Logramos convencer a Laura para que volviera con nosotros a casa de Fausto. A pesar de ir totalmente colocada, fue ella la que se dio cuenta, llegando al portal, que alguien nos había estado siguiendo todo el camino. Un hombre de mediana edad, calvo, alto y con gesto serio se paró justo cuando Laura lo señalaba a unos metros de nosotros. Eh, tú. Le dijo, Laura. ¿Por qué nos sigues? El hombre pareció sonreír. Pero no dijo nada. Jefe, ¿le asusto un poco? Me dijo Mindfulness enseñándome la recortada. Guarda eso, Mindfulness, anda.
El hombre empezó a avanzar hacia nosotros. Tenía una mirada intensa y bastante fijada en mí. Nos quedamos quietos, como hipnotizados. En medio de todo el alboroto y el desastre humano de aquella calle, aquel hombre avanzaba hacia nosotros como si solo estuviera él allí. Su largo abrigo negro ayudaba a darle aún más un toque si no tétrico, sí de respeto absoluto. No veas el calvo este de Navidad, dijo Laura, que, aún bajo los efectos de los porros, intentaba tararear la canción del mítico anuncio.
Cuando el hombre llegó a nuestra altura, lanzó una mirada respetuosa primero a Mindfulness, y después a Laura. Con cierta reverencia. Después, me miró y dijo “Supongo que Jordi y Manolillo están por aquí cerca, Álvaro. Al fin os encuentro. Ha sido más difícil de lo que pensaba. Recoged vuestras cosas, tenemos mucho que hacer”.
Mindfulness, Laura y yo nos miramos asustados y sorprendidos. A Laura se le pasó el colocón de golpe. Mindfulness se sentó en el suelo y abrió las manos. Claramente necesitaba encontrar su centro.
Yo balbuceé: “Perdona, ¿Quién eres tú, y cómo sabes quiénes somos?”. Él sonrió. Todo a su tiempo, Álvaro, todo a su tiempo.