Me gusta probar cosas nuevas.
Aunque pueda sonar así esta no es una frase de libro de autoayuda ni de trilogía erótica, es simplemente que tengo poco miedo a probar a hacer las cosas de otra manera.
Quizá influye que estudié informática o que trabajo en una empresa de tecnología con gente muy joven o que tengo dos hijos adolescentes a los que me gusta escuchar y de los que también intento aprender. No lo sé y tampoco me importa. Solo sé que me adapto bastante bien a los nuevos tiempos y eso es un lujo.
Hace mucho tiempo que no pongo un CD en mi casa. No tengo ni aparato. Ahora ya no se escuchan discos completos (a no ser que te gusten los discos de vinilo), por lo general, vivimos de canciones. Los artistas van sacando temas que quizá un día estén en un disco, o quizá no. Lo que se hace son listas de reproducción como antes se hacían los recopilatorios caseros a los que les ponías de nombre “Banana mix” o “Música para mi amor” o alguna chorrada similar – en mi casa tenemos una lista que se llama “Tres eran tres” confeccionada por toda la familia (convivientes les llaman ahora), con una mezcla de estilos de lo más loco.

Sigo comprando discos, que nunca escucharé en casa, cuando voy a los conciertos o cuando un artista me gusta mucho, pero el resto del tiempo soy feliz con mi suscripción a Apple Music.
Tampoco llamo casi nunca por teléfono. Nos hemos adaptado a la mensajería de tal forma que ya casi no llamamos ni para felicitar un cumpleaños. La conversación por mensajería bien sea a través de mensajes de texto o mensajes de audio ya no fluye como antes. Pueden pasar horas de un mensaje a otro o ir tan seguidos que el último esté contestando al que hay tres líneas más arriba y el diálogo parezca más de besugos que de otra cosa. Sin embargo me he adaptado y casi me resulta ya más cómodo que una llamada de teléfono.
En el último programa de EFEM, Rafa comentaba que ya no se hacían las llamadas a ciegas, parece que tenemos casi asumido que una llamada sin avisar es como una intromisión en la intimidad de la otra persona.

Tampoco escucho la radio. Recuerdo que cuando tenía 20 años estudiaba escuchando La ventana, en la SER. En aquellos tiempos presentaba el programa Javier Sardá y su alter ego, el Sr. Casamajor. En todas las casas había un aparato de radio. Ahora, en la mayoría de las casas, si quieres escuchar la radio tienes que descargarte una aplicación. Yo he cambiado la radio por los podcast que los puedes escuchar en cualquier momento en tu móvil sin necesidad de estar con el aparato encendido a una determinada hora.
Pero hay un reducto de mi mundo en el que aún es 2005.
Tengo un coche con manos libres para poder llamar si necesito algo urgente. Nada de mensajes. Prohibido. Tengo una colección de CD’s para poner en el aparato reproductor si me voy de viaje y que sigo ampliando y tengo sintonizadas todas las emisoras para escuchar La Ventana cuando salgo de currar, el Carrusel Deportivo cuando juega el Zaragoza o Los 40 Classic cuando estoy nostálgica.
Así que a veces, cuando termino de aparcar, me quedo un ratito disfrutando de estar sentada, la calefacción y mi CD preferido. O de escuchar los últimos 5 minutos de partido en lugar de seguirlo desde Twitter. O de cantar Gold de Spandau Ballet a grito pelado.
Luego subo a casa, dejo las llaves, el bolso, me tiro en el sofá y digo en voz alta:
“Oye Siri, pon música que me guste”