LOS DRÉPANOS: NOTA AL MARGEN 8

Loreley había estado toda la semana pensando en qué regalarle a su hermano para el cumpleaños porque quería que fuera algo realmente original y que nunca le hubiesen regalado antes. Siempre es difícil elegir un buen obsequio para alguien más o menos normal, pero cuando el agasajado es una persona que lo tiene casi todo, se complica mucho la búsqueda. Además se trataba de una celebración bastante especial porque volvían a pasar un cumpleaños juntos después de muchísimo tiempo. Es que ella se había quedado a vivir en la Argentina después de un viaje iniciático por la Patagonia como mochilera, en el cual se enamoró del paisaje y también de un argentino que regenteaba un restaurante en San Martín de los Andes, y por lo tanto no veía a su hermano desde aquel entonces.

A poco de tomar la trascendental decisión se instaló en esa ciudad dejando atrás sin nostalgias la vida que llevaba en el viejo Continente y enseguida consiguió trabajo de mañana en un prestigioso colegio privado como profesora de idiomas. Por la tarde, luego de almorzar, abría y atendía su propio y aromático local de venta de velas, sahumerios e inciensos que había montado con sus pocos ahorros.

Pronto dejó el hotel donde se estuvo alojando los primeros meses desde su llegada y se fue a vivir sola a un pequeño departamento en el centro. Ya un par de años después, tras casarse, se mudaron con su flamante marido a una enorme casona en las afueras de la ciudad rodeada de verde y aire puro donde uno tras otro nacieron los tres hijos de la pareja: Milton, Gaspar y la pequeña Frida.

La habitación de huéspedes se encontraba en la planta alta, tenía vista al bosque, y siempre estaba lista para recibir invitados porque los abuelos paternos de los niños solían ir a visitarlos desde Buenos Aires muy seguido y a veces sin aviso, por lo tanto no hubo que realizar casi ningún arreglo extra para hospedar a su querido hermano que aprovechando un viaje a la Argentina, por asuntos relacionados con su trabajo, los iría a ver justamente para su cumpleaños.

Loreley fue a recibirlo al aeropuerto con sus hijos quienes siempre la habían oído hablar maravillas de ese tío al que sólo conocían por fotos. El encuentro fue conmovedor. Por varios minutos se quedaron abrazados con los ojos llenos de lágrimas y luego él alzó a sus tres sobrinos a la vez y se puso a girar como un trompo entre las carcajadas de todos. Cuando ya estaban en la camioneta les entregó a los chicos chocolates, libros y un telescopio que les había traído. Durante todo el trayecto les contó cosas increíbles que eran recibidas con asombro por los pequeños y con una sonrisa resignada por su hermana.

Tras un largo recorrido llegaron a la casona, bajaron las valijas, lo acompañaron hasta la habitación de huéspedes, se duchó para sacarse de encima el largo viaje, le hicieron probar el mate con facturas de dulce de leche y al cabo de un rato volvieron a salir todos para dirigirse al restaurante del cuñado que los aguardaba con una mesa espectacular para celebrar su llegada y luego a las 12 de la noche brindar por su cumpleaños.

Él huésped se encontraba fascinado con todo, le parecía deslumbrante cada cosa que observaba del paisaje y no dejaba de sentirse literalmente embriagado por la soledad y el aire fresco que reinaba en esos parajes. Incluso en una oportunidad, mientras miraba hipnotizado por la ventanilla, confesó que si algún día debía escaparse de todo el mundo ése sería el lugar que elegiría para esconderse. Lore lo escuchaba como cuando eran niños y sabía que estaba diciendo la verdad, pero sólo una parte de la verdad.

Esa noche el visitante conoció a su cuñado y también a una divertida familia vecina que habían sido invitados para sumarse a los festejos y de paso conocer al hombre del cual tanto Loreley les había hablado. Comieron cordero patagónico, bebieron vino, contaron mil historias, se rieron como siempre y a las 12 brindaron con champagne y comieron torta. Se fueron cerca de las 4 de la mañana bajo el helado cielo estrellado del sur argentino que esa noche parecía estar más abierto que nunca.

Al mediodía siguiente Loreley despertó a su hermano con una enorme taza de café negro y con una sonrisa pícara le entregó la caja con el regalo de cumpleaños. Él le agradeció con mucho cariño dándole un abrazo fraternal y de inmediato, tras tomar el paquete, lo sacudió para adivinar el contenido. Cuando hizo eso se oyó un extraño grito desde adentro y varios movimientos bruscos que lo asustaron tanto que dejó caer el regalo al suelo. Ella se alarmó por la caída y se apresuró a juntar el paquete para volver a entregárselo y rogarle que lo abriera con mucho cuidado. El hombre tomó el obsequio con mucha prudencia y lo puso lejos de su cara para desembalarlo, poco a poco desató el moño con miedo y en cuanto consiguió destapar un poco la caja se asomó inesperadamente la cabeza de un hermoso y verde loro hablador.

  • ¿Así empezamos? – le reprochó el pájaro ante la risa de los dos hermanos.

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