Sábado a la tarde. Mi cuerpo de veinteañero empieza a eliminar los restos de la noche del viernes y se prepara para arrancar la del sábado.
Da igual no haber eliminado todo el alcohol del organismo, ese poso me va a permitir salir mejor posicionado en la carrera de la fiesta. Seguramente hemos quedado antes en casa de algún amigo como Gus o Seto para mal cenar y bien beber antes de ir al Berlin-Est y terminar en Plataforma hasta que nos besen o nos echen, o ambas cosas. Estamos en Barcelona en el año 2001 y me dispongo a entrar a la ducha.
En ese justo momento, antes de desnudarme, sólo importa una cosa: Elegir bien el CD que voy a escuchar a todo trapo mientras comienzo a despejarme bajo el agua.
En casa siempre hemos tenido un aparato que hace las funciones de Radio-Cd. Nos gusta bañarnos y cantar.
¿Qué disco toca hoy? Y lo que es mucho más complejo todavía ¿Qué canciones voy a escuchar?
Me recuerdo poniendo la 2 de un disco mientras enciendo el agua hasta que pille la temperatura adecuada. Justo antes de entrar pulso la 4, porque la sucesión de temas que van de la 4 a la 6 me encanta y tiene la duración adecuada. El problema sucede cuando a mitad de la 6, descubro que tengo aún jabón en los ojos y me doy cuenta que debido al concierto que he dado en las dos canciones anteriores, mis cálculos han fracasado y se acerca la 7 que no me flipa tanto.
Con tiento torpe como de protagonista de sitcom, salgo con la mayor velocidad posible, sin apagar el agua, hasta el aparato para elegir la 9 y retornar a la ducha habiendo dejado empapadas la radio y las baldosas del baño.
Hoy, Enero de 2021, en mi casa de Buenos Aires, por primera vez, nos hemos conocido Alexa, la nueva integrante de la familia, y yo. Me he desnudado, la confianza es lo primero, y desde la ducha le he ido diciendo qué canciones escuchar. Cuando me ha obedecido y he podido, sin ningún esfuerzo, cantar y bailar al ritmo de lo que se me antojaba, me ha invadido una emoción muy superior a la que estoy seguro sentiré si un día vuelan los coches. El futuro, por fin, viene a solucionar un problema fundamental en mi vida.
Al salir, y decir “Alexa, gracias, apágate”, me he mirado en el reflejo del cristal del baño y mi yo de 2001 me ha dicho “Rafita, vé saliendo, que hoy la vamos a liar”.