Andaba yo escuchando la radio un día después de la administración de la primera vacuna contra la covid en España y un tertuliano, cuyo nombre no recuerdo, apuntaba que tenía la sensación de estar asistiendo a algo muy importante.
El motivo no era tanto el paso que supone la vacuna hacia la erradicación de la pandemia, que también, sino el avance que será para el futuro, ya que ésta se ha desarrollado con una tecnología completamente nueva.

El tertuliano añadía que tenía la misma sensación que tuvo cuando asfaltaron la carretera que daba acceso a su pueblo. Tenía la seguridad de que algo había cambiado para siempre. Eso, era el futuro.
El futuro. Ese tiempo totalmente subjetivo y que cambia según vas creciendo, porque lo que para un chaval de 15 años es futuro, se convierte en pasado al llegar a los 45.
¿Cuándo tuviste la sensación de que un hecho era el futuro? ¿Cuándo viviste tu propio asfaltado de carretera? – Se preguntaban las personas al otro lado del micrófono.
Me puse a pensar. Para mí, el futuro fue la primera vez que monté en el AVE de Zaragoza a Madrid. El tren arrancó y no me di cuenta de la velocidad. Pasó la auxiliar con unos auriculares y creo recordar que con unos caramelos de goma. No sé si también servían entonces un zumo de naranja, aunque esto último es posible que solo exista en mi imaginación.
Fui al servicio y cuando volví ya estábamos en Guadalajara.
¡Era sencillamente imposible!
¡ERA EL FUTURO!
Para una persona que había pasado muchas horas de los fines de semana de su adolescencia, sentada en el espacio entre vagones del “Canfranero”, armada con una guitarra y un montón de amigos, viajar a esa velocidad era raro e incluso desnaturalizado.
Si sois amigos de los trenes os encantará este programa documental de Aragón TV que enfoca desde la cabina del maquinista los 160 km. del viaje de Zaragoza a Canfranc, que solo dura 3 horas y 45 minutos.
El futuro era el AVE, y era soso, pero también era cómodo.
Poco a poco ese futuro se tiñó de normalidad, convirtiendo los viejos trenes en algo arcaico, rancio y a desterrar. En unas infernales locomotoras que nos hace bajarnos de nuestro “vivir deprisa” tan moderno, tan tecnológico y lamentablemente tan estresado.
Por supuesto no renunciaré a mi AVE, ni a todos los futuros que me quedan por conocer, pero eso no evitará que en mi rostro se dibuje una sonrisa al recordar esas otras formas de hacer las cosas, porque forman parte de lo que he sido, de lo que soy y de lo que seré.