Necesitaba escuchar música en directo, sentir esa sensación que no se consigue con un disco, con un CD y mucho menos escuchando música en formato mp3 en el teléfono móvil.
Por bien que se escuchen las canciones, por mucha tranquilidad que sientas en tu sofá, la música en directo proporciona una experiencia que no se puede comparar a escuchar algo grabado.
A las 7 y cuarto de la tarde estaba pasando por la puerta de la sala Mozart del Auditorio de Zaragoza dispuesta a escuchar una da las voces más especiales del panorama musical español. Después de meses sin música en directo, me disponía a ver un concierto de M-Clan.
La primera novedad es que he ido sola. La pandemia me ha dejado sin amigos presenciales. Proponerle un plan a alguien me parece que es poner en riesgo su salud, así que no lo hago.
Entrego la entrada y me voy directa al control de temperatura.
Lo que sería habitual en otros tiempos: el trasiego por los pasillos del auditorio hasta encontrar la puerta correspondiente, el follón de la gente hablando, esa persona a la que te encuentras, es imposible en los actuales. En todo momento te dicen por donde tienes que ir así que nadie se mezcla. Por eso este concierto se hace en la sala Mozart, donde es más fácil controlar a la gente, y no en un garito oscuro lleno de cerveza, humo y empujones. Que es lo suyo para un concierto de rock.
El concierto era por supuesto sentado, había gel hidroalcohólico por todas partes y la gente estaba en butacas alternas. Una sí y una no. La verdad es que la atmósfera no invitaba a cantar a voz en grito, pero claro, no contábamos con las ganas que teníamos, con la guitarra de Ricardo Rupiérez y la espectacular voz de Carlos Tarque.
Cuando han salido ya he notado que íbamos a aplaudir mucho y he de reconocer que los primeros acordes me han roto. No sé si ha sido la música, la tensión acumulada del último año tanto en lo personal como en lo colectivo o que realmente necesitaba la música en directo, pero he llorado.
Cuando me he dado cuenta, las lágrimas rodaban por mis mejillas mientras Tarque cantaba aquello de:
Madrid, Bilbao, Sevilla, Ibiza, Alicante o Santander,
una botella de tequila, una foto del Ché.
Paris, Tetúan, Los Ángeles, Buenos Aires o Hong Kong,
Cuando me acuerde de estos nombres, estaré imaginando oír tu voz.
Me he acordado de Alberto, ese chico que un día me trajo de cabeza y que a veces me cantaba “Quédate a dormir” y a veces no. De Marta y de cuando entrevistó a Tarque para la extinta web de “Una copa con…” que comenzamos un grupo de gente con mucha ilusión y poca idea. He grabado un vídeo y se lo he enviado. También a mis hijos les he enviado un trocito de “Miedo” y a mi ex un fragmento de “Maggie Despierta“. Ha sido una forma de decirles a todos que en compañía sería aún mejor. ¡Bendito WhatsApp!
Quiero volver a un concierto de los de antes. A saltar como una loca, a que me empujen, a que me tiren cerveza encima. Quiero hacerme amiga de una chica en la cola del baño y darle dos besos a alguien que me presenten sin pensar en el virus, la curva, los hospitalizados, los sanitarios, mis padres o mi propia salud.
Cuando ha terminado el concierto, después de dos magníficos bises y un millón de aplausos que nos han dejado a todos los asistentes con las manos rojas, hemos permanecido sentados hasta que las encargadas de dirigir a la gente nos han indicado que podíamos salir y por dónde debíamos hacerlo.
En resumen un concierto muy emocionante por las ganas y por la necesidad, pero que será infinitamente mejor cuando gracias a la ciencia y a las vacunas y a pesar de algunos negacionistas, ganemos al bicho y volvamos a mezclarnos, a abrazarnos y a cantar a voz en grito, porque yo no concibo otro escenario.