicionales, aprendí más de la vida conversando con mi loro que leyendo a los padres de la filosofía y aprendí a volar sumergiéndome en el mar.

Wilfred Voynich había sido un niño prodigio que llamó pronto la atención por su velocidad mental, su increíble poder de análisis y su destreza para resolver problemas, enigmas y símbolos crípticos. Apenas entró en la adolescencia se convirtió en el científico más prometedor de su generación y en poco tiempo le ofrecieron becas fantásticas y premios millonarios por sus investigaciones y sus teorías siempre ligadas al universo extraterrestre. Al cabo de algunos años se volvió material indispensable de consulta para las instituciones más prestigiosas del mundo que abarcaban distintos sectores que iban desde la robótica o la salud, hasta la matemática o la astrofísica. Absolutamente todos deseaban contar con él en sus planteles y se lo disputaban con sueldos que excedían lo creíble para un científico de renombre. Sus disertaciones en las Universidades más importantes del mundo estaban siempre colmadas de grandes personalidades interesadas en escucharlo mientras que sus libros se convertían en best seller apenas se publicaban. Tanto su nombre como su rostro eran sinónimos de éxito y de brillantez que se usaban como ejemplo para que miles de jóvenes desearan ser científicos. Todo iba tan viento en popa para Voynich que tal vez por eso se aburrió del confort y decidió redoblar las apuestas hasta que sus propios colegas no pudieran soportarlo. Con el correr de los años sus teorías comenzaron a resultarles cada vez más incómodas a los demás científicos porque se volvían difíciles de entender, peligrosas de creer y vergonzosas de auditar.

Sin embargo, no fue hasta el mal llamado “incidente Uritorco” que su carrera giró 180 grados y ya nunca volvió a ser el mismo. Aquel increíble escándalo mediático intelectual lo marcó para siempre y le corrió el eje de la vida. 

En menos de dos primaveras la prensa especializada lo fue dejando en un rincón injusto de la crítica amontonándolo con verdaderos delirantes que se subían a teorías conspirativas de Internet o que simplemente soñaban obtener su cuarto de hora en los medios con declaraciones rimbombantes sin el más mínimo respaldo científico. Su prestigio poco a poco fue mutando en prontuario, las grandes Universidades del mundo dejaron de llamarlo, sus libros cambiaron de batea en las librerías, sus declaraciones eran tergiversadas, sus colegas le tomaban el pelo y su teléfono de la noche a la mañana sólo sonaba cuando lo llamaban desde algún medio periodístico bizarro porque alguien juraba haber visto un plato volador o porque algún trasnochado aseguraba haber tenido cierta inexplicable experiencia paranormal.

Más allá de las interpretaciones que se puedan hacer de aquel escándalo en el Uritorco según los intereses que se tengan, la verdad es que Wilfred Voynich no solamente era sin lugar a dudas el mejor científico del mundo, sino que además todos sabían con certeza que él tenía razón por más que lo tildaran de loco para humillarlo. Quizás justamente por eso siempre sobrevoló la idea en la comunidad científica de que en realidad le habían bajado el pulgar desde las más altas esferas del poder porque Voynich se había vuelto muy peligroso con sus extrañas teorías o tal vez porque se estaba acercando demasiado a algo que no debía saberse.

Era casi el mediodía cuando el cielo se nubló de pronto sobre la Isla San Salvador y fue como una metáfora que les hizo recordar el motivo por el cual habían llegado a esa lejana playa nudista. Fue entonces cuando Voynich miró hacia las nubes preocupado y enseguida se sentó con las piernas cruzadas en la arena y les pidió a todos que hicieran lo mismo para dar comienzo a su disertación. De inmediato el Cónsul, la Canciller alemana, el Presidente de EEUU, el Ruso, el Chino, el director de la NASA, el agregado Cultural de Israel, Geraldine y el General Sanders le hicieron caso.

  • Antes que nada deben tener bien en claro que el Big Bang ocurrió hace unos 14 mil millones de años y que no hay nada más viejo en el cosmos que esa fecha, por lo tanto ninguna de las civilizaciones del universo tuvo más tiempo que ése para evolucionar. Esto sin dudas iguala bastante las suertes porque es como si todas jugaran con el mismo presupuesto en un campeonato intergaláctico. Sabiendo esto dividiremos a todas las civilizaciones y razas en 12 niveles según la capacidad que tengan para trasladarse – dijo Voynich mientras encendía un cigarrillo de marihuana – cuánto más rápido se mueven es que más evolucionadas están. Hay bastante consenso alrededor de esta idea porque siempre para obtener más velocidad es necesario más conocimiento. Descuento que lo entendieron pero para que fijen el concepto les comento que se podría hacer cierto paralelismo con los humanos. Cuando nacemos estamos casi quietos porque somos bebés lo cual sería un estático nivel 1, luego aprendemos a gatear y subimos al nivel 2, enseguida nos ponemos de pie y caminamos por lo tanto accedemos al erguido nivel 3, luego aprendemos a correr y entramos al nivel 4 a toda carrera, después nos subimos a una bicicleta y vamos más rápido por lo tanto descubrimos el nivel 5, después nos montamos en un coche y vamos a 200 km por hora por lo tanto entramos al nivel 6 tocando bocina, inmediatamente nos subimos a un avión y vamos al nivel 7 sin tocar el suelo a 1000 km por hora, pero después nos encerramos en una nave espacial y aprendemos que el nivel 8 está en el espacio viajando a 40.000 km por hora, sin embargo el nivel 9 es un salto mortal ya que consiste en viajar a la velocidad de la luz sin desintegrarse o sea a 300.000 kilómetros por segundo, repito… 300.000 kilómetros… ¡Por segundo!. Entonces sí, listo, creemos que ése es el límite posible, pero no, un día descubrimos la maravillosa teletransportación y entonces ya estamos seguros de que no hay más nada para mejorar porque alcanzamos el número dorado, el nivel 10. Pero no, una mañana cualquiera el ser humano aprende a viajar en el tiempo y entonces entra en el nivel 11, un nivel fuera de la escala de méritos, un número mágico que no podría ser más veloz, sin embargo se vuelve a equivocar porque todavía existe el nivel 12, sí, ése que mezcla todas las opciones anteriores porque permite de manera asombrosa estar presente simultáneamente en todos lados a la vez durante todos los instantes del tiempo, o sea: una rama desarrollada de la teoría cuántica.
  • Comprendo, comprendo – dijo seriamente el hombre de la Nasa
  • ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! – largó la carcajada Voynich y enseguida citó al Nóbel de física Richard Feynman – “Si usted piensa que entiende la mecánica cuántica es que no la ha entendido” 

Todos se rieron de los nervios. 

Voynich le dio una larga pitada al cigarrillo de marihuana, luego bebió un eterno trago de cerveza y recién entonces exhaló el humo provocando una nube perfumada de palabras y de ideas.

  • Casi siempre los avances tecnológicos de las civilizaciones van a la par de su inteligencia, cuánto más avanzada o sofisticada es su ciencia más inteligente es quien la crea ya que suele ser bastante difícil imaginar que un idiota consiga inventar algo complejo – dijo mirando al hombre de la NASA –  Sin embargo, a veces existen ciertos saltos exponenciales en los que por azar o por consecuencias ajenas a las civilizaciones, la tecnología va por delante de los propios cerebros que la diseñan. Posiblemente a la humanidad le ocurra esto mismo en pocos tiempo con la inteligencia artificial y los robots.  Lamentablemente cuando una civilización no va a la par de lo que inventa es un peligro para todo el Universo. Sería como estar frente a idiotas con muchísimo poder. 

Cada palabra y cada idea que pronunciaba Voynich en aquel mediodía nublado era tan certera y tan didáctica que ningún integrante del Comité se atrevía a interrumpirlo demasiado. 

  • La humanidad – prosiguió el científico luego de apagar el cigarrillo de marihuana con la punta de los dedos, desarmarlo y comerse la poca marihuana que quedaba – la humanidad va bastante a la par en cuanto a su inteligencia y sus avances. Se encuentra en nivel 8 porque ya viaja por el espacio a 40.000 kilómetros por hora pero mentalmente todavía está un par de pasos atrás, digamos que recién está aprendiendo a manejar automóviles. No está tan mal. Hay otras civilizaciones, por ejemplo, que recién están aprendiendo a caminar aunque juegan con la energía nuclear y otras que evolucionaron mucho mentalmente pero que no obtuvieron logros significativos en cuanto a su tecnología porque tal vez les interesó otro tipo de asuntos, como el arte, el sexo o simplemente el autoconocimiento. Ahora que entendimos todo esto pasemos a analizar lo que está por ocurrir. El Enjambre de naves que se acerca a la Tierra está por lo menos en un nivel más que los humanos en cuanto a tecnología porque ya viajan a la velocidad de la luz,  sin embargo no sabemos con certeza en qué nivel de evolución de inteligencia están. Pueden ser monos con navaja o sabios con revólver.

Se hizo un silencio largo.

  • Ojalá sean sabios con revólver – pidió el Cónsul con temor
  • No creo – respondió Voynich mirando nuevamente hacia el cielo que empezaba a despejarse y todos sintieron un miedo que jamás habían tenido.

A 5000 kilómetros de la playa nudista de Voynich, el Cheba había salido del baño con una actitud que iría perfeccionando con el correr de los meses y a medida que su figura iría creciendo en popularidad. Parecía más alto, más seguro, más poderoso, más encantador. Hasta su voz tenía un tono distinto, el tono del que sabe más de lo que dice, el tono del que sabe callar sin dolor. Nadie en ese momento podía imaginar hasta dónde llegaría el Cheba al atravesar esa puerta del baño. Una carrera meteórica y sin techo lo esperaba como una sombra en el desierto. Faltaba muy poco para que cada habitante de España conociera sus dos apellidos. La paleta de colores del destino había dejado caer su pincel mágico en los pies del hombre menos pensado.

El Cheba miró a su mujer fijamente a los ojos como si quisiera decirle algo que ella no entendió y de inmediato tomó el teléfono para responder con firmeza al llamado:

  • Aló, acá José Manuel Sánchez de la Higuera más conocido como El Cheba ¿Quién lo llama?
  • Hola, mi nombre es Marina, soy productora del noticiero de Televisión Canaria y quisiéramos entrevistarlo en el envío del mediodía para que nos cuente sobre los rumores de un posible avistamiento de ovnis que se habría producido en el Observatorio del Teide. Hemos llamado a las autoridades del lugar y nos han desmentido por completo las versiones, sin embargo, a través de distintas fuentes extraoficiales hemos podido confirmar que se estarían produciendo importantísimas reuniones secretas de las máximas autoridades del mundo para tratar este asunto. 
  • Mira guapa, las autoridades me la sudan y a tí también, sólo te voy a decir tres cosas. Me estoy jugando la vida solamente con atender este puto llamado. Si quieren que les cuente en exclusiva lo que me acabo de enterar sobre el ataque extraterrestre que se avecina van a tener que pagarme 10 mil euros para que ya mismo me pueda ir de Tenerife con mi familia en el primer vuelo que consiga a cualquier parte donde haya un bunker anti nuclear, el primero que me lo pague se queda con la exclusividad mundial. 10 mil euros es mi primera oferta, la segunda serán 20 mil – y cortó.

El teléfono volvió a sonar a la media hora y ya nunca dejó de hacerlo durante los siguientes años en la vida del Cheba.

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3 comentarios

  1. Me encanto la idea del presupuesto intergaláctico. Aunque falla por el lado de la distribución de civilizaciones en los sistemas solares. Para nosotros (al tener 1 sólo sol) nos resultó bastante sencillo deducir muchas leyes. A una civilización en un sistema de 5 soles deducir las leyes de Kepler le costaría muchísimo más. ¡Genio el Cheba! Eso tendría que haber hecho desde el principio. Y llamar a los medios de EEUU. Ahí gastan más en ese tipo de noticias.

  2. Aqui en este capitulo ya engancha la trama. Aki si que si. Me ha encantado la reflexion sobre la tecnologia y la humanidad con sus niveles del docyor Voynich. Esperando al ss cap. como las novelas de la radio.

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